viernes, mayo 27, 2011

TEATRO. Natasha’s dream. "El trémulo fulgor de la inocencia".


De Yaroslava Pulinovich.
Con: Elena Gorina.
Meyerhold Theater Centre. Dirección: Shamil Dyikanbaev.
XXVIII Festival de Otoño en Primavera.
Madrid, Sala Cuarta Pared.



Lo creí en un primer momento y ahora, tras presenciar montajes como éste del Meyerhold Theater Centre, me reafirmo en la convicción de que trasladar a estas fechas preveraniegas el Festival de Otoño ha sido un error. Se argumentó en su momento que los espectáculos programados entraban en competencia con los estrenos de los teatros privados; y ¿qué hay de malo en la competencia? Además, ¿puede imaginarse qué inyección de entusiasmo y de ganas de ir al teatro, infunde sobre el ánimo el espectador que vuelve relajadamente de sus vacaciones estivales participar en una experiencia artística tan estimulante como la que constituye este montaje que se estrena en la Cuarta Pared?

Mas que nunca, el “espacio vacío” que reivindicara Brook se revela en esta puesta en escena como la matriz más pura y fecunda, genésica, del hecho teatral, de la representación reducida a sus términos esenciales. Cuatro paredes desnudas, que delimitan lo que podría ser la celda de aislamiento de un reformatorio, y en ese espacio angosto y oscuro, una joven, casi adolescente, desgranando entre el temor y la exaltación la historia de su vida. He ahí todo lo que se necesita para hacer teatro; cuando el texto es incisivo, el director riguroso y la actriz posee talento, claro, requisitos que satisface cumplidamente el espectáculo del que hablamos.

Respecto a la historia, el crudo relato en primera persona del despertar de la pubertad y de la pérdida de la inocencia de la protagonista, una joven y rebelde huérfana recluida en un reformatorio, cabe decir que es estremecedora, y lo que resulta todavía más perturbador, de un rigurosa y casi hiriente actualidad. En el texto alternan la confesión íntima de los deseos y temores de Natasha, de sus sueños y de su desesperación, con el reproche acerbo a una sociedad anestesiada, insensible e indiferente al dolor ajeno. El trabajo de actuación es, sin reservas, admirable y denota una extraordinaria madurez artística en una intérprete, Elena Gorina, que apenas cuenta con 25 años. Desde que aparece en escena acurrucada en un rincón del escenario como un animal indefenso hasta la explosión de rabia y despecho con la que termina la obra, su figura frágil, su cuerpo en tensión, con movimientos ágiles como los de un felino dispuesto a saltar sobre su presa, la dureza de sus facciones y su expresión temerosa y de infinita tristeza, como las de alguien a quien le ha sido negada la ternura, desatan inmediatamente en el espectador un torrente de compasión y de congoja que se te aloja en algún lugar entre el corazón y la garganta y que no te abandona durante toda la representación, una angustia que apenas se relaja en los momentos en que la mirada de Natasha se ilumina transformada por el fulgor de un recuerdo placentero o cuando se permite soñar con la felicidad.

Una eficaz y magníficamente sincronizada trascripción de los subtítulos en castellano permite que podamos seguir sin mayores dificultades el hilo del discurso mientras disfrutamos del fraseo elegante y de la exquisita modulación de la voz de una actriz de excepción capaz de desvelar los más secretos registros y variaciones tonales del idioma original.
Una experiencia intensa, un espectáculo austero, grandioso en su pequeñez.

Gordon Craig.

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