Vagamente recuerdo aquella tarde de marzo de 1997 en el café Manuela. Enrique Valle, el poeta, presentaba su último poemario: “Noé desobediente”. Nos congregamos algunos amigos, muchos amigos, y entre la dureza de sus versos y la oscuridad del café, saboreamos un “bourbon” con agua bien seco.
Pocos recuerdos más tengo de aquella cita. Han pasado ya casi diez años.
Diciembre de 2006. Por la tarde. Madrid. En un autobús de la EMT vuelve a aparecer el poeta. Su pelo blanco grisáceo y sus gafas de acero inoxidable con un soporte para cristales oscuros colocado sobre la montura lo delatan. No puede ser otro. Es él. Me siento a su lado y conversamos: de la vida, del paso de los años, de tiempos mejores ya pasados, de amigos, de la familia, ... y de las obras de Gallardón que pronto acabarán, pero lo que seguro que no terminará tan pronto es el pago de sus facturas, el sangrante goteo de dinero público que llena las arcas de los oligarcas del hormigón.
El breve encuentro se termina con un caluroso abrazo y un apretón de manos en una estación Metro, del Metro de Madrid, ese túnel inmenso, siempre cargado de almas solitarias y de sorpresas. Como la mía y la de Enrique.
Ahora os dejo con la voz del poeta, con sus versos, para que los disfrutéis en soledad, o los recitéis en compañía. ¡Atentos los sentidos!
Y el séptimo día descansemos.
I
Ser impecable
Es ser a pesar de todo
Aunque incomode
II
Ser respetuoso con el enemigo
Es no necesitar más amigo que uno mismo
Acostarse con amantes residuales
Y despertar sin una sola herida
III
Ser fuerte
Es abrir las puertas de la ciudadela
Dejarse conquistar
Y soltar la carcoma de los labios
IV
Ser dios
Es ser el Hombre encadenado a la verdad
Y no decirlo
V
Ser
Puede no ser un monosílabo
VI
Las consecuencias de la Luna
-Dudosa consejera-
Aparecen al cabo de seis renovaciones
Quitándote las rémoras de Luz
Para aumenta sus lunas protectoras
Sospechoso.
Lo mismo no es más que rabia
Pura envidia de dragón frente a San Jorge
O un no sé qué bochornoso
Que me niego a mirarme
Rabia por no estar demasiado loco
Y no ser capaz de molinos y rebaños
Ni de decir “puta” en el currículo
O afilar el gesto cuando conviene
Envidia de los césares
Que a veces tienen razón
Y a veces cuatro hileras de manos
Para agarrar los bastos las espadas las copas
Y los dividendos
Rabia por no estar a bordo del instante
Por haberme quedado con los náufragos de siempre
Que lloran en conserva para no fermentar jamás
Envidia ante los fuertes
Que se conforman con la costumbre
Y viven como dios cuando vive bien
Y encima quieren cruces a cuenta
Envidia y rabia
Mintiendo como testigos
Los mismo de noche que de rodillas
Maquillando su fealdad
Por rabia por envidia por encima de todo
Doble o nada.
En las noches que salen las sarnas
Y el postre arde una eternidad en el estómago
Rodando pasito a pasito por la barbarie
En busca de rozaduras tan de los santos
Habiendo acabado ya de jorobarla
Con el asunto ese de hacerse el glorioso
Más con el pelo que con el amor
Harto de tanto despilfarro
Como una mano no podría imaginar
Entonces
Acontece
Que
Tal vez aparezca la niña de los improvisos
A la espalda de la sonrisa inmóvil
Como perdida por ahí
Y te diga cosas en clave de ruina
En una invitación al epílogo
Con su boquita infectada
Y el porte del alma en cuarentena
Asomará
Volando la fibra más frágil
Y sí no se anda uno con buen pulso
La dichosa luz de las farolas
Puede hacernos cometer errores de primavera
Como besar su herida
Creyendo que las gotas son sudor.
Enrique Valle.
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