martes, febrero 26, 2013

1000 razones para no dejar de leer. Entrevista en El País a Antonio Muñoz Molina.

<< […] Algo que manejaba tanto la élite de la derecha como la de la izquierda: que en 1939 había dos Españas y que el levantamiento de una contra la otra provocó una guerra civil. Pero si lo estudias con más cuidado, ves que hay un proceso de radicalización política en ciertas élites que arrastran a todo el sistema político y que acaba arrastrando a una población que, en su mayor parte, es ajena a eso. […] La responsabilidad de las élites es enorme. La irresponsabilidad de las élites las pagan los pueblos enteros. […] >>


Entrevista en El País a Antonio Muñoz Molina.


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viernes, febrero 22, 2013

TEATRO. Invierno en el barrio rojo. "Descarnado retrato de una relación de amor y amistad".


De Adam Rapp.
Con: Aura Garrido, Gonzalo de Santiago y Alejandro Botto.
Dirección: Marta Etura.
Madrid. Teatro Español


 
La obra tiene un arranque fulgurante. En cuestión de segundos asistimos al repentino intento de suicidio de Matt y a la irrupción en escena, inmediatamente después, de Daniel y Christina en estado de máxima exaltación, -él en pleno subidón y ella como flotando en una nube- y sin dar lugar a Matt para reponerse del fiasco y reorganizar sus ideas. Es como una violenta sacudida que dispara nuestros indicadores de alerta antes de que tengamos tiempo de encontrar una posición cómoda en la butaca y de que nuestros ojos se acostumbren a la oscuridad de la sala. A partir de ahí ya no podemos bajar la guardia, hasta que, acunados por la voz profunda de Tom Waits que entona “Waltzing Matilda”, asistimos a la caída del telón y podemos suspirar aliviados. Bueno, aliviados es un decir, porque no es fácil sustraerse a esa suerte de conmoción que provoca en nuestro ánimo una historia triste y desgarradora que pone en evidencia la inagotable capacidad de los seres humanos de hacerse daño a sí mismos y a sus congéneres.

Se trata en efecto del retrato descarnado de una relación de amor y amistad a tres bandas que se inicia en una habitación de hotel de mala muerte en el “Barrio Rojo” de Amsterdam y termina un año después en el cuarto de Matt, en Nueva York, donde éste intenta concluir su primera obra de teatro. Matt y Daniel son dos amigos, antiguos compañeros de estudios en la universidad y Christina es una prostituta joven y atractiva contratada ocasionalmente por Daniel con objeto de terminar con el largo periodo de abstinencia de Matt y hacerle salir del estado de postración en el que se halla desde que su antigua novia, Sara, le dejara precisamente por Daniel. Pero este propósito inicial se trunca de inmediato. Durante los prolegómenos del “servicio” para el que Christina ha sido contratada -que Matt dilata con una insufrible cháchara para encubrir su timidez y su repentino azoramiento-, caemos en la cuenta de que la historia está a punto de repetirse: mientras que Matt está enamorándose de Christina como un colegial, viendo en esta relación una oportunidad de salir del agujero, ella apenas si puede ocultar su creciente atracción por Daniel, una atracción que se convertirá en una auténtica fijación erótica enfermiza de funestas consecuencias.

La adaptación de Gonzalo Santiago sortea con eficacia las dificultades que siempre acarrea trasponer a otra lengua el registro rabiosamente coloquial en el que se expresan los personajes, siempre en un lenguaje directo, descarnado, sin subterfugios ni paños calientes, un tanto brutal, a veces. Hay un acertado trabajo de dirección de Marta Etura, que al parecer se estrena en estos menesteres. Y hay un magnífico trabajo de actuación de conjunto. Sobre Gonzalo Santiago recae la responsabilidad de dar vida al angustiado Matt, un joven débil e inestable que no parece capaz de vencer su inseguridad ni de sobreponerse a su primer fracaso sentimental; da el perfil de un ser torturado e indefenso blanco permanente de las invectivas y del sarcasmo de Daniel y cuyo futuro fuera a despejarse como por ensalmo ante la aparición providencial y luminosa de Christina; no es fácil decir, en ocasiones, si la precipitación con la que dice su papel es un mero ejercicio de memoria o una genuina traducción del estado de atolondramiento y nerviosismo del personaje. Una jovencísima Aura Garrido revela con acierto y hasta con brillantez el turbulento y enigmático mundo interior de Christina y las trasformaciones que experimenta empujada por circunstancias cambiantes. Puede aparentar alegría y despreocupación bajo el disfraz de la frívola y encantadora Cristine, o convertirse en Ana, despojándose de su actitud sumisa, de su risita ridícula y de los sonidos guturales de su fingido acento francés con los que encubre su verdadera personalidad. O puede mostrar las profundas heridas de la soledad, o la urgente necesidad de comprensión y ayuda, o las brutales acometidas del deseo. Pero quien destaca en la composición de su personaje es Alejandro Botto, a quien no habíamos tenido la fortuna de haber visto antes sobre las tablas. Es un auténtico ciclón y se enseñorea de la escena desde el momento en que aparece completamente colgado y flanqueado por Cristine, a la que presenta a su amigo entre procacidades y medias verdades como si fuera un trofeo de caza. Cínico, malicioso, lenguaraz, no deja de pavonearse ante la chica ni de ponderar sus gustos literarios y sus triunfos y hacer de menos a su amigo al que convierte en objeto de su mordacidad y de su sarcasmo. Ni en los momentos en que uno y otra están más necesitados de respeto y comprensión, dejara de mostrarse como lo que es: un ser despreciable, chulesco, egoísta y depravado. 

 Gordon Craig.


miércoles, febrero 20, 2013

1000 razones para no dejar de leer. Entrevista en El País a Antonio Muñoz Molina.

<< […] Creo que lo primero es distinguir entre la gente común y las élites. Hay una cosa en la que he pensado mucho, sobre la que he intentado estudiar desde hace tiempo: la diferencia entre el extremismo de la élite y la gente común. Lo he estudiado respecto a la Guerra Civil. Cómo el extremismo político está limitado a una élite muy concreta que se aprovecha de situaciones sociales dolorosas y que crea una dinámica propia que acaba arrastrando a la sociedad entera. Eso es muy importante. Evidentemente, la élite política o cultural, o lo que sea, es la parte más visible de la sociedad. Puedes pensar que son una representación fehaciente de la sociedad, pero puede resultar que no. […] >>


Entrevista en El País a Antonio Muñoz Molina.


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martes, febrero 19, 2013

jueves, febrero 14, 2013

TEATRO. Maridos y mujeres. "Bufé frío".



De Woody Allen.
Con: Luis Bermejo, Israel Elejalde, Elisabet Gelabert, Alberto Jiménez y Nuria Mencía.
Dirección: Álex Rigola.
Madrid. Teatro la Abadía


 
Adaptación para las tablas de la película original de Woody Allen Maridos y mujeres (Husbands and wives, 1992, protagonizada por Mia Farrow y por él mismo) la obra plantea en clave de comedia ágil y desenfadada los problemas de la vida conyugal y reflexiona acerca de las escasas posibilidades de éxito de una relación de pareja estable y duradera. La moraleja final vendría a ser que tal tipo de relación (como la que consiguen José Luis y Alicia después de superar el trance de su separación temporal) sólo es posible a costa de limitar los términos y el alcance de la vida en común, a costa de reducir el matrimonio a una suerte de refugio o centro de acogida (para dos, naturalmente), un lugar tedioso, gris, en cuya entrada, como en el frontispicio de la entrada al Infierno de Dante (“lasciate omni speranza”) hubiera también un cartel que anunciara expresamente la renuncia al romanticismo, a la entrega, a la pasión desenfrenada, incluso a la posibilidad de tener con tu pareja un solo orgasmo simultáneo.

La obra tiene un arranque abrupto y brioso: José Luis y Alicia declaran, de repente, a sus amigos Álex y Carlota, con quienes han quedado para salir a cenar, que han decidido separarse. Ambos aparecen relajados y tranquilos, como si hubieran asumido con toda naturalidad una situación que a ojos de sus amigos constituye un desastre absoluto. De hecho Carlota pilla un rebote monumental y se niega a aceptar la evidencia. Enseguida nos damos cuenta de que esa “naturalidad” de Alicia era falsa; y de cómo, ante la estupefacción de su amigo Ronald, se pone hecha una furia con su marido. Y lo mismo ocurre con la otra pareja, la formada por Álex y Carlota, que entre disimulos y evasivas comienzan a interrogarse acerca de su situación para descubrir que resulta ser menos satisfactoria de lo que creían. También sus relaciones se han ido enfriando. La costumbre -el tedio- ha empezado a hacer mella en ambos y para cuando encontramos a José Luis encaprichado con Gloria, una sexy profesora de aeróbic a la que dobla en edad, y a Alicia disfrutando de su recién estrenada soltería (¡mentira!), Carlota se empieza a sentir atraída por su jefe, Carlos, y Álex sospecha que puede hacer realidad sus fantasías con Rain, la típica alumna brillante de la facultad de la que él es profesor de Literatura.

La obra no carece de ingenio verbal, con frases que reverberan como estrellas fugaces; de ritmo, acelerado por la estructuración del texto en microescenas que se suceden a velocidad de vértigo y por los constantes cambios de perspectiva de enunciación de los personajes, que se dirigen indistintamente a otros personajes, a sí mismos o al público, objeto de frecuentes interpelaciones y guiños de complicidad; y no carece de sutileza para desenmascarar los tópicos sobre los que se asientan las relaciones de pareja ni de penetración para indagar en los complejos mecanismos de la atracción sexual, muchas veces producto de oscuras pulsiones neuróticas, pero el tratamiento del tema, resulta, a mi juicio excesivamente analítico, cerebral. Por hacer una arriesgada metáfora: no estamos ante un suculento menú a base de platos de cocina casera condimentados con salsa picante y regados con vino generoso, se parece más bien a un bufé frío, a un experimento de la cocina alternativa como los que satirizaba Albert Boadella en su última y libérrima versión del Retablo de las Maravillas cervantino, a un refrigerio que uno tomara con prisa, mientras ojea distraídamente el periódico o charla del tiempo, o del caso Bárcenas con el casual vecino de mesa. Y el trabajo espléndido de los actores y actrices, un elenco de primerísimas figuras muchos de ellos con vitola de “Abadías”, es decir con experiencia y preparación acreditadas, no puede hacer nada por contrarrestar las carencias que son, yo creo, de concepto, de método de análisis, como he dicho, y relativas a la estructuración misma de un guión, que aunque muy teatralizado, muy de interiores, como lo son en general los de las películas de Woody Allen, se resiste a dejarse encerrar entre las cuatro paredes desnudas del teatro y someterse a sus convenciones. 

Con todo, el montaje nos depara muchas sorpresas y algunas escenas brillantemente resueltas, como aquella en la que Rain (una Miranda Gas que es todo un descubrimiento) describe ante un atónito Álex (inmejorable Luis Bermejo) sus proezas sexuales con tipos maduros del más variado pelaje, u otra, memorable, en la que José Luis retorna inesperadamente a casa, de noche, para reconciliarse con Alicia y la descubre en los brazos de Carlos.

Planteadas mis reservas, he de decir como conclusión -y no me duelen prendas-, que él público que abarrotaba la sala se divirtió de lo lindo y aplaudió calurosamente al final de la representación. 


Gordon Craig.

 

miércoles, febrero 13, 2013

1000 razones para no dejar de leer. Banana Wars por David Gistau en El Mundo.

<< […] Porque soy demasiado necio para comprender en toda su hondura qué está pasando, pero demasiado listo para arrancarme con unos cuantos clichés acerca de la honorabilidad sabiendo que, en realidad, me estoy dejando instrumentar. A veces, sé lo que hago, pero no sé por quién lo hago. Periodismo. […] >>

Banana Wars por David Gistau en El Mundo.

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