miércoles, diciembre 05, 2012

TEATRO. Doña Perfecta. "Qué patriarcales costumbres! ¡Qué rústica paz virgiliana!”.


Versión y dirección de Ernesto Caballero.
Con: José Luis Alcobendas, Diana Bernedo, Lola Casamayor, Israel Elejalde, Karina Garantivá, Miranda Gas, Alberto Jiménez, Jorge Machín, Toni Márquez, Paco Ochoa, Belén Ponce de León y Vanessa Vega.
Escenografía: José Luis Raymond.
Madrid. Teatro María Guerrero



         No me resisto a citar en su literalidad estas palabras con las que el padre de Pepe Rey anima su hijo a que viaje a Orbajosa, su ciudad natal, a encontrarse con su prima Rosarito. Amén de constituir una espléndida muestra de fina ironía, ornato de la prosa galdosiana y uno de los mayores alicientes para su lectura, sintetizan espléndidamente el tono, no por desenfadado menos hiriente con el que Galdós fustiga la hipocresía y el fanatismo de los orbajonenses, y por extensión, la de quienes poblaban aquella España caciquil de “cerrado y sacristía” posterior al trienio liberal.

         En efecto, movido por el doble propósito de hacer un estudio de las cuencas mineras del lugar y por el de conocer, y en su caso, desposar a su prima, el joven ingeniero Pepe Rey arriba a la pequeña ciudad de provincias en que se desarrolla la obra y tras cuya rústica e idílica apariencia va a encontrar un impenetrable muro de incomprensión fruto de la ignorancia, del oscurantismo, de la intolerancia y, por qué no decirlo, de la malicia, incluso, de sus más allegados. El conflicto de Pepe Rey (que de algún modo representa el espíritu regeneracionista del propio Galdós) con Don Inocencio el penitenciario, con Don Cayetano, el cronista de las glorias locales, con Jacintito y con su tía, Doña Perfecta, simboliza en realidad el conflicto secular de las dos Españas, la carlista y la liberal, la España inmovilista y apegada a las creencias y a la tradición y la España ilustrada, abierta a las nuevas ideas y al progreso.

Cabe decir que, básicamente, la dramaturgia de Ernesto Caballero refleja los términos esenciales de ese conflicto desbrozando episodios menores y aprovechándose de la profusión de diálogos con los que cuenta la novela. Apenas si chirría un tanto el desarrollo temporal de la acción, pensado obviamente para una trama novelesca. Por lo demás, la ambientación y el especio escénico siempre sencillo e imaginativo de José Luis Raymond, suplen con eficiencia las descripciones escasas, aunque pormenorizadas del original. Hay quizá algunos detalles en el uso del vestuario que, a nuestro entender, no resultan demasiado convincentes; en primer término, el atuendo informal -playeras incluidas- con el que entra en escena Pepe Rey le da un aire adolescente que no casa bien con el hombre hecho y derecho que realmente es; asimismo resulta demasiado efectista el cambio de vestuario de Doña Perfecta y del Canónigo en el último acto, ella de traje largo, de estameña y color casi penitencial, y él con vestiduras talares, como si el resto del tiempo hubieran estado “disfrazando” sus verdaderas ideas y sentimientos y ahora, al final, necesitasen una envoltura externa “ritual” más acorde con su actitud de reafirmación en un ideario cerril y trasnochado.

Hay una cierta indefinición en la construcción del personaje de la infeliz Rosarito (Karina Garantivá) quizá debido a la dramaturgia. (Hecho de menos parte del primer encuentro de los primos a solas, en el jardín, donde queda explicitada la atracción que sienten el uno por el otro, que explica su comportamiento ulterior). Tan rápido el “flash” de su encierro que casi no nos percatamos de la situación y de los extremos de locura a la que está llegando, sometida al ordeno y mando de Doña Perfecta. El trabajo del resto de los actores es solvente, correcto en los papeles secundarios y sin exceso de brillo en los principales. El personaje más conseguido es quizá el de Doña Perfecta (Lola Casamayor), tras su mansedumbre y su hipócrita condescendencia se esconde una mujer obstinada, malévola y manipuladora incapaz de controlar sus arranques temperamentales. Israel Elejalde incorpora a un franco, irónico y un tanto displicente Pepe Rey aunque a veces deja entrever un exceso de pasotismo; su evolución y reacciones ante la operación de acoso y derribo a que le someten sus detractores no están del todo moduladas. José Luis Alcobendas proporciona a Don Cayetano un punto de locura -dentro de su natural pacífico y de su cortesía- que lo emparenta con nuestro insigne hidalgo de la Mancha. Alberto Jiménez, en fin, hace del taimado y condescendiente Don Inocencio un ser grotesco y demasiado próximo a la caricatura.

Decíamos aquí no hace mucho con ocasión del comentario del montaje de El Inspector, de Gógol, (obra, por cierto, con la que esta guarda no pocas coincidencias) que Gerardo Vera quería despedirse del Centro Dramático Nacional con un baño de multitudes. Pues bien, parece que Ernesto Caballero ha optado iniciar su andadura en esta venerable sede de la calle Tamayo y Baus de la misma manera. Esperemos que el tiempo nos traiga algo más de riesgo y de innovación, de la que no andamos muy sobrados.

Gordon Craig.

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