domingo, marzo 20, 2011

TEATRO. Woyzeck. "Por la humillación a la locura".


De: Georg Büchner. Versión de Juan Mayorga.
Con: Javier Gutiérrez, Lucía Quintana, Jesús Noguero, Helio Pedregal, Markos Marín, Helena Castañeda, Marina Seresesky, Trinidad Iglesias, Ana María Ventura y otros.
Escenografía: M. Glaenzel y E. Cristià. Iluminación: J. Gómez-Cornejo. Movimiento escénico y coreografía: Chevi Muraday.
Dirección: Gerardo Vera.
Madrid. Teatro María Guerrero.


Partiendo de una noticia aparecida en los periódicos de la época que daba cuenta de un crimen pasional, Büchner (1813-1837) construye una trama de excelente factura dramática que sobrepasa ampliamente la anécdota de origen para inscribirse en una profunda e inquietante reflexión acerca del proceso mediante el cual el hombre natural, incapaz de sustraerse a un destino marcado por su origen y por el entorno material en el que vive, viene a ser corrompido, destruido, más bien, por la sociedad.

En este caso la víctima es Woyzeck, un modesto miembro de la clase de tropa, un pobre diablo, a medio camino entre el esperpético Friolera valleinclanesco y el Pascualillo Duarte de Cela, cuyo único error es haber mantenido relaciones sexuales extramatrimoniales con una hermosa mujer, María, que le atrae poderosamente. En el fuero interno de este cándido personaje no hay nada reprobable en esa relación, fruto de la cual ambos han tenido un hijo. En cambio, la comunidad sanciona este comportamiento como ilícito e inmoral, y a partir de ahí se desata toda una suerte de sucesos que van a conducir a la desgracia del protagonista. El comportamiento ocasionalmente anormal de Woyzeck, su torpeza, sus “visiones”, o los celos -aún siendo ese último sentimiento el desencadenante de la tragedia- no son sino elementos añadidos a un proceso más general de aislamiento y de reprobación de un individuo que ha transgredido las normas sociales y que tiene que ser castigado.

Brechtiana avant la lettre, e inconclusa (el autor murió con apenas 23 años dejando únicamente un borrador), la obra se articula mediante la superposición de breves cuadros que presentan los hechos esquemáticamente. Pero en ese material en bruto, si puede decirse así, hay base suficiente para revelar una tragedia en toda regla con una carga de crueldad, violencia y primitivismo que emparenta a Woyzeck con los héroes clásicos. Y así lo han sabido ver tanto el autor de la versión como el director del montaje. Mayorga ha llevado a cabo un paciente trabajo de reelaboración textual que clarifica algunas inconcreciones y ambigüedades del texto original, vertiéndolo en un lenguaje sobrio y directo cuyas variaciones de estilo acentúan el contraste entre el pueblo llano y la clase dirigente. El lenguaje de la chusma es esencial, concreto, casi cortante y despojado de retórica; por el contrario a través de la pomposa y grandilocuente verborrea del Doctor y del Capitán, y -curiosa semejanza-, de la Charlatana, se ridiculiza de manera inmisericorde a los miembros de esa supuesta clase superior.

La puesta en escena de Gerardo Vera incide en ese realismo brechtiano al que aludíamos arriba mezclando elementos farsescos con otros más afines a una poética de corte expresionista para dar cuenta de la virulencia y desmesura con la que se expresan los sentimientos y emociones de los personajes, desde los celos del titubeante y torturado Woyzeck hasta el ímpetu arrollador del deseo libidinoso de María, pasando por el arrogante paternalismo del Capitán, por la petulancia del Doctor o por la violencia de la soldadesca expresada por medio de la intimidación y la fuerza bruta; y también esa pulsión de muerte que se hace patente desde que vemos a Woyzeck blandiendo la navaja barbera para afeitar al capitán de la compañía de tambores del regimiento.

Desde los compases iniciales, con esa explosión de música, colorido y alegría que se despliega con la llegada de los titiriteros, el espectáculo te arrastra con una fuerza avasalladora y no sólo en las escenas corales, para las que Gerardo Vera parece estar particularmente dotado. Ese arranque de la obra con la escena de la barraca de feria y la presentación de este bruto con inteligencia humana del que habla la Charlatana, marca, asimismo, la pauta de irrealidad, de juego brutal, de rito simbólico en que se inscriben los sucesos que vienen a continuación. Dentro de este juego de símbolos, el oscuro pantano que representa de forma estilizada la escenografía de Max Glaenzel y Estel Cristià es una feliz metáfora de esa ciénaga pozoñosa que constituye el hábitat natural de Woyzeck y de los restantes moradores de la comarca.

Por lo que respecta a ciertos aspectos del movimiento escénico, y dicho sea de paso, la labor de Chevi Muraday, autor de las coreografías, ha debido de constituir una ayuda impagable. Y, desde luego, no puede dejarse de mencionar el espléndido trabajo de los actores, sin excepciones, empezando por la vitalidad desbordante y la carnalidad de María (Lucía Quintana) y terminado por el ingente e inspirado trabajo de Javier Gutiérrez que consigue trasmitir toda la simpleza de ánimo y el carácter bonachón y confiado de Woyzeck, y su torpeza, pero también el tormento de los celos, el regusto amargo de la incomprensión y los oscuros recovecos de un alma torturada y enfermiza.

Gordon Craig.

Woyzeck, Teatro María Guerrero.

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