Alberto Sen Fotografías.
miércoles, febrero 27, 2013
martes, febrero 26, 2013
1000 razones para no dejar de leer. Entrevista en El País a Antonio Muñoz Molina.
<< […] Algo que manejaba tanto la élite de la derecha como la de la
izquierda: que en 1939 había dos Españas y que el levantamiento de una contra
la otra provocó una guerra civil. Pero si lo estudias con más cuidado, ves que
hay un proceso de radicalización política en ciertas élites que arrastran a
todo el sistema político y que acaba arrastrando a una población que, en su
mayor parte, es ajena a eso. […] La responsabilidad de las élites es enorme. La
irresponsabilidad de las élites las pagan los pueblos enteros. […] >>
Entrevista en El País a Antonio Muñoz Molina.
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viernes, febrero 22, 2013
TEATRO. Invierno en el barrio rojo. "Descarnado retrato de una relación de amor y amistad".
De Adam Rapp.
Con: Aura Garrido, Gonzalo de Santiago y Alejandro Botto.
Dirección: Marta Etura.
Madrid.
Teatro Español.
La obra tiene
un arranque fulgurante. En cuestión de segundos asistimos al repentino intento
de suicidio de Matt y a la irrupción en escena, inmediatamente después, de
Daniel y Christina en estado de máxima exaltación, -él en pleno subidón y ella
como flotando en una nube- y sin dar lugar a Matt para reponerse del fiasco y
reorganizar sus ideas. Es como una violenta sacudida que dispara nuestros
indicadores de alerta antes de que tengamos tiempo de encontrar una posición
cómoda en la butaca y de que nuestros ojos se acostumbren a la oscuridad de la
sala. A partir de ahí ya no podemos bajar la guardia, hasta que, acunados por
la voz profunda de Tom Waits que entona “Waltzing Matilda”, asistimos a la
caída del telón y podemos suspirar aliviados. Bueno, aliviados es un decir,
porque no es fácil sustraerse a esa suerte de conmoción que provoca en nuestro
ánimo una historia triste y desgarradora que pone en evidencia la inagotable
capacidad de los seres humanos de hacerse daño a sí mismos y a sus congéneres.
Se trata en
efecto del retrato descarnado de una relación de amor y amistad a tres bandas
que se inicia en una habitación de hotel de mala muerte en el “Barrio Rojo” de Amsterdam y termina un año después en el cuarto de Matt, en Nueva York, donde
éste intenta concluir su primera obra de teatro. Matt y Daniel son dos amigos,
antiguos compañeros de estudios en la universidad y Christina es una prostituta
joven y atractiva contratada ocasionalmente por Daniel con objeto de terminar
con el largo periodo de abstinencia de Matt y hacerle salir del estado de
postración en el que se halla desde que su antigua novia, Sara, le dejara
precisamente por Daniel. Pero este propósito inicial se trunca de inmediato.
Durante los prolegómenos del “servicio” para el que Christina ha sido
contratada -que Matt dilata con una insufrible cháchara para encubrir su
timidez y su repentino azoramiento-, caemos en la cuenta de que la historia
está a punto de repetirse: mientras que Matt está enamorándose de Christina
como un colegial, viendo en esta relación una oportunidad de salir del agujero,
ella apenas si puede ocultar su creciente atracción por Daniel, una atracción
que se convertirá en una auténtica fijación erótica enfermiza de funestas
consecuencias.
La adaptación de
Gonzalo Santiago sortea con eficacia las dificultades que siempre acarrea
trasponer a otra lengua el registro rabiosamente coloquial en el que se
expresan los personajes, siempre en un lenguaje directo, descarnado, sin
subterfugios ni paños calientes, un tanto brutal, a veces. Hay un acertado trabajo
de dirección de Marta Etura, que al parecer se estrena en estos menesteres. Y
hay un magnífico trabajo de actuación de conjunto. Sobre Gonzalo Santiago recae
la responsabilidad de dar vida al angustiado Matt, un joven débil e inestable
que no parece capaz de vencer su inseguridad ni de sobreponerse a su primer
fracaso sentimental; da el perfil de un ser torturado e indefenso blanco
permanente de las invectivas y del sarcasmo de Daniel y cuyo futuro fuera a
despejarse como por ensalmo ante la aparición providencial y luminosa de
Christina; no es fácil decir, en ocasiones, si la precipitación con la que dice
su papel es un mero ejercicio de memoria o una genuina traducción del estado de
atolondramiento y nerviosismo del personaje. Una jovencísima Aura Garrido
revela con acierto y hasta con brillantez el turbulento y enigmático mundo
interior de Christina y las trasformaciones que experimenta empujada por
circunstancias cambiantes. Puede aparentar alegría y despreocupación bajo el
disfraz de la frívola y encantadora Cristine, o convertirse en Ana,
despojándose de su actitud sumisa, de su risita ridícula y de los sonidos
guturales de su fingido acento francés con los que encubre su verdadera
personalidad. O puede mostrar las profundas heridas de la soledad, o la urgente
necesidad de comprensión y ayuda, o las brutales acometidas del deseo. Pero
quien destaca en la composición de su personaje es Alejandro Botto, a quien no
habíamos tenido la fortuna de haber visto antes sobre las tablas. Es un
auténtico ciclón y se enseñorea de la escena desde el momento en que aparece
completamente colgado y flanqueado por Cristine, a la que presenta a su amigo
entre procacidades y medias verdades como si fuera un trofeo de caza. Cínico,
malicioso, lenguaraz, no deja de pavonearse ante la chica ni de ponderar sus
gustos literarios y sus triunfos y hacer de menos a su amigo al que convierte
en objeto de su mordacidad y de su sarcasmo. Ni en los momentos en que uno y
otra están más necesitados de respeto y comprensión, dejara de mostrarse como
lo que es: un ser despreciable, chulesco, egoísta y depravado.
Gordon Craig.
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miércoles, febrero 20, 2013
1000 razones para no dejar de leer. Entrevista en El País a Antonio Muñoz Molina.
<< […] Creo que lo primero es distinguir entre la gente común y las
élites. Hay una cosa en la que he pensado mucho, sobre la que he intentado
estudiar desde hace tiempo: la diferencia entre el extremismo de la élite y la
gente común. Lo he estudiado respecto a la Guerra Civil. Cómo el extremismo
político está limitado a una élite muy concreta que se aprovecha de situaciones
sociales dolorosas y que crea una dinámica propia que acaba arrastrando a la
sociedad entera. Eso es muy importante. Evidentemente, la élite política o
cultural, o lo que sea, es la parte más visible de la sociedad. Puedes pensar
que son una representación fehaciente de la sociedad, pero puede resultar que
no. […] >>
Entrevista en El País a Antonio Muñoz Molina.
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martes, febrero 19, 2013
jueves, febrero 14, 2013
TEATRO. Maridos y mujeres. "Bufé frío".
De Woody Allen.
Con: Luis Bermejo, Israel Elejalde, Elisabet Gelabert, Alberto Jiménez
y Nuria Mencía.
Dirección: Álex Rigola.
Madrid.
Teatro la
Abadía.
Adaptación
para las tablas de la película original de Woody Allen Maridos y mujeres (Husbands
and wives, 1992, protagonizada por Mia Farrow y por él mismo) la obra
plantea en clave de comedia ágil y desenfadada los problemas de la vida
conyugal y reflexiona acerca de las escasas posibilidades de éxito de una
relación de pareja estable y duradera. La moraleja final vendría a ser que tal
tipo de relación (como la que consiguen José Luis y Alicia después de superar
el trance de su separación temporal) sólo es posible a costa de limitar los
términos y el alcance de la vida en común, a costa de reducir el matrimonio a
una suerte de refugio o centro de acogida (para dos, naturalmente), un lugar
tedioso, gris, en cuya entrada, como en el frontispicio de la entrada al
Infierno de Dante (“lasciate omni speranza”) hubiera también un cartel que
anunciara expresamente la renuncia al romanticismo, a la entrega, a la pasión
desenfrenada, incluso a la posibilidad de tener con tu pareja un solo orgasmo
simultáneo.
La obra tiene
un arranque abrupto y brioso: José Luis y Alicia declaran, de repente, a sus
amigos Álex y Carlota, con quienes han quedado para salir a cenar, que han
decidido separarse. Ambos aparecen relajados y tranquilos, como si hubieran
asumido con toda naturalidad una situación que a ojos de sus amigos constituye
un desastre absoluto. De hecho Carlota pilla un rebote monumental y se niega a
aceptar la evidencia. Enseguida nos damos cuenta de que esa “naturalidad” de
Alicia era falsa; y de cómo, ante la estupefacción de su amigo Ronald, se pone
hecha una furia con su marido. Y lo mismo ocurre con la otra pareja, la formada
por Álex y Carlota, que entre disimulos y evasivas comienzan a interrogarse
acerca de su situación para descubrir que resulta ser menos satisfactoria de lo
que creían. También sus relaciones se han ido enfriando. La costumbre -el
tedio- ha empezado a hacer mella en ambos y para cuando encontramos a José Luis
encaprichado con Gloria, una sexy profesora de aeróbic a la que dobla en edad,
y a Alicia disfrutando de su recién estrenada soltería (¡mentira!), Carlota se
empieza a sentir atraída por su jefe, Carlos, y Álex sospecha que puede hacer
realidad sus fantasías con Rain, la típica alumna brillante de la facultad de la que él es profesor de Literatura.
La obra no
carece de ingenio verbal, con frases que reverberan como estrellas fugaces; de
ritmo, acelerado por la estructuración del texto en microescenas que se suceden
a velocidad de vértigo y por los constantes cambios de perspectiva de
enunciación de los personajes, que se dirigen indistintamente a otros
personajes, a sí mismos o al público, objeto de frecuentes interpelaciones y
guiños de complicidad; y no carece de sutileza para desenmascarar los tópicos
sobre los que se asientan las relaciones de pareja ni de penetración para
indagar en los complejos mecanismos de la atracción sexual, muchas veces
producto de oscuras pulsiones neuróticas, pero el tratamiento del tema,
resulta, a mi juicio excesivamente analítico, cerebral. Por hacer una
arriesgada metáfora: no estamos ante un suculento menú a base de platos de
cocina casera condimentados con salsa picante y regados con vino generoso, se
parece más bien a un bufé frío, a un experimento de la cocina alternativa como
los que satirizaba Albert Boadella en su última y libérrima versión del Retablo
de las Maravillas cervantino, a un refrigerio que uno tomara con prisa,
mientras ojea distraídamente el periódico o charla del tiempo, o del caso
Bárcenas con el casual vecino de mesa. Y el trabajo espléndido de los actores y
actrices, un elenco de primerísimas figuras muchos de ellos con vitola de
“Abadías”, es decir con experiencia y preparación acreditadas, no puede hacer
nada por contrarrestar las carencias que son, yo creo, de concepto, de método
de análisis, como he dicho, y relativas a la estructuración misma de un guión,
que aunque muy teatralizado, muy de interiores, como lo son en general los de
las películas de Woody Allen, se resiste a dejarse encerrar entre las cuatro
paredes desnudas del teatro y someterse a sus convenciones.
Con todo, el
montaje nos depara muchas sorpresas y algunas escenas brillantemente resueltas,
como aquella en la que Rain (una Miranda Gas que es todo un descubrimiento)
describe ante un atónito Álex (inmejorable Luis Bermejo) sus proezas sexuales
con tipos maduros del más variado pelaje, u otra, memorable, en la que José
Luis retorna inesperadamente a casa, de noche, para reconciliarse con Alicia y
la descubre en los brazos de Carlos.
Planteadas
mis reservas, he de decir como conclusión -y no me duelen prendas-, que él
público que abarrotaba la sala se divirtió de lo lindo y aplaudió calurosamente
al final de la representación.
Gordon Craig.
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Woody Allen
miércoles, febrero 13, 2013
1000 razones para no dejar de leer. Banana Wars por David Gistau en El Mundo.
<< […] Porque soy demasiado necio para comprender en toda
su hondura qué está pasando, pero demasiado listo para arrancarme con unos
cuantos clichés acerca de la honorabilidad sabiendo que, en realidad, me estoy
dejando instrumentar. A veces, sé lo que hago, pero no sé por quién lo hago. Periodismo. […] >>
Banana Wars por David Gistau en El Mundo.
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