miércoles, abril 21, 2010

TEATRO. Fin de partida. "La palabra frente al silencio".


De Samuel Beckett.
Con: José Luis Gómez, Susi Sánchez, Ramón Pons y Lola Cordón.
Dirección: Krystian Lupa.
Teatro de la Abadía, Madrid. 15 de abril de 2010.


La acción de Fin de partida se desarrolla tras una hipotética catástrofe natural o provocada -no acertamos a saberlo- que al parecer ha destruido cualquier vestigio de vida en el planeta, excepción hecha de los personajes de la obra, Hamm, sus padres Nagg y Nell y su sirviente Clov. Nada se dice de los protagonistas, salvo que mantienen una relación entre sí de amo y criado, ni del tiempo que llevan encerrados entre las cuatro paredes de esa especie de bunker donde transcurre la acción; y menos aún de Nagg y de Nell, sino una vaga evocación a algún momento de su pasado dichoso y una referencia al accidente del que salieron mutilados de ambas piernas; ahora son dos ancianos decrépitos, encerrados en una especie de urnas o contenedores de basura, cuya debilidad extrema los mantiene en un estado de semi-inconsciencia o somnolencia del que salen en contadas ocasiones para lamentarse de su suerte mientras intentan, en vano, llevar a término el más mínimo de sus deseos como rascarse o darse un beso. El tiempo parece haberse congelado y los personajes están varados en un presente incierto constituido por la reiteración de acciones anodinas y sin sentido ni finalidad aparente, mientras recurren a un intercambio verbal estereotipado hecho de frases vacuas que, en otro contexto o situación quizá tuvieran o hayan tenido significado, pero que ahora lo han perdido por completo y sólo sirven para simular que mantienen el contacto, para no romper definitivamente el vínculo con el otro y hundirse en la absoluta soledad, o, como dice Sanchis Sinisterra, para compensar la impotencia activa de los personajes (Nagg y Nell, como hemos dicho son unos mutilados, y Hamm es ciego y paralítico y permanece toda la obra en su silla de ruedas) y para mantener viva su sensación de existir.


Trasponer a la escena un texto teatral de esta naturaleza, una obra que ha sido vaciada hasta límites inconcebibles de los elementos de la teatralidad (trama, argumento, conflicto, acción física, etc) que habían configurado, hasta el advenimiento de los dramaturgos del absurdo, y de Beckett en particular, lo que la crítica especializada ha definido como “drama moderno”, es toda una proeza; atrapar al espectador con ese lenguaje que es la negación misma del lenguaje, atrayéndolo, entre el terror y la fascinación, hacia el interior del vacío, del silencio, de la nada, es un prodigio.

Y una revelación. Y es que, pese a esa drástica simplificación de la acción, de la trama y de la referencialidad a que aludimos, todavía queda en la obra un núcleo irreductible de dramaticidad esencial que uno percibe de manera intuitiva cuando lee el texto, y que no sabe a ciencia cierta donde radica hasta que el talento de un director excepcional nos lo revela, escondido -¿dónde si no?-, entre los pliegues del discurso caótico y absurdo de los personajes, en la sutil modulación de sus entonaciones y en la sabia administración de las pausas, de la escucha y de los silencios.

La puesta en escena y ambientación, responsabilidad también de Crystian Lupa, es escrupulosa con las acotaciones escénicas y obedece al mismo principio de estricta sobriedad que inspira el movimiento escénico y la configuración del espacio sonoro; reproduce un interior de hormigón, vacío y oscuro con dos ventanucos al fondo y una puerta lateral medio inundada por la arena, lo que sugiere un refugio subterráneo donde los protagonistas esperan la aniquilación. La actuación se rige también por este principio de ascetismo. José Luis Gómez (Hamm) realiza un trabajo insuperable. Es el paradigma de la contención; obligado a permanecer durante todo el espectáculo en su silla de ruedas luciendo gafas oscuras, la expresión se concentra en el movimiento de brazos, manos cuello y músculos faciales que controla con consumada destreza, concentrando en ellos y en una dicción pausada y grave, levemente alterada por las emociones, toda la angustia, el desconcierto o la sumisa aceptación de la realidad que encierra su personaje. Susi Sánchez, hace asimismo una creación magistral de Clov, el sirviente; bajo el atuendo y ademanes de un despreocupado clochard de andar dubitativo y elástico y de expresión entre jovial y ausente se esconde la obstinada sumisión de un ser frágil, desvalido, que irradia una rara pureza angelical. Pero Ramón Pons y Lola Cordón en los papeles de Nagg y Nell respectivamente, no les van a la zaga. Ambos encarnan los estragos del paso del tiempo; el primero, el patético empecinamiento en el odio, la inusitada energía de un moribundo aferrándose a la vida pese a la extrema debilidad corporal, la desesperada demanda de ayuda; respecto a Lola cordón, el timbre cálido de su voz y su expresión entrecortada y absorta trasmite una infinita ternura y a la vez, su mirada ausente y los manifiestos síntomas de consunción preludian su inapelable final.

Gordon Craig.

Teatro de la Abadia. Fin de partida.
Crítica Gordon Craig, Diario de Alcalá.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un gran montaje... Lo mejor que he visto del absurdo...