viernes, noviembre 11, 2011

TEATRO. Los emigrados. "Tragicomedia esperpéntica".


De Slawomir Mrozek. Versión y adaptación de Jaroslaw Bielski.
Con: Jaroslaw Bielski y Frank Feys.
Dirección: Socorro Anadón y Jaroslaw Bielski.
Madrid, Sala Réplika.



AA y XX son dos emigrantes polacos que por circunstancias distintas se han visto obligados a abandonar su patria. El primero es un intelectual exiliado por motivos políticos, el segundo un trabajador de la construcción que sólo desea ahorrar lo suficiente para volver con su familia y rehacer su vida. Su convivencia forzada en un sótano infecto de un edificio de apartamentos, probablemente en una gran urbe del país de acogida, crea las condiciones para que se desarrolle entre ambos una estrecha relación de camaradería, casi podría decirse, de hermandad en el infortunio, lo que propicia la confidencia íntima y el intercambio de ideas y pareceres. Un intercambio que a veces es franco y sincero, pero que por lo general está lleno de reservas, suspicacias y hasta desconfianza, y a través del cual vamos a ir descubriendo el alcance de la frustración y el dolor por su fracaso vital pero también la maraña de mentiras, malicias e intereses bastardos que enturbian su relación y muestran, a pequeña escala, la dificultad de construir esa “comunidad noble y honrada que les hará libres” por la que claman justo antes de caer el telón.

La portentosa capacidad de observación de Slawomir Mrozek y su particular sentido del humor le permiten descubrir, aun en situaciones límite, -como es el caso de la tragedia del exilio y la condena a la marginalidad de los protagonistas de la obra, arrancados de sus raíces y de sus afectos-, el lado más grotesco y absurdo del comportamiento humano. La pieza se convierte así en una suerte de tragicomedia esperpéntica donde incluso las intenciones más nobles y utópicas o las aspiraciones más legítimas se vieran truncadas por la debilidad o por la torpeza de los personajes, y devinieran, y con ellas los propios personajes, en caricaturas de si mismos, en víctimas de una burla cruel del destino.

La labor que ha hecho el equipo artístico de la sala Réplika con este texto es espléndida, empezando por la versión, pasando por la dirección y terminando por el trabajo de los actores. La versión arroja un perfecto dominio de los elementos del registro coloquial del español, las réplicas están llenas frases en suspensión, de sobreentendidos, de monosílabos, de interjecciones y exclamaciones, y de otros mil y un recursos de la expresividad, entre los cuales, no es el de menor importancia el esfuerzo llevado a cabo para hacer evidentes las dificultades concretas de XX para la pronunciación del español, lo que potencia el contraste entre los personajes y confiere una excepcional verosimilitud a los diálogos. Excepcional es también el trabajo de construcción física y emocional de los personajes. Esa labor de abstracción que tantas veces tenemos que llevar a cabo para disociar al actor del personaje aquí se hace innecesaria. Desde que XX (Frank Feys) irrumpe en escena renqueando, porque los zapatos que lleva puestos le están demasiado pequeños (unos zapatos, por cierto que no se avienen con su fisonomía de hombrón desgarbado, de movimientos torpes y expresión un tanto estupidizada), chapurreando el castellano y satisfecho de sus excursión vespertina por las inmediaciones de la estación de ferrocarril, ya no vemos al actor sino a un obrero explotado, embrutecido por un trabajo alienante y por las privaciones, volviendo a su cubil después de los escarceos callejeros en su único día de asueto, a un hombre solitario y triste que busca un poco de calor humano y el modo de combatir el hambre y la nostalgia, compartiendo sus recuerdos con su compañero de fatigas. Y lo mismo puede decirse de AA (Jaroslaw. Bielski), la cortesía y los modales exquisitos del intelectual son el contrapunto exacto del comportamiento primario de XX, aunque el trato afable y cordial y su predisposición a escuchar a duras penas ocultan el resentimiento y la frustración. Su discurso utópico y grandilocuente resulta patético, si no ridículo y sus grandes palabras sobre la libertad y la esclavitud se estrellan una y otra vez contra el muro de incomprensión de XX y sólo sirven para atizar en él la desconfianza y el odio. Entre las chanzas, los reproches y las amenazas queda espacio, no obstante, animados por los vapores del alcohol en el que ambos ahogan sus penas, para la conmiseración y la esperanza.

Gordon Craig.

Los Emigrados en el Teatro Réplika.

Gordon Craig en el Diario de Alcalá.

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