jueves, mayo 31, 2007

ACTUALIDAD. Juicio por las 11 muertes del incendio de la Riba de Saelices.


Un informe pericial realizado por un ingeniero de Montes a instancia de los abogados de las familias de los 11 fallecidos en el incendio de Guadalajara iniciado el 17 de julio de 2005 (13000 hectáreas de bosque arrasadas) asegura que la única responsable de las muertes fue una “gravísima cadena de negligencias” cuyo máximo responsable fue la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha.

El autor del informe basa sus conclusiones en que no se habían llevaba a cabo las obligadas medidas de prevención agrícola, pastorales y selvícolas contra los incendios y que la Junta había autorizado la realización de fuego en las barbacoas de la Riba de Saelices junto a un campo cerealista y sin cuidar el entorno. Y termina su informe concluyendo que el proceso de extinción del fuego fue “erróneo, irregular y caótico”(en sus 35 años de experiencia profesional nunca había visto nada igual), y que “ el disparate alcanza su climax cuando un retén externo releva y llega en el peor momento, en la peor hora, en las peores condiciones meteorológicas posibles a combatir el fuego en un lugar que desconocen; por si fuera poco se establecen y empieza el combate, en cumplimiento de órdenes, en contra de las mínimas normas de seguridad, en un lugar inadecuado, sin apoyo y sin escape posible”; los 11 componentes del retén de Cogolludo “murieron, simplemente, porque no pudieron salir del cepo al que fueron conducidas” por las Administraciones Públicas.

lunes, mayo 28, 2007

VIDA URBANA. "El buen pastor" de Robert de Niro. Un par de reflexiones .

Robert de Niro estrenó su última película hace unas semanas, “El buen pastor” se titula, y salvo porque se hace un poco larga es una buena película. Se trata de una buena historia, muy bien filmada, con excelentes recursos, documentada y con un guión muy trabajado. “El buen pastor” nos narra como nació la OSS, los servicios secretos norteamericanos, tras la Segunda Guerra Mundial y como más tarde tras el comienzo de la Guerra Fría, nace la CIA, para hacer frente a la propaganda y el poderío militar de la Unión Soviética.


La película de de Niro, podría quedarse en un simple “thriller” de intriga con algunas pinceladas de acción, o en una película ambientada históricamente en unos decenios convulsos, los que van desde el fin de la 2ª Guerra Mundial hasta finales de los 60, y muchas veces poco transparentes; pero sin embargo, el americano nos ofrece un algo más, un valor añadido de regalo; ese algo más que diferencia a las grandes películas del resto.

Yo me dejé pendiente tras ver “El buen pastor”, una pequeña reflexión que venía a responder a la siguiente pregunta: ¿el destino hace al hombre, o cada hombre hace su destino? Y también a: ¿un hombre es capaz de dar su vida por una causa que él cree justa?

Ambas preguntas son difíciles de contestar pero a pesar de mi ingenuidad y mi torpeza voy a intentar responder a ambas. Sinceramente, y muchos pensaréis que soy un romántico, creo que el destino de una persona está escrito. Fundamentaría mi respuesta apoyándome en una teoría paralela a la de los Universales Lingüísticos de Chomsky, viniendo a sostener que desde que nacemos, traemos algo inherente a nuestra propia naturaleza que nos iría marcando la senda a seguir, el camino predestinado de cada uno.

¿Uno nace triste y así está escrito? Creo que si, lo puedo afirmar con rotundidad, y el alcanzar, al menos disfrutar de los máximos momentos de felicidad con uno mismo y sus semejantes, dependerá de su estado de madurez, de su grado de conocimiento de uno mismo y de la asimilación de que uno es como es y punto. Algo así como aceptarse así mismo y de conocerse cada vez más y disfrutar de la experiencia vital que cada uno tiene, que nos cuenten lo que nos cuenten, es limitada.

La segunda respuesta es más complicada de responder. Creo que mucha gente es capaz de dar su vida por una causa justa o por salvaguardarla por la de los demás: p.e. los servicios de emergencia de la ciudad de Nueva York durante el 11S, muchos de nuestros concejales en el País Vasco, y así, miles de casos más.

A nivel individual es más difícil dar una respuesta a esta cuestión. Ibsen, en su magistral obra: “Un enemigo del pueblo” venía decir que el hombre más libre, más fuerte, es el que está solo, y yo creo que el hombre que está solo es el que cree que su existencia se debe a una causa justa, a su lucha sin cuartel por mantener vivo su ideal.

En nuestras sociedades actuales, asustadizas dónde las haya, no hay nada más que ver las manifestaciones masivas de ciudadanos occidentales, que se echan a la calle para exigir la rendición de su nación ante el opresor nada más ser golpeadas: 11M en Madrid, 7J en Londres, etc, en vez de plantar cara al enemigo y decir mientras aprieta los dientes: aquí estamos, vuelve a atacar si puedes; es difícil de encajar el papel del nuevo héroe, solitario y valiente, que es capaz de dar su vida por una causa justa.

En la actualidad, rodeados de marketing, con una sociedad consumista aullando por las cuatro esquinas de nuestra vida y con unos medios de comunicación, el nuevo poder real, que nos martillean con mensajes que parecen más dogmas de fé que informaciones, y nos indican quienes son los malos y quienes los buenos, y qué debemos creer y lo qué debemos detestar porque es así, sin ni siquiera darnos un margen para documentarnos y decidir por nosotros mismos, parece imposible que alguno de nosotros se atreva a levantar la voz y discrepar de la verdad “oficial” y utilizando su cabeza decir lo que siente, lo que “en realidad” palpa día a día.

Pocos defensores de causas perdidas quedan, contadas voces discrepantes con el poder establecido, ínfimas almas libres que se atreven a decidir por ellas mismas y a gritar bien alto hasta aquí hemos llegado. Creo que la salud de una sociedad se demuestra día a día y su grado de libertad no consiste en recordar a cada momento que somos de tal o cual manera, sino en poder ejercitar esa libertad en cada momento y en cualquier lugar. Ante tal situación, en nuestras viejas naciones, sólo nos queda el rencor, el miedo, la envidia y la cobardía, el mirar hacia otro lado, el que el otro se dejé la piel porque la víctima algo habrá hecho: el fin.

Pocos idealistas quedan. No sé si en mi queda algo de idealismo, pero al menos si de nostalgia, y de esperanza en que las cosas pueden ir a mejor y cambiar en el futuro. Y también en que cada persona, como centro mismo del Universo, pueda reivindicarse y buscar su camino, o su justa causa, como él guste, pero que la pueda llevar a cabo en plena libertad.

viernes, mayo 25, 2007

TEATRO. Me acordaré de todos vosotros. "Los negativos de la memoria".


De Ana Vallés. Sobre textos de Gil de Biedma, Peter Handke, Oliver Sacks, Shakespeare y otros
Con: Cristina Arranz, Julio Cortázar, Carlota Ferrer; David Luque, Lola Manzano, Markos Marín, María Miguel, Rafael Rojas y Fernando Soto.
Dirección: Ana Vallés.
Madrid. Teatro de la Abadía.



En una entrevista a Tadeusz Kantor que he releído recientemente afirma este genio inclasificable de la escena contemporánea que nuestro pasado, con el transcurso del tiempo, se convierte en una bodega olvidada en la que al lado de los sentimientos, imágenes antaño muy familiares, se encuentran aglomerados sucesos, rostros, objetos, como “negativos de la memoria”, en aparente inanidad pero dispuestos a revelarse al más mínimo estímulo y comenzar a revivir y a armonizar con el presente.

Recurro a esta imagen, “negativos de la memoria”, porque creo que define muy bien el sentido de el espectáculo que acaba de estrenar Ana Vallés en el Teatro de la Abadía; un espectáculo tejido de recuerdos de la autora y de los actores-personajes, desde el más anodino deseo de escuchar la lluvia en casa a la luz de un flexo, al emotivo recuerdo de la despedida de Lola Manzano en una estación de tren en Murcia, pasando por la voz desgarrada de Edith Piaf, o por la patética imagen de la muñeca rota, dolorosa metáfora de la pérdida de la inocencia. Recuerdos, en todo caso, transpuestos al presente adheridos al instante mismo de la representación en el que los actores interpelan al espectador, hablan de sus filias y fobias, de sus obsesiones, (como “el actor propenso al dramatismo”), o reflexionan sobre su propia condición de actores (como “el actor en crisis”), para que no se prolongue demasiado tiempo la identificación y no nos dejemos vencer por la nostalgia del pasado. Se trata de un esforzado ejercicio de recuperación de la memoria de la época infantil, abandonada y relegada al olvido por efecto del pragmatismo o de la tiranía de lo cotidiano que nos despoja de la capacidad de abrazar plenamente nuestra vida.

Deseo de ajustar cuentas con el pasado, nostalgia, o tal vez el intento de burlar de alguna manera el ineluctable transcurrir del tiempo; algo de todo ello hay en el empeño que anima una creación de esta naturaleza, un ensamblaje de canciones y diálogo, de reflexiones y anécdotas, de humor y de ironía. Sucesión de imágenes de momentos vividos, o soñados, sugeridos por el potencial evocador de una melodía o por la inquietante presencia física de los cuerpos.

En todo caso un teatro que reivindica la unidad en la multiplicidad, como quería Craig, la música, el cuerpo, la línea, el ritmo, el color; un teatro que rechaza el psicologismo y la lógica de la intriga o del desarrollo causal y temporal canónicos -es decir, aristotélicos-, un teatro próximo a la performance, al music-hall, a la linterna mágica, donde el texto no es el eje conductor, sino que dialoga con los restantes elementos de la teatralidad para proporcionar una experiencia viva y palpitante basada en la persistencia de los contrastes, en la tensión entre la realidad y la ilusión, entre el pasado y el presente. Un espectáculo, en fin, de extraordinaria belleza plástica caracterizado por el juego y la sorpresa a contracorriente de los hábitos perceptivos establecidos por la costumbre, que apela a la fibra sensorial de los espectadores, a su dimensión imaginativa y exige de ellos algo más que la mera pasividad voyeurista.

Gordon Craig.

sábado, mayo 19, 2007

TEATRO. Traición. "¿Cómo está Emma?".

De Harold Pinter.
Con: María Pastor, Raúl Fernández , Alex Tormo y Andrés Rus.
Dirección: Juan Pastor.
Madrid. Teatro de la Guindalera.




Imaginemos que Emma, con la que estamos manteniendo una relación adúltera que se prolonga ya por espacio de varios años, es la mujer de nuestro mejor amigo, una vieja amistad ésta, que cultivamos viéndonos con frecuencia para charlar, tomar unas copas o jugar al paddle. Imaginemos que acabamos de ver a esa mujer en un pisito que mantenemos en secreto y que acudimos a una comida de negocios con este amigo, que para entonces ya sabe lo nuestro, bueno, de hecho lo sabe ya hace un montón de tiempo, aunque nosotros ignoramos que lo sabe. ¿Podríamos aparentar naturalidad mientras nos mostramos interesados por “su” mujer al formularle alguna pregunta del tipo de: cómo está Emma? Y ¿cuál sería la reacción de nuestro amigo? ¿Y nuestra reacción si fuéramos nosotros los engañados?

Traición da respuesta a estos y a otros muchos interrogantes que, quizá, uno necesitaría elucidar antes de ceder a la tentación de dejarse seducir por los encantos de una mujer y embarcarse en una aventura tan arriesgada como comprometida, por no decir canallesca. Y lo hace mediante una trama ingeniosa e incisiva que desarrolla un conflicto de adulterio entre unos personajes cuyo comportamiento alcanza límites insuperables de cinismo y de hipocresía; un comportamiento, digámoslo con su nombre, civilizado, donde alguien puede aceptar sin mover un músculo la mayor afrenta mientras, a modo de cortina de humo para ocultar sus verdaderos sentimientos, descarga toda su indignación en relación con un mero detalle circunstacial, por ejemplo, sobre el cuándo o el cómo un tercero se ha enterado de dicha ofensa.

Tenemos aquí a Pinter en estado puro, en su veta más strindberiana, salvo por un pequeño detalle, claro, que los personajes no se ven aquejados por ningún sentimiento de culpa. En su lugar hay otro impedimento mucho menos trascendente, más cotidiano, más innoble, podríamos decir, que se interpone entre la realidad y sus deseos: los escrúpulos, y una vaga y pasajera sensación de contrariedad cuando no les salen las cosas según lo previsto.

Ese es el ambiente de indefinición y de relativismo moral que recrea esta comedia ácida y sardónica de Pinter que Juan Pastor dirige con insuperable maestría y economía de medios, fiándolo todo a un espacio escénico algo más ambicioso de lo acostumbrado y al trabajo de los actores. Respecto al primero, cabe destacar su desnudez de elementos espurios (como el texto mismo, carente de cualquier concesión a la retórica), su funcionalismo y su versatilidad para adaptarse mediante cambios pertinentes en la ambientación (tonalidad de luces, vestuario y espacio sonoro) a las exigencias del texto. Respecto a los actores, destaca su disciplina para adaptarse a una trama que funciona como una complicado mecanismo de relojería y su talento para encarar una construcción de personaje que funciona más bien como deconstrucción -porque la acción dramática “avanza” hacia atrás, desde el desenlace al planteamiento- y que exige una suerte de construcción inversa, no por acumulación de elementos, experiencias, emociones que van enriqueciendo a los personajes, sino por sustracción, por eliminación, hasta reducirlos en la última escena -espléndida, por cierto-, a ese estadio originario, mezcla de inocencia, de irresponsabilidad o de atolondramiento propios de la juventud que los ha conducido a cometer tantos errores. Es un más difícil todavía, una trampa para los actores donde no hay un “a posteriori”, donde, al contrario, cada momento del pasado debe hallar su verificación en el pretérito, el pequeño detalle, el comentario o la actitud que lo justifica. Es cierto que el texto está lleno de pistas, desde ese punto de vista la obra es un prodigio de construcción, pero hay que encontrarlas y articularlas convenientemente para que el resultado resulteconvincente. Con todo su labor no acaba ahí, todavía tienen que lidiar con las situaciones insólitas o paradójicas y con el estilo seco, la sintaxis esquemática y los diálogos a veces crípticos o absurdos de Pinter, frases proferidas con frecuencia para ocultar la emociones cuando no para engañar directamente al interlocutor; una escritura hecha de silencios y de sobreentendidos, de ambigüedades calculadas, de subterfugios, de pistas falsas que obedecen a una permanente estrategia de ocultación de los sentimientos. En fin, todo un reto del que tanto el director como los actores salen airosos proporcionando una magnífica lección de teatro.

Gordon Craig.

Traición. Teatro Guindalera.

miércoles, mayo 16, 2007

VIDA URBANA. Momentos comunes, seres singulares.


A veces, sobre todo, cuando miles de dudas te rodean, te acechan y te convierten en un pasmarote dubitativo que anda más preocupado en ver dónde pisa que en abrazar a la vida cada día, un simple gesto, una insignificante mirada o unas palabras inconexas se pueden convertir en el principio del camino que el destino te tiene reservado. Y en muchas ocasiones ese síndrome de medio imbecilidad, o ese saco de complejos que te persigue sin descanso, te conducen a una situación sin salida y a desaprovechar la ocasión servida en bandeja.

Me gusta observar la soledad. Me fijo en aquellos seres insignificantes a simple vista, esos que no levantan la voz, que no quieren convertirse cada momento en el centro de atención de una multitud, pero que en realidad llevan dentro tantas cosas que cuando su volcán interior entra en erupción, su río de lava es imparable, pero intenso y bello, adorable.

Y muchos os preguntaréis qué narices tiene que ver una cosa con la otra. Pues creo que no hace mucho tiempo tuve la suerte de cruzarme con una persona que podría encajar en cualquiera de los dos párrafos descritos anteriormente. Cruzarme quiero decir que con discreción y astucia pude ser protagonista de la situación que más abajo os ofrezco, en un cómodo segundo plano.

Ella llegaba poco arreglada, con ropa juvenil pero discreta, con cara de sueño, y nunca cruzaba más de tres o cuatro palabras con él. Él, sin embargo era un tío elegante, muy juvenil, pero vestía con clase, se arreglaba mucho, sobre todo el pelo, y mantenía su línea a raya. Él era jovial y simpático, y no podía disimular que estaba enamorado de las mujeres. Ante ella, él era como ante cualquier otra mujer que se cruzase en su camino, atento, gracioso, educado, pero había algo en su mirada que diferenciaba estos encuentros de los demás, no sé muy bien como explicarlo, una complicidad medio escondida pero que convertía cada cruce de miradas en algo especial.

Y pasaban los días, y la situación continuaba más o menos siendo la misma que al principio, salvo porque ella ya le dedicaba alguna palabra más y le regalaba una sonrisa verdadera cada día. Sin novedad en el frente como se suele decir en estos casos. No sucedió nada reseñable durante días, pero yo presentía que algo tenía que acontecer, este equilibrio constante y eterno no era natural. Y el día esperado, llegó.

El tedio, el aburrimiento, quizás la desesperación o el miedo, o yo que sé que resorte interior de ella provocó el inicio del fin. La situación por simple puede definirse como ridícula, pero así aconteció: él se encuentra con ella, es el primer encuentro del día entre ambos, pero ella en esta ocasión parlotea y no para de reir con “el otro”, definámoslo como sujeto nulo, porque es una de esas personas neutras que tras diez minutos de charla estás deseando desaparecer o que la tierra te trague. Él toca su hombro y le ofrece su mejor sonrisa con un inmenso “hola”. Ella ni siquiera se vuelve, ni hay cruce de miradas. Ambos comparten unos segundos de silencio, de ese silencio que da miedo, aquel que sólo se oye en los funerales y en las despedidas sin sonrisas. Él avanza con la cabeza girada, espera, necesita, casi pide a gritos sin abrir los labios, ver sus ojos reflejados en los de ella, pero ese momento no llega. El principio del fin está escrito.

Ella para él ha vuelto a ser una más, la complicidad de su mirada ha desaparecido y quizás algo de orgullo herido hace que él la evite, pero sólo a veces, porque se le ve entero, fuerte: él sigue sonriendo. Ella sin embargo sigue perdida, pero está dolida, su razón no para de repetirle que su tren ya pasó, que se olvide, pero algo muy dentro le susurra que no llore. Hoy ha llorado, su lacrimales la delatan, pero va a seguir haciéndolo durante un tiempo todavía.

Su tren pasó, y no volverá. Lo sé.

jueves, mayo 10, 2007

TEATRO. Misterio del Cristo de los Gascones. "Liturgia y ritual".

Dramaturgia: Ana Zamora.
Con: Elvira Cuadrupani, David Faraco y Alejandro Sigüenza.
Interpretación musical: Nati Vera, Alicia Lázaro, Elvira Pancorbo, Isabel Zamora y Alba Fresno.
Compañía Nao d’amores. Dirección: Ana Zamora
Alcalá de Henares. Corral de Comedias.



Ana Zamora es una joven pero experimentada directora que parece haberse propuesto la tarea de recuperar nuestro teatro medieval y pre-renacentista hasta ahora desconocido, excepción hecha de algunas representaciones sacras del este peninsular. Gracias a su esforzada labor de investigación hemos tenido ocasión de disfrutar de textos de Gil Vicente inéditos en nuestros escenarios, como El auto de los cuatro tiempos o El auto de la sibila Casandra. Sus pesquisas la llevan ahora más atrás en el tiempo, a mediados del siglo XV, en una incursión por el teatro sacro cortesano.

La dramaturgia, realizada por la propia Ana Zamora, arranca de la leyenda de un famoso Cristo articulado que se conserva en la iglesia de San Justo de Segovia, y engarza textos de Las lamentaciones fechas para la Semana Santa y de La representación del Nacimiento, de Gómez Manrique con otros, probablemente anteriores, rastreados entre las escasas muestras que se conservan del teatro sacro, vinculados al ciclo pascual o al de resurrección. Estamos ante una estructura casi narrativa que se inicia con un intenso planto por la muerte de Jesús, para recuperar luego, en forma de recuerdos que se van dramatizando, el nacimiento y diversos episodios fundamentales de la vida pública del Mesías y su muerte y su resurrección, terminando con un canto y baile de alegría por el triunfo de la vida sobre el reinado de Lucifer.

La obra muestra en su extrema sencillez, con la pulcritud y el rigor a los que la directora nos tiene acostumbrados, la estrecha vinculación entre el rito arcaico del teatro y la liturgia religiosa católica a la vez que revela el hondo sentido de la religiosidad primitiva atravesada en sus manifestaciones más conspicuas, como debía ser la celebración de la pasión del Señor, de una gran humanidad y del latido profundo de la naturaleza. La Virgen María es ante todo un ser humano que sufre por la pérdida injustificada del hijo, que se conduele con él de sus penalidades, y que se lamenta lastimeramente de su suplicio y de su muerte ante el resto de los seres de la creación, pertenezcan estos al mundo animado o al inanimado, el águila, los pájaros, el cielo, la luna o las estrellas; un ser que acuna primorosamente al recién nacido, que presencia llena de orgullo las etapas de su crecimiento, que acaricia tiernamente su cadáver y que no puede contener su alborozo cuando asiste al milagro de su resurrección, exclamando con las santas mujeres: “yo lo vi resucitado/ sin dolor y sin olor”.

La música -espléndidos, como siempre los arreglos de Alicia Lázaro de partituras originales-, interpretada en directo, adquiere un especial protagonismo potenciando el sentido litúrgico de la representación. Asimismo la presencia en escena de la marioneta que representa a Jesús, con su impertérrita mueca facial entre el asombro, el desvalimiento y la severidad, propia de las tallas de los imagineros castellanos, contribuye a intensificar el primitivismo de la escena, un ritual que nos traslada a un lejano pasado donde la fe era un elemento tan cotidiano como la sucesión de las estaciones o los ciclos de la naturaleza.

El conjunto destila un extraño aroma de poesía, un latido de emoción verdadera, de teatralidad esencial, que no es ajena al trabajo de los actores manipuladores ni a la actuación, soberbia, de Elvira Cuadrupani, que con una encomiable sobriedad expresiva y lejos de cualquier afectación o veleidad sentimental, trasmite el dolor de una Piedad renacentista, la ternura de una madre amantísima o el candor de la fe verdadera.

Gordon Craig.

domingo, mayo 06, 2007

CINE. Cartas desde Iwo Jima, de Clint Eastwood.


Clint Eastwood este año nos ha ofrecido su particular visión sobre la batalla de la 2ª Guerra Mundial de Iwo Jima por partida doble con dos películas. Por un lado Eastwood nos ha mostrado como los restos del Imperio de Japón se preparan para defender un islote en medio del Pacífico, conscientes de que esa batalla es crucial para el futuro de la guerra, pero que se mire por dónde se mire los soldados japoneses son carne de cañón. Por otro lado el americano nos ofrece la estrategia montada por los Estados Unidos para hacerse con el isla y más tarde poder lanzar su ofensiva final sobre Japón.

Sólo he visto, de momento, “Cartas desde Iwo Jima”. Algunos buenos amigos, y mejores aficionados al cine me la recomendaron como cita ineludible de esta temporada. También he de reconocer que “Banderas de nuestros padres” se me pasó, vamos que la quitaron de la cartelera antes de que pudiera ir a verla y que hace cosa de dos semanas la vi anunciada en un cine club de una ciudad muy cervantina cerca de Madrid y que cuando guardaba cola para adquirir mis localidades el operador del proyector me comunicó que volviera mañana que la máquina se había averiado. Cosas de los cine clubs, pero en resumen que todavía estamos a verlas venir.

La película Eastwood vale la pena, por un lado nos hace un necesario recordatorio de lo que sucedió en Iwo Jima, que conviene no olvidar, y por otro lado nos da una verdadera lección de dirección, creando un ambiente asfixiante que hace se te revuelva el estómago en al butaca durante dos horas de metraje mientras estás metido en la piel de un puñado de soldados japoneses que pasa mil y una calamidades en unos túneles excavados en la roca machacados por la artillería norteamericana.

La propuesta de Eastwood de mostrarnos a cara de perro la penuria bélica ofreciéndonosla tras una directísima primera persona, las cartas que los soldados japos escriben a sus familiares mientras se van desarrollando los acontecimientos y la derrota se aproxima, imprime a la cinta un realismo que abruma y que convierte, por momentos, al drama en agobiante hasta límites insospechados.

La cinta sin lugar a dudas contiene una profunda crítica de la crueldad y la sinrazón que conlleva la guerra, pero por otro lado nos muestra la hipocresía con la que manipulan los totalitarismos a sus ciudadanos, faltos de libertad, que los lleva a entregar su vida por unos ideales supuestamente y a los que no se puede renunciar.