miércoles, julio 11, 2012

1000 razones para no dejar de leer. Longitudes de verano por Antonio Muñoz Molina.


<< [...] El tiempo que las novelas exigen lo devuelven colmado: en unas horas de lectura, el tiempo se dilata abarcando años, vidas enteras. También exigen soledad, y también la devuelven, fortalecida y habitada. Sin soledad no hay lectura verdadera: sin una confrontación con las palabras escritas en la que no cabe nadie más, ni la opinión de otros lectores, ni los juicios de la crítica, ni el deseo de parecerse a otros o distinguirse de otros. Estar tranquilamente “a solas, sin testigo” (Fray Luis de León) con una cierta frecuencia es un lujo de primera necesidad que, sin embargo, se vuelve cada vez más raro. Por eso irritan tanto esos subrayados del Kindle que le informan a uno del número de lectores que han destacado una cierta frase en un texto electrónico. No quiero saber a cuántas personas les gusta o les disgusta la misma frase que a mí. [...] >>

Antonio Muñoz Molina, en Babelia, El País.

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lunes, julio 09, 2012

1000 razones para no dejar de leer. Los inquilinos de Bernard Malamud.

<< […] No es posible, no tengo nada que valga la pena robar. Pero el candado estaba en el suelo, serrado en dos. La puerta había sido forzada. Llorando de furor, agitando ambos brazos ante sí como si quisiera ahuyentar el mal, Lesser entró en su piso y encendió la luz. Lamentándose, corrió de una habitación a otra, hurgó ciegamente en el armario del estudio, entró danto un traspiés en el cuarto de estar y lo atravesó frenético entre masas de viejas páginas manuscritas, pilas de libros desgarrados y discos rotos. En el cuarto de baño, después de haber mirado en la bañera y de haber emitido un largo, prolongado y triste alarido, el escritor, al borde la locura, se desmayó. […] >>.

Bernard Malamud, “ Los inquilinos “.

martes, julio 03, 2012

TEATRO. Farsas y églogas. "Unos pastores nada bucólicos".


Con: Sergio Adillo, Eva Jornet, José Vicente Ramos, Elena Rayos, María Alejandra Saturno, Juan Pedro Schwartz, Alejandro Sigüenza e Isabel Zamora.
Compañía Nao d’Amores. Versión y Dirección: Ana Zamora.
Arreglos y dirección Musical: Alicia Lázaro.
Alcalá de Henares. Instituto Cervantes


 
Oscurecido por la figura señera del prolífico Gil Vicente y por el estro rutilante de su coetáneo, poeta y músico cortesano, Juandel Encina, la obra de Lucas Fernández -como, por otra parte, la mayor parte del teatro tardomedieval y renacentista castellano- ha permanecido durante siglos en el más vergonzoso de los olvidos. Hay que agradecer, pues,  la impagable labor de la joven directora Ana Zamora y su empeño sostenido (ya va para 10 años capitaneando “Nao d’amores”) en recuperar para la escena parte de ese tan rico como desconocido legado cultural.

Bajo el título genérico de Farsas y Églogas, nos presenta la directora, que además es responsable de la versión, tres piezas profanas y una sacra del autor salmantino: la Comedia de Bras Gil y Beringuella, la Farsa o cuasicomedia de una doncella, un pastor y un caballero y la Farsa o cuasicomedia de dos pastores, un soldado y una pastora y la Égloga o farsa del nacimiento de Nuestro Redemptor Jesucristo. De exiguo recorrido argumental, todas ellas de contenido amoroso, excepción hecha de la última que se acomoda a la estructura de los officium pastorum, las cuatro obritas dejan constancia de las singularidades de la dramaturgia peninsular, un teatro que da muestras de una dramaticidad considerablemente desarrollada ya  para la época, plasmada en unos diálogos cargados de vida y espontaneidad. Son obras que están a medio camino entre la farsa y la pieza cómico satírica; para su montaje Ana Zamora ha potenciado la condición de caricatura grotesca que define a los personajes, unos personajes no individualizados y que preludian los tipos que consagraría la comedia aúrea. Personajes, por otro lado, que aunque en su mayoría son pastores, están muy lejos en su comportamiento y actitudes de la convención pastoril, del bucolismo que irrumpiría con tanta fuerza en el Renacimiento.

El trabajo de los actores es espléndido; está al servicio de  esta concepción de los personajes a la que acabamos de aludir y en general resuelven con solvencia y hasta con brillantez la ardua tarea de compaginar un carácter rústico (simplón, a veces), en su físico, atuendo, ademanes y reacciones con un lenguaje que , aunque parece llano y directo, con el ritmo vivo y la expresividad del lenguaje popular, muestra a través del verso un alto grado de elaboración poética. En ocasiones, incluso, se percibe el esfuerzo por materializar las peculiaridades fonéticas del dialecto sayagués en el que se expresan los actores y que, por lo demás coadyuva de manera definitiva a generar esa atmósfera de primitivismo, de ritual arcaico,  que es uno de los mayores alicientes del espectáculo. Aquí la música, huelga decirlo, con los espléndidos arreglos de Alicia Lázaro de melodías y canciones de la época interpretadas en vivo con instrumentos antiguos tiene un papel esencial. Y la danza, donde aflora quizá más que en ningún elemento el carácter popular y lúdico de estas farsas y la jocunda alegría de la vida del pueblo llano que  trasmiten. Y esa suerte de “carro de Tespis”, que tanto juego da como único elemento de la escenografía, y que pese a las aparentes dificultades para su desplazamiento (unos segundos ¡ay!, interminables) se abre como una fastuosa caja de sorpresas para convertirse en un hermoso retablillo y albergar el inesperado y brillante colofón. Esta ingenua y naif representación de la Natividad bajo la noche clara y calurosa de junio si que tiene algo de verdaderamente milagroso: que el tesón de unos pocos y su amor irreductible al teatro puedan desafiar, a través de unos humildes versos escritos hace más de quinientos años, a la tan multitudinaria como sospechosa unanimidad en las expectativas creadas en torno al encuentro de cuartos de final del campeonato de Europa de fútbol entre España y Francia. 

Gordon Craig.