El otro día asistí a la representación de la obra de Luisa Cunillé: “Barcelona, mapa de sombras”. La reseña de la obra, la de verdad, no tardará en llegar a Whispers de la mano de Gordon Craig en unos días. Pero el opresivo ambiente creado por el texto de la catalana coincidió con un breve pero intenso encuentro con una vieja amiga, Mari Cruz.
Hacia tiempo que no hablábamos, que no compartíamos un generoso café, ni que nos devolvíamos una llamada telefónica porque quizás ninguno de los dos ya sabía de quién había sido la última. El caso es que nos encontramos a la salida de unos grandes almacenes, una tarde lluviosa y gris del mes de noviembre. Encontré a Mari Cruz muy desmejorada, venía prácticamente sin maquillar, con el pelo como estropajoso y mal peinado, con más arrugas en la cara de las que debiera por su edad, y su sonrisa, su deliciosa sonrisa de siempre prácticamente había desaparecido de su rostro. Y, ¿cómo no iba a desaparecer la sonrisa de una persona a la que la preocupa el precio del champú? Eso me dijo entre muchas otras penalidades: “¿Cómo podía ser tan caro un bote de champú? Hasta ahora no me había parado a pensarlo, pero es que es carísimo”. La vida no le estaba sonriendo, y perdonen lo inapropiado de la expresión hoy, y hasta algo tan insignificante como el precio de un champú le estaba robando el sueño, y, por qué no en cierto modo, la vida.
El matrimonio protagonista de la obra de Cunillé, dos ancianos, despiden a los inquilinos que viven de alquiler con ellos en su hogar, porque el marido se está muriendo y quiere fallecer en soledad. La obra nos ofrece varios encuentros entre los abueletes y sus inquilinos, y estos cuadros se convierten en verdaderos momentos íntimos de sinceridad y complicidad que aprovechan cada uno de los personajes para sacar de dentro de si mismos hasta lo más inconfesable de su ser.
El otro día mi fugaz encuentro con Mari Cruz se pareció mucho a cualquiera de estos cuadros descritos por la Cunillé. La única diferencia con la ficción radicó en que yo asistí a un monólogo sin fin, pero que me dejó con un sin sabor por dentro que todavía perdura en mi, y en la obrita el diálogo fue mutuo. A veces este tipo de situaciones suponen una verdadera cura de humildad para uno. Por un lado ves a cara de perro lo cruda que puede llegar a ser la vida, por otro empiezas a valorar de otra manera lo que te rodea, todas esas grandes y pequeñas personas y cosas que por su cotidianidad en tu entorno no valoras todo lo debido.
2 comentarios:
Es triste que tengamos que tener ese tipo de encuentros para darnos cuenta de lo que tenemos...
Es triste pero vivifica... Te das cuenta de que estamos aquí, y aunque la vida no sonríe a todos por igual, seguimos para adelante. Seguimos fuertes.
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