domingo, septiembre 23, 2007

LIBROS. Una historia de amor y oscuridad y La historia comienza: ensayos sobre literatura, de Amos Oz.


Decir algo de Amos Oz, flamante Premio Príncipe de Asturias de las Letras de este año, es harto pretencioso, y más si cabe para un vulgar y concienzudo lector, como lo soy yo. Dicho esto, sirvan estas líneas como una invitación interesada a la lectura de uno de los descubrimientos más bellos de mi vida literaria de los últimos años: Amos Oz.

Amos Oz llegó a mi vida por casualidad. Un compañero de trabajo del Museo Reina Sofía, medio en secreto y en voz baja, me recomendó una novela de un escritor israelí, desconocido para el gran público, hace unos tres años: “Una historia de amor y oscuridad”. El volumen por fuera es un tocho de un par de narices, no recuerdo con exactitud el número de páginas, pero es considerable y se acerca sino sobrepasa las seiscientas. Todo hay que decirlo y aunque una novela no se debe valorar por el número de sus páginas, tampoco nos vamos a engañar, que al menos al principio, te echa un poco para atrás si el libro es muy grande.

Pues empecé con desgana y con cierto recelo “Una historia de amor y oscuridad”, pero Oz y su varita mágica, digamos en este caso su brillante pluma, me enamoró desde el primer capítulo. Y digo bien “enamorar”, porque las grandes novelas enamoran.

“Una historia de amor y oscuridad” es el relato del devenir de una familia judía (la propia familia de Amos Oz) que llega al todavía no creado estado de Israel, descrito por la mirada de un niño, su único hijo, que quiere convertirse en escritor. Su padre es un erudito, que está volviendo a construir la historia de un pueblo que dejó de existir durante muchos años, el judío, y que a ojos de su hijo necesita leer todo lo anteriormente escrito sobre un tema para poder publicar un estudio, lo que lo convierte en un ser rodeado de papeles y libros y alejado de su hijo. Sin embargo, la figura de la madre del niño, es todo lo contrario, el alma, cada bocanada de aire que el niño necesita para sobrevivir, pero a la vez un ser atormentado e infeliz. A parte de estos personajes principales la novela tiene una galería enorme de protagonistas: varias generaciones de familiares del niño que se mueven en una frágil relación de amor odio hacia la Europa que los acaba de expulsar.

A grandes rasgos el párrafo anterior se puede convertir en el retrato de la novela, en gran medida cargada de vivencias personales, que describe de forma paralela el día a día de esa familia, y el de Amos, primero desde Jerusalén, cuando es un niño, y después desde el kibbutz de Hulda, siendo ya un adolescente, y el del nacimiento del Estado de Israel . Pero, “Una historia de amor y oscuridad”, es mucho más que eso, es un canto a la vida, y a la persona y su libertad, y al amor, y a los deseos, y la crudeza de la supervivencia, y a los sueños, y a las frustraciones y a la alegría, y a la convivencia y a la paz… Y a todo esto le tenemos que añadir a Amos Oz, un escritor de altura, sólo apto para paladares muy finos, con un estilo preciso y sensual, y con una escritura bella que desnuda las sensaciones y nos lleva hacia dónde a él se le antoja: o acercarnos a la lágrima y a la congoja o permitirnos un respiro en la narración e invitarnos a esbozar una sonrisa sin tapujos.

Este fue el principio, el primer encuentro con Amos Oz, y de este embrujo inicial vino todo lo que aconteció a continuación: “Mi querido Mijael”, “la bicicleta de Sumji”. Y ahora: “La historia comienza: ensayos sobre literatura”.

La historia comienza” es una colección de conferencias que Amos Oz ofreció en varias universidades sobre literatura. Pero no se trata de una recopilación de textos eruditos y metaliterarios, muy al contrario son unos análisis muy originales, muy bien escritos y precisos y en muchas ocasiones muy graciosos y curiosos que analizan de forma desinteresada el comienzo de diez novelas o relatos, algunos conocidos y otros no.

Para el escritor israelí el comienzo de una novela es el contrato que el autor establece con sus lectores, que en algunas ocasiones ofrece premisas que luego no cumple y en otras las sobrepasa sin previo aviso; pero sobre todo Amos Oz considera la parte inicial de un texto como la parte más importante del relato porque es la más difícil de definir, es muy complicado empezar a escribir (el miedo al folio en blanco) y nos deja en el aire la siguiente pregunta que cada escritor se hace millones de veces antes de escribir una sola palabra: ¿cómo comenzar a contar una historia para lograr captar la atención del lector?

En estos breves ensayos Amos Oz nos sirve en bandeja el análisis certero, pero cargado de ironía y buen humor, de varias novelas y desmenuza los entresijos de cada comienzo para nosotros, haciendo hincapié en lo que los autores nos proponen ya desde la primera línea. Todos los capítulos son imprescindibles pero hay algunos de ellos que son verdaderamente de obligada lectura: los referidos a “La nariz” de Gogol, “Un médico rural” de Kafka, “El violín de Rothschild” de Chejov, “La historia: una novela” de Elsa Morante y “Nadie decía nada” de Raymond Carver.

Esta breve colección de ensayos también nos invita, indirectamente, a buscar y leer alguna de las obras que reseña el escritor judío, o desconocidas para nosotros hasta ese momento, o no leídas hasta ahora. Yo por ejemplo, he empezado a buscar la novela de Elsa Morente, escritora desconocida para mi hasta que la citó Amos Oz, porque tan sólo con el análisis de Amos Oz, me han entrado unas ganas terribles de disfrutar de su lectura al completo.

No me gustaría terminar la reseña sobre Amos Oz sin dejar constancia de que la lectura es un placer “sin prisas”, como lo define el propio autor, y “que en cada historia se nos permite algo que no se consiente “fuera”: no sólo un reflejo del mundo que conocemos, no sólo un viaje a los desconocido, sino también la fascinación misma de tocar lo “inconcebible”. Mientras que, dentro de un relato, se torna concebible, accesible a nuestros sentidos y a nuestros temores, a nuestra imaginación y a nuestras pasiones. […] El juego de leer exige al lector que tome parte activa, que aporte su propia experiencia vital y su propia inocencia, así como prudencia y astucia”, por los contratos iniciales del relato, por los primeros párrafos de la novela.

OZ, Amos: Una historia de amor y oscuridad. La historia comienza: ensayos sobre literatura. Siruela.

jueves, septiembre 20, 2007

PINTURA. Patinir en el Prado.


Llevaba mucho tiempo queriéndome acercar al Museo del Prado, pero por unas cosas u otras, hasta ayer no pude hacerlo. Supongo que a parte de la ajetreada vida actual de todos nosotros, que no nos permite sacar muchos momentos para pasear por las galerías y pasillos de un museo y dejarnos llevar por las obras expuestas, algo también tienen que ver las preferencias de ocio de cada uno. Yo tengo que reconocer que me puede el teatro y el cine antes que la pintura o la escultura.



A pesar de todo lo anterior, ayer, por fin, pude contemplar la exposición de Joachin Patinir. El paisajista flamenco, hasta esta muestra, era un gran desconocido para mi, pero recuerdo que me picó la curiosidad, cuando leí que era un gran admirador de El Bosco, uno de mis pintores renacentistas favoritos.

En esta ocasión el Prado ha reunido unas cuarenta obras para la ocasión. Una primera sala muestra los precedentes a la obra de Patinir en lo que respecta a la representación de paisajes, como: Jan van Eyck, Robert Camping y ocasionalmente El Bosco y Durero; a continuación vienen varias salas con sus propias obras y una final que nos ofrece una breve perspectiva de la influencia del pintor belga.

Patinir da un papel primordial al paisaje dentro de la composición del cuadro, en muchas ocasiones compuesto además de diversos personajes que forman parte de alguna imagen religiosa. En lo que respecta al espectro de color cabe destacar que en el primer plano, Patinir, suele utilizar tonos ocres, verdes en los medios, y azules al fondo, sobre la línea de horizonte.

No me gustaría terminar, sin dedicarle unas líneas a un cuadro que me entusiasmó: “Caronte atravesando la laguna Estigia”. Se trata de uno de los cuadros más conocidos del autor, fondo del propio Museo del Prado, y quizás muchas veces ignorado injustamente en nuestros paseos por la pinacoteca madrileña, ante la magnitud de algunos de sus vecinos de pared. El cuadro, en una simetría casi perfecta, nos muestra en primer término a Caronte que trasporta un alma en su barca por la laguna Estigia, de una orilla a otra, la una con aguas muy claras y con tonos azulados suaves, la otra más siniestra y con unas aguas más oscuras, azules fuertes casi negros. A la derecha de la laguna se encuentra el Paraíso, con unos exuberantes bosques, un palacio de cristal, clara influencia de El Bosco, y unos inmaculados ángeles, que parece, que con un silente susurro llaman al alma penitente hacia ellos. Justo al otro lado, a la izquierda de Caronte, Patinir nos muestra el Infierno, el reino del mal, con Cerbero, el mitológico perro de tres cabezas en su guarida, y tras unos siniestros bosques, muy oscuros, a los lejos, varios puntos de fuego que nos recuerdan hacia donde se dirige esa inocente ánima.

Museo del Prado. Patinir.

lunes, septiembre 17, 2007

VIDA URBANA. Pareja rota. Pareja de nuevo.


En realidad lo que sucedió con Jorge se veía venir desde el primer momento. Ni ella era la persona adecuada, demasiado joven y extremadamente superficial, ni él lo suficientemente maduro para darse cuenta de que su relación con Begoña no era más que un simple juego sexual.



Ya no siguen juntos. Para él ha sido una total liberación, se siente libre de nuevo y ha olvidado “todo” lo que tenía que hacer porque si, porque a ella se le antojaba que lo tenía que llevar a cabo por “amor”. Begoña, lo pasó mal al principio, pero creo que se trataba más de disimular que la habían dejado plantada y por eso tenía que derramar unas cuántas lágrimas, que de un sentimiento de corazón roto sincero; nada mas que ver que el primer fin de semana sin pareja, acompañada de sus amigas, por eso de no dejarla sola en casa por si se deprimía, Begoña estuvo con un morenazo de cuidado del barrio de la Serna, de Fuenlabrada.

Jorge me cuenta que quizás se arrepiente un poco de su ruptura, porque se siente solo, pero que cree que también ese fue el gran temor por el que siguieron juntos tanto tiempo, y que en seguida se le olvida la idea sólo de pensarlo fríamente. Las tardes se me hacen eternas – me comenta- pero he vuelto a tener tiempo para mi y para mis cosas, he vuelto a leer, y puedo limpiar el piso como me gusta.

Begoña no para de hablarme de su nuevo moreno, hasta que me harto y mirándola fijamente a los ojos le digo que yo no he venido para eso, que ella quería hablar conmigo de Jorge. Casi sin parpadear me describe mil y una situaciones en las que Jorge la dejó en evidencia en público, o no la trató con respeto, o la contestó mal. Sus palabras suenan vacías, son un goteo incesante de agravios, seguramente ciertos, pero suenan huecos, como medio olvidados y con la intención de enterrarlos para siempre en cuanto yo salga de la cafetería, y pueda hacer una llamada de móvil para que su morenazo de turno, le de lo que quiere.

De todo esto hace un año y yo lo he traído de nuevo al presente porque ayer Jorge me contó que se encontró con Begoña de nuevo, en una librería y que se fueron a tomar algo y terminaron en su apartamento. Y que hoy piensan quedar de nuevo y que preparan un fin de semana de ensueño en Granada. Jorge hasta ahora seguía solo, y salvo algún escarceo esporádico no salía con nadie más o menos en serio. A Begoña la perdí la pista hace unos seis meses, pero me puedo imaginar que hubo más de un morenazo de la zona sur.

¿Y ahora qué? Yo quiero pensar que ambos siguen solos, se sienten solos, y que lo poco que compartieron cuando estaban juntos fue lo único en la vida a lo que pueden agarrarse para no caer en la temible desesperación de la soledad.

Quizás en esto consista la vida en la actualidad y los demás no nos hayamos dado cuenta todavía. O quizás también esta situación se parezca cada vez más a una farsa de los nuevos “nocilla dream”, que confunden conformarse y sobrevivir con libertad y amar. Y sobre todo que no se aguantan a si mismos y tampoco se conocen en profundidad, por eso se aburren de aburrirse y no saben estar solos, porque la soledad o se aprende a convivir con ella o te mata por dentro y te indica lentamente el camino de la desesperación y el fin.

viernes, septiembre 14, 2007

TEATRO. Hedda Gabler. "Un grito de rebeldía femenina".


De Henrik Ibsen.
Con: Ana Caleya, Rosa Savoini, Lino Ferreira, José Luis Alcobendas, David Llorente e Inma Nieto.
Dirección de Ernesto Caballero.
Madrid. Círculo de Bellas Artes. Sala Fernado de Rojas.



Como la publicación de Madame Bovary o como el estreno de Casa de muñecas, el de Hedda Gabler supuso un aldabonazo para la conciencias bienpensantes de su época. Era la primera vez que una mujer pretendía sacudirse el yugo de sumisión al marido y a los deberes improrrogables de su condición de madre, esposa, incluso de amante solícita que una larga tradición burguesa le había asignado e intentaba ser ella misma y juzgar el matrimonio y las relaciones sociales y de pareja desde una perspectiva genuinamente femenina.

Pero, si cabe, Hedda Gabler va más lejos que sus antecesoras en su grito de rebeldía femenina. “Por una vez en mi vida quiero tener en mis manos el destino de un ser humano” le dice a la señora Elvsted al final del segundo acto para justificar su comportamiento en relación con Eilert Lovborg. Esa frase encierra algo más que la mera demanda de autonomía, es una exigencia de control, y a estas alturas del desarrollo de la obra, cuando ya tenemos atisbos del carácter indomable de Hedda y de su capacidad de manipulación, cobra toda la fuerza de una amenaza e indica a las claras cuales son los términos de todo o nada en los que se va a dirimir el conflicto.

Hedda y Jorge Tesman han vuelto del largo viaje de novios para reencontrarse con sus viejos demonios encarnados en una única persona: Eilert Lovborg, antiguo amor de Hedda y rival intelectual de Jorge. Viejas heridas, a duras penas restañadas, se abren de nuevo aunque la fatalidad o lo que es lo mismo, el propio sino, en cierta medida misterioso y enigmático de Hedda, y su orgullo auguran la tragedia más atroz. Y no es la fantasía desbocada de la protagonista, como dice el juez Brack, su incapacidad para adaptarse a la realidad, la que la pierde; es su voluntad de poder, su deseo a ultranza de emancipación y una pulsión de muerte que impregna todos sus actos y que vincula el destino de Lovborg y el suyo propio a las dos pistolas que conserva de su padre, y que en algún momento le habían servido para distraer su aburrimiento.

La escenografía de José Luis Raymond reconvierte el salón burgués, estancia clave de la gran casa familiar donde ejerce su reinado la señora de la casa en la aséptica y fría habitación de un sanatorio y el sesgo que el propio Ernesto Caballero confiere al montaje sugiere que la acción transcurre en un psiquiátrico, en el que Hedda poseída de una locura autodestructiva fuera literalmente asistida en su demencia por el resto de los personajes. Llevar a Hedda a esos extremos de inadaptación no se si aporta algo positivo a la plasmación de un carácter ya de por si suficientemente complejo y problemático, aunque sí coadyuva a exculpar a la protagonista de una conducta moral no muy escrupulosa, a la vez que distrae la atención del espectador, le despista con relación a las frecuentes alusiones de los personajes a enseres y muebles propios de un interior burgués convencional.

En los esencial, el desarrollo de la acción no sale perjudicado -salvo por un movimiento escénico a veces errático-, y ese prodigio de construcción dramática que es la obra y los conflictos entre los personajes se revelan con toda intensidad. El trabajo de actuación es solvente en conjunto aunque destaca una espléndida Ana Caleya que enseñorea la escena trasmitiendo con una inusitada energía el complejo universo emocional de la protagonista: la desdeñosa altivez de un ser exquisito y caprichoso, el calculo interesado con que maneja los hilos de la trama, la lucidez, la frustración, los celos, o la frialdad y determinación próximas a la crueldad con la que ejecuta sus decisiones.

Gordon Craig.

viernes, septiembre 07, 2007

TEATRO. Entrañas. "A vueltas con la memoría".


De Titzina teatre.
Con: Laia Martí, Pako Merino y Diego Lorca.
Dirección: Stefan Metz.
Madrid. Sala Cuarta Pared.



En ciertos ambientes culturales obsesionados, como el gobierno de Zapatero, con la recuperación de la dichosa “memoria histórica” (pese a que Historia y memoria son dos términos difícilmente compatibles), cualquier estímulo es bueno para el inicio de un reflexión sobre el pasado. Y uno tan válido como cualquiera puede ser el descubrimiento súbito de que se está embarazada, si a ello se añade, claro, el pequeño detalle de que nuestra abuela tuvo esa misma revelación instantes después de que su marido partiera para el frente del Ebro, del que -según sabemos de buena tinta-, no regresaría jamás ni vivo ni muerto, pasando a engrosar la lista de infortunados que tras la contienda se vino a etiquetar con el infame eufemismo de “desaparecidos”.



Este es el caso de Sole, la protagonista de esta historia, que mientras duda si comunicarle a Luis la buena nueva de su embarazo emprende una búsqueda en solitario por los archivos de la Guerra Civil tratando de averiguar el paradero de su abuelo, búsqueda que se confunde con la de su propia identidad como mujer y como madre y que desemboca en una ácida reflexión sobre la maternidad no deseada. Nada nuevo en ese fragmentario compendio de evocaciones y recuerdos del pasado que conforman la obra, que se salva, no obstante del tópico, por la sinceridad de algunas preguntas sobre la vida y por la visión premonitoria del negro futuro que nos aguarda como país si no aprendemos de nuevo a convivir en libertad, sin recelos y respetando a los demás y a nosotros mismos; son unas escenas escuetas, apenas esbozadas, breves flashes del caos, de la violencia desatada, que, no obstante, encierran la inquietante amenaza de una premoción.

Técnicamente es un espectáculo sobrio, de factura artesanal, en el mejor sentido del término: pocos elementos pero hábilmente utilizados y un buen trabajo de expresión bastan para transportarnos del pasado al presente en una multiplicidad de espacios, tiempos y perspectivas. El ritmo es rápido, y el correcto ensamblaje de los sucesivos cuadros y una efectiva ambientación sonora y visual dan lugar a escenas que apelan a situaciones de la más estricta cotidianidad sin que por ello pierdan un ápice de su funcionalidad dramática. Se trata de una poética que se nutre de un fuerte sentido de la realidad trascendido por un humor desenfadado, indoloro, que hace más próximos a los personajes y sus problemas. Y aunque a veces no podamos sacudirnos la sensación de lo dejà vu, de la reiteración y de quedarnos en la epidermis de los conflictos planteados, el montaje resulta estimulante y divertido.

Gordon Craig.

martes, septiembre 04, 2007

LIBROS. Lecturas de verano. La reina de Saba de André Malraux y Las pequeñas memorias de José Saramago.


Este verano tuve el tiempo suficiente, -nunca es suficiente si uno es sincero- para poder disfrutar de unos agradables momentos de lectura. Y si a parte de disponer de unas cuantas semanas para poder leer a gusto, tienes buena literatura cerca, pues entonces el placer de la lectura se multiplica al menos por dos.

Para empezar cayó en mis manos: “La reina de Saba: una aventura por el desierto de Yemen” de André Malraux. A decir verdad este libro, una novedad de este año, lo compré yo porque todavía tenía en el recuerdo los buenos momentos que me hicieron pasar “la esperanza” y “la condición humana” del mismo autor. Sin embargo este relato de viajes no tiene las pretensiones de esas dos grandes novelas. Se trata de un Malraux que tras el éxito de “la condición humana”, tiene ganas de experiencias nuevas, y el mítico Yemen, país dónde la leyenda dice que se encuentran los restos del antiguo reino de Saba, llama al autor hacia lo desconocido para colmar sus deseos de aventura.

El breve relato de Malraux se convierte pues, en el cuaderno de bitácora del viaje en avión que realiza el escritor junto al piloto Corniglion-Molinier sobre el desierto de Yemen, aderezado con la exhuberancia de la escritura del propio Malraux que aúna con gran maestría bellas descripciones de lo que sus ojos perciben y un leguaje entre lo mítico y lo desconocido que cautiva a cualquier intrépido y curioso lector.

“Las pequeñas memorias” de José Saramago es el segundo libro del cual os quería hablar hoy. Se trata de un volumen de memorias, que abarca los primeros años del autor portugués, su infancia en Azinhaga y su primera adolescencia en Lisboa.

En esta ocasión Saramago utiliza un estilo más simple y accesible que el de sus novelas y sus “memorias” se convierten en un relato fácil de leer y apto para todo tipo de público. Se trata de un libro entretenido y en muchas ocasiones gracioso, pero sobre todo, y ahí radica su belleza, desnuda al autor ante sus lectores. El Nobel portugués nos da las claves que marcaron su vida y lo convirtieron en un escritor y no en cualquier otra cosa, pero también nos da pistas de dónde salieron los personajes de sus novelas y de cuáles son las raíces de su mundo literario.

Ahí quedan dos pequeñas notas sobre Malraux y Saramago que a su vez son una invitación a hacerse con estas obras y devorarlas en los días que todavía a muchos os quedan de sosiego y descanso.

Malraux, André. La reina de Saba: una aventura por el desierto de Yemen. Península, 2007.
Saramago, José. Las pequeñas memorias. Alfaguara, 2007.