jueves, diciembre 12, 2013

TEATRO. Montenegro: La culpa y la expiación.



De Ramón María del Valle-Inclán.

Con: Fran Antón, Ramón Barea,Esther Bellver, David Boceta, Javier Carramiñana, Bruno Ciordia, Paco Déniz, Silvia Espigado, Marta Gómez, Carmen León, Toni Márquez, Mona Martínez, Rebeca Matellán, Iñaki Rikarte, José Luis Sendarrubias, Edu Soto, Janfri Topera, Alfonso Torregrosa, Yolanda Ulloa y Pepa Zaragoza.
Versión y dirección: Ernesto Caballero.
Escenografía: José Luis Raimond.
Vestuario y caracterización: Rosa García Andujar. 
Madrid. Teatro Valle-Inclán.      



Las Comedias bárbaras (trilogía que incluye Cara de Plata, Águila de Blasón y Romance de lobos) constituyen un ciclo que dramatiza la tragedia de la familia Montenegro. La historia, truculenta y cruel se centra en torno al Caballero Don Juan Manuel de Montenegro, singular representante de la caduca y decadente aristocracia rural y símbolo, con su comportamiento arrogante, violento y despótico, de todo un mundo y un sistema de valores que ya ha comenzado a desmoronarse para ser sustituido por otro donde la nobleza, la liberalidad, el heroísmo y el ideal de libertad, se truecan en vileza, codicia y servidumbre.

El desarrollo de la acción dramática atiende a un triple frente: el conflicto entre los representantes de los intereses comunales y la familia de los Montenegro, desencadenado por la negativa del mayorazgo a que las reses atraviesen sus tierras de camino a la feria de Viana; el enfrentamiento del Abad de Lantañón con los Montenegro suscitado al hacer Miguelito extensiva esta prohibición de tránsito por sus predios al abad, que posteriormente se complica por la “custodia” de Sabelita, sobrina del clérigo y ahijada de Don Juan Manuel; y por último, la disputa del caballero con sus vástagos, con Cara de Plata a cuenta de Sabelita, de la que el joven está enamorado y con el resto de sus hijos en razón de su desmedida codicia.

El montaje de Ernesto Caballero, apoyado en una sobria escenografía de José Luis Raimond y en un atinado concepto del vestuario, del espacio y del movimiento escénicos, reproduce con bastante acierto el entorno semisalvaje y brumoso de la acción: una comarca poblada de aldeas perdidas sumidas en la miseria y en la superstición; de templos abaciales regentados por clérigos corruptos y sacrílegos, de sacristanes borrachines, de coimas, tullidos y mendigos de iglesia; de naipes y aguardiente en las romerías; de conjuros y ritos satánicos. Auque, quizá hay un fondo irreductible de misterio, rudeza y primitivismo en los ambientes y personajes recreados que, en éste como en otros montajes que hemos visto de esta obra, se niega a ser revelado. Y ello pese al vigor de la prosa estetizante y acrisolada de Valle que esconde un inigualable potencial dramático y cuyos destellos y reverberaciones permitirían por sí solos trascender la Galicia profunda, rural, evocada en sus páginas y elevarla a la categoría de espacio mítico y legendario.

El trabajo de los actores, solvente en general, bascula entre el costumbrismo de algunas escenas corales -en las que el vestuario y hasta la dicción exhiben un marcado acento gallego- y el recio expresionismo de otras, convenientemente aderezadas por efectos de sonido y por una iluminación tenebrista. Ramón Barea es un Montenegro fiero, irascible bárbaro y montaraz; es difícil mostrar todos los matices que incorpora a este complejísimo personaje que son muchos y de muy variado tenor aunque quizá pulsa mejor la fibra del arrepentimiento y de la expiación que las de la arrogancia, la lascivia, la irreverencia o la impiedad; en su generosidad sincera para con los desvalidos y menesterosos, en su furibundo alegato dirigido los incapaces de rebelarse contra su condición de esclavos o en su vehemente deseo de reunirse con su esposa muerta es donde mejor consigue movilizar las emociones del espectador. Sin ningún antagonista claro que le dé la réplica, este papel lo ejercen alternativamente el Abad de Lantañón (Alfonso Torregrosa), Sabelita (Rebeca Matellán), doña María de la Soledad (Yolanda Ulloa), su criado Don Galán (Janfri Topera) o su hijo Miguelito “Cara de Plata” (David Boceta). Respecto al Abad, apenas hace ostensible la autoridad que le depara su estatus si no es por el trueno de su voz y por ciertos ademanes grandilocuentes. Rebeca Matellán da vida a una Sabelita cariñosa y complaciente; tras su aparente sumisión se esconde un carácter noble y virtuoso. Yolanda Ulloa hace un trabajo espléndido en su papel de doña María, enlutada y en hábito de monja es la viva imagen de la aflicción de una esposa sometida a la tiranía de un bárbaro, su entereza, su ademán altivo y la energía con la que se enfrenta su marido demuestran que no se ha resignado a la indignidad. Janfri Topera hace de Don Galán un sátiro descarado y lenguaraz, de carcajada fácil y de carácter jocundo. David Boceta es Cara de Plata un imberbe e impetuoso mozalbete de aspecto chulesco  que ha heredado de su padre su carácter imperioso y enamoradizo. La lista se haría interminable si mencionásemos a todos los actores que hacen como ya se ha dicho, un trabajo meritorio. Recordemos a Edu Soto en un desgreñado y enigmático Fuso Negro, émulo del Simón el Estagirita buñueliano, aunque está lejos de ser ese fantoche espantable que pareciera poseído por el Maligno y ante cuya presencia se santiguarían los lugareños y el buen trabajo de Esther Bellver en su papel de Pichona la Bisbisera, una resuelta y vivaracha buscona con mando en plaza y de sobrados encantos, labia y desparpajo para encandilar al más pintado, aunque sea éste un vástago aventajado del vinculero.

Gordon Craig.

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