viernes, junio 24, 2011

TEATRO. Los 7 pecados capitales. "Hacia el espectáculo total".


De: Producciones Imperdibles.
Con: Antonia Zurera, Lucía Vázquez, Ivan Amaya, María José Villar y Juan Melchor.
Dirección: Gema López y José María Roca.
XI Festival “Clásicos en Alcalá”. Alcalá de Henares. Teatro Salón Cervantes. 2 de abril de 2011.


De alguna manera este espectáculo de Producciones Imperdibles con el que echa a andar la XI edición de “Clásicos en Alcalá” materializa el sueño de los grandes directores de escena de principios de siglo XX para quienes la verdadera forma dramática sólo se conseguiría cuando los distintos elementos expresivos que pueblan la escena pudieran fundirse en un todo coherente. El alto grado de desarrollo técnico que han experimentado la iluminación o los lenguajes multimedia ha facilitado mucho esa tarea, pero junto a sus conquistas, innegables, y evidentes en este montaje, ese empeño por conseguir el espectáculo total muestra también sus insuficiencias y la sospecha, de si no será éste en realidad un empeño quimérico. Sin ir más lejos, en el montaje que nos ocupa parece bastante evidente el predominio de los elementos plásticos y visuales -incluido el cuerpo del actor en movimiento- y de la música en detrimento del texto, que juega un papel meramente testimonial, por no decir redundante y, por consiguiente, prescindible.

Maximalismos aparte, y por ser justos con este espectáculo de Gema López y José María Roca, cabe recalcar que tiene muchas virtudes, si es que podemos hablar así de una obra que trata justamente de lo contrario, es decir, de los vicios -o “pasiones”, como les gusta decir a los autores-, que desde que el mundo es mundo tiranizan a los humanos. La primera de estas virtudes es el enfoque abierto y sin prejuicios desde el que se aborda esa reflexión, glosa, o como queramos llamarlo, sobre los tradicionalmente llamados “siete pecados capitales”, superando el tratamiento doctrinal o moralizante habitual en estos casos. Ya en el plano estrictamente artístico las virtudes de este montaje son si cabe más tangibles, empezando por la atinada elección de la música y terminando por la plétora de imágenes pictóricas que constituyen el soporte iconográfico, espeluznantes imágenes, por cierto, de las inquietantes alegorías de El Bosco o de Brueghel y de sus seres monstruosos y diabólicos que debieron de aterrorizar a sus coetáneos y que aún hoy conservan una fuerza devastadora.

Pero sin duda el mayor atractivo del espectáculo lo constituye la danza, o por mejor decir, cómo se articula el movimiento con el resto de elementos visuales de la escena. Los actores/bailarines (espléndidos, por cierto) no se limitan a evolucionar ante los fondos proyectados, sino que, bajo la intensa luz de los reflectores que potencia la plasticidad de sus movimientos, se funden con ese fondo de imágenes proyectadas, fijas o móviles, en una infinidad de modulaciones y tonalidades, que van desde la orgía de contorsiones y salpicaduras de sangre de la “Ira”, hasta la humorada cantinflanesca de la “Gula”, pasando por la suite galante de la desdeñosa dama del espejo en la “Soberbia” o por el pequeño prodigio de sincronía que constituye la coreografía que ilustra la “Envidia”, impecable simbiosis de las realidades física y virtual sobre un minimalista entorno de plataformas en varios niveles.

En fin, un espectáculo de magnífica factura, una mirada distinta, penetrante, a los clásicos y un homenaje a su impronta perdurable.

Gordon Craig.

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