viernes, febrero 04, 2011

TEATRO. Penumbra. "Terapia de grupo"


De Juan Cavestany y Juan Mayorga.
Con: Luis Bermejo, Nathalie Poza, Alberto San Juan y Guillermo Toledo.
Compañía Animalario. Dirección: Andrés Lima.
Madrid. Naves del Matadero.



Por lo que respecta a la escritura de Juan Mayorga, puede incluirse esta pieza, junto a Animales nocturnos y sobre todo junto a Hamelin (producida también por Animalario), dentro de lo que lo que podría considerarse la vertiente más social de su teatro. Con una dramaturgia alejada por completo de los patrones compositivos y del desarrollo de la acción dramática propios de la poética realista, mantienen, empero, dichas obras un estrecho vínculo con la realidad social urbana contemporánea, cuyos problemas de integración, incomunicación, impostura, violencia soterrada, angustia y miedo ante la incertidumbre se abordan una y otra vez con inusitada crudeza.

Es como si ambos autores, Mayorga y Cavestany, y los integrantes de Animalario tuvieran necesidad, periódicamente, de hacer una incursión por lo más profundo y oculto de su mundo interior y sacar a la superficie a sus fantasmas como un modo de exorcizarlos; no se si es dado decir, de racionalizarlos, porque la plasmación dramática de dichos terrores y frustraciones en esta ocasión toma la forma de los sueños, la informe -más bien-, y perturbadora fisonomía de las pesadillas nocturnas. Atmósfera irreal, onírica, luz hiriente de neones, penumbra; imágenes difusas del pasado, ora hirientes y amenazadoras, ora amables y balsámicas, como la dulzura de un abrazo o de una mirada, ora privadas de sentido o deformadas por la inconsistencia del recuerdo

Y frente a los cantos de sirena de los paraísos artificiales que nos auguraba el progreso -promesas siempre incumplidas-, una angustiosa pregunta de fondo: ¿es realmente posible la felicidad? Y el desolador espectáculo del amor traicionado, agotado en la vacua reiteración de sus rituales sexuales; y el estremecedor testimonio de la infancia traicionada, de la imagen del padre mil veces idealizada y otras tantas devaluada, y la impotencia para combatir la desgracia y el desvalimiento en la mirada cándida de un niño que intenta comprender sin conseguirlo.

Todo ello en un experimento escénico inclasificable, en una apuesta arriesgada, que en el orden del caos depara momentos de gran intensidad dramática junto a momentos de desconcierto y de perplejidad, y de dudas acerca de la intencionalidad de este montaje por parte de un grupo con demasiada frecuencia encasillado por voluntad propia en algo muy parecido a la militancia política. En cualquier caso, es meritorio el esfuerzo de investigación formal, e innegable, también, el sólido trabajo de actuación de todo el elenco, un trabajo muy físico, una desusada implicación del ser completo del actor en su trabajo que interpela brutalmente, sin contemplaciones, a los espectadores dirigiéndose no sólo a su intelecto sino a sus tripas; destacan quizá Alberto San Juan (el Padre) y Nathalie Poza (la Madre), ambos son el trasunto de seres atormentados en precario equilibrio emocional, presa de la visceralidad e intemperancia el primero, la segunda, una suerte de “mater dolorosa” de belleza convulsa, que hacen gala de una extraordinaria ductilidad para adaptarse a la violentas y cambiantes pulsiones de su instinto y a los diversos planos de realidad en que se desenvuelven sus personajes.

Gordon Craig.

Penumbra en las Naves del Matadero.

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