sábado, marzo 22, 2008

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. La mujer por fuerza. "Regocijante comedia de enredo".

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De Tirso de Molina. Con: Beatriz Ortega, Alex Tormo, José Bustos, Juan Carlos Arráez, Alicia González, Jaro y Vanesa Rasero. Músico: Toni Madigán. Dirección: José Maya. Alcalá de Henares. Corral de Comedias, 8 de marzo de 2008



Finea se ha enamorado secretamente del Conde Federico -a quien apenas si ha entrevisto un par de veces durante la breve estancia de éste en la casa familiar con ocasión de su viaje a Hungría- y decide convertirse a toda costa en su mujer, sin saber que Federico, por su parte, está rendidamente enamorado de la noble dama napolitana Florela, a quien ha dado prendas de casamiento. Para conseguir su objetivo de convertirse en “mujer del conde por fuerza” no dudará en disfrazarse de hombre, entrar a su servicio como escudero, seguirle hasta la corte de Nápoles e idear y ejecutar toda una serie de ingeniosas estratagemas que está a pique de volver loco al bienintencionado Federico.

Se trata de una de las comedias más sabrosas y disparatadas de Tirso, que en la adaptación de Amaya Curieses, alcanza tintes rocambolescos, convirtiéndose en una hilarante parodia de los valores más conspicuos de la factoría calderoniana, como la fidelidad, el honor, la fe, o la lealtad al Rey; así, el pobre Federico, se verá injustamente repudiado por Florela que le acusa de infidelidad; tendrá que defender su honorabilidad ante las tan graves como infundadas sospechas de Alberto, hermano de Finea; y por obediencia al Rey, en fin, se verá obligado a reconocer que ha seducido y raptado a una mujer a la que no ha visto jamás.

Salvada la frialdad inicial, así como una cierta extrañeza ante la inusual distribución del espacio -escenario central, con los actores permanentemente obligados a girar sobre sí mismos para no perderle la cara al respetable-, la obra se encarrila y los intérpretes consiguen conectar con los espectadores, que se entregan encantados a este juego de simulacros y de travestismo que tan caro le resultaba a nuestro fraile mercedario (y que, dicho sea de paso, le costó más de un disgusto con la jerarquía eclesiástica). El resultado es un más que notable ejercicio de genuina teatralidad sustentado sobre todo en el trabajo de los actores. Su dicción es cuidada y el ritmo del verso no menoscaba, salvo excepciones la libertad de movimientos, ni la transmisión de sentido, ni el flujo natural de las emociones, que el público percibe casi siempre con nitidez encomiable, desde la cercanía y la proximidad que una sala como ésta propician. Cabe destacar la tremenda naturalidad con la que Florela (espléndida Alicia González) evoluciona desde la confianza a la decepción, pasando por la sospecha o por los celos, hasta la cándida credulidad en las promesas de un inexistente Don Alonso de Aragón. El resto de los personajes hacen gala de incontables recursos de la comicidad en el gesto y en la expresión, y en particular, José Bustos y Alex Tormo; el primero, en un perplejo Conde Federico, pasmado ante el cúmulo de despropósitos y sin sentidos a los que tiene que enfrentarse; y el segundo, en un sorprendente doblete, transitando como la cosa más natural del mundo del enérgico Alberto, ora amigable y complaciente, ora impetuoso e iracundo, al obsequioso y pusilánime Marqués de Ludovico, demostrando en todo momento un riguroso control de las emociones y una admirable madurez artística.


Gordon Craig. 10-III-08
Mujer por fuerza. El País.

viernes, marzo 14, 2008

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Munich - Atenas. "La intimidad amenazada".

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De Lars Noren.
Con: María Pastor y Adrés Rús.
Dirección: Peter Böök.
Madrid. Teatro de la Guindalera. 23 de febrero de 2008.



Munich-Atenas bucea en el turbulento submundo de las relaciones de pareja para poner al descubierto la desoladora realidad que se esconde las más de las veces tras la fachada de las buenas maneras, de la cortesía, e incluso de un cierto código de honorabilidad heredado del pasado que, a veces, rige la convivencia civilizada. Y ello aun dando por supuesto que tal relación se haya iniciado auspiciada por el poderoso impulso del enamoramiento.

Tal parece ser el caso de David y Sarah, los protagonistas de la obra que comentamos, que han emprendido lo que se supone que va a ser un viaje de placer, desde las brumas de Estocolmo hasta las cálidas orillas del Egeo, probablemente con la secreta intención de encarrilar una larga relación que está haciendo agua y de encontrar una base sólida, una cabeza de puente, que les sirva de trampolín desde el que lanzar el asalto definitivo a la conquista de la ansiada estabilidad del matrimonio. El destino -o las torpezas humanas, que el hombre moderno disfraza de destino-, vendrá a interponerse una y otra vez entre ellos e impondrá su ineluctable dictamen, que obviamente no vamos a desvelar.

Asistimos a un intensísimo match, a un duelo despiadado en el que dos almas se desnudan sin contemplaciones, dejando al descubierto las heridas del tiempo, las ilusiones rotas, el deseo de fundirse en el otro sin perder la libertad, y la imperiosa necesidad de ternura, de comprensión, de amor, ...; pero también la necesidad de herir al otro, de culparlo de las frustraciones propias, de desviar hacia él la prueba de cargo de nuestros errores cuando vemos nuestra intimidad amenazada. Y eso sirviéndose del lenguaje como arma arrojadiza, agarrándose a las réplicas respectivas como a un clavo ardiendo para, tergiversándolas, devolverlas convertidas en dardos envenenados, en una dinámica diabólica de la que los contendientes parecen condenados a no escapar jamás.

David y Sarah son dos jóvenes treitañeros que por su atuendo nos remiten a unos imprecisos años 70, aunque en lo sustancial, su relación es asimilable a la época actual. David (Andrés Rús) en muchos sentidos es como un niño grande, un tanto malévolo y calculador, su control de la situación es sólo aparente, dañado quizá por un fracaso previo, se muestra inseguro y tan perdido y vulnerable como Sarah, a quien María Pastor trasmite una inusitada energía, vitalidad y el variado repertorio de contrastes de una personalidad torturada, casi enferma. Ambivalente hasta la extenuación, pasa del control sobre si misma a la exaltación; puede ser fría y distante, cálida y jovial; puede mostrarse ausente, ensimismada, o puede recabar repentinamente la atención de su compañero, su protección, su contacto físico, para batirse en retirada casi instantáneamente y recluirse en su caparazón.

El aislamiento que propicia el angosto compartimento del tren en el que viajan y la ausencia casi absoluta de ambientación sonora, acentúan si cabe más la tensión acumulada, que en ocasiones se hace insoportable y estalla en insultos, humillaciones y en una violencia a duras penas contenida; y no se sabe que es más terrible, si los ocasionales silencios que se hacen angustiosos e interminables o las palabras que se convierten en reproches permanentes y que sólo sirven, pinterianamente, para hacer más impenetrable el muro de incomprensión que se va levantando entre ellos a media que se desarrolla la obra. Y es que como dice el premio nobel británico, “comunicarse es muy alarmante. Descubrir a los otros nuestra pobreza es una posibilidad temible”.

Gordon Craig.
25-II-2008.

Teatro la Guindalera.

jueves, marzo 06, 2008

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. La tortuga de Darwin. "La Historia como experiencia del pasado".

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De Juan Mayorga.
Con: Carmen Machi, Vicente Díez, Susana Hernández y Juan Carlos Talavera.
Teatro del Cruce. Dirección: Ernesto Caballero. Teatro de la Abadia.
Madrid. 19 de febrero de 2008.



Nace esta tortuga campechana y locuaz de la constante preocupación por la historia que desde sus primeras obras ha venido acompañando a Juan Mayorga. Con ella vuelven de nuevo a escena los fantasmas del nazismo y el holocausto (como en Himmelweg), o los del comunismo y de la dictadura estalinista (como en Cartas de amor a Stalin), o los de la Guerra Civil española (como en Siete hombres buenos o El jardín quemado); y vuelve su preocupación por la barbarie que parece haberse instalado definitivamente entre nosotros amenazando con destruir lo que tenemos de humano y que hace formular a Harriet, minutos antes del inesperado desenlace, un juicio terrible sobre nuestra más que dudosa civilidad contenido en esta frase lapidaria que le espeta al Profesor: “yo sólo veo dos clases de personas, personas que se comportan como bestias y personas que son tratadas como bestias”. Un juicio sumarísimo a una generación que, a decir de Harriet, “es la más inmoral que se ha visto sobre la tierra”, y una carga de profundidad contra la excesiva complacencia con la que aceptamos el mal absoluto que anida en el seno de nuestras sociedades supuestamente desarrolladas: la violencia.

Para llegar a tan inquietante conclusión, este raro espécimen de tortuga centenaria ha debido convivir con nosotros viajando a lo largo y ancho del continente por espacio de casi doscientos años, desde la Revolución Industrial hasta hoy mismo, una edad suficiente para convertirla en testigo de excepción de los episodios más deleznables y traumáticos de la moderna historia europea y que la convierte en presa apetitosa de la voracidad de un historiador sin escrúpulos decidido a sacarle toda la información que pueda para culminar su obra magna aunque para ello haya de someterla a una denigrante explotación.

Un jugoso anecdotario y una depurada técnica de construcción dramática, caracterizada por el hábil engarce de los episodios históricos rememorados con la evolución y las vivencias de Harriet, confieren al conjunto una gran verosimilitud (acrecentada por el aporte constante de datos objetivos: citas, fechas, lugares, tecnicismos, etc.) y hacen fluido el desarrollo de una acción dramática, por lo demás, y pese al empleo recurrente del humor, de la ironía y de la parodia, preñada de situaciones que invitan a la reflexión y al diálogo de conceptos. No citaré sino los aspectos que considero fundamentales a saber, el contraste entre la visión de la Historia como ciencia organizada en torno a la idea de progreso que representa el Profesor y el concepto de Historia como “experiencia del pasado” que encarna Harriet, Por otra parte se contrapone también la ciclópea figura del autor de El origen de las especies y lo que representa para la ciencia a la de los dos infatuados arribistas y amorales “investigadores” con los que tiene que vérselas nuestra protagonista y que con sus actitudes y comportamiento acaban por confirmarla en la idea de que el hombre es el más tonto y peligroso de los seres que pueblan la tierra.

Harriet es la protagonista absoluta de la obra, y ante ella, los demás personajes empalidecen y se diluyen, quizá en demasía haciendo peligrar el deseable equilibrio de fuerzas en conflicto. Sólo la energía y el talento que derrocha Carmen Machi, haciendo el que es probablemente uno de los mejores papeles de su carrera, permite incorporar a su personaje un inagotable caudal de informaciones y de experiencias y expresarlo de manera convincente, dándonos el perfil de una anciana paciente y comprensiva, con un envidiable sentido del humor, entrañable hasta las lágrimas, sensata, y consecuente con el principio que le ha permitido sobrevivir en las más adversas circunstancias: adaptarse. Y trasmite, asimismo, como el mono del Informe para una academia de Kafka, con el que el personaje guarda inquietantes similitudes, una profunda decepción y un cansancio infinito de los hombres y de sus trapacerías y una intensa nostalgia de su estado primigenio en armonía con la naturaleza.

El resto del elenco cumple sobradamente con su modesto cometido de seres convencionales de moral laxa y escasos principios, encastillado cada uno en sus roles sociales estereotipados, el de un gris profesor universitario autosuficiente y pagado de sí mismo (Vicente Díez), el de su esposa (Susana Hernández), una mujer sin ambiciones, anclada en sus prejuicios y celosa del favor que dispensa su marido a Harriet, y por último, el Doctor (Juan Carlos Talavera) un lunático incompetente, un iluminado, émulo del doctor Menguele que ve en Harriet la oportunidad de descubrir nada menos que los enigmas de la vida y de la longevidad. Una dirección rigurosa y eficaz y una sugerente ambientación musical completan el catálogo de aciertos de un espectáculo estimulante y divertido, que acapara la atención del público y que arranco aplausos entusiastas al final de la representación.

Gordon Craig.
21-II-2008.

Corral de Comedias. Alcalá de Henares.

miércoles, marzo 05, 2008

VIAJES. Holanda.

Kimbisa ha estado de excursión y me envía para todos vosotros estas fotografías.

Utrech. Mercado.



La Haya.



Amsterdam. Barrio Rojo.



Amsterdam.



Amsterdam.

lunes, marzo 03, 2008

TEATRO. PORTULANOS. “Hay motivos”.

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[Reproducción de la columna “Portulanos” de Ignacio García May de El Cultural del 21 de febrero de 2008. En esta ocasión también “hay motivos” para reproducir para todos vosotros la columna de García May, una vez clarividente y pertinentemente oportuno. ]

Guardo una copia de la ficha policial que muestra a Meyerhold tras su detención, el 20 de junio de 1939: uno de los mayores talentos teatrales del siglo XX inmortalizado como criminal, de frente y de perfil. Le acusaron de espiar para los japoneses, pero su único crimen fue resistirse a la censura impuesta por esa bestia asquerosa a la que se conoce como Stalin, el Hombre de Hierro, al que algunos todavía se atreven a defender. Meyerhold fue activo partidario de la revolución, e incluso corrió el riesgo de hacerse miembro del partido bolchevique cuando ni siquiera se sabía cuál sería el futuro de la Unión Soviética, o si ésta tenía, siquiera, futuro. Como artista y como ciudadano fue un hombre de compromiso y de progreso. Por esas mismas razones le metieron en una celda, le torturaron y le fusilaron. La Gran Enciclopedia Soviética se negó a incluir su nombre hasta 1957, dos años después de que se revisara su caso y se le considerase inocente de los cargos que se le habían fabricado. No sé dónde está hoy la trinchera del compromiso, porque la desfachatez lo difumina todo y el mundo se ha puesto del revés: los banqueros miman a los gobernantes socialistas, las ONGs se embolsan el dinero que debería aliviar la pobreza del tercer mundo, y los actores de izquierdas nos sermonean sobre la honestidad moral mientras posan con un chihuaua en la portada del Squire o hacen anuncios para compañías de préstamo usurario. Aunque acaso sea ingenuidad sorprenderse: ya hace tiempo que Chris Marker nos recordó que el fiscal general de Hitler era un ex comunista y el de Stalin un antiguo zarista. Algo tengo claro: manifestarse en apoyo del poder y pretender hacer pasar esa maniobra por compromiso es una acción de un cinismo inaceptable, una falsificación del concepto mismo de compromiso, y una traición a todos los que, como Meyerhold, se dejaron alguna vez el pellejo por enfrentarse, precisamente, al poder, en nombre de los que no lo tienen. Hay motivos, sí: pero para avergonzarse.

Ignacio GARCÍA MAY

sábado, marzo 01, 2008

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Dos caballeros de Verona. "La herida de la amistad".

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De William Shakespeare. Con: Gabriel Garbisu, Sergio Otegui, Miriam Montilla, Saturna Barrio, Jesús Berenguer, José Tomé, Jorge Basanta, Natalie Pinot y Jorge Muñoz. UR Teatro. Dirección: Helena Pimenta. Madrid. Teatro Fernán-Gómez. Centro Cultural de la Villa . 9 de febrero de 2008.



Rescata Helena Pimenta, para conmemorar los 20 años de existencia de la compañía UR Teatro, una de las primeras y menos conocidas piezas de Shakespeare como prueba de su fidelidad a un dramaturgo en cuya obra ha realizado múltiples y fecundas incursiones. A decir de la crítica es una de las comedias menos perfectas del autor, pero con todo, apunta maneras del genio indiscutible de la escena que pronto llegaría a ser fraguando una elaborada intriga, una convincente estructuración del material dramático y situando ya el conflicto en el núcleo mismo de la psicología humana al indagar en dos de sus facetas más importantes: el amor y la amistad.

Estos caballeros de Verona son Proteo y Valentín, dos amigos de la infancia, que en el momento de su ingreso en la edad adulta, van a emprender caminos diferentes y cuyas trayectorias, no obstante, volverán a encontrarse para entrar inevitablemente en colisión. El primero, supuestamente enamorado de Julia, parte de Verona contra su voluntad no sin antes haberle dado pruebas de amor eterno. En Milán, conoce a Silvia y sus afectos mudan de inmediato, creciendo en él, como si se tratara de un niño mimado, el deseo vehemente de hacerla suya. La cosa no tendría mayor trascendencia si no fuera porque, a la sazón, Valentín está enamorado de Silvia que, a su vez, está prometida a Turio, con lo que Proteo, para conseguirla, tiene que recurrir a las mentiras y a traicionar a su mejor amigo. Como espectadores nos sentimos tentados de tildar de infamante el comportamiento de Proteo, pero luego, la reacción de Valentín, echando pelillos a la mar ante la más mínima muestra de arrepentimiento de su amigo (¿y quién nos dice que no es falso también?) nos desautoriza y nos induce a creer que todo no es más que un juego de dos niños grandes, caprichosos, que rabian por poseer lo que no tienen y de hacerlo de manera inmediata, compulsiva, sin pararse a pensar que pueden herir los sentimientos de los demás.

Helena Pimenta parece haber seguido el consejo de Bloom y ha montado la obra en clave de farsa paródica resaltando los elementos risibles del comportamiento de los protagonistas y haciéndoles blanco, además, de las burlas, invectivas y reproches de los restantes personajes. En efecto, frente a la inconstancia de Proteo y las torpezas de Valentín –un taimado al que tampoco le importa engañar a su protector, el duque de Milán, para conseguir a su hija- los criados son los únicos que parecen tener sentido de la realidad. Y luego están la fortaleza de Silvia para resistir el asedio de Proteo y la perseverancia de Julia, inasequible al desaliento y a los desdenes, que son el contrapunto de sus atolondrados amantes y ponen en evidencia su simplicidad y su ligereza.

Con todo, aún queda lugar para la introspección, para el análisis profundo de los sentimientos y de los estados de ánimo, para las violentas antítesis y para el juego de la retórica, para la poesía, en suma, lo que ofrece espléndidas oportunidades de lucimiento a los actores, que en ningún momento dejan de aprovechar, llegando a veces a la excelencia, como en la descomunal batalla que libran la curiosidad de Julia (Miriam Montilla) por enterarse del contenido de la misiva de Proteo y su empecinamiento por negarse a reconocer que está enamorada; o el descacharrante coloquio de Lanza (José Tomé) con su fiel perro Crab, un auténtico delirio filosófico; o las dudas y cogitaciones que asaltan al lunático y malcriado Proteo (Sergio Otegui) a cuento de su fidelidad a Julia y que solventa con una receta a base de cinismo y egolatría.

El resultado, en fin, es un espectáculo divertidísimo, fresco, carente de cualquier atisbo de solemnidad y donde la acción galopa fluida hacia su desenlace sin dar respiro al espectador, que asiste asombrado a las peripecias y tribulaciones de unos personajes, que en el fondo no están tan alejados de nosotros como pudiera pensarse, instalados en esa especie de eterna adolescencia que los incapacita para reconocer lo que verdaderamente les conviene y pagar el precio que cuesta conseguirlo.


Gordon Craig
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10-II-2008.

Teatro Fernán Gómez. Dos caballeros de Verona.