viernes, octubre 26, 2012

TEATRO. Noche de reyes. "Juego de identidades".

"Noche de reyes”.
De William Shakespeare.
Con: Arturo Querejeta, Daniel Albaladejo, Jesús Calvo, Francesco Carril, Beatriz Argüello, Fernando Sendino, Maya Reyes, José Ramón Iglesias, Rebeca Hernando, Héctor Carballo y Ángel Galán.
Dirección: Eduardo Vasco.
Madrid. Teatro de la Abadía.



La joven y noble Viola arriba a las costas de Iliria tras naufragar el barco en el que viaja con su hermano gemelo Sebastián. Afligida, al creer muerto a Sebastián en el naufragio, pretende conseguir la protección y el consuelo de la condesa Olivia, compañera de infortunio, que vive retirada del mundo y consagrada al recuerdo de su hermano que también acaba de morir. Para ello no encuentra mejor método que entrar al servicio del conde Orsino, a la sazón enamorado, sin esperanza de verse correspondido, de Olivia. Caracterizada de paje y con el nombre de Cesáreo, Viola se gana la confianza de Orsino quien convierte al falso muchacho en su emisario de confianza para intentar ablandar el corazón de Olivia.

Obvio es decir que el caprichoso destino que gobierna los afectos y los sentimientos de los protagonistas querrá que los acontecimientos discurran por derroteros distintos a los que el duque y las damas Viola y Olivia habían planificado. Y es que Shakespeare con esta comedia invalida cualquier pretensión de conferir racionalidad al comportamiento humano. Los propósitos de Olivia de permanecer un tiempo alejada del mundo se diluyen como un azucarillo ante la primera mirada de Viola/Cesáreo; la vehemente inclinación (“the beating of so strong a passión”) de Orsino hacia Olivia muda de propósito y de objeto amoroso en un abrir y cerrar de ojos para dirigirse a Viola; respecto a Sebastián, a quien por equivocación besa apasionadamente Olivia, pasa rápidamente de la estupefacción a creerse el causante del súbito enamoramiento de la condesa. Eso por no hablar del grotesco y fatuo Malvolio, mayordomo de Olivia, dando pábulo a la burda estratagema fraguada por María, Tobías y Andrés para reírse de él y ridiculizarle, y que llevan a cabo, por cierto, la burla más cruel de toda la historia de la literatura dramática.
La mayor complejidad de la obra radica, a mi juicio, en compaginar sin que se rompa el equilibrio las escenas festivas, las de una dimensión más humorística con aquellas en las que aflora la genuina voz del sentimiento. Creo que este montaje de Eduardo Vasco, en clave de opereta bufa, inclina el fiel de la balanza sobre las primeras en detrimento de las segundas. Tampoco la traslación temporal de la trama, que en otras ocasiones le ha dado tan buen resultado, satisface las expectativas de un público que esperaría, en el papel de Feste, a alguien cuya caracterización lo acercara más a un bufón que a un gangster de la Ópera de los cuatro cuartos, de Brecht; a un intérprete a la altura del gusto musical, exquisito, del duque de Orsino.

La concepción general del espectáculo y el abundamiento en su carácter farsesco -indubitable en multitud de escenas- contamina toda la acción dramática confiriendo a su desarrollo un sesgo predominante y excesivamente frívolo, a nuestro entender, llevando la parodia hasta extremos que rozan el histrionismo. Perviven, empero, multitud de oportunidades para el disfrute de las sutilezas del verbo de Shakespeare, de su numen poético y de su amplitud y hondura de juicio a través de un trabajo actoral de probada solvencia. José Ramón Iglesias explota en exceso la veta charliechaplinesca en la construcción de su personaje y se convierte en el verdadero bufón de palacio servido por su inseparable compañero de fatigas y dipsómano empedernido don Tobías Regüeldo (Fernando Sendino). Daniel Albaladejo presta empaque y aplomo a un melancólico, engreído y enamoradizo Orsino. Destacan quizá, Beatriz Argüello y Héctor Carballo. La primera en el endiabladamente difícil papel de expresar las dos identidades de Viola; el segundo en el papel del falso puritano Malvolio protagonizando las dos escenas más rotundamente hilarantes de la obra: aquella en la que se insinúa a Olivia, pero sobre todo, la de la lectura en voz alta de la falsa misiva de la condesa.

Gordon Craig.


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