sábado, abril 26, 2008

TEATRO. EL RINCÓN DE GORCON CRAIG. Señorita Julia. "Acendrado naturalismo".

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De: August Strindberg.
Con: María Adánez, Raúl Prieto y Chusa Barbero.
Violín: Andrea Szamek. Acordeón: Scott A. Singer.
Escenografía: Andrea D’Odorico. Dirección: Miguel Narros.
Madrid. Teatro Fernán Gómez. 5 abril de 2008.



Es Strindberg uno de los más prominentes dramaturgos europeos de la segunda mitad del siglo XIX y el que llevó el naturalismo teatral hasta límites no superados dando vida a multitud de personajes cuyas pasiones y deseos individuales están fuertemente mediatizados por la presión de su entorno natural y social. La señorita Julia es un caso paradigmático de ese determinismo genético y de clase que gobierna el comportamiento de los seres humanos, y el conflicto que enfrenta a los protagonistas, un conflicto de poder, en el fondo, no es sino una escaramuza de la continua lucha darwiniana de las especies a lo largo de un proceso evolutivo en el que solo sobreviven los individuos mejor dotados.

Urgida por el despecho en que la ha sumido su reciente ruptura con un pretendiente y arrastrada por el torbellino de sensualidad que ha hecho presa de todos los moradores de la casa con ocasión de la celebración de la noche de San Juan, Julia se ve impulsada a coquetear con Juan de manera un tanto frívola y a mostrarse ora cariñosa ora desdeñosa y autoritaria con quien identifica únicamente como un criado, sin calibrar en su justa medida hasta donde pueden llegar sus insinuaciones. Juan, en principio, se muestra solícito y servil, dispuesto a satisfacer los caprichos de su señora, pero cuando se siente ultrajado, su mansedumbre se trueca en violencia y su sentimiento de inferioridad en orgullo de macho y en deseo de dominación de la hembra, un deseo que no verá colmado hasta conseguir la posesión de Julia, y con ello, su destrucción, pues es improbable que Julia sobreviva al deshonor.

El montaje de Miguel Narros hace justicia, creemos, a la excepcional factura dramática de esta pieza, un sutilísimo a la vez que violento juego teatral caracterizado por las constantes inversiones de la situación relativa de los protagonistas y de su mudable estado de ánimo. Refleja asimismo el montaje con bastante fidelidad la franqueza, -rudeza, a veces-, con que los personajes se desenmascaran poniendo al descubierto sus ambiciones y su verdadera catadura moral, así como la atmósfera densa y turbulenta que los envuelve, la de una noche mágica y saturnal en la que se mezclan los vapores del vino y los efluvios del instinto con el calor de unos cuerpos enfebrecidos por el deseo y por la voluptuosidad. La escenografía, espléndida, de Andrea D’Odorico y la ambientación, en general, meticulosa y realista coadyuvan en gran medida a la creación de esa atmósfera. Y por supuesto, el trabajo de los actores, extraordinario en conjunto.

Cristina (Chusa Barbero) es la criada sumisa que acepta de buen grado el doble yugo que le impone su condición de mujer y de sirvienta, obsequiosa e hipócrita no tiene el carácter suficiente para oponerse a las exigencias de Juan y se conforma con las migajas del festín. Más allá de las diferencias de sexo o extracción social, Julia y Juan viene a ser dos proyectos de vida antitéticos, arrastrados por una poderosa fuerza interior (a veces incosciente) que obedece a la imagen de “ascenso” y “caída” de sus respectivos sueños. Juan (Raúl Prieto) es un ser innoble y sin escrúpulos dominado por la ambición; contrasta el servilismo y su temor reverencial al duque con su actitud altanera y dominante con Julia y con Cristina; de modales aristocráticos, se siente defraudado al comprobar que la aristocracia también está corrompida. Julia (María Adánez) es la viva imagen de un ángel caído; vital, enérgica, arrogante al principio, tras la seducción, vemos como se debilita su resolución y aparece como un ser inseguro, atormentado, debatiéndose en la mezcla de amor/odio que profesa a su amante y decepcionada porque éste no comparte su visión un tanto romántica del amor. Abocada a la degradación, se salva, no obstante en un gesto supremo de gallardía que demuestra su superioridad moral.

Gordon Craig.
7-IV-2001

Soitu. Señorita Julia.

martes, abril 22, 2008

VIDA URBANA. Momentos mágicos.

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La Guindalera es una pequeña sala de teatro situada en la calle Martínez Izquierdo de Madrid cerca de Diego de León y de la plaza de Manuel Becerra. Suelo frecuentar mucho este pequeño teatro y en muchas ocasiones sus propuestas me hacen disfrutar en la butaca y luego, más tarde, tras la salida un vendaval de interrogantes me rodea, como si el espectáculo hubiera prendido alguna mecha escondida dentro de mi y su deflagración no se pudiera ya detener. Por otro lado me parece un ejercicio de lo más saludable siempre que tu interlocutor no termine muriendo de aburrimiento.

Hace unas semanas estuve viendo “Munich-Atenas” del sueco Lars Noren. En estas páginas habéis podido leer la crónica de Gordon Craig por lo que no voy a insistir en lo estrictamente dramático. Pero si me gustaría citar del programa de mano un fragmento que me ha parecido muy interesante: “Cuando los amantes se encuentran se convierten en uno, pero al mismo tiempo sigue existiendo la urgente necesidad de ser individuos. El amor nos llega con condiciones, tiene un precio. Todo encuentro entre dos personas parte de una historia individual de dolor, de ansiedad y de falta de autoestima. Ahí es donde aparece la ira, los celos, la necesidad de herir y la necesidad de ser herido, el enfrentamiento, el miedo, el éxtasis, …”

En un momento en concreto de la acción, Sarah le confiesa a David, que sus celos, ni tan siquiera le permiten disfrutar de un encuentro fugaz como el que ha tenido en la estación de Munich mientras le esperaba, porque no lo puedo compartir con él, no se lo puede contar, y no le puede transmitir lo bien que se ha encontrado. Sarah se sintió observaba, unos ojos anónimos, los de una persona desconocida, se habían fijado en ella, le había interesado a un individuo encantador. Esa simple ojeada la había hecho sentir bien, sentirse viva. Pero David, desesperado, casi ni la deja terminar el relato, su irascibilidad está a flor de piel, no puede con sus celos, “nadie” puede ser el centro de atención de Sarah salvo él.

Hace unos días presencié una escena preciosa. Una compañera, casada, se sintió observaba por un muchacho bastante más joven que ella. La empresa, estos días, se empieza a llenar de jóvenes becarios que aparte de sacar curro, llenan los pasillos de caras nuevas y reparten sonrisas por doquier. Ella bajó la mirada en un principio, pero en seguida se dio cuenta de que la veteranía es un grado y cruzó su mirada con la del chaval sin miedo. El joven se ruborizó y la verdad es que no sabía muy bien dónde meterse. Ella se dirigió a él y lo tranquilizó con una tierna bienvenida.

Han pasado los días y él sigue buscándola, muchas veces se queda sin poder ver sus ojos oscuros, pero otras muchas la encuentra ufana y dicharachera, como si de repente unos cuantos años se le hubieran caído de encima. Intuyo que esta situación se parece mucho a la descrita por Sarah en “Munich-Atenas” y también me atrevo a decir que muchos de nosotros hemos protagonizado escenas parecidas a esta en alguna ocasión. Seguro que las vivimos intensamente, pero no sé si las compartimos con las personas a las que amamos. La barrera que separa al individuo y a la pareja, a veces es difícil de traspasar.

sábado, abril 12, 2008

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Rebeldías posibles."Prisioneros de la resignación".

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De Luis García-Aráus y Javier García-Yagüe. Con: María Antón, Frantxa Arraiza, José Melchor, Javier Pérez-Acebrón, Asu Rivero y José Sánchez. Compañía Cuarta Pared. Dirección: Javier García-Yagüe. Madrid. Sala Cuarta Pared. 29 de Marzo de 2008.



Siguiendo la estela de Café, último montaje de la Compañía Cuarta Pared, Rebeldías posibles se mantiene fiel a su misma preocupación temática y a sus mismos planteamientos escénicos: idéntica mirada franca y comprensiva dirigida a la realidad cotidiana, parecido afán testimonial, la misma pretensión de objetividad y una poética realista aunque con una gran libertad en la concepción del espacio y del movimiento escénicos y en la administración del humor y del dramatismo.

Ahora todo ello se pone al servicio de cuatro historias que crecen y se entrelazan de manera un tanto caprichosa impulsadas por el influjo que ejerce sobre sus protagonistas respectivos el obcecado y buen samaritano García, que consigue trasmitirles su espíritu reivindicativo e impulsarlos a luchar contra la impotencia y la resignación que se han instalado en sus vidas y que amenazan con aniquilarlos. Por cierto, ese hubiera sido el corolario más plausible de este divertido teorema que nos proponen García-Aráus y García-Yagüe, habida cuenta de la arbitrariedad con que ejercen su omnímodo poder las multinacionales de la comunicación, de la voracidad de las promotoras inmobiliarias, del sectarismo de la Iglesia o de la supuesta inoperancia de nuestro sistema público de salud, de quienes son víctimas propiciatorias unos timoratos ciudadanos tocados por la desgracia o doblegados por la precariedad del empleo o por la espada de Damocles de la hipoteca.

La obra discurre a buen ritmo, pero con altibajos; conviven momentos de una comicidad desbordante con otros de intenso dramatismo y con otros anodinos cuando no colindantes con el tópico o lo melodramático. El prometedor conflicto casi kafkiano de José García con su proveedora de telefonía por un nimio error en su factura, pronto se diluye en una especie de utopismo “light”, que como el propio título de la obra sugiere, aunque contagioso, posee un limitado poder desestabilizador. Y lo que vemos es sólo un esbozo del análisis de las contradicciones en que se debate todo posicionamiento ético cuando se traduce en acciones concretas, como la protesta de García, o en el peor de los casos, una bienintencionada caricatura que desencadena la carcajada de los espectadores.

Cuento con final feliz, en fin, de efecto balsámico, que contrarresta el regusto amargo que nos produce la frustración y del desvalimiento de los protagonistas de esta historia, unos seres perdidos en el absurdo de una sociedad neurótica y despiadada que pretende, si no lo ha conseguido ya, arrojarnos de nuevo al servilismo.

Aún reconociendo los valores del montaje, verbigracia, el ritmo ágil, la viveza de los diálogos o el trabajo de los actores y su habilidad para conectar con el público, no comparto la aprobación casi unánime de la crítica especializada. Hace falta algo más de brío, de sarcasmo, si se quiere, o de mala leche, algo más que esa complacencia en la derrota que al final se desliza en nuestro ánimo, para desestabilizar esa máquina infernal empeñada en nuestra enajenación, al menos ese es el mensaje que uno quisiera recibir desde esta sala, que fue baluarte del teatro alternativo, trampolín de creadores noveles y trinchera del inconformismo y de la disidencia.

Gordon Craig.
31-III-2008.

Cuarta Pared. Rebeldías posibles.

miércoles, abril 09, 2008

CINE. Pozos de ambición de Paul Thomas Anderson

“Pozos de ambición” comienza en el interior de una lúgubre mina. Un hombre pica sin descanso sobre la roca. Una claustrofóbica y asfixiante melodía acompaña el repiqueteo del pico contra la dura pared de mineral. La oscuridad nos empieza a rodear y el diálogo, la voz humana, no hace acto de presencia hasta pasados unos largos e interminables minutos.



Así empieza la última soberbia propuesta de Paul Thomas Anderson. Podemos hablar sin exagerar de una gran película, de una apuesta por el Cine, así con mayúsculas, de una vuelta al gran Cine, también con mayúsculas, de una propuesta que vuelve a dar protagonismo a la imagen, sin efectismos y sin maquillajes digitales que enmascaran la falta de talento y la poca seriedad de muchos de los vanidosos directores que inundan nuestras carteleras cada semana con trabajos pobres y prescindibles.

“Pozos de ambición”, aparte de una magnífica obra cinematográfica, es aún mucho más; el director, Paul Anderson, nos propone una historia dura, cruda, un testimonio rodeado de odio, de maldad, de oscuridad, agónico, agobiante, cruel; pero Paul Thomas Anderson nos regala el poder disfrutar de un personaje, Dany, que nos resultará difícil olvidar.

Dany, el protagonista de la película, interpretado por Daniel Day-Lewis, es un minero que descubre petróleo en una pequeña explotación perdida de forma inesperada, cuando toda la miseria que le rodea nos hace intuir, a los espectadores, un desenlace más cercano al fracaso. Más tarde, cuando su pozo petrolífero está ya en marcha, recibe la visita de un desconocido que a cambio de dinero le transmite una información muy valiosa: la existencia de unos territorios en el Oeste, dónde el petróleo mana de la tierra. Tras unos momentos de duda, Dany coge a su hijo y ambos se dirigen hacia el Oeste. En medio de un desierto cubierto de roca y espinos, los dos protagonistas de la película, padre e hijo, se enfrentan a ellos mismos y a sus sombras, fiel reflejo, en muchas ocasiones, de la trágica y cruda realidad de la vida.

No se entiende “Pozos de ambición” sin Daniel Day-Lewis. Day-Lewis, en esta película, está inmenso, su actuación roza lo sublime. En muchos momentos de la cinta, los espectadores llegamos a emocionarnos con Day-Lewis; es un placer indescriptible poder disfrutar de un actor en estado de gracia que nos está regalando su gran poder interpretativo en cada secuencia. Day-Lewis se come la pantalla literalmente, todo el cuadro es suyo; está omnipresente; casi sin moverse comunica, y cada uno de sus movimientos inquieta, sobrecoge, apasiona. Hacia mucho tiempo, no me puedo acordar así de repente de uno, que no presenciaba un plano secuencia en el que su protagonista no desapareciese ni tan siquiera un instante de cuadro y en esta ocasión, en cada instante Day-Lewis está en el sitio adecuado, en el que debe, y en cada uno de ellos con un ritmo gestual-corporal tan preciso, tan perfecto, tan exquisito. Me refiero a la escena en la que la torre 1 del campo petrolífero empieza a arder.

El abanico inmenso de planos geniales que nos presenta Paul Thomas Anderson, en “Pozos de ambición”, convierte en algo harto complicado la tarea de quedarse con alguno. Aun así, para mi existe uno, la llegada de los dos hermanos a la costa del Pacífico, que me gustó mucho: el cambio, en esta secuencia, de la gama cromática de la película, al pasar de una fotografía en la que predominan tonalidades frías, a un azul turquesa nítido, nos permite a los espectadores coger aire y nos envuelve, de repente, en una atmósfera diferente al del resto de la cinta; y un ser tan rudo y oscuro, que en muchas ocasiones parece invulnerable, como es Daniel, se encuentra indefenso ante la inmensidad del océano y su caparazón lleno de chapapote, muchas veces manchado de verdad, se encuentra en esta ocasión rodeado de aguas transparentes y cristalinas.

En resumen una gran película de Paul Thomas Anderson y una magistral actuación de Daniel Day-Lewis. Un cita imprescindible para los amantes del cine y para los curiosos. Abstenerse resto de público.

lunes, abril 07, 2008

ARTE. Basic_B y el Concurso de Carteles del Maratón de Cuentos de Guadalajara.

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Una vez más, como por estas fechas durante ya unos cuantos años, se ha hecho público el fallo del jurado del concurso de carteles del Maratón de Cuentos de Guadalajara 2008.

Nuestra querida Basic_B tras un par de años sin presentarse, en esta ocasión ha decido participar. Os ofrezco una reproducción de su trabajo. Sin desmerecer al cartel ganador, el de Basic, que no ha resultado premiado, creo que reflejaba mejor lo que significa la cultura oral en el continente africano: el contar las historias de viva voz al atardecer.



Otra vez será. Enhorabuena por el cartel.

La Crónica. Cartel ganador.

viernes, abril 04, 2008

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. En la Toscana. "La felicidad bien vale un sms".

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De Sergi Belbel.
Con: Jordi Boixaderas, Cristina Plazas, Lluís Soler y Lluïsa Castell.
Teatro Nacional de Cataluña. Dirección: Sergi Belbel.
Madrid. Teatro de la Abadía. 14 de Marzo de 2008.



Se caracteriza el teatro de Sergi Belbel por la inmediatez de los conflictos planteados, que inscribe en la más absoluta cotidianidad; por ello sus personajes nos resultan extremadamente cercanos y familiares, incluido el sesgo un tanto absurdo de sus conductas y su condición de juguetes de una especie de fatum malévolo que se complaciera en reírse de sus debilidades, castigar sus errores, y poner chinitas en los engranajes de su felicidad.

En esta ocasión las “chinitas” toman la forma de algo mucho más sofisticado, un minúsculo artefacto de apariencia inocua pero de efectos deletéreos para el funcionamiento de esa maquinaria perfectamente engrasada (éxito, amor, dinero, ...) que era la vida en común de Marc y Joana. En efecto, lo han adivinado, estoy hablando de un móvil. Pero ¡qué digo móvil!, un simple y modesto mensaje de texto, a partir de cuya imprudente lectura nuestro, hasta ahora, equilibrado y satisfecho Marc (Jordi Boixaderas) va a entrar en un progresivo proceso paranoide que pondrá en peligro su relación con Joana (Cristina Plazas).

Para plasmar tal proceso la acción se articula en dos planos contrapuestos, el plano “real” y el ficticio (el convulso y desasosegante universo de las pesadillas de Marc), desarrollándose en una rapidísima sucesión de escenas perfectamente sincronizadas, que se solapan sin apenas transiciones y que mantienen en todo momento la tensión dramática alimentando el conflicto con nuevas situaciones, hilarantes, a veces, de extremo dramatismo algunas, extravagantes otras, en un patrón de desarrollo de la acción que se hace, sin embargo, un tanto reiterativo

Efectista y alambicada, la obra funciona, no obstante, sustentada en tres pilares: la hábil dirección de actores, un espléndido espacio escéncio-escenográfico firmado por Max Glaenzel e iluminado por Kiko Planas, que en su versátil funcionalidad viene a ser como una metáfora de ese nuevo tipo de relaciones interpersonales “de diseño”, también, que se están instaurando cada vez más en nuestras sociedades de consumo, y sobre todo, merced al riguroso trabajo de los actores, obligados a transitar sin descanso del registro naturalista, que conviene al plano real del desarrollo de la acción, a otro hiperrealista, en que los personajes muestran brutalmente, sin la censura de la vigilia, sus pulsiones más vehementes y sus más inconfesables deseos, dando lugar a estampas de genuina factura tragicómica.

Gordon Craig.
16-III-2008.

En la Toscana. El Cultural.

martes, abril 01, 2008

LIBROS. “Sin destino” de Imre Kertész.


Imre Kertész es un polifacético escritor húngaro, Premio Nobel de Literatura, que es distinguido aparte de por sus novelas por sus fotografías. He de reconocer que yo lo conocía más por su obra fotográfica que por sus novelas hasta ahora, porque no había leído nada suyo.

Acercarte a “Sin destino” es aproximarte a los campos de concentración nazis, en un principio tímidamente, casi sin querer, guiado por la ingenuidad de un adolescente que no entiende bien hacia dónde se dirige, pero que más tarde, casi sin darte cuenta, el relato, a cara de perro y sin miramientos, te arroja al ojo del huracán, en unos instantes te encuentras rodeado de seres humanos humillados y vejados, a los que les han arrancado el alma, fantasmas esqueléticos, espectros con formas humanas, mentes y cuerpos destrozados por el horror nazi.

La novela comienza con la despedida del padre de nuestro joven protagonista, György, de su familia en Budapest, porque ha sido llamado por las nuevas autoridades nazis para realizar trabajos forzosos en algún campo del Este de Alemania. Más tarde y según avanza el relato, György también es convocado para trabajar en la refinería de la Shell en una isla cercana a la capital húngara y tiene que abandonar sus estudios definitivamente.

En un momento dado, tras un control de fronteras a la afueras de Budapest, György es introducido en un tren y enviado sin miramientos a un campo de exterminio. Tras una agónica travesía en un vagón de mercancías, el joven húngaro llega a Auschwitz-Birkenau. El destino quiso que por su edad y por sus condiciones físicas los nazis lo trasladaran al campo de trabajo de Mauthausen en vez de a la cámara de gas.

Kertész nos acerca inocentemente y desde la fina ironía que rodea su prosa, al horror del exterminio nazi, como no queriendo, pero mostrándonos lentamente toda la crudeza del sufrimiento humano extremo. Y es en esta parte de la narración dónde surge, desde lo más profundo del ser humano, la idea de supervivencia, el no abandonarse, para que el cuerpo y la mente te permitan seguir adelante, al menos un día más, unas horas más, al menos unos minutos más.

Me gustaría quedarme con dos ideas, reflexiones en voz alta, que me parecen fundamentales, a modo de conclusión, y que flotan a lo largo de todo el texto de Kertész: la idea de destino y la de culpa y memoria.

György sostiene en la última parte de la obra que “si existe la libertad no puede existir el destino, por lo tanto, nosotros mismos somos nuestro propio destino”. Y hablando en primera persona: “Yo había vivido un destino determinado: no era ése mi destino pero lo había vivido [...] y ahora tendré que vivir con ese destino [... porque ...] nunca empezamos una nueva vida sino que seguimos viviendo la misma de siempre”.

El protagonista de “Sin destino” en medio de una conversación final con los señores Fleischmann y Steiner, reflexiona sobre los conceptos de vida y recuerdo y de culpa; y dice así: “podría empezar una nueva vida, si naciera de nuevo, o si alguna enfermedad acabara con mi mente [... pero ...] mi experiencia había sido real y yo no podía mandar sobre mis recuerdos. [...] No se trataba de culpas, [tan] sólo había que reconocer las cosas, simplemente, humildemente, razonablemente, por una cuestión de honor”.

Wikipedia. Imre Kertész.