miércoles, noviembre 22, 2006

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Barcelona, mapa de sombras. "Confidencias".

De Lluïsa Cunillé.
Con: María José Alfonso, Montserrat Carulla, Nicolás Dueñas, Gustavo Salmerón, Marina Szerezevsky y Walter Vidarte.
Dirección: Laila Ripoll
Madrid. Teatro Valle-Inclán. 11 de noviembre de 2006.

Aquejado de una enfermedad incurable, ya en fase terminal, el anciano protagonista de la pieza que comentamos acuerda con su mujer, septuagenaria también, pasar en casa las pocas semanas que le restan de vida, y convienen en hacerlo juntos y solos, para lo cual tendrán que despedir a tres inquilinos a quienes tienen alquiladas sendas habitaciones en su domicilio de una céntrica calle de Barcelona: un infeliz niño grande de no muchas luces y un tanto sonado, futbolista aficionado y segurata en unos grandes almacenes; una anciana viuda solitaria que malvive de recuerdos y de los magros emolumentos que recibe por unas clases particulares de francés y una avispada joven inmigrante argentina que se gana la vida como cocinera en un restaurante.

La obra está articulada en cuadros sucesivos que corresponden a cada uno de los encuentros que Él y Ella (marido y mujer) mantienen alternativamente con los inquilinos para comunicarles su decisión e invitarles a que abandonen de inmediato las habitaciones que han venido utilizando como residencia. Tras las cuatro paredes donde cada uno de estos singulares huéspedes esconde su soledad y su fracaso y debido a las especiales circunstancias que concurren en esas conversaciones, se crea una estimulante atmósfera de confianza y de sinceridad propicia a la confesión íntima y a la confidencia. Las pequeñas o grandes traiciones, las aspiraciones insatisfechas, las heridas del tiempo, la inaplazable necesidad de ternura o los más inconfesables secretos de los personajes terminan por aflorar a medida que se van superando los obstáculos que lo impedían: el miedo, la inseguridad, o la inveterada estrategia de los humanos de cultivar, en sus relaciones con el prójimo, el juego de las apariencias.

Nos obliga la autora al siempre difícil ejercicio de mirar, detenida y reflexivamente, y disfruta jugando con el espectador, poniéndole pequeñas trampas que inducen a interpretaciones erróneas del comportamiento de un personaje, de sus motivaciones, de sus intereses, etc., hasta que un cambio de perspectiva nos abre los ojos a una faceta desconocida hasta ahora, a una realidad distinta, viniendo al final a confirmarnos que nada es lo que parece. Por lo demás, Luïsa Cunillé no abandona las distancias cortas, que domina a la perfección, la atmósfera intimista y un tanto opresiva que impregna la mayoría de sus tramas; y una visión pesimista –y hasta torturada-, de la realidad, con una galería de personajes solitarios, inadaptados, y con los escenarios poblados de inhóspitos descampados, fondas de estación, cuartuchos de hotel, o como en este caso habitaciones de una casa familiar, cuartos no menos desangelados que aquellos y metáfora, quizá, del aislamiento y la incomunicación.

El montaje satisface plenamente las exigencias del texto. La escenografía esmerada y detallista, y la distribución de los espectadores en torno a un escenario central, reconvertido con mínimos cambios de iluminación y elementos de atrezzo en los distintos aposentos donde se desarrolla la acción, acrecienta esa perspectiva poliédrica a la que hacíamos referencia. La dirección es rigurosa y acertado, sin excepciones, el trabajo de los actores, destacando un tanto la labor de dos veteranas y experimentadas actrices como son María José Alfonso y Montserrat Carulla, a las que no tenemos muchas oportunidades de ver sobre los escenarios, y la de Walter Vidarte, en una ajustada versión de la entereza y de la lucidez con la que muchos ancianos luchan contra la enfermedad y contra la muerte en esa triste e incierta postrera etapa de nuestra existencia.

¿Abren esas ironías explícitas en boca de uno de los personajes de la obra sobre la destrucción de algunos símbolos emblemáticos e intocables de la cultura catalana, como el Gran Teatro del Liceo, el Paseo de Gracia o la Sagrada Familia, o la referencia a la clamorosa y multitudinaria manifestación de alegría con que acogió el pueblo de Cataluña la “liberación” de Barcelona por las tropas franquistas, hecha en el momento final y culminante de la obra, la perspectiva de una nueva etapa de sátira social o política en la producción teatral de Luïsa Cunillé?

Gordon Craig.
13-XI-2006.

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