viernes, septiembre 28, 2012

TEATRO: Nadie verá este video: "Decir y no decir".


De Martín Crimp.
Con: Gabriela Flores, Francesc Garrido, Albert Pérez, María Rodríguez, Martí Salvat y Diana Torné.
Dirección: Carme Portaceli.
Madrid. Teatro Valle-Inclán.



El lenguaje es extremadamente ambiguo. Eso lo saben bien los escritores, sobre todo los poetas, que cultivan sobremanera la alusión, la sugerencia y esa radical ambigüedad del signo lingüístico que permite interpretaciones distintas de las mismas palabras. Y lo saben también los publicistas y los analistas de las empresas que hacen estudios de mercado, los nuevos arúspices que tratan de descubrir los deseos más recónditos de los consumidores no ya escudriñando como antaño las vísceras de los animales sino a través del minucioso escrutinio de las respuestas y reacciones de dichos consumidores en las encuestas de opinión.

Colin Parker, el protagonista de la pieza que comentamos, es un analista altamente cualificado de una de estas empresas de opinión que conoce a Elisabeth precisamente durante una entrevista en profundidad a la que la somete en relación con sus hábitos de consumo alimentario. Pronto nos damos cuenta, a juzgar por el cariz intimidatorio que toma esta entrevista y por la evolución posterior de los acontecimientos, que el objetivo del autor va más allá de una mera sátira al consumismo, o de planteamientos típicos de un conflicto de pareja, para inscribirse en una reflexión de fondo sobre la mentira y sobre la manipulación ejercida justamente por medio del lenguaje, por esa posibilidad que ofrecen las palabras de expresar lo que no dicen, o lo contrario de lo que dicen, o de ser usadas como pantalla para ocultar lo que no queremos decir o lo que no deseamos que se sepa de nosotros. Y es que “comunicarse -como dice Pinter- es muy alarmante; descubrir a los otros nuestra miserias y nuestra desnudez es una posibilidad temible”.

Se trata de un texto ágil no exento de humor y de ironía, de diálogos ingeniosos pero de escaso recorrido y de baja intensidad dramática, diluida en breves episodios no del todo conexos de los que entran y salen los personajes sin pena ni gloria. De hecho la obra empieza con una atropellada entrevista en plena calle (entrevista casi “robada” por la agresividad y pericia de la entrevistadora a una ama de casa en una situación anímica particularmente crítica) y termina en el salón de la casa familiar de Elisabeth (la entrevistada) convertida a esta nueva religión de escrutadora de almas sin que sepamos bien el objeto, las razones, las consecuencias ni el sentido último de dicha transformación. A no ser que sea precisamente esa carencia de sentido lo que quiera recalcar el autor: el vacío, la desorientación, la prisa, la incomunicación, en suma, de unos seres que, paradójicamente, habitan un mundo modelado por las comunicaciones y lo audiovisual.

Elisabeth (Gabriela Flores) vendría a ser el paradigma de ese ciudadano corriente, anónimo, con el que nos cruzamos a diario en un paso de cebra cuando vamos a trabajar. Vulnerable, insegura y celosa de su intimidad, termina cediendo a los cantos de sirena del éxito y del reconocimiento social que promete, falazmente, sacarla de su soledad. Respecto Colin, sus ocasionales accesos de “pánico existencial” lo emparentan con algunos personajes pinterianos. Asimismo, en muchas de sus actitudes no podemos dejar de observar la sensación de vacío e impotencia de Willy Loman, de La muerte de un viajante; cierto que este Colin desaprensivo y sin escrúpulos que modula con gran pericia Francesc Garrido nunca llega a ese grado de frustración de Willy al final de su carrera, la patética imagen de un hombre acabado que masculla su rabia y su indignidad; llama la atención, por el contrario, el desenfado con el que está tratado ese vacío existencial, que se traduce en unas inocuas reflexiones a lo largo de una ocasional conversación con otro parroquiano noctámbulo en la barra de un “night club”, reflexión llena de vaguedades y lugares comunes que no lleva a ninguna parte, y que sin embargo posee un extraño realismo.

Con menos de media entrada, este espectáculo, que se salva por la solvencia actoral y por un acertado planteamiento escénico-escenográfico y de dirección, no hace sino confirmar la incertidumbre con la que arranca esta temporada de recortes y de subida escandalosa del IVA del teatro. 

Gordon Craig.


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