miércoles, abril 24, 2013

TEATRO. Juicio a una zorra. “Donde habite el olvido”.


De Miguel del Arco.
Con: Carmen Machi.
Dirección:Miguel del Arco.
Madrid. Teatro La Abadía


Esta nefasta costumbre de los teatros públicos de programar sus espectáculos por períodos de tiempo cada vez más cortos nos privó a muchos aficionados de la posibilidad de ver uno de los montajes de mayor éxito de crítica y público de la temporada pasada. Ahora -efectos colaterales de la crisis aparte-, la dirección del teatro de la Abadía, con buen criterio, repone un montaje que, a juzgar por lo visto ayer no debería de haberse descolgado tan pronto de la cartelera, porque, a no dudarlo es uno de esos trabajos excepcionales que no se prodigan sobre nuestros escenarios y que, ocasionalmente, nos reconcilian con el gran arte del teatro.

El milagro lo obran a partes iguales Miguel del Arco y Carmen Machi. El primero que con su recreación libérrima y actualísima de la historia más grande jamás contada nos demuestra que los grandes relatos literarios no se cierran jamás, que siempre son posibles nuevas lecturas e interpretaciones de los mismos, que nos seguirán hablando cada vez que tengamos necesidad de escucharlos, porque como afirma la protagonista antes de concluir su alegato “la eternidad está enamorada de los frutos del tiempo”; la segunda en su magistral encarnación de la considerada la mujer más bella del mundo, y también la más vejada, la más vilipendiada: Elena de Troya, la que arrostró, por amor, los mayores peligros y calamidades, la que fue acusada de traicionar a su pueblo y de sembrar la discordia entre los troyanos, de ser causa, en fin, de la guerra más despiadada y cruenta de la que tenemos memoria. ¿Alguien podría soportar impertérrito esa pesada carga?

La obra se articula como un intenso y vibrante monólogo. Entre copas y botellas de un brebaje de efecto lenitivo, que irá apurando sorbo a sorbo para hacer más llevadera la rememoración de sus desdichas, una rutilante Elena de dorados cabellos y verbo acendrado comparece ante los espectadores, convertidos en una suerte de jurado popular, para reclamar a los dioses el olvido -curiosa petición que nos recuerda la misma vehemente aspiración cernudiana: “Donde habite el olvido, / en los vastos jardines sin aurora; / donde yo sólo sea / memoria de una piedra sepultada entre ortigas / ...”-. Quiere que seamos testigos de su sufrimiento y demos nuestro veredicto exculpatorio. Y a la vez poner en tela de juicio muchos de los presupuestos ideológicos y culturales sobre los que se sustenta la relación entre hombres y mujeres y la de los pueblos entre sí con la guerra como telón de fondo.

Sin un asomo de vacilación o de cansancio, pletórica de energía de principio a fin del espectáculo Carmen Machi lleva a cabo una auténtica proeza: extraer de las brumas del pasado legendario a una figura mítica y dotarla de la consistencia física y del espesor psicológico de un ser de carne y hueso, de un ser que sufre y anhela, que odia y que ama; que ama por encima de todo y que reclama, imperiosa, su dignidad, su libertad para amar y ser amada. Y no sabríamos a ciencia cierta decir cuándo está mejor Carmen Machi, cuándo su actuación es más redonda, si cuando explora los registros de la compasión ante el cadáver del joven Troilo o ante el cuerpo exangüe del propio Paris; cuando expresa su repugnancia por las embestidas de Teseo; cuando rememora horrorizada la rabia y el feroz deseo de venganza de Hécuba o cuando explota en imprecaciones contra el mismo Zeus y le echa en cara su hipocresía y su crueldad para con quien ya no sirve a sus fines. Toda ponderación es poca sobre como controla su dicción, las pausas, el ritmo, la entonación y la cadencia de las frases, y de cómo proyecta sus palabras sobre el auditorio, eligiendo cuidadosamente los blancos y el grado de veneno necesario para que causen su efecto letal sobre los espectadores, desde el susurro o la más leve sonrisa irónica hasta la descarga cerrada de fusilería que pone los pelos de punta.

Un texto y una dirección notables y un trabajo de actuación rotundo que nadie debería perderse. Él, Miguel del Arco desde hace relativamente pocos tiempo, ella, Carmen Machi, desde prácticamente el inicio de su andadura como actriz en los primeros montajes de la Abadía. Ambos han dado hasta la fecha muestras sobradas de talento. Pero, a ver si va a ser verdad que la crisis aguza el ingenio.

Gordon Craig.


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