martes, diciembre 30, 2014

domingo, diciembre 28, 2014

TEATRO. Perdona si te mato, amor. "El asesino de la corbata de seda".

De Carlota Pérez-Reverte Mañas.
Con: Nacho Rubio, Rafa Blanca, Javi Coll, Julián Ortega, Antonia Paso y Silvia de Pé.
Dirección: Alberto Castrillo-Ferrer.
Madrid. Naves del Matadero.



Perdona si te mato, amor es un combinado de elementos heterogéneos procedentes de la comedia costumbrista, del genero policiaco y del teatro del absurdo de la factoría Mihura; un cóctel que, aunque no destaque por la originalidad de los ingredientes, muestra al menos una notable capacidad de invención de la autora a la hora de combinarlos y una gran habilidad para mantener la intriga hasta el mismísimo final.
Renuncio a contar el argumento pues ello me llevaría a desvelar algunas claves esenciales para mantener el suspense, elemento nuclear de toda obra de naturaleza policial que se precie. Baste decir que se trata de una disparatada y rocambolesca historia de policías, detectives y asesinos en serie, tejida en torno a una singular agencia de asesoría criminal regentada por un tal Homero Mortimer, ilustre apellido, por cierto, nombre de un personajes de El perro de los Baskerville, que ya nos pone en al pista de por donde van a ir los tiros.
Bien tejida, como he dicho, la trama, de tono desenfadado y con un diálogo ágil (y hasta brillante, a veces, si no fuera por la obsesión de la autora por la frase ingeniosa y por el juego de palabras de filiacion jardielesca, que conduce a veces a lo chusco, a lo manido y al tópico) la obra le viene como anillo al dedo al avezado director Alberto Castrillo-Ferrer ducho en las lides del psicodrama cómico (Al dente, de la que también es autor) y de la sátira/farsa política (espléndida Feelgood, de A. Beaton, que vimos en esta misma sala) que saca del texto todo el partido posible sirviéndose de un solvente equipo técnico y de las enormes posibilidades que brinda producir al amparo de un teatro público, entre otras la de contar con una elaborada -y acertadísima, todo hay que decirlo- escenografía de espacios múltiples que firma Javier Pellicer y que permite dar al espectáculo un decidido sesgo cinematográfico acorde con el dinamismo de la trama.
Los actores, en general, aportan a sus respectivos papeles justo lo que estos les exigen y, a veces, no pueden dejar de caer en el lugar común o en la caricatura que está ya en el personaje mismo, como en el caso de la casera con veleidades detectivescas o en el del forense despistado, papeles que les han caído en suerte a Antonia Paso y a Julián Ortega; este último sale mejor parado en su papel de atormentado asesino compulsivo de la primera parte de la obra. El Fiscal (Nacho Rubio) y el detective (Rafa Blanca) son un cruce del inspector Gadget y del Inspector Clouseau, de La pantera Rosa, obra con cuya estética (grafismos naif de los “títulos de crédito” y banda sonora de cine mudo) guarda notables similitudes la presentación de los personajes con la que se inicia el espectáculo. Javi Coll pone la nota del Madrid castizo encarnando a un “diligente” funcionario de policía de comisaría de barrio, aunque bien pudiera ser un agente de movilidad camuflado, de los que tuvieron el altercado con Esperanza Aguirre. Hace doblete con un misterioso híbrido de ferretero y mancebo de botica; de mirada aviesa y aspecto simiesco, encerrado en su chiscón constituye una inequívoca estampa galdosiana. Silvia de Pé, en fin, está más que sobrada de recursos para extraer de su personaje, Madeleine, lo que esta tiene de cruce de “viuda negra” y “femme fatal”.
Un buen divertimento para estas fiestas navideñas si no nos tomamos demasiado en serio ese furibundo y extemporáneo ataque a la mediocridad ambiente con que se despacha el fiscal ¡a cuenta nada menos que de las corbatas!
Gordon Craig.

viernes, diciembre 19, 2014

TEATRO. ¡Bleu!: "Protagonistas los niños".

Dirección artística: Francesco Gandi y Davide Venturini.
Coreografía: Anna Balducci.
Diseño visual: Elsa Mersi. Diseño de sonido: Spartaco Cortesi.
Compañía: TPO en coproducción con Teatro Metastasio Stabile della Toscana.
Madrid. Teatro de la Abadía.


Como ya viene siendo habitual, la programación de La Abadía se orienta durante estas fiestas navideñas hacia un público más joven dando cabida en sus salas a obras que, sin merma de la calidad de los espectáculos dirigidos a los espectadores adultos, salen al encuentro de un público infantil y familiar con necesidades y apetencias probablemente distintas, pero con no menor grado de exigencia artística que los primeros. Espectáculos, cuya selección conlleva si cabe una mayor responsabilidad de los programadores, porque, sin duda, del éxito o del fracaso con el que el niño afronte esas primeras experiencias en el mundo del teatro dependerá en gran medida el que se convierta en el futuro en un buen aficionado y en un amante del arte de Talía. Tengo para mí, después de haber asistido a la doblemente estimulante experiencia del espectáculo y de las reacciones y de la implicación -entusiasta- de los niños, que esta delicada e imaginativa propuesta ha colmado las expectativas del publico infantil y ha pulsado la fibra emotiva, la sensibilidad a flor de piel y la innata propensión a la fantasía que anidan en los corazones y en las mentes de los más pequeños.

Se trata de una poética e imaginativa fantasía de luz y color que tiene como motivo el universo marino y submarino. La obra toma como punto de partida el encuentro de un marinero solitario y una misteriosa ninfa de las profundidades cuando éste extrae, adheridos a la cuerda que sujeta el ancla de un imaginario navío diversos objetos entre los que figura una especie de bola (¿perla?) dotada de poderes mágicos reclamada por la ninfa. A partir de ahí, la obra se desarrolla como una sucesión de cuadros evocadores de distintos motivos y ambientes marinos y de animales subacuáticos como las olas en movimiento, la arena de la playa, las tonalidades iridiscentes del agua al ser atravesadas por los rayos del sol o peces y criaturas marinas de extraños poderes, como unas caracolas a cuyo contacto la arena produce vistosos fenómenos luminiscentes. Cuadros construidos en torno a un esbozo -mínimo, si es que lo hay- de argumento que es apenas el pretexto para una sorprendente exhibición de creatividad visual.

Sometidos al encantamiento y a la seducción de las imágenes proyectadas y al influjo de la espléndida ambientación sonora los niños apenas si necesitan un mínimo estímulo del marinero y maestro de ceremonias para irrumpir en el escenario, embarcarse en una incierta travesía de cuento o entregarse con fruición al juego de perseguir burbujas, o estrellas marinas, de dibujar divertidos arabescos sobre la arena mientras intentan zafarse de las olas. Y es que ahí radica a mi juicio el principal atractivo de este trabajo de la compañía italiana, el conseguir la participación de los pequeños y convertirlos en protagonistas activos, junto a los dos actores, del espectáculo, para disfrute y regocijo del resto.

Una muestra consumada, en fin, de dominio de los medios y sistemas interactivos de generación de imágenes combinado con una sensibilidad exquisita y una rara habilidad para conectar con las necesidades y los gustos de los más pequeños. Todo un acierto para despertar en ellos el gusto por el teatro.

Gordon Craig.

Teatro de la Abadía. Bleu! 

miércoles, diciembre 17, 2014

1000 razones para no dejar de leer. Osvaldo Soriano: "Hay tres clases de futbolistas. [...] Esos son los profetas".


<< Hay tres clases de futbolistas. Los que ven espacios libres, los mismos que cualquier payaso ve desde la tribuna y los ves y los ponés contento y te sentís satisfecho cuando la pelota cae donde debe. Después están los que de pronto te hacen ver un espacio libre sin más, un espacio que vos mismo y quizá los otros podrían haber visto de haber observado atentamente. Ésos te tomas de sorpresa. Y luego hay aquellos que crean un nuevo espacio donde no debería haber habido ningún espacio.
Esos son los profetas. Los poetas del juego. >>

"Fútbol. Relatos épicos sobre un deporte que despierta pasiones" de Osvaldo Soriano.

viernes, diciembre 12, 2014

TEATRO. Fausto: "¿Cómo te he de aprehender, Naturaleza infinita?".

De J. W. Goethe.
Con: Manuel Castillo, Víctor Clavijo, Roberto Enríquez, Alberto Frías, Emilio Gavira, Aarón Lobato, Rubén Mascato, Pablo Rivero, Marina Salas y Ana Wagener.
Escenografía: Sven Jonke.
Versión: Livija Pandur, Tomaz Pandur y Lada Kastelan.
Dirección: Tomaz Pandur.
Madrid, Teatro Valle-Inclán.



Es El Fausto de Goethe crisol y culminación de una vasta profusión de leyendas de diversas tradiciones literarias que hunden sus raíces en los textos bíblicos y clásicos y que plantea, según opinión de Schiller, el drama profundo de la naturaleza del hombre en su malogrado intento de aunar sus ansias de absoluto con sus limitaciones físicas, de conciliar, en suma, sus dos “naturalezas”, la divina y la humana. A Goethe le obsesionó durante muchos años la creación de esta obra a la que dedicó no pocos esfuerzos, desde su primera formulación en una especie de “protofausto” (Urfaust), hasta su sistematización definitiva en forma de drama simbólico de una complejidad sin parangón en la dramaturgia occidental.

Acometer el montaje de esta obra constituye por ello un desafío en toda regla para cualquier director teatral, incluso para Tomaz Pandur, que no se arredró ni ante el mismísimo Infierno de Dante (espléndido trabajo, por cierto, a juzgar por la crítica y por testimonios de primera mano, visto en Madrid en el Festival de Otoño en 2005 y que no tuve oportunidad de presenciar). Un desafío al que los grandes creadores no pueden sustraerse de todos modos, quizá porque late en ellos el mismo anhelo profundo del doctor Fausto de “aprehender la Naturaleza infinita” y la misma frustración ante la imposibilidad de ver satisfecho ese deseo. Pero no sigamos con este paralelismo que nos llevaría a pensar que también esos creadores, y en particular Tomaz Pandur, responsable del sorprendente montaje que comentamos, han establecido algún pacto con el Diablo en busca de ayuda para satisfacer sus deseos. No nos atrevemos a tanto, aunque cabe conjeturar que el director esloveno se ha encomendado a algún genio tutelar que ha velado por la feliz conclusión de un tan aventurado proyecto.

Releyendo el texto de Goethe puede valorarse en su justo término no sólo la drástica síntesis del contenido argumental de la obra a la que el director ha procedido, sino también su personalísima orientación en cuanto al tono de la misma. Ha incorporando a su puesta en escena solo aquellos fragmentos de la obra que considera esenciales (y que pudieran abordarse en el lapso de tres horas, que es la duración del espectáculo) y ha trocado la solemnidad y el tono épico de muchas escenas por el desenfado, el sarcasmo y la más acerba parodia, que llegan a su culminación, por ejemplo, en la escena VIII del acto único de la primera parte, escena del encuentro de Fausto con Margarita, (“Bienvenida seas dulce penumbra, que este sagrario envuelves”, etc., etc.), convertida como digo en una grotesca bufonada, donde una sandia y alelada Margarita balbucea al dictado de su madre las respuestas a los requiebros de viejo verde Fausto mientras un diletante Mefistófeles pasea a su alrededor en bicicleta. Pero este es sólo un ejemplo de los drásticos contrastes, del sincretismo de personajes, de la superposición de elementos teatrales y metateatrales, del radical desplazamiento de la acción de que se sirve Pandur con el propósito de adaptar la pieza al “clima intelectual y emocional” (sic) de nuestra propia época, y añado yo, a los principios de su poética escénica caracterizada por la hibridación de diferentes medios expresivos (verbales, sonoros plásticos y visuales) y por la complejidad de sus elementos metafóricos.

A medio camino entre los misterios y las alegorizaciones medievales y el autosacramental barroco, la obra de Goethe, pese a su complejidad, o precisamente por ella, parece como pintiparada para un fabuloso creador de imágenes como es Tomaz Pandur. Y es la dimensión visual del montaje, el extraordinario potencial sugeridor de sus imágenes, en muchos casos de una elocuencia aterradora, la que acapara sobre todo nuestra atención. De hecho, los pasajes de mayor densidad filosófica en los que Fausto muestran la eterna lucha del hombre por igualarse a los dioses, el poder de seducción del mal, la ilusión de la felicidad o la frustración perpetua de la imposibilidad de la trascendencia, se harían difíciles de digerir si no fuera por la permanente apoyatura del discurso en los elementos sonoros y visuales que los enmarcan componiendo un todo unitario con las palabras del personaje, por ejemplo ese monumental mural que atraviesa diagonalmente la escena y sobre el que se proyectan signos y fórmulas cabalísticas y grabados y diagramas de la geometría de los viejos tratados de astronomía del gabinete de estudio del protagonista; o, no me resisto a citar, todo el fastuoso juego de proyecciones del inicio de la segunda parte (acto IV del original) en el que Fausto, en la cima de su poder, contempla a sus pies la majestad y el poderío de una naturaleza exuberante de arriscadas cumbres, enormes precipicios y nubes amenazadoras.

Sobrecogen realmente estas imágenes grandiosas, pero también otras de resonancias litúrgicas o rituales (como la de la crucifixión/descendimiento de Margarita sobre unas escaleras de tijera) o terroríficas (como las de La noche de Walpurgis) y se abren paso directamente a nuestra conciencia para pulsar nuestra fibra emotiva o, en cualquier caso, para estimular los sedimentos de pasadas experiencias (estéticas, intelectuales, vitales ...) propias allí acumulados en capas superpuestas y a las que sólo es posible acceder por la vía de los símbolos. Meritorio el trabajo de los actores, un elenco disciplinado y sometido a un calculado movimiento escénico acorde con la evolución de los elementos escenográficos. Y, en fin, puestos a destacar a alguno cabría mencionar el portentoso trabajo de Ana Wagener, madre de Margarita y de Valentín y a la vez esposa de Mefistófeles con ese aire de señora bien, con el empaque, la picardía, el mal genio y la belleza caduca de toda una Glenda Jackson.

Gordon Craig. 

Tomaz Pandur. Fausto.
CDN. Fausto.

miércoles, diciembre 10, 2014

1000 razones para no dejar de leer. Patrick Modiano: "las redes sociales comprometen una parte de la intimidad".


"Pertenezco a una generación intermedia y me despierta la curiosidad saber cómo las generaciones que me siguen, que han nacido con Internet, los teléfonos móviles, el correo electrónico y Twitter, se expresarán a través de la literatura en este mundo en el que siempre estamos conectados y en el que las redes sociales comprometen una parte de la intimidad y el secreto que era nuestro valor más preciado hasta hace poco tiempo, porque da profundidad a las personas y es un gran tema literario".

Modiano se define como un novelista “prisionero de su tiempo” en El País.


Lee aquí el artículo completo.

miércoles, diciembre 03, 2014

1000 razones para no dejar de leer. "El lobo estepario" de Hermann Hesse.


"Ahora ya esto había pasado, este cáliz había sido apurado, y ya no me lo volverían a llenar. ¿Había que lamentarlo? No. No había que lamentar nada de lo pasado. Era de lamentar lo de ahora, lo de hoy, todas esas horas y días que yo iba perdiendo, que yo en mi soledad iba sufriendo, que ya no traían ni dones agradables, ni conmociones profundas".

"El lobo estepario" de Hermann Hesse.