De Paul Rudnick.
Versión de Juan Pastor.
Con: Raúl Fernández, Joseph Albert, Alex Tormo, María Pastor, Ana Alonso, Ana Miranda.
Dirección: Juan Pastor.
Madrid. Teatro de la Guindalera.
No es el menor de los aciertos de este espectáculo que estrena ahora la recoleta y acogedora sala Guindalera el de dar a conocer un texto y un autor nuevos por estos pagos, contribuyendo a diversificar un poco la oferta de una cartelera anclada en reposiciones, “remakes”, adaptaciones tecno de textos narrativos consagrados, o manidos y oportunistas homenajes a dramaturgos muertos (con o sin escándalo añadido; un tal Rufianes, ¿recuerdan?). Aunque el montaje tiene otros muchos y muy destacados valores, ya en el estricto plano de la representación, y que son otras tantas razones para no perdérselo de ninguna manera.
Veamos. Nos lleva Juan Pastor al proceloso territorio de la comedia. Lo cual no quiere decir que en sus anteriores montajes, de Chejov o incluso de Wilder, no hubiera frecuentes notas de humor, pero aquí, la sugerencia y la fina ironía son sustituidas por la sátira y la parodia, es más, ambas son el motor de la obra y a su servicio, director y actores dan lo mejor de si mismos para conseguir un ritmo, un tono y un registro de actuación volcados en la comicidad. Comicidad desbordante, inteligente, como lo es la pieza misma, y sin concesiones a la zafiedad ni a la chocarrería. Y uno disfruta y se ríe a gusto mientras asiste al desarrollo de una trama ingeniosa, plagada de situaciones insólitas que fructifican en escenas cuidadosamente planteadas y resueltas con extraordinaria maestría.
Pero no por divertida la obra deja de albergar una incisiva reflexión sobre la condición del actor y sobre la del teatro mismo, enfrentados uno y otro al furibundo embate de la Televisión y del cada vez más clamoroso adocenamiento de las audiencias. El primero, sumido en la duda hamletiana de tener que elegir entre el bien remunerado trabajo ante a las cámaras pero en programas de ínfima calidad estética y la rara avis de un teatro de calidad, un trabajo absorbente de mayor exigencia artística y sin el horizonte inmediato de la recompensa económica o del reconocimiento del público. Pero a través de Andrew y su pugna con el espectro de Barrymore, es la idiosincrasia misma del teatro la que se pone en cuestión. ¿Es acaso el teatro en esta era del audiovisual una suerte de enfermedad del espíritu, una flaqueza pasajera? Como sugiere irónicamente el productor al espetar al dubitativo Andrew cuando este parece decidirse por Shakespeare rechazando un suculento contrato: “entre tú y yo vamos a conseguir salir de esto”. Con “esto” se refiere, naturalmente, al teatro, pero Andrew ya ha tomado la decisión, y no parece que vaya a arrepentirse, pues aunque el estreno haya sido un rotundo fracaso, ha descubierto lo esencial, que aunque sea esporádica y coyunturalmente se puede entrar en contacto con el público, y comunicarse con él, y recabar su reconocimiento y eso es turbadoramente halagador y ....
Un sutil juego teatral
Gordon Craig.
Odio a Hamlet. Teatro Guindalera.
2 comentarios:
Odio a Hamlet, es sobre todo un trabajo de actores que hay que ver. La obra es muy fresca y divertida. La temática es de plena actualidad. La asistencia es obligatoria. Y el final es muy dulce.
Después de Odio a Hamlet vendrán muchas cosas más, todo un Festival de Otoño, una temporada enterita con novedades y muchos montajes. Pero a pesar de todo eso estamos ante uno de los montajes del año. Podriámos resumir Odio a hamlet con unas pocas frases, siempre insuficientes y muy injustas: un trabajo actoral de altísimo nivel bajo la batuta de un director con mayúsculas (¿Para cuándo una invitación sin trabas para Juan Pastor para un teatro público?) que disecciona los lugares comunes de un actor, de una sociedad mimetizada por la televisión. Una comedia, con lo dificil que es hacer reir, de cinco estrellas.
No perdáis la oportunidad de pasar un buen rato.
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