lunes, mayo 30, 2016

1000 razones para no dejar de leer. La lluvia amarilla de Julio Llamazares.

"Aunque no nos demos cuenta, un árbol está vivo, y siente, y sufre, y se retuerce de dolor cuando el hacha entra en su carne, formando las estrías y los nudos por los que penetrarán más tarde el moho y la carcoma que acabarán pudriéndola algún día".

La lluvia amarilla de Julio Llamazares.

domingo, mayo 22, 2016

1000 razones para no dejar de leer. La España vacía: viaje por un país que nunca fue de Sergio del Molino. "Conmovedor. Una turbadora invitación a la reflexión".

"Tocar esas ruinas, pasear entre ellas, es pasearnos. No es que reconozcamos ese paisaje, es que somos él. Somos esa España vacía, estamos hechos de sus trozos. Es la única forma plausible de patriotismo que queda para un español".

La España vacía: viaje por un país que nunca fue de Sergio del Molino.

Conmovedor. Una turbadora invitación a la reflexión.

domingo, mayo 15, 2016

TEATRO. Animales nocturnos. "El espectáculo de la humillación".

De Juan Mayorga.
Con: Jesús Torres, Pablo Gómez-Pando, Viveka Rytzner e Irene Serrano.
El Aedo teatro.
Dirección: Carlos Tuñón.
Madrid. Teatro Fernán Gómez. Centro cultural de la Villa. 


Con cientos de miles de refugiados llamando a las puertas de una Europa paralizada e incapaz de encontrar una solución unitaria y digna para una de las peores crisis humanitarias de su historia, esta obra de Mayorga, que tiene como trasfondo el chantaje a un inmigrante sin papeles por parte de un respetado miembro de su vecindario, se beneficia, sin duda, de un plus de actualidad que no tenía en el momento de su estreno por Juan Pastor en la Guindalera en diciembre de 2003. Sería engañoso, no obstante, apelar a esa supuesta  “actualidad” del argumento como reclamo para atraer espectadores a este nuevo montaje de Animales nocturnos que acaba de estrenar El Aedo teatro en el Centro Cultural de la Villa, porque como ya escribimos en su momento esta pieza inquietante y perturbadora va más allá de la mera glosa de una de las muchas situaciones concretas de abuso ejercido sobre los inmigrantes por parte de miembros conspicuos de las sociedades de acogida para abordar el tema general de la violencia ejercida sobre los demás. Violencia que a veces se presenta como el corolario del odio o del rechazo a lo desconocido, al distinto -prefigurado aquí en la figura del inmigrante-, pero que otras veces es mero fruto de nuestro egoísmo o de nuestra inseguridad. Violencia emparentada con esa lucha de poder estrindberiana, que no necesariamente se manifiesta en forma de maltrato físico sino bajo las formas más soterradas de dominación del otro por medio de la manipulación del lenguaje, de la indiferencia o del menosprecio.

El Hombre bajo, es un anónimo funcionario y “modélico” conciudadano que ha destruido su matrimonio vaciando literalmente su relación de pareja de cualquier emoción o sentimiento de cariño. Prevaliéndose de su estatus y para compensar su insignificancia y un profundo sentimiento de frustración decide chantajear a su vecino, el Hombre alto, un inmigrante sin papeles. Bajo la amenaza de delatarle a las autoridades obtiene de él pequeñas -sólo en apariencia- contrapartidas, como por ejemplo que le acompañe a compartir su soledad en el bar de la esquina o a dar un paseo por el zoológico. Pero esa situación de dependencia, de humillación, que el Hombre alto trata de ocultar su pareja, aflora inevitablemente cuando el Hombre bajo irrumpe en su casa con la supuesta intención de arreglar una avería eléctrica y termina por corromper la relación del Hombre alto con su propia pareja, una relación basada hasta el momento en el amor, el respeto y la confianza mutua y en la esperanza ilusionada en un futuro mejor.

Aunque seguir a Mayorga en su periplo por los espacios cerrados de la opresión que se camuflan en las más cotidianas situaciones de la convivencia vecinal y doméstica no es tarea fácil, el entusiasmo puesto en el empeño por los integrantes de esta joven compañía de teatro arroja resultados alentadores. Para empezar por la escenografía, el concepto, la idea de “encerrar” a los personajes en una gran caja como la que se emplea para el trasporte de animales vivos, que luego se abre para mostrarnos a los protagonistas en la intimidad, refuerza la atmósfera claustrofóbica, de soledad en la que viven y permite ofrecer las acciones simultaneas en las que a veces se despliega el texto; en ocasiones, sin embargo, se convierte en un estorbo para el desarrollo fluido de la acción, cuando no en elemento redundante. Acertada parece la iluminación tenebrista y el espacio sonoro que subraya los clímax y las transiciones. El trabajo de los actores tiene también sus claroscuros. En particular, a Irene Serrano creo que le cuesta, dar con el tono de su personaje, la Mujer baja; más errático en los comienzos está convincente en una de las escenas finales, la de su encuentro en el parque con el Hombre alto, que viene del rifirrafe que ha tenido con su pareja en la residencia de ancianos. Hay un genuino momento de comunicación sincera, de empatía entre ambos, quizá, el estímulo que necesita para plantarle cara al marido en el cuadro siguiente, de nuevo con un inesperado exceso de ímpetu. Respecto a Jesús Torres (el Hombre bajo) da precisamente en esta escena la justa medida del carácter taimado de su personaje, aguantando impertérrito la sarta de reproches de su mujer para responderla, sin levantar la voz, lo ofendido que se siente y mostrarla, en el colmo del cinismo, una libreta a modo de memorial de agravios en la que lleva meticulosamente escrita la “lista de cosas que desearía hacer y que no puede hacer con ella”. Esa mirada torva, fría, distante, calculadora, sucia, incluso, esa mansedumbre en el trato, esa amabilidad impostada, son las que despliega a lo largo de toda la obra y de las que se sirve para tejer la tela de araña en la que atrapar a sus víctimas. Pablo Gómez-Pando y Viveka Rytzner dan vida a la otra pareja, el Hombre alto y la Mujer alta. Gómez-Pando nos regala algunas escenas espléndidas, como la ya citada en el parque o la escena siete cuando se presenta su mujer en la residencia para reprocharle su cobardía y el haber traicionado sus principios. Tras defender con vehemencia pero sin éxito sus puntos de vista trasmite una dolorosa sensación de derrota. Viveka Ritzner ilustra con bastante acierto a la joven confiada, vital, cariñosa y esperanzada que representa la Mujer alta; el lado luminoso de la persona, la única reserva de integridad y de dignidad en ese tétrico y desolado universo de secretos, mentiras, renuncias y vejaciones poblado por los “animales nocturnos”.



Gordon Craig.

jueves, mayo 05, 2016

TEATRO. Numancia. "Canto al heroísmo y a la libertad".

De  Miguel de Cervantes. Versión de Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño.
Con: Beatriz Argüello, Alberto Velasco, Chema Ruiz, Raúl Sanz, Carlos Lorenzo, Alberto Jiménez, Markos Marín, Maru Valdivielso, Julia Piera, Críspulo Cabezas, Mélida Molina y Miryam Gallego.
Diseño de escenografía: Alessio Meloni.
Diseño de vestuario: Almudena Huertas.
Diseño de Iluminación: José Manuel Guerra.
Música y espacio sonoro: Luis Cobo.
Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente.

Madrid. Teatro Español,


De fuentes mitad históricas mitad legendarias La destrucción de Numancia se inspira en la resistencia heroica de los defensores de la ciudad soriana de Numancia asediada por las legiones romanas bajo el mando de Publio Cornelio Escipión Emiliano. Tras casi trece meses de sitio, debilitados por el hambre y las enfermedades y tras dos intentos infructuosos de negociar un acuerdo de paz honroso los numantinos decidieron poner fin a la situación en el verano del 133 antes de Cristo matando a sus hijos y a sus mujeres y suicidándose para no caer en manos de los sitiadores.

Escrita en la treintena (hacia 1580), cuando Miguel de Cervantes acababa de regresar del cautiverio de Argel, el escritor distaba mucho del Cervantes decepcionado y escéptico de los Entremeses o del Cervantes desencantado del Quijote; todavía alienta en él, quizá, un sentimiento patriótico de orgullo por el Imperio y sus valores, que él mismo había contribuido a defender como soldado, y ello le hace buscar en las gestas del pasado los cimientos de la grandeza presente. La versión, -espléndida, por otra parte-, mitiga, si puede decirse así, ese halo de fervor patriótico que destila el texto original, por ejemplo, en la Jornada Primera, donde se modula el tono excesivamente plañidero de la figura alegórica de “España” lamentándose de las vejaciones de todos los pueblos invasores de la península hasta la fecha y se contrarresta en parte la complacencia con la que se evoca el futuro glorioso de España (la España imperial) en la profecía del padre “Duero”, mencionando otros episodios menos honrosos de la historia patria, como la Guerra Civil  o la dictadura franquista, a los que, obviamente, no alude el texto original.

Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño, autores de la versión, mantienen, no obstante, intacto, el profundo espíritu épico que impregna la obra, y que la emparenta, según algunos críticos autorizados, con la tragedia griega; reducen a su mínima expresión la Jornada Segunda, la más controvertida y clarifican los tres planos fundamentales del desarrollo de la acción: el individual, centrado sobre todo en las figuras de Lira, Leonelo y su amigo Leonicio; el colectivo, centrado en la solidaridad y el heroismo del conjunto y el mítico/histórico; en este punto, siguiendo la estela del montaje de Jean Louis Barrault los responsables del montaje identifican las figuras alegóricas con los coros de la tragedia griega, como por ejemplo en el final de la Jornada Tercera en el que el diálogo madre hijo se trasforma y se pone en boca de un coro de mujeres demacradas de aspecto fantasmal, con los pechos al aire y mesándose los cabellos mientras entonan una quejumbrosa palinodia  sobre los estragos del hambre y las privaciones.

Juan Carlos Pérez de la Fuente, que sobresale tanto en la dirección de actores como en el manejo de los símbolos y de las alegorizaciones ha encontrado en este texto una magnífica oportunidad para desplegar su talento y secundado por Alessio Meloni y Luis Miguel Cobo, responsables de un espacio escénico y sonoro excepcionales, logra crear imágenes de un extraordinario impacto visual y estético. Se trata de un montaje redondo que peca, si acaso, de un exceso ocasional de efectismo, qué sé yo, por ejemplo en la escena de Leonelo, colgado del muro, moribundo cuando regresa de su incursión a por víveres en el campamento romano, o la de Lira, arrojándose de la “torre/trapecio” en la escena final ante la mirada contrariada de Escipión que ve como se esfuma ante sus narices la posibilidad de hacer un solo prisionero para presentar al senado como botín de su pírrica victoria contra los numantinos. Por lo general, el tono, aunque de extremo dramatismo, resulta acorde con el horror que suponen las penurias del cerco y el final desastrado de los sitiados.

Y es difícil destacar aspectos concretos del montaje y del trabajo de los actores, que como digo, en general se mantienen dentro de un elevado nivel de exigencia artística. No me resisto a mencionar, empero, las conmovedoras escenas que protagonizan Lira (Miryam Gallego) y Leonelo (Markos Marín) en su encuentro del final de la Jornada Tercera o la del planto de Lira también ante el cuerpo exánime de Leonelo al pie de la muralla de la Jornada Cuarta. La fuerza trágica de ambas escenas es de una belleza arrebatadora. Y otro tanto cabe decir de la desesperación de Teógenes (Alberto Jiménez) y su mujer (Mélida Molina) ante la perspectiva de tener que dar muerte a sus propios hijos. Sobrecoge asimismo la tétrica figura de “La Guerra” (Beatriz Argüello) arrastrando el carro de la muerte -reconocible homenaje a la Madre Coraje de Brecht-, y toda la escena del parto de “El Hambre” y “La Enfermedad”, dos abortos monstruosos cuyas muecas y chillidos son la réplica siniestra y grotesca de estas dos secuelas terribles de la guerra traídas al mundo con la ayuda del insolente y bárbaro “Hombre-Partera” (Alberto Velasco). De hecho, ambos, Alberto Velasco y una versátil Beatriz Argüello, dan vida múltiples personajes en un portentoso trabajo de metamorfosis actoral acaparando un sin fin de figuras alegóricas a cual de mayor mérito y complejidad.

Un trabajo en fin riguroso, inspirado y lleno de aciertos. Un excepcional homenaje, dentro de la medianía de los actos que se están celebrando en el cuatrocientos aniversario de la muerte del eximio escritor que tanto luchó con sus escritos y con la fuerza de su brazo, por las grandes causas de la civilización occidental: por el amor, por la dignidad, por la libertad y por la solidaridad.  

Gordon Craig.