miércoles, abril 14, 2010

TEATRO. El balcón. “Perverso juego de simulación”.


De Jean Genet.
Con: Yolanda Ulloa, Fernando Sansegundo, Celia Nadal, Raúl Sanz, Paco Maestre, Rafael Núñez, Sergio Macías, Ricardo Moya, Nadia Doménech, Noelia Benítez, Sonia de Rojas, Mahue Andujar y otros.
Dramaturgia y dirección: Ángel Facio.
Madrid. Naves del Matadero. 10 de abril de 2010.


El teatro de Genet nace probablemente del mismo impulso destructivo que la obra de los dadaístas y persigue el mismo efecto perturbador sobre la conciencia adormecida de los espectadores que pretendía Artaud. Abomina de la representación realista, ya que según él mismo escribe, la representación ficticia de una acción o de una experiencia, nos dispensa de verificarla o experimentarla nosotros mismos en un plano real. De modo que su teatro tiene mucho de ceremonia ritual, no tanto representación mimética de la realidad como de -para decirlo con sus propias palabras-, “explosión activa que obligue al espectador a reaccionar”.


El veterano director Angel Facio, familiarizado desde sus orígenes (Los Goliardos) con el lenguaje de la farsa y con el teatro ceremonial está pertrechado de la experiencia necesaria para abordar con éxito el montaje de este texto inquietante, turbador y hasta blasfemo, si se quiere, de Jean Genet; sin embargo creo que ha optado por un envoltorio formal demasiado “civilizado” y convencional que limita notablemente su potencial trasgresor. Por ejemplo, las imágenes “robadas” de los momentos de intimidad en los que los clientes del burdel dan satisfacción a sus fantasías y perversiones con ayuda de las prostitutas de Madame Irma no pasan de ser un burdo simulacro de la depravación ante el que el espectador permanece impávido en la platea, por mucho que estos pobres diablos asiduos del burdel disfracen sus tendencias sadomasoquistas embutidos en el uniforme de gala de un general, en el ropón de un juez togado o en el traje talar de un obispo (buen trabajo, empero, de Paco Maestre), con su mitra y con su capa pluvial incluidas. Impávido e incluso hastiado con la reiteración estéril en lo dejà vu recibe el espectador la imagen de las naves del matadero convertidas en improvisada fortificación y de los milicianos anarquistas arrojando soflamas y octavillas o cantando a voz en grito las estrofas de la Internacional, mientras los despreocupados espectadores se toman una coca cola en el intermedio del espectáculo. Patético. Y es que no corren buenos tiempos par la performance en la era de la espectacularización de la cultura.


Quizá el propio texto de Genet es demasiado ambicioso, excesiva la metáfora del burdel/santuario, último refugio de la impudicia, de la maldad y de la sed insaciable de poder, último baluarte de un orden social corrupto, depravado, que agoniza ante el empuje imparable de la revolución de los oprimidos. Todo parece un tanto desmesurado, y persiste el aroma de lo abstracto, de lo inconcreto, la frialdad de las alegorizaciones, contra los propios deseos del dramaturgo. Lástima, porque el concepto del espacio escénico y ambientación parecía atinado y el trabajo de los actores también, meritorio en general, en algunas ocasiones incluso notable, como en el caso de los personajes principales: el chulesco y miserable tiranuelo comisario de policía Don Jorge (Fernando Sansegundo), o la fría y calculadora Irma (Yolanda Ulloa) que derrama sobre le escenario con soltura inigualable durante las más de dos horas y media que dura la representación su porte altanero de gobernanta, su belleza hierática, su seguridad en sí misma y una extraordinaria presencia de ánimo.

Gordon Craig.



Naves del Matadero. El Balcón de Jean Genet.

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