viernes, enero 31, 2014

TEATRO. Solfatara. "Fuegos fatuos".



Creación y dirección de Mónica Admirall, Miquel Segovia y Albert Pérez.

Con: Mónica Admirall, Miquel Segovia y Albert Pérez.

Compañía: Atresbandes.

Alcalá de Henares. Corral de Comedias. 



 La pareja y sus relaciones, casi siempre, desgraciadamente, conflictivas y turbulentas, cuando no decididamente traumáticas, han constituido una fuente permanente de inspiración para los dramaturgos. Cierto, pero últimamente, empaquetados con la etiqueta genérica de “crisis de pareja” estamos asistiendo a una abusiva proliferación en el mercado teatral de obras que tienen como trasfondo este conflicto secular. Asunto socorrido donde los haya las más de las veces, sin embargo, esa suerte de “productos milagro” cuyo interminable catálogo nos ofrece la cartelera de teatro no superarían, de establecerse, las más elementales pruebas de control de calidad. Mucho me temo que este es el caso de Solfatara, la obra que trajo la otra noche al Corral de comedias el grupo catalán Atresbandes, pese a venir avalada por dos premios internacionales en sendos certámenes de teatro alternativo.

La novedad mayor de este montaje consiste en la introducción de un tercer personaje, el de Albert, cohabitando bajo el mismo techo con Miquel y Mónica, sentándose a su mesa en el desayuno, o a cenar con unos amigos, inmiscuyéndose en sus discusiones más banales o metiéndose metafóricamente bajo sus sábanas para ser testigo, también, del fracaso de sus relaciones íntimas. Una presencia de extraño aspecto que funciona como catalizador de las reacciones de cada uno de los miembros de la pareja en los sucesivos encontronazos a los que parece haberse reducido su vida en común, como un agente químico que estimulara esas reacciones y las llevara al punto de la deflagración, cuyos fulgores hacen visible lo que ocultan los silencios, las evasivas o las medias palabras con las que Miquel y Mónica intenta en vano reparar lo irreparable.

Catalizador, instigador, “Pepito Grillo”, o simple y llanamente tocapelotas, este personaje -cuyo aspecto sugiere un “terrorista sentimental”- consigue llevar su manipulación de la pareja al límite del absurdo alumbrando momentos de innegable comicidad. Pero lo que podía haber sido un afilado bisturí para diseccionar los recovecos y anfractuosidades del universo sentimental de la pareja se dilapida en una huida hacia ninguna parte por la senda de lo hiperbólico, del tópico y hasta de la chocarrería en una sucesión de escenas que no acaban de satisfacer las expectativas generadas por las breves alocuciones a modo de proemio que las preceden a cargo del propio Albert reconvertido en maestro de ceremonias. Entre la glosa, la didascalia, o la mera acotación pseudofilosófica, estas vagas referencias a Hobbes pasado por José Antonio Marina, o esa “iniciación” en los rudimentos de la vulcanología, por poner un ejemplo, con las que se abre el montaje constituyen un señuelo un tanto engañoso e inducen a una lectura del mismo que no se compadece con el tono jocoso, intrascendente y vodevilesco que impregna el espectáculo 

Gordon Craig.


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