martes, septiembre 19, 2006

TEATRO. Nina. "Let’s get lost".

De José Ramón Fernández.
Con: Laia Marull, Juanjo Artero y Ricardo Moya
Dirección: Salvador García Ruiz.
Madrid. Teatro Español.


La pieza que se repone ahora en el Español viene a ser una larga y dolorosa ceremonia de rememoración protagonizada por Nina y Blas, dos amigos de la infancia y de la adolescencia, que vienen a reencontrarse tras largos años de separación en un solitario comedor de hotel en algún lugar de la costa. Es una intempestiva y lluviosa noche de otoño y la fascinación del reencuentro en la acogedora penumbra del mal iluminado salón con una copa entre las manos invita a demorarse en las confidencias, mientras un reproductor de compact disc va desgranando unos turbadores solos de trompeta de Chet Baker.

Pero la melodía no hace sino reforzar el aura de tristeza que envuelve ese largo encuentro en el que ambos quieren escapara momentáneamente del presente; intento vano de rehacer unas vidas destrozadas y de encontrar una salida al impase, al estancamiento en el que se hallan sumidos, para venir a constatar que el pasado no se puede rectificar y que su evocación sólo acarrea más dolor y más frustración, más allá de algunos agradables recuerdos de momentos felices y del abandono ocasional al deseo y a la tibia complacencia en la caricia o el abrazo de unos cuerpos que se buscan para combatir su soledad.

Se trata de un incisiva reflexión sobre el tiempo administrada con extraordinaria maestría en una infatigable sucesión de clímax y anticlímax, en un permanente vaivén de emociones y de sentimientos encontrados en los que predominan, como ya hemos indicado, la frustración y la tristeza, la rabia y la desesperación, pero también la ternura, y sobre todo, la aceptación vigorosa de una realidad inapelable y el deseo compartido de volver a enfrentarse a sus vidas con energías renovadas.

Quizá sea Nina el personaje más redondo, el más elaborado y a cuyo servicio, en términos de funcionalidad dramátúrgica, se han forjado los otros dos. Esteban, el mentor del encuentro y que analiza lo sucedido desde otra perspectiva generacional -es el padre de Nuria, otra de las amigas de la infancia de Nina-, y que actúa desde la buena fe porque quiere -según sus palabras- reinstaurar un poco de “orden” en las vidas de los jóvenes. Y Blas, verdadero antagonista, si puede decirse así, por cuanto encarna una visión del mundo diferente, contraria, de la personalidad y de los afanes de libertad de Nina. En el caso de los protagonistas, el texto brinda a los actores la oportunidad de lucimiento, que aprovechan suficientemente, sobre todo Laia Marull, espléndida, con una réplica nada desdeñable de Juanjo Artero (Blas).

José Ramón Fernández es un autor meticuloso -incluso en las acotaciones escénicas, muy explícitas en esta ocasión-, con una poética realista sin complejos que remite permanentemente a los aspectos concretos de la realidad y que hila muy fino en el terreno de los sentimientos y de las emociones, en las “distancias cortas” (como apostilla Laila Ripoll) y que reclama un grado notable de exigencia artística a los actores, sobre cuyos hombros descarga el grueso del peso de la tensión dramática en escenas de intensa emoción y sin concesiones a lo banal o lo puramente anecdótico.

Un montaje sobrio y pulcro; un texto incisivo y una labor de dirección y de actuación exigentes; en suma, una buena opción para iniciar la temporada.


Gordon Craig.

miércoles, septiembre 13, 2006

CINE. Alatriste.

No soy un ferviente seguidor de la obra de Arturo Pérez Reverte, ni tampoco me gusta por sistema el cine español. Si digo bien, el cine español, porque salvo honrosas excepciones, la mediocridad que reina en todo lo que huele a “made in Spain” es generalizada. Podríamos decir que el esquema básico de cualquier película española se basa en un mix protagonizado por el desnudo de la actriz de moda del momento, y cuya columna vertebral es una historia truculenta y poco creíble, con un mensaje sectario y moralizante.

En esta ocasión Alatriste sale airosa de mis iras por diversos motivos. El primero porque, su director Díaz Yanes, continuando la memorable labor de Pilar Miró, se ha atrevido a “filmar” una película ambientada en la rica y extensa Historia de la España Imperial. El segundo, sin lugar a dudas es que el resultado raya el notable alto.

La película narra las vivencias de un soldado, que forma parte de los celebérrimos Tercios españoles, Alatriste, en medio de una sociedad que vive su declive imperial y está involucrada en constantes conflictos bélicos en media Europa que agotan su economía y empobrecen a su población. La historia de Alatriste, es la historia de un soldado, de un buen soldado y de un buen hombre, un hombre de honor, y a la vez de un pícaro y un mujeriego enamorado. Un español.

Díaz Yanes y su equipo retratan muy bien el ambiente y la sociedad española en tiempos del Conde Duque de Olivares, y con su director de fotografía a la cabeza, con un trabajo exquisito, nos sumergen en cada secuencia en una escena pictórica del genial sevillano Velázquez. El reparto actoral cumple y Vigo Morttensen se convierte en un convincente y creíble Alatriste. Una banda sonora muy apropiada y cuidada convierten a la película en un placer para los sentidos durante un par de horas largas.

miércoles, septiembre 06, 2006

Divagaciones. Vacaciones.

Agosto ya se terminó. El periodo vacacional se agota día a día. Las rutinas empiezan a encajar en la cotidianidad de cada uno. La vida vuelve a la “normalidad”. Pero, ... para la gran mayoría, no para mi.


Desde hace tiempo el ir contracorriente forma parte de mi vida diaria. Creo que es una forma diferente de disfrutar de cada día. No consiste en “creérselo” y convertirse en un esnob, ni más ni menos hay que intentar hacer lo que todo el mundo hace pero cuando esa inmensidad de masa o ya lo ha hecho o no piensa hacerlo en el preciso momento que tú has elegido.

Tuve unos días de asueto en julio, minucias comparado con lo que me espera en septiembre. Primero hay que disfrutar de unos días de desconexión total, descanso, buena comida, muchas horas de sueño y actividades poco intelectuales como arreglar el jardín o pintar las puertas del garaje. Claro está, el idílico lugar al que me refiero responde al nombre de Walden. Mi hogar.

Después de esto nada mejor que un poco de música en buena compañía. El Festival Ebrovisión de Miranda de Ebro en Burgos me espera un año más. Todos sabemos lo que conlleva un festival de música aparte de las buenas vibraciones: risas, momentos inolvidables y situaciones inverosímiles con los amigos. Algunos se lo quieren perder. Allá ellos.

Los postres siempre son los platos más apetecibles de una buena comida y como no podía ser menos el “postre” de esta declaración de “malas” intenciones tenía que ser especial. Unos días, añorados desde hace tiempo, en compañía de unos ojitos azules encantadores cerca del mar se presenta como un postre demasiado apetecible como para dejarlo pasar.

El colofón lo protagonizarán unos últimos momentos que voy a dedicar en exclusiva a la lectura. Entre los afortunados títulos que quiero que pasen por mis manos están varias obras de Ian McEwan, “Sábado” y “Expiación”, segundas lecturas ambas, pero también quiero volver a disfrutar de la exquisitez de la Poesía de Pedro Salinas y Luis Cernuda. Quiero llegar a octubre, cuando el otoño enseñe ya su patita por debajo de la puerta en plenas facultades, con las pilas suficientemente cargadas para afrontar un nuevo curso que seguro llegará preñado de sorpresas y buenos momentos.