domingo, diciembre 31, 2017

1000 razones para no dejar de leer. Al margen de los clásicos, por Azorín.

"[...]
¿De qué servirán palacios, parques, trenes suntuosos, vehículos magníficos, viajes espléndidos, joyas, beldades, mesa suculentamente abastada?¿De qué servirá todo esto cuando, granito a granito, sutilmente, aterradoramente, va cayendo el tiempo en la eternidad? Y el tiempo todo se lo lleva, todo lo muda, todo lo transforma, todo lo destruye ... [...]".

Al margen de los clásicos: Fray Luis de León, por Azorín.

jueves, diciembre 28, 2017

TEATRO. Transitus. "E.C.M.'

Texto y dramaturgia: Roberto Mori, Susana Gómez, Teresa García y Rosa Manteiga.
Con: Roberto Mori y Teresa García (piano).
Diseño de luces: Manuel Fuster.
Dirección: Roberto Mori.
Alcalá de Henares. Corral de Comedias. 8 de diciembre de 2017.

ECM es el acrónimo de “Experiencias cercanas a la muerte”. Según testimonios documentados de personas que ha “vuelto a la vida” tras un tiempo en el que su cuerpo ha estado clínicamente muerto, parece ser que en esos instantes críticos el pasado discurre ante nuestros ojos vertiginosamente en forma de imágenes muy vívidas. Otros afirman que se atraviesa un túnel de luz, que el alma se separa del cuerpo o que familiares ya fallecidos se aparecen para darnos un último mensaje. Lo más común es que estas experiencias las relate el mismo sujeto que ha pasado por el trance (“transitus”) de la muerte, pero también hay casos en que el sujeto de la experiencia no es quien muere sino alguien muy allegado a él, que incluso en la distancia, tiene una aguda premonición de la muerte de su ser querido.
Este último supuesto, la experiencia vivida al parecer por el actor Roberto Mori con relación al fallecimiento prematuro de su padre (tras una operación de derivación de arterias periféricas en las piernas), mientras él se encontraba de gira con su compañía de teatro en Brasil es el que dramatiza la obra que comentamos.
No me es dado valorar la veracidad del testimonio ni su fiabilidad científica en el contexto del estudio de las E.C.M. Teatralmente hablando, el trabajo de Roberto Mori y su equipo de colaboradores que se estrenó anoche en El Corral de Comedias, tiene sus luces y sus sombras. Acusa la dificultad de reelaborar artísticamente una experiencia personal para trasladarla a la escena en formato teatral -por amplio que sea el concepto de teatralidad que invoquemos para dar cabida montajes como este-, y que pueda ser disfrutada por el espectador como una experiencia estética.
La obra se sirve de una multiplicidad de instancias enunciativas. Para empezar, combina el elemento textual con la música en directo de una pianista sobre el mismo escenario. Planteada como una confesión íntima de un actor que se presenta ante el público con su nombre y apellidos dispuesto a hacernos partícipes del shock emocional y de la honda transformación en su forma de enfrentarse a la realidad que supuso su encuentro cara a cara con la muerte, la acción bascula entre la inmediatez de ese relato en primera persona de los hechos en estado bruto (las expresiones de angustia propia y de los familiares, la denominación precisa de la intervención, duración exacta de la misma y de sus complicaciones o del día y hora de la muerte, etc.) y por otro lado el recurso a la representación figurativa a través de un personaje y sirviéndose de un cierto grado de ficcionalización. Coquetea, incluso, con la performance, cuando Mori ingiere el bebedizo que le proporcionó el chamán en Colombia para experimentar sus efectos ante los espectadores, no sin antes, en una pirueta típicamente circense, advertir de que entre el público hay una doctora dispuesta a inyectarle adrenalina si transcurre el plazo límite para volver en sí tras su viaje al reino de los muertos.
Reiterativa, a veces, y con algunas escenas confusas, la obra en su conjunto y el trabajo del actor están marcados por violentos contrastes: el profundo dolor y la desolación por la pérdida son seguidos por furiosos ataques de rabia y desesperación; éstos por escenas de calma y sosiego, o por estados de semiinconsciencia o euforia bajo los efectos de la droga, a los que suceden instantes en que la culpa atormenta al personaje que ha sido incapaz de compartir con la familia las horas tristes del duelo y ha intentado liberarse del dolor buscando consuelo en el alcohol y en los paisajes paradisíacos y en la exuberancia de los ritmos del Caribe o del trópico.
Particularmente emotivo es el momento en el que se entera del fallecimiento del padre; estremece esa sensación de anonadamiento, como si la tierra se abriese bajo sus pies. Y la salida a la calle y el descubrimiento, favorecido por una suerte de hiperestesia, de un mundo nuevo y desconocido hasta entonces, la revelación de la vida en torno con todas sus aristas y perfiles: la bondad y la maldad humanas, la generosidad, la alegría y la tristeza, la pobreza y la miseria, el bullicio callejero y hasta la turgencia de una piel morena entrevista por entre los pliegues de una blusa.
“Work in progress” lo llaman, es decir trabajo en formación, que el rodaje con público seguramente pulirá de elementos espurios para dar la verdadera medida de su capacidad para convocarnos a una reflexión serena sobre la muerte y sus variadas y complejas implicaciones.

viernes, diciembre 08, 2017

1000 razones para no dejar de leer. Las discretas ficciones de Azorín, por Mario Vargas Llosa.

"Este es un aspecto de la obra de Azorín que siempre deberemos agradecer: su labor de escritor puente entre el público profano y los grandes autores del pasado, esos que, petrificados en el panteón de la gloria, parecen demasiado remotos y egregios para satisfacer lo que el lector común espera legítimamente de un escribidor: que lo divierta y lo maree, que lo excite y lo intrigue, que le haga pasar gato por liebre y, por unas horas, lo arranque de la mediocridad del mundo real y lo traslade a las exaltantes comarcas de la ilusión". 

Las discretas ficciones de Azorín, por Mario Vargas Llosa.

sábado, diciembre 02, 2017

TEATRO. Democracia. "Grandeza y miserias de la política".

Autor: Michael Frayn.
Con: Andrei Bazhin, Alexei Blohin, Alexander Doronin, Ilya Isaev, Petr Krasilov, Alexei Maslow, Alexei Myasnikov, Alexander Rugulin,Alexei Veselkin y Oleg Zima.
Escenografía: Stanislav Benediktov.
Russian Academic Youth Theatre.
Dirección: Alexei Borodin.
Madrid. Teatro Valle-Inclán. 27 de noviembre de 2017.


Democracia puede considerarse un drama político en el más estricto sentido del término, con el ingrediente añadido del espionaje para acabar de cerrar el círculo de imposturas, traiciones, medias verdades, deslealtades y maquinaciones que, junto a la no siempre clara y decidida vocación de servicio caracterizan la vida del político y el ejercicio del poder.
Inspirada en hechos reales, la obra explora la singular relación que mantuvo el carismático Willy Brandt, canciller de la Alemania Federal desde 1969 hasta 1974 con su asistente personal Günter Guillaume, un oscuro funcionario del partido que supo granjearse su confianza pese a las reticencias de algunos de sus más estrechos colaboradores y miembros destacados del partido. El descubrimiento en 1973, en plena crisis de gobierno, de que Günter Guilaume era un espía al servicio de la Stasi, la policía política de la República Democrática Alemana, precipitaría la caída de Brandt, acosado para entonces por escándalos relacionados con su adulterio y con su afición a la bebida.
La obra conjuga una faceta, digamos, más documental, el día a día de la política en el partido, en la cámara y en la cancillería con otra más personal, más humana, que muestra cómo fue la relación entre el canciller y su asistente. Aún de manera sintética, la obra retrata con acierto el cambio de clima político en la RFA durante la legislatura -la llamada Ostpolitik,estrategia de acercamiento a los países del bloque del Este-, auspiciado por Willy Brandt, la desconfianza y las críticas de la oposición, personalizadas en la figura de Hans-Dietrich Genscher, de la CDU, luego ministro de exteriores, y las intrigas de algunos miembros de su mismo partido socialdemócrata, como el influyente Herbert Wehner o quien sería su sucesor en la cancillería, el oportunista Helmut Schmit.

Pero el mayor acierto, sin duda radica en el dibujo de la estrecha relación que mantiene Brandt con Günter Guillaume quién, en una curiosa variante de síndrome de Estocolmo, termina “seducido” por el hombre al que en realidad está traicionando y por la democracia que en teoría está llamado a destruir. Y quizá las escenas más logradas, teatralmente hablando, sean aquellas en las que la familiaridad que provoca el trato diario –en el despacho, en trenes, en hoteles, en celebraciones o en reuniones familiares- da pie a la confidencia íntima. Ahí, sobre todo, es donde se descubre al hombre que hay detrás del espía o del político; los recovecos por donde se filtra la sospecha o el miedo a ser descubierto en el caso del primero; el “peso de la púrpura”, la duda ante las grandes decisiones, o la soledad del hombre público una vez que ha caído en desgracia, en el caso del segundo.
Aunque la acción parece desarrollarse a golpe de titular de periódico (que es lo que orienta, por cierto, en muchas ocasiones, la acción política) y la obra acusa la sobriedad del testimonio histórico o del documento periodístico -acentuados también por la propia escenografía, que evoca en clave simbólica la frialdad y la despersonalización de las dependencias oficiales de los grandes edificios de la administración del estado-, el director del montaje apuesta por una poética diametralmente opuesta al verismo naturalista; imprime al espectáculo un ritmo trepidante sustentado en un vigoroso y complejo movimiento escénico. Los intérpretes, a su vez, y como parte de un todo que funciona como una máquina de precisión, firman un gran trabajo de actuación. En la construcción de sus respectivos personajes aportan un caudal de recursos expresivos -más allá de la mera gestualidad del rostro- a la que no estamos acostumbrados. Sin excluir una adecuada dosis de psicologismo lo que predomina sobre todo es una racionalización del movimiento y de la expresividad corporal que nos retrotrae a Meyerhold y a su escuela, una depurada técnica de actuación que constituye uno de los principales alicientes del montaje.
Gordon Craig.