miércoles, octubre 21, 2009

TEATRO. La omisión de la familia Coleman. "El grado cero de la ficción".


De Claudio Tolcachir.
Con: Araceli Dvoskin, Miram Odorico, Inda Lavalle, Tamara Kiper, Lautaro Perotti, Diego Faturos, Gonzalo Ruiz y Jorge Castaño.
Dirección: Claudio Tolcachir. Teatro Español. Madrid



Se inscribe este espectáculo en la corriente del teatro comunitario de resistencia que tantos grupos de teatro independiente, en garajes, almacenes o casas particulares, pusieron en práctica en los años siguientes al colapso económico y social de 2001, tiempos duros en los que se buscaba afanosamente una salida a la crisis social e identitaria que asoló la Argentina de la posdictadura.

El ambiente, pues, es el de un país empobrecido por la venalidad de unos gobernantes corruptos; el entorno inmediato el de la familia, como microcosmos opresivo, como lugar de la convivencia imposible donde se muestran ya todos los “tics” y todas la veleidades del poder y de la violencia socialmente organizada.

Pero no hay lugar para la evocación en esta pieza, como en "El álbum familiar", de José Luis Alonso de Santos, ni para el recuerdo o la nostalgia, como en "Nunca estuviste tan adorable", de Javier Daulte, por poner un par de ejemplos de obras que tienen también como trasfondo el tema de la familia; no hay posibilidad ninguna de huida en el tiempo ni escapatoria posible del dominio de la más estricta cotidianidad en la que se debaten, sin esperanza, los personajes. En un presente absolutizado, sin el cortafuegos de la ilusión, de una supuesta realidad mimética en la que se diluya el impacto del crudo y desangelado panorama que el montaje pone al descubierto, asistimos al desmembramiento de una familia, desmembramiento que corre parejo con la desintegración de las identidades individuales de sus miembros sometidos a las tensiones y escaramuzas que cada uno de ellos libra día a día consigo mismo o con quienes le rodean para combatir aquello que coarta su libertad, para neutralizar aquello que entorpece la realización de sus sueños, o para conseguir una posición mas ventajosa desde la que plantear sus exigencias. Y todo ello en una situación límite, donde cada contrariedad, cada malentendido, por nimios que sean amenazan con desestabilizar y hacer saltar por los aires una situación que ya de por sí es casi insostenible.

Con estos mimbres Claudio Tolcachir construye un artefacto dramático ágil, dinámico, de un ritmo trepidante, con escenas chuscas y disparatadas de un humor acre y mordaz y con algunos momentos deslumbrantes, como los que se desarrollan durante la hospitalización de la abuela, y, desde luego, el súbito e inesperado desenlace, que nos deja a todos con un nudo en la garganta. En general el trabajo de actuación es notable; sobresalen, quizá, la patética imagen de desvalimiento que trasmite Marito (Lautaro Perotti), el patetismo de la desnortada Meme (Mirian Odorico) luchando a brazo partido por recomponer los escombros de su feminidad, y la muda impotencia de Verónica (espléndida Inda Lavalle) esforzándose infructuosamente por conservar sus lazos afectivos sin renunciar a su estatus; consigue enervarnos un poco cuando ejerce de buena samaritana pero nos conmueve su decisión, dolorosamente mantenida, de no exponer sus hijos a la influencia maléfica de una familia en descomposición.

Gordon Craig.

Teatro Español. La omisión de la familia Coleman.
Compañía Timbre 4.
Biografía Claudio Tolcachir.

miércoles, octubre 07, 2009

TEATRO. De la vida de la marionetas. "Guiñol sangriento, o cuando la soledad se hace insoportable".

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De Ingmar Bergman. Con: Antonio Valero, Socorro Anadón, Gabriel Garbisu, Raúl Chacón y Lorena Roncero. Dirección: Jaroslaw Bielski. Madrid. Sala Replika. 6 de octubre de 2009.



Junto a las grandes preguntas sobre Dios, el sentido de la vida, la finitud o la muerte, de clara filiación existencialista y presentes en toda la filmografía de Bergman, figura en lugar preferente el tema de la guerra de sexos, la lucha strindberiana por el poder en el seno de la pareja. De la vida de las marionetas desarrolla un aspecto crucial de esa siempre problemática relación hombre/mujer en el interior del matrimonio: la incomunicación e incomprensión mutuas que conduce a violentas explosiones de cólera, alimentadas por un profundo odio y una irrefrenable pulsión criminal de naturaleza enfermiza que anida en el subconsciente del protagonista.

Peter y Katerina son una pareja de clase acomodada; sin hijos y dedicados en cuerpo y alma a sus respectivas profesiones han llegado al ecuador de sus vidas con la sensación de que su existencia en común ha resultado un fracaso, con la idea de que han dilapidado su tiempo en fruslerías, abandonando lo verdaderamente importante, mientras entre ellos se ha ido abriendo una brecha que se ahonda más y más cada día sin que puedan hacer nada para taponarla y reencontrar la felicidad perdida. La ya de por sí tormentosa relación entre ambos se complica con la influencia nefasta que sobre ambos ejercen Tim y el doctor Mogens, amigos y confidentes de la pareja, y que bajo cuerda mueven los hilos de este tragicómico guiñol.

Un alambicado cóctel de pasiones, rivalidades, frustraciones y desesperación, que Jaroslaw Bielski maneja con inusitada maestría, dosificando los climax, la tensión, el humor ocasional y un torrente de emociones que fluye impetuoso y amenazador hasta su desbordamiento. Al pulso firme del director que mantiene todo bajo control se une la contención de los actores, sin cuyo concurso sería imposible tan buen resultado. Todos sin excepción aportan una variada y rica gama de matices a sus personajes respectivos. Desde el retorcido y sibilino Tim (Raúl Chacón), tras cuyos modales exquisitos esconde un acerbo resentimiento, a la vehemente y atormentada Katarina (Socorro Anadón) o al cínico y sin escrúpulos doctor Mogens (Gabriel Garbisu) de ademán reposado y retórica vacua. Pero sobre todo Antonio Valero, que en un trabajo espléndido, trasmite la angustia del hombre solo, derrotado, plenamente consciente de la imposibilidad de encarrilar de nuevo su relación con Katarina y atenazado por sus impulsos violentos y atrabiliarios. La escena de su entrevista primera con el doctor Mogens es antológica, pero también lo son las escenas finales, revelándose en su actuación algunos aspectos autobiográficos del propio Bergman que su personaje incorpora.

Un magnífico espectáculo, riguroso y elaborado. Una disección en toda regla del alma humana llevada a cabo en esa atmósfera fría y aséptica de quirófano que recrea la escenografía, con muebles de metracrilato bajo la luz blanca e intensa de los proyectores. Y una espléndida oportunidad de ver, de degustar, más bien, en las distancias cortas un notable trabajo de actuación.

Gordon Craig.

Sala Replika.