De Woody Allen.
Con: Luis Bermejo, Israel Elejalde, Elisabet Gelabert, Alberto Jiménez
y Nuria Mencía.
Dirección: Álex Rigola.
Madrid.
Teatro la
Abadía.
Adaptación
para las tablas de la película original de Woody Allen Maridos y mujeres (Husbands
and wives, 1992, protagonizada por Mia Farrow y por él mismo) la obra
plantea en clave de comedia ágil y desenfadada los problemas de la vida
conyugal y reflexiona acerca de las escasas posibilidades de éxito de una
relación de pareja estable y duradera. La moraleja final vendría a ser que tal
tipo de relación (como la que consiguen José Luis y Alicia después de superar
el trance de su separación temporal) sólo es posible a costa de limitar los
términos y el alcance de la vida en común, a costa de reducir el matrimonio a
una suerte de refugio o centro de acogida (para dos, naturalmente), un lugar
tedioso, gris, en cuya entrada, como en el frontispicio de la entrada al
Infierno de Dante (“lasciate omni speranza”) hubiera también un cartel que
anunciara expresamente la renuncia al romanticismo, a la entrega, a la pasión
desenfrenada, incluso a la posibilidad de tener con tu pareja un solo orgasmo
simultáneo.
La obra tiene
un arranque abrupto y brioso: José Luis y Alicia declaran, de repente, a sus
amigos Álex y Carlota, con quienes han quedado para salir a cenar, que han
decidido separarse. Ambos aparecen relajados y tranquilos, como si hubieran
asumido con toda naturalidad una situación que a ojos de sus amigos constituye
un desastre absoluto. De hecho Carlota pilla un rebote monumental y se niega a
aceptar la evidencia. Enseguida nos damos cuenta de que esa “naturalidad” de
Alicia era falsa; y de cómo, ante la estupefacción de su amigo Ronald, se pone
hecha una furia con su marido. Y lo mismo ocurre con la otra pareja, la formada
por Álex y Carlota, que entre disimulos y evasivas comienzan a interrogarse
acerca de su situación para descubrir que resulta ser menos satisfactoria de lo
que creían. También sus relaciones se han ido enfriando. La costumbre -el
tedio- ha empezado a hacer mella en ambos y para cuando encontramos a José Luis
encaprichado con Gloria, una sexy profesora de aeróbic a la que dobla en edad,
y a Alicia disfrutando de su recién estrenada soltería (¡mentira!), Carlota se
empieza a sentir atraída por su jefe, Carlos, y Álex sospecha que puede hacer
realidad sus fantasías con Rain, la típica alumna brillante de la facultad de la que él es profesor de Literatura.
La obra no
carece de ingenio verbal, con frases que reverberan como estrellas fugaces; de
ritmo, acelerado por la estructuración del texto en microescenas que se suceden
a velocidad de vértigo y por los constantes cambios de perspectiva de
enunciación de los personajes, que se dirigen indistintamente a otros
personajes, a sí mismos o al público, objeto de frecuentes interpelaciones y
guiños de complicidad; y no carece de sutileza para desenmascarar los tópicos
sobre los que se asientan las relaciones de pareja ni de penetración para
indagar en los complejos mecanismos de la atracción sexual, muchas veces
producto de oscuras pulsiones neuróticas, pero el tratamiento del tema,
resulta, a mi juicio excesivamente analítico, cerebral. Por hacer una
arriesgada metáfora: no estamos ante un suculento menú a base de platos de
cocina casera condimentados con salsa picante y regados con vino generoso, se
parece más bien a un bufé frío, a un experimento de la cocina alternativa como
los que satirizaba Albert Boadella en su última y libérrima versión del Retablo
de las Maravillas cervantino, a un refrigerio que uno tomara con prisa,
mientras ojea distraídamente el periódico o charla del tiempo, o del caso
Bárcenas con el casual vecino de mesa. Y el trabajo espléndido de los actores y
actrices, un elenco de primerísimas figuras muchos de ellos con vitola de
“Abadías”, es decir con experiencia y preparación acreditadas, no puede hacer
nada por contrarrestar las carencias que son, yo creo, de concepto, de método
de análisis, como he dicho, y relativas a la estructuración misma de un guión,
que aunque muy teatralizado, muy de interiores, como lo son en general los de
las películas de Woody Allen, se resiste a dejarse encerrar entre las cuatro
paredes desnudas del teatro y someterse a sus convenciones.
Con todo, el
montaje nos depara muchas sorpresas y algunas escenas brillantemente resueltas,
como aquella en la que Rain (una Miranda Gas que es todo un descubrimiento)
describe ante un atónito Álex (inmejorable Luis Bermejo) sus proezas sexuales
con tipos maduros del más variado pelaje, u otra, memorable, en la que José
Luis retorna inesperadamente a casa, de noche, para reconciliarse con Alicia y
la descubre en los brazos de Carlos.
Planteadas
mis reservas, he de decir como conclusión -y no me duelen prendas-, que él
público que abarrotaba la sala se divirtió de lo lindo y aplaudió calurosamente
al final de la representación.
Gordon Craig.
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