lunes, junio 26, 2006

VIDA URBANA. El adiós ya llegó.

Ahora vienen las lágrimas y los resquemores y maldiciones por las decisiones equivocadas. Ella te ha abandonado y no va a regresar. Nunca más vas a volver a disfrutar de su juvenil compañía, de su inmensa sonrisa ni de su interminable alegría por estar viva y por poder compartir contigo los mil y un momentos únicos e irrepetibles que te regaló y no supiste apreciar. Olvídate de sus caricias y de aquella manera tan particular de sacarte de tus casillas que sólo ella sabía poner en práctica para que esbozaras una tímida sonrisa en tu rostro adusto y señorial. ¿Está mal visto sonreír?

No quiero más suspiros y proclamas al cielo para pedir su perdón. Nunca, desde que la conociste te mereció ningún respeto. Simplemente querías unas noches de sexo desenfrenado y de satisfacción personal, es lo que buscabas y es lo que conseguiste noche tras noche hasta que se marchó. Estaba en tus manos, era la muñeca fácil con la que siempre soñaste. Una llamada de teléfono bastaba para que la reina de Java se rindiera a tus pies. Y se ha ido para no volver. ¿Sollozas? Revuélvete en tu cobardía.

Recuerdo su desparpajo y su gracia. Tampoco olvidaré nunca la manera con que te miraba. Eras su héroe, ese hombre con el que había soñado tantas y tantas veces. Ahora eras suyo, sólo para ella. Te llevaba de la mano por la calle como si fueras lo mejor que le había pasado en la vida. Pero para ti, sin embargo, no era digna ni tan siquiera para que te acompañara al cine. ¿Cuándo le regalaste un abrazo en público? ¿Continuas llorando? Cada momento que pasa demuestras con mas firmeza de que no fuiste capaz siquiera de escuchar a tu corazón. Eso ya no es sólo cobardía, es traición.

Hazte a la idea, el vaso estaba lleno desde hace tiempo, y la enésima gota colmó su borde hace unos días. No aguantaba más. Te amaba como sólo una mujer sabe amar y ha tomado la que quizás sea la decisión más dura de toda su vida: dejarte, abandonarte. No va a volver a verte más porque está harta de llorar en soledad, de tus malas maneras, de tu arrogancia de macho dominante, de tus caras con los ojos desencajados cada vez que su grácil figura cruzaba una de tus infinitas líneas rojas. No la volverás a ver. Hazte a la idea.

Tengo por cierto que en la vida llegan momentos en los que hay que tomar decisiones, en los que hay que elegir entre un camino u otro. La única manera de respetarse a uno mismo conlleva tomar la iniciativa y elegir. Con eso es suficiente, ya salga bien o mal la cosa. Si una vez has podido elegir, siempre podrás afrontar con valentía la próxima encrucijada. Sin embargo si uno se escuda en la duda eterna, su cobardía personal le agarrota su ser y le hace esperar escondido para ver como se desarrollan los acontecimientos por si solos queda marcado de por vida. Te esperó, te ofreció mil y una oportunidades y tú seguías enrocado en tu laberinto, no era cómodo salir de tu refugio y no lo hiciste. Una vez más. Nunca lo harás. Nunca bajarás de tu egregia torre.

Lloras. Sollozas. Juras que te plantarás de rodillas ante ella y le pedirás perdón. No lo harás estoy seguro, pero aunque lo hicieras ella te volverá la espalda, no querrá ni mirarte a los ojos, porque los tuyos mirarán al suelo de nuevo, como otras tantas veces. La has perdido para siempre. Para siempre.

¡¡¡¡Y deja ya de llorar!!!!!

sábado, junio 24, 2006

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. La buena persona de Sezuán. "El ángel de los suburbios".

De Bertolt Brehct.
Con: Yolanda Ulloa , Gonzalo de Castro, Antonio Gil, Enriqueta Carballeira, Alberto Castrillo, Carlos de Gabriel, Teresa Lozano, Manuel Millán, Prado Pinilla, Román Sánchez, Víctor Criado, Empar Ferrer y otros.
Escenografía: Paco Azorín. Vestuario: Ana Garay.
Dirección Luis Blat.
Madrid. Teatro María Guerrero.



l teatro de Brecht propende más a la reflexión ética que a la introspección psicológica, conserva siempre un reducto de didactismo -heredado de Piscator- y una profunda crítica social e ideológica, fruto de su formación marxista, aunque sin caer en el dogmatismo ni en lo panfletario, por eso sus obras casan bien con el modelo de las parábolas o de las fábulas morales. De ellas conserva la simplicidad argumental, el desplazamiento histórico de las situaciones, el tono humorístico y su pretensión de validez universal, a lo que Brecht añade la ironía, la paradoja y los finales abiertos. Técnicamente también es muy novedoso, enemigo del “romanticismo” y de lo irracional, cultiva, en cambio, una visión precisa, objetiva y analítica de la escena y del trabajo de los actores.

Todo esto y mucho más ha sabido ver Luis Blat, director del espectáculo que comentamos, en esta obra de madurez de Brecht, y nos regala un montaje genuinamente brechtiano, con una incisiva lectura del texto y con una depurada técnica escénica-escenográfica, donde todo, desde el gestus y el movimiento de los actores hasta la composición, está meticulosamente planificado en sus más ínfimos detalles durante las casi tres horas que dura la representación.

La fábula es sencilla; una delegación de los dioses inmortales ha bajado a la tierra en busca de una persona de bien, cifran en su hallazgo la posibilidad de transformación de una sociedad miserable y corrompida. Llegan a Sezúan y entran en contacto con la prostituta Shen-Te, en quien reconocen a la persona que van buscando. Precisamente ahora Shen-Te se halla en apuros, y para ayudarla, le proporcionan una importante cantidad de dinero con el que paga el traspaso de una tiendecita y se establece como estanquera. Este cambio de situación parece que va a facilitar que se manifieste su natural bondadoso y amable, pero bien pronto nos damos cuenta de que no le acarrea sino disgustos y tribulaciones: conocidos y menesterosos acuden a ella demandándole caridad más allá de sus posibilidades; le acosan los acreedores; y hasta un aviador, al que salva del suicidio y del que se enamora, quiere aprovecharse de ella con fines egoístas. Siguiendo, en fin, los dictados de su buen corazón, llega incluso a querer testificar en falso para ayudar a su amigo Wang, el aguador. La obra concluye con la reaparición de los dioses, metamorfoseados en jueces, para evaluar, a la luz del comportamiento de Shen-Te, si pueden abrigar esperanzas de que la especie humana puede llegar a ser mejor.

No voy a desvelar el veredicto, ni el contenido de la escena final porque son unos de los principales alicientes de la obra y deben ser descubiertos y gozados por cada espectador. Si diré que constituyen un poderoso estímulo para la reflexión sobre la experiencia humana del bien y del mal. Y si el buen Samaritano del Nuevo Testamento, o Viridiana, de Luis Buñuel -con quien Shen-Te guarda notables coincidencias-, eran seres de una pieza, nuestra protagonista, como Jano, tiene dos caras, contiene en sí misma la benvolencia y la severidad, viniendo a ejemplificar su vida una cruda e irresoluble paradoja cuyo desvelamiento amenaza con dinamitar la validez de los preceptos -“el pesado fardo de los Mandamientos”- según los cuales los dioses ordenan la vida sobre la tierra, o dicho de forma menos ampulosa, según los cuales organizamos nuestra peregrina convivencia con el prójimo y perseguimos la felicidad.

Aun siendo profunda y enjundiosa la lección moral que la obra encierra y las reflexiones aledañas sobre la pobreza, el dinero, el orden o la corrupción, presentes en muchas otras obras del autor, no lo es menos el impacto estético del espectáculo, lo que incluye la puesta en escena y la dirección. Luis Blat ha conseguido una perfecta armonía entre todos los elementos de la teatralidad confiriendo al conjunto un alto vuelo poético. Poética del claroscuro, de las tonalidades suaves y sin estridencias, en la iluminación. Poética del espacio, del espacio público, abierto, comunitario, de la calle empedrada frente a la tiendecita de Shen-Te, al que se opone el espacio cerrado, asfixiante, casi carcelario, del taller clandestino de labores de tabaco; o el adusto interior del juzgado opuesto al apacible y lluvioso atardecer otoñal y a la atmósfera exótica de farolillos votivos o ceremoniales y proyecciones de grabados orientales. Y a ello habría que añadir el trabajo de los actores. El elenco, en su conjunto desarrolla un trabajo ejemplar, destacando quizá la vivaracha e interesada anciana señora Deng (Enriqueta Carballeira); el cínico, fatuo y egoísta Sun, el aviador, (Antonio Gil Martínez); el repulsivo barbero Shu Fu (Vicente Díaz) y el bonachón y entrañable niño grande Wang (Gonzalo de Castro). Pero sobre todos ellos sobresale Yolanda Ulloa, a quien no habíamos tenido ocasión de ver hasta ahora en ningún papel de importancia y que hace un trabajo verdaderamente espléndido, transitando, sin dificultad aparente y con la mayor naturalidad, de la dulce y delicada Shen-Te, viva imagen de la bondad y de la ternura, al resuelto hombre de mundo Shui-Ta, su primo ficticio, insensible al dolor ajeno, desconsiderado y sin escrúpulos.

Un brillante y sugestivo final de temporada para el María Guerrero, que confirma el potencial poético y la actualidad del teatro de Brecht, que consagra a un director de talento y que ofrece la posibilidad de disfrutar de una inspirada y bellísma puesta en escena y de un intachable trabajo actoral.

Gordon Craig.

lunes, junio 19, 2006

VIDA URBANA. Aquel primer y último beso.

Aquel último beso nos unió para siempre. Nunca más volvimos a vernos después de aquel atrevimiento furtivo en un rincón oscuro de su oficina. Ni tan siquiera nos despedimos, las palabras sobraban en esta ocasión. El abrazo fue eterno, de esos de los que es complicado olvidarse. Sus brazos se entrecruzaban tras mi espalda y su cabeza se mantenía apoyada junto a la mía. Sentía el latir acelerado de su corazón junto al mío, tan cerca que parecía que ambos se encontraban en una sola caja torácica. Una corriente de alto voltaje recorrió ambos cuerpos en esos minutos interminables. Mis manos separaron su cabello del rostro.
Sus ojos oscuros centelleaban, resplandecían en el claroscuro de aquel cuarto íntimo, nuestro. Nos miramos un instante que nunca se quería terminar, y nuestros labios se juntaron por última vez. Cuando abrimos los ojos y fuimos conscientes de que la realidad era bien diferente de lo que todavía sentíamos pero que poco a poco se extinguía y que nuestro momento mágico había terminado, todavía estábamos cogidos de la mano. No había marcha atrás y sin volver la mirada abandoné lentamente su mano. Nuestros dedos se seguían tocando, se rozaban, palpitaban, sentían. No quise ver sus ojos una vez más, presentía lo que sucedería, y no quería que sufriera más un alma combativa y valiente como la suya. Oí sus sollozos, y un suspiro profundo que me decía en el ensordecedor silencio de la escena que no me marchara.
La muchacha de los cabellos infinitos apareció sin querer entre un público anónimo, fuera de si, que se dejaba llevar por los acordes de unas guitarras, una batería y una aguda voz masculina que literalmente se comía el micrófono. Su mirada y la mía se cruzaron sin querer o queriendo miles de veces durante aquella noche cargada de nicotina y alcohol. Una marea humana enloquecida y sudorosa nos engulló a los dos tras el concierto. Me costó mucho desembarazarme de aquellos ojos marrones, que burlones se escondían tras su grácil melena cada vez que los míos buscaban en su figura una mirada cómplice y sincera en aquella noche mágica.

No volví a verla en mucho tiempo, quizás pasó demasiado tiempo desde aquel fugaz y noctámbulo encuentro. Pero como el destino es así de impredecible, nos tenía reservada una inesperada sorpresa más a los dos. La última. Habían pasado dos años, largos y sufridos, pero dos años. Yo me dirigía a realizar una visita rutinaria a un proveedor al que casi siempre le debíamos dinero. Nunca olvidaré el titilar de sus mejillas cuando me vio aparecer por aquella polvorienta y desastrada oficina donde se dejada media vida cada día. A mi costó reconocerla unos interminables instantes, pero el fulgor de su rostro y una sonrisa inmensa, entre persuasiva y tímida, que me recibió sin dudarlo dos veces, delató su identidad. Era ella sin lugar a dudas. Me invitó a pasar a su despacho. Hubo pocas palabras y el cometido de mi visita ya era lo de menos. Nos quitamos la ropa el uno al otro sin pararnos a pensar ni un solo segundo en la temeridad del atrevimiento que estábamos a punto de protagonizar. No olvidaré jamás la blancura de su piel y el temblor infantil de su aliento mientras ambos gozábamos sobre la alfombra de su oficina, de nuestro rincón secreto.

Al final sólo nos quedó un beso. Un último e intenso beso. Para los dos. Solamente para nosotros. Ese momento fue nuestro regalo último y nuestra despedida. Tampoco miento si afirmo con rotundidad que ni tan siquiera nos preguntamos los nombres. Nos bastó con una mirada.

WHISPERS’ GALLERY. Basic_B, 2004.

65. Lágrimas de mermelada.



sábado, junio 17, 2006

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Sainetes, "Entre la fantasía bufa y el aguafuerte solanesco"

De Don Ramón de la Cruz. Versión de Ernesto Caballero.
Con: Cecilia Solaguren, Juan Carlos Talavera, Natalia Hernández, Rosa Savoini, Victoria Teijeiro, Ivana Heredia, Iñaki Ricarte, Carles Moreu, Mª Jesús Llorente, Carmen Gutiérrez, Jorge Martín, David llorente, Susana Hernández, José Luis Alcobendas, José Luis Patiño y Eduardo Mayo.
Espacio sonoro: Alicia Lázaro. Iluminación: Juan Gómez Cornejo.
Escenógrafía: José Luis Raymond
Dirección: Ernesto Caballero
C.N.T.C. Madrid. Teatro Pavón. 3 de junio de 2006.

Bajo el título genérico de Sainetes, Ernesto Caballero recoge y lleva a escena en este colorista y vistoso espectáculo cuatro de estas piezas breves de Don Ramón de la Cruz: La ridícula embarazada, El almacén de novias, La república de las mujeres y Manolo. En su conjunto constituyen una muestra representativa de la extensa y variada producción dramática del autor y están engarzadas para la ocasión mediante una mínima y eficaz intervención dramatúrgica para dar lugar a un todo unitario y coherente.

Enmarcado por los barroquizantes acordes del quintettino “la Ritirata di Madrid” de Luigi Bocherini con los que se abre y cierra la representación, este montaje de Ernesto Caballero es, como sugiere uno de los actores, un mascarada de otra época, que combina la parodia benévola de los ambientes galantes con la indulgente sátira costumbrista y con la crítica de los ambientes más sórdidos del Madrid dieciochesco, y todo ello dentro siempre de un tono alegre, desenfadado y festivo que hace las delicias del público. Y más allá de las peculiaridades temáticas de cada una de las piezas seleccionadas y del discurrir cotidiano de la vida madrileña que fluye por las venas del espectáculo en multitud de referencias y evocaciones, laten los afanes y anhelos de un grupo de cómicos alegres y bienhumorados que tratan abrir nuevos caminos para el teatro, que es su vida, y dignificar la profesión de la farándula resistiendo los embates de la censura eclesiástica y los desdenes de los engolados preceptistas del teatro neoclásico.

Dueño de un incontestable instinto para la escena y de una extraordinaria madurez creativa -de la que ya ha venido dando sucesivas y repetidas muestras-, Ernesto Caballero acierta de pleno con el tono y el ritmo del espectáculo aunando una inteligente lectura de los textos, con el rigor artístico y con la capacidad de comunicar con el espectador. Y el resultado no puede ser más satisfactorio dando lugar a una muestra consumada de lo que pueden dar de sí los tan traídos y llevados clásicos como manantial inagotable de genuina teatralidad.

Bien es verdad que Ernesto Caballero no ha trabajado sólo. Una verdadera legión de especialistas le acompañan en este viaje fascinante por unos textos ninguneados por la crítica y abolidos prácticamente de la escena contemporánea. Empezando por la escenografía colorista y naïf de José Luis Raymond, los suntuosos telones y mobiliario en La ridícula embarazada, los motivos exóticos y fantásticos en La república de las mujeres o los aguafuertes goyescos en Manolo; siguiendo por los figurines de Javier Artiñano, imprescindibles para una efectiva ambientación costumbrista y terminando por el sugerente espacio sonoro de Alicia Lázaro. Sin duda una de las claves del éxito del montaje radique precisamente en la feliz conjunción de los diálogos, con pasajes cantados, danza, y efectos sonoros en directo que potencian la definición de ambientes y estados de ánimo con el poder sugeridor de la música o subrayan determinados aspectos de la comicidad.

Mención aparte merece la versatilidad de los actores y su extraordinario potencial expresivo materializado en una depurada técnica de verso, en la variedad de registros y acentos y en el dominio de múltiples recursos de la expresividad corporal: ademanes, poses, movimiento, canto; en fin un auténtico recital interpretativo al servicio del juego, de la parodia, de la chanza, de la tragedia incluso, de un humor desbordante, burdo o ingenioso, que capta el interés del respetable, presto siempre a la carcajada y al reconocimiento por el aplauso como muestra de que el disfrute y la diversión están garantizadas.

Sólo queda lamentar que el montaje no permanezca en cartel por más tiempo para dar oportunidades al público de disfrutarlo. Con notoria inferioridad de títulos de excelencia muchas obras en los teatros comerciales aguantan perfectamente una y hasta dos temporadas completas en cartel. Y no es cuestión de poner ejemplos, que por otra parte, son de sobra conocidos. Como a los buenos toros de lidia, habría que “salvar la vida” a este espectáculo más allá de la gira que seguramente emprenderá por provincias y allende nuestras fronteras, salvarlo para la cartelera madrileña .

Gordon Craig.
4-VI-2006.

viernes, junio 16, 2006

ACTUALIDAD. Ha comenzado el Mundial.

El balón ya rueda otra vez. El Mundial de fútbol ha comenzado. En esta ocasión desde Alemania se van a desatar las pasiones de los aficionados de medio mundo del denominado deporte rey: el fútbol. La cobertura informativa del acontecimiento es inconmensurable, miles y miles de periodistas van a narrar en directo lo acontecido en los nuevos circos romanos: los estadios de fútbol. Tantas páginas y tantas horas de radio y televisión van a acaparar los encuentros de fútbol durante estos días que los no aficionados van a volverse locos y el resto de focos de la actualidad van a pasar a un segundo plano vergonzoso.

Un medioaficionado y cada vez menos futbolero, yo mismo, se para a pensar por un momento la situación y las canillas le empiezan a temblar. Es incomprensible que el deporte en general, por no personalizar demasiado en el fútbol aunque este se lleve la palma, pueda paralizar sociedades enteras o lobotomizar tantas cabezas, algunas de gran valía. El deporte enriquece el cuerpo y la mente, pero el practicarlo de forma periódica, no el absorberlo en grandes dosis desde una pequeña pantalla en el sillón de tu salón. Los nuevos héroes del pueblo, los nuevos gladiadores, son los deportistas de alto nivel, que los ingresos publicitarios de sus patrocinadores les reportan una ingente cantidad de millones de euros cada año. El deporte es el nuevo opio del pueblo.

Si un ciudadano que pasa varias horas al día consumiendo deporte por televisión, dedicara la mitad de ese tiempo a leer varios periódicos y de vez en cuando abriera algún volumen de su biblioteca más cercana, nuestra sociedad sería de otra manera, más crítica, mas humana, en definitiva más real. Las lejanas hazañas que nos brindan los deportistas cada día por televisión son los nuevos libros de caballerías, al fin y al cabo cuentos de hadas.

Busquemos dentro de nosotros mismos, conozcámonos con valentía cada día un poco mejor, tomemos sin miedo el pulso de nuestra sociedad y de las sociedades vecinas. Aprovechemos cada segundo de nuestras vidas, que nadie nos marque el camino a seguir para ser libres o felices. Busquemos nosotros mismos las respuestas y así hallaremos una vida plena de satisfacción y éxito, pero trabajada con esfuerzo y sinsabores: la vida real.

martes, junio 06, 2006

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. El hombre de teatro. "El teatro y su impostura".

De Thomas Bernhard.
Con: Lluís Homar, Lina Lambert, Jordi Vidal, Silvia Ricart, Oriol Genis, Lourdes Barba, María de Frutos.
Dirección: Xavier Albertí
Madrid. Teatro de La Abadía. 28 de mayo de 2006.

“El poeta es un fingidor” ha escrito Fernando Pessoa, “finge tan profundamente / que hasta finge que es dolor / el dolor que de verdad siente”. Sin la contundencia y la claridad sucinta, meridiana, con la que expresan estos versos la irreprimible tendencia del artista, y, por extensión, de todo ser humano, a la simulación, esta obra de Thomas Bernhard que ahora comentamos ahonda en la triste condición del hombre de teatro que tras una vida de trabajo y, probablemente, de esfuerzo y dedicación al arte de Talía, se ve reducido al final de sus días a una vulgar y risible caricatura de sí mismo. Y desde su aparición en escena, en el destartalado cobertizo que alberga el ridículo y ruinoso escenario donde va a tener lugar la representación, embutido en un gabán oscuro y con ínfulas de diva de ópera, comprendemos que su insufrible aire de superioridad, sus gestos estudiados, sus trato desdeñoso o su furibunda crítica de la incultura y del primitivismo de los moradores de esta remota aldea de las montañas del corazón de Austria no son sino máscaras que tratan de ocultar, tras el papel de genial artista incomprendido, al ser humano megalomaníaco, despótico y fracasado en que se ha convertido. Y aún me atrevería a afirmar que Bernhard no se circunscribe al “hombre de teatro”, sino que, por elevación, apunta al teatro mismo y a su peligrosa tentación de la impostura.

El texto, largo y enjundioso, destila una acerba crítica social, demoledora, intempestiva, inclemente, contra todo y contra todos, como es habitual, por cierto, en las obras de Bernhard. Su humorismo es acre y sardónico y hace discurrir la acción dramática hasta los límites del teatro del absurdo. Lúcido en sus juicios, sarcástico, este Bruscón, el protagonista de la obra, se revela en cierto sentido como un alter ego del propio autor que se beneficia de esta posición, de este rol de viejo bufón, para fustigar a tirios y troyanos.

La puesta en escena resulta convincente y Lluís Homar hace un trabajo inmenso; su papel, complejísimo, exige condiciones excepcionales que el actor acredita sobradamente creando un personaje singular que recorre todos los recovecos del texto, que son muchos y de muy variado grado de dificultad, aunque también le ofrecen múltiples oportunidades para el lucimiento. Pero todo el talento del mundo es incapaz de conjurar el peso muerto de las reiteraciones y de un exceso de narrativismo que la obra encierra; y aun con el impulso que proporciona al desarrollo de la trama la aparición, ya en la segunda parte, de los restantes personajes, y la escasa acción física que propician los preparativos para la representación y los últimos retoques a la interpretación del texto antes de la apertura del telón, la obra se hace un tanto cuesta arriba al espectador que termina por desear que se produzca el desenlace, excesiva y artificialmente postergado.

Con todo el balance es muy positivo. Hay una atinada labor de dirección y una espléndida puesta en escena y trabajo de los actores al servicio de un texto asaz denso y sentencioso. Una buena oportunidad, en cualquier caso, de ver el teatro de Thomas Bernhard que no se prodiga en nuestros escenarios. Y una abierta denuncia de la mediocridad, incluida la mediocridad del teatro, de su ruina –sugerida por el estado calamitoso del tablado y de la sala que reproduce la escenografía, presta a la desbandada de los espectadores ante la menor contingencia-.

Gordon Craig.
31-V-2006.