De Francisco Rojas Zorrilla.
Versión de Fernando Doménech y Ernesto Caballero.
Con: Javier Mejía, Francisco José Gallego, Lidia Palazuelos, Zulima Memba, José uis. Mosquera, J. A. Olivares, Rubén Nagore, Jorge Mayor, Diana Bernedo y Ruth Argente.
Coro: Esther Acevedo, Diana Bernedo, Marta Calzada, Gloria Sanvicente.
Escenografía: José Luis Raymond
Dirección: Ernesto Caballero.
Madrid. Teatro de la RESAD.
Poco conocida, tildada incluso de comedia por algún crítico de la vieja escuela, esta tragedia de Rojas Zorrilla, de ambiente bárbaro y primitivo, viene a corroborar la enorme pujanza de la dramaturgia barroca y su rica diversidad temática y estructural; y su puesta en escena viene ensanchar los límites a los que hasta hace poco se circunscribía el repertorio de obras clásicas que subía a nuestros escenarios. Por el contrario, el reducido número de espectadores asistentes a la representación atestigua, desgraciadamente, el escaso interés que despiertan en el público actual las manifestaciones de nuestra mejor tradición cultural y que no puede deberse a otra cosa que al menosprecio de los clásicos, y de la Literatura en general, cuyo estudio y conocimiento (¿o sería mejor decir desconocimiento?) en la Educación Secundaria está llegando a unos niveles realmente preocupantes.
Y tengo que apresurarme a decir que esa escasez de público no se debe en modo alguno a la baja calidad del espectáculo. Al contrario, aún siendo una producción modesta, sin los oropeles y la ostentación de los últimos montajes de la CNTC, refleja con bastante fidelidad el espíritu arcaico de la obra, el rudo primitivismo y la violencia de las pasiones desatadas entre los personajes, nobles, damas, soldados o reyes legendarios de costumbres bárbaras pero no por ello carentes de una psicología bien articulada, dotados de inteligencia para maniobrar según su ambición y sus deseos y de determinación para satisfacerlos.
La sobriedad de la escenografía y el vestuario, la iluminación y una sugerente ambientación musical coadyuvan eficazmente a crear la atmósfera de rudeza y el halo de misterio y superstición en que se desarrolla la acción, pero la responsabilidad mayor corresponde al trabajo de los actores y a la labor de dirección, empezando por la atinada adaptación, que despoja el texto originario de sus excrecencias barrocas y atiende a la línea de conflicto principal, a saber, el agravio de Alboino a Rosimunda y el deseo de venganza que a partir de ahí se desencadena, con el consiguiente asesinato alevoso del rey a manos de Leoncio, la intriga contra Flabio y el triunfo final de la revuelta comandada por Albisinda para devolver el honor y la libertad Flabio y desenmascarar a los asesinos.
Los actores resuelven con solvencia su cometido, que incluye a veces su participación en escenas corales, o su reconversión en juglares, bufones o en deidades de una mitología arcaica y desconocida. Destacan a título individual Javier Mejía que da vida al leal caballero y rendido enamorado Flabio; José Luis Mosquera, un ambicioso y fanfarrón Leoncio no tan fiero como se cree cuando tiene que ejecutar su crimen y cuya presencia de ánimo inicial se torna en indecisión y espanto cuando tropieza con el retrato del rey Alboino; su muerte por envenenamiento pone los pelos de punta. Zulima Memba traduce a la joven y apasionada Albisinda, enamorada fiel, hermana amantísisma y enérgica defensora de sus derechos; y, desde luego, Lidia Palazuelos espléndida y llena de recursos en el papel de Rosimunda, émula de la pérfida lady Macbeth, maestra de intrigas y añagazas para satisfacer su sed de venganza tras la ofensa de Alboino, puede ser dulce y seductora pero también desdeñosa y desabrida e implacable develadora de sus enemigos.
Gordon Craig.
Visita la programación de la RESAD.
viernes, noviembre 30, 2007
lunes, noviembre 26, 2007
MEMORÍA HISTÓRICA. Canarius Ericson.
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Santi tuvo la desgracia, o quizás la suerte, de, durante aquellas primeras semanas de octubre, sentarse al lado de unos novatos, unos chiquillos recién aterrizados en la facultad, que en principio, todavía no habían perdido el respeto al mundo universitario. Pero esta timidez inicial, poco a poco se fue diluyendo, como un terrón de azúcar lo hace sobre un taza de café bien caliente. Los miedos y los complejos de los primeros días fueron desapareciendo, y lo diferente, lo distinto, se empezó a convertir en objeto de crítica, de mofa, de chanza, por parte de esta panda de estudiantes con ganas de pasárselo en grande, que fueron durante unos cuantos años mis compañeros de pupitre.
Santi fue uno de los objetivos más cercanos y también más accesibles, era bastante mayor que nosotros, ya trabajaba, en Ericsson, vivía solo de alquiler, y muy a menudo se rodeaba de mujeres de bajos fondos que antes de despedirse pedían la cuenta. Santi, tenía coche propio, un passat destartalado, y quizás por su timidez y por el complejo de ser “un poco” más mayor que el resto del alumnado no se relacionaba prácticamente con nadie. Su encuentro con nosotros supuso todo un alivio para él, al menos podía comentar su devenir diario con alguien, y tenía casi siempre algún voluntario dispuesto a saltarse una clase y tomar un café lejos del aula.
No recuerdo en que momento concreto, ni quién fue el que acuñó su apodo, pero no podré olvidar nunca que para nosotros era “el pájaro”. VolksChencho realizó una caricatura espléndida que he logrado rescatar para vosotros y os muestro un poco más abajo. Reproduzco a continuación los textos que acompañan a la ilustración: “alimentos: residuos radioactivos, caspa del Gorky (otro personaje que posiblemente tengo un retrato en unas semanas), costras, golondrinos. Particularidad de sus melodías: el canto de la muerte, tinoni tinoni, ma cagüe dios, pájaro, lo mismo”. En la parte inferior: “p’al Manu (que soy yo), para ver si deja de perder plumas”.
“El pájaro” fue la primera persona que conocí que se manejaba con euros sin confundir un solo decimal; jugaba en bolsa y conocía las variaciones de sus acciones al dedillo, un adelantado para su tiempo, todavía el de la pesetas. Un hacha en lo relativo a las finanzas, pero todo un entrañable personaje dentro del aula; creo que ninguno de nosotros podremos olvidar aquella tarde lluviosa en la que en clase de Paleografía, intentando desentrañar una lámina en castellano antiguo, a viva voz leyó: “Real Madrid”. Quizás le pudo su devoción futbolera por el club de Chamartín, o se confió demasiado en lo que le “soplaba” algún compañero mal intencionado desde alguna bancada cercana, pero el caso es que su plumaje se tornó bermellón en unos segundos interminables, mientras el profesor le gritaba que le explicara de dónde había sacado lo de Real Madrid, y la clase entera se revolcaba de risa y repetía a coro, Real Madrid, Real Madrid.
No tengo noticias de él desde hace mucho tiempo, pero seguro que la vida le habrá sonreído, aunque todavía siga “cagándose” muy alto, y “lo mismo” “el canto de la muerte”, “tinoni, tinoni”, haya mandado al otro mundo al “pájaro” que llevaba dentro, el que se alimentaba de “costras” y de “caspa del Gorki”.
Santi tuvo la desgracia, o quizás la suerte, de, durante aquellas primeras semanas de octubre, sentarse al lado de unos novatos, unos chiquillos recién aterrizados en la facultad, que en principio, todavía no habían perdido el respeto al mundo universitario. Pero esta timidez inicial, poco a poco se fue diluyendo, como un terrón de azúcar lo hace sobre un taza de café bien caliente. Los miedos y los complejos de los primeros días fueron desapareciendo, y lo diferente, lo distinto, se empezó a convertir en objeto de crítica, de mofa, de chanza, por parte de esta panda de estudiantes con ganas de pasárselo en grande, que fueron durante unos cuantos años mis compañeros de pupitre.
Santi fue uno de los objetivos más cercanos y también más accesibles, era bastante mayor que nosotros, ya trabajaba, en Ericsson, vivía solo de alquiler, y muy a menudo se rodeaba de mujeres de bajos fondos que antes de despedirse pedían la cuenta. Santi, tenía coche propio, un passat destartalado, y quizás por su timidez y por el complejo de ser “un poco” más mayor que el resto del alumnado no se relacionaba prácticamente con nadie. Su encuentro con nosotros supuso todo un alivio para él, al menos podía comentar su devenir diario con alguien, y tenía casi siempre algún voluntario dispuesto a saltarse una clase y tomar un café lejos del aula.
No recuerdo en que momento concreto, ni quién fue el que acuñó su apodo, pero no podré olvidar nunca que para nosotros era “el pájaro”. VolksChencho realizó una caricatura espléndida que he logrado rescatar para vosotros y os muestro un poco más abajo. Reproduzco a continuación los textos que acompañan a la ilustración: “alimentos: residuos radioactivos, caspa del Gorky (otro personaje que posiblemente tengo un retrato en unas semanas), costras, golondrinos. Particularidad de sus melodías: el canto de la muerte, tinoni tinoni, ma cagüe dios, pájaro, lo mismo”. En la parte inferior: “p’al Manu (que soy yo), para ver si deja de perder plumas”.
“El pájaro” fue la primera persona que conocí que se manejaba con euros sin confundir un solo decimal; jugaba en bolsa y conocía las variaciones de sus acciones al dedillo, un adelantado para su tiempo, todavía el de la pesetas. Un hacha en lo relativo a las finanzas, pero todo un entrañable personaje dentro del aula; creo que ninguno de nosotros podremos olvidar aquella tarde lluviosa en la que en clase de Paleografía, intentando desentrañar una lámina en castellano antiguo, a viva voz leyó: “Real Madrid”. Quizás le pudo su devoción futbolera por el club de Chamartín, o se confió demasiado en lo que le “soplaba” algún compañero mal intencionado desde alguna bancada cercana, pero el caso es que su plumaje se tornó bermellón en unos segundos interminables, mientras el profesor le gritaba que le explicara de dónde había sacado lo de Real Madrid, y la clase entera se revolcaba de risa y repetía a coro, Real Madrid, Real Madrid.
No tengo noticias de él desde hace mucho tiempo, pero seguro que la vida le habrá sonreído, aunque todavía siga “cagándose” muy alto, y “lo mismo” “el canto de la muerte”, “tinoni, tinoni”, haya mandado al otro mundo al “pájaro” que llevaba dentro, el que se alimentaba de “costras” y de “caspa del Gorki”.
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viernes, noviembre 23, 2007
TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Crónica sentimental de España. "El reinado de la elipsis".
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Espectáculo musical de Xavier Albertí con textos de Manuel Vázquez Montalbán.
Con: Lina Lambert, Montse Esteve, Titón Frauca, Oriol Genís, Xavier Pujolrás y Xavier Albertí.
Alcalá de Henares. Corral de Comedias. 18 de noviembre de 2007 .
Con la proverbial inteligencia y la ironía que le caracterizaban (publicado primeramente por entregas en la revista Triunfo, y con posterioridad en forma de libro en 1971) escribió Manolo Vázquez Montalbán un completísimo y fino análisis de las manifestaciones mas genuinas de la mitología y de la cultura populares en la España de la posguerra, en el que hacía un minucioso seguimiento al lento proceso de rearme espiritual, de atribución de una cierta racionalidad a las durísimas condiciones de la existencia cotidiana, -“reconstruir la razón de una convivencia” lo llamaba él-, del esfuerzo que los supervivientes de aquella hecatombe tuvieron que hacer para seguir viviendo en aquellos días aciagos y terribles de miseria y represión y para superar las aberraciones y barbaridades de que habían sido testigos o protagonistas a veces involuntarios.
Lo tituló Crónica sentimental de España y en él, junto a los mitos de la radio, de la literatura de consumo, de los toros, del fútbol y de otras formas de entretenimiento y evasión juega un papel esencial el análisis de las canciones populares, la indagación de su significado profundo como justificación de esa postura, por otra parte, comprensible, de mirar para otro lado, “de expresar su derecho a no comprender del todo las cosas”, porque por encima de todo había que seguir viviendo. Pues bien tomando como base esta minuciosa recopilación de letras de coplas, de cuplés, de pasodobles, de cuñas publicitarias incluso ha creado Xavier Albertí el montaje que ahora reseñamos.
El espectáculo es ejemplar por muchas razones, no siendo la menor de ellas el espléndido soporte musical que proporciona el piano del propio Albertí, o las interpretaciones de los actores, en solos, o a capella, o mediante el eficaz acompañamiento de percusión, cajas, otros instrumentos musicales menores, o la estupenda labor de recreación del contexto originario de tales manifestaciones artísticas a las que se confiere siempre un tono desenfadado, de sátira indulgente, como de chirigota carnavalesca, y de las cuales son buena muestra la parodia de Raphael –mágnífica, por cierto, descacharrante-, o la de Mi jaca, de Estrellita Castro, por poner sólo un par de ejemplos.
El espectáculo discurre con tino mientras sigue fielmente el planteamiento y espíritu al texto originario, pero superada la frontera de los años sesenta, que es donde se detiene el libro de Vázquez Montalbán, la pretensión de extender su sátira a nuestros días resulta, a mi juicio, fallida por una elemental falta de sentido de la perspectiva. Incurren, creo yo, en el mismo pecado que criticara el autor en la obra de referencia, para decirlo en tres palabras, caen de nuevo en el “reino de la elipsis” (concepto que acuño Vázquez Montalbán para hacer referencia precisamente a la estrategia permanente de ocultación del inmediato pasado ominoso y la realidad española de la época) por cuando recurren a los latiguillos de la sátira más tópicamente progre sustentada en numerosos olvidos ¿voluntarios? y mistificaciones. No quisiera resultar prolijo, pero en esa figuración del futuro político del mundo mundial y en esa enumeración caótica de los mitos carpetovetónicos de la moderna realidad española que constituyen las últimas escenas del montaje hay algunos errores de bulto y no pocas omisiones. Hombre, puestos a enumerar un problema ferroviario, yo no recurriría a “la estación del AVE de Guadalajara” (¡), sino al Carmelo o al estado caótico de las “cercanías” de Barcelona; junto al Rocío, pondría la Moreneta, junto al pasodoble minimalista, yo habría colocado una sardana naif o tecno pop, por ejemplo (¿o es que los catalanes no tienen memoria sentimental?), y junto a la impertérrita sonrisa del presidente Aznar o a la bobalicona de Felipe González, lo teníais a huevo hombre: la mueca del “Ubu president” o la sonrisa beatífica del presidente “Z”.
Gordon Craig.
20-XI-2007.
Visita el Teatro de la Abadia. Crónica sentimental...
Espectáculo musical de Xavier Albertí con textos de Manuel Vázquez Montalbán.
Con: Lina Lambert, Montse Esteve, Titón Frauca, Oriol Genís, Xavier Pujolrás y Xavier Albertí.
Alcalá de Henares. Corral de Comedias. 18 de noviembre de 2007 .
Con la proverbial inteligencia y la ironía que le caracterizaban (publicado primeramente por entregas en la revista Triunfo, y con posterioridad en forma de libro en 1971) escribió Manolo Vázquez Montalbán un completísimo y fino análisis de las manifestaciones mas genuinas de la mitología y de la cultura populares en la España de la posguerra, en el que hacía un minucioso seguimiento al lento proceso de rearme espiritual, de atribución de una cierta racionalidad a las durísimas condiciones de la existencia cotidiana, -“reconstruir la razón de una convivencia” lo llamaba él-, del esfuerzo que los supervivientes de aquella hecatombe tuvieron que hacer para seguir viviendo en aquellos días aciagos y terribles de miseria y represión y para superar las aberraciones y barbaridades de que habían sido testigos o protagonistas a veces involuntarios.
Lo tituló Crónica sentimental de España y en él, junto a los mitos de la radio, de la literatura de consumo, de los toros, del fútbol y de otras formas de entretenimiento y evasión juega un papel esencial el análisis de las canciones populares, la indagación de su significado profundo como justificación de esa postura, por otra parte, comprensible, de mirar para otro lado, “de expresar su derecho a no comprender del todo las cosas”, porque por encima de todo había que seguir viviendo. Pues bien tomando como base esta minuciosa recopilación de letras de coplas, de cuplés, de pasodobles, de cuñas publicitarias incluso ha creado Xavier Albertí el montaje que ahora reseñamos.
El espectáculo es ejemplar por muchas razones, no siendo la menor de ellas el espléndido soporte musical que proporciona el piano del propio Albertí, o las interpretaciones de los actores, en solos, o a capella, o mediante el eficaz acompañamiento de percusión, cajas, otros instrumentos musicales menores, o la estupenda labor de recreación del contexto originario de tales manifestaciones artísticas a las que se confiere siempre un tono desenfadado, de sátira indulgente, como de chirigota carnavalesca, y de las cuales son buena muestra la parodia de Raphael –mágnífica, por cierto, descacharrante-, o la de Mi jaca, de Estrellita Castro, por poner sólo un par de ejemplos.
El espectáculo discurre con tino mientras sigue fielmente el planteamiento y espíritu al texto originario, pero superada la frontera de los años sesenta, que es donde se detiene el libro de Vázquez Montalbán, la pretensión de extender su sátira a nuestros días resulta, a mi juicio, fallida por una elemental falta de sentido de la perspectiva. Incurren, creo yo, en el mismo pecado que criticara el autor en la obra de referencia, para decirlo en tres palabras, caen de nuevo en el “reino de la elipsis” (concepto que acuño Vázquez Montalbán para hacer referencia precisamente a la estrategia permanente de ocultación del inmediato pasado ominoso y la realidad española de la época) por cuando recurren a los latiguillos de la sátira más tópicamente progre sustentada en numerosos olvidos ¿voluntarios? y mistificaciones. No quisiera resultar prolijo, pero en esa figuración del futuro político del mundo mundial y en esa enumeración caótica de los mitos carpetovetónicos de la moderna realidad española que constituyen las últimas escenas del montaje hay algunos errores de bulto y no pocas omisiones. Hombre, puestos a enumerar un problema ferroviario, yo no recurriría a “la estación del AVE de Guadalajara” (¡), sino al Carmelo o al estado caótico de las “cercanías” de Barcelona; junto al Rocío, pondría la Moreneta, junto al pasodoble minimalista, yo habría colocado una sardana naif o tecno pop, por ejemplo (¿o es que los catalanes no tienen memoria sentimental?), y junto a la impertérrita sonrisa del presidente Aznar o a la bobalicona de Felipe González, lo teníais a huevo hombre: la mueca del “Ubu president” o la sonrisa beatífica del presidente “Z”.
Gordon Craig.
20-XI-2007.
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miércoles, noviembre 21, 2007
ESCRIBIR HOY EN DÍA. En torno a la Gaviota de Chejov. Propuesta de Juan Pastor para seis actores. El mundo de los blogs y Treplev.
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Tenía un mal recuerdo de la última vez que pude ver representada “la gaviota” de Antón Chejov. Se trató de una de esas experiencias que rompen la magia de la sala oscura y que hacen un mal favor al teatro. No voy a acordarme de su director ni del elenco de actores de aquella ocasión, sin embargo voy a olvidar todo aquello corriendo un tupido velo para intentar engañar a mi memoria de una vez por todas. A pesar de todo esto y mil y una reservas más, hace unas semanas me atreví de nuevo con la obra del ruso, esta vez de la mano del maestro Juan Pastor; y las cosas cambiaron.
Gordon Craig en estas mismas páginas ya dejó constancia del buen hacer de la gente de la Guindalera, y de este montaje extraordinario que rescató para mi, y para muchos otros espectadores, al gran Chejov y su Gaviota, una obra magnífica, un texto exquisito. Por lo tanto, os remito a las palabras de Craig, y os invitó a que os acerquéis a disfrutar de la magia del teatro en la sala La Guindalera.
En un momento dado, Treplev, uno de los protagonistas de La Gaviota, en medio de un discurso solitario, lanzó la siguiente reflexión en voz alta:
Treplev: ”[...] cada vez me convenzo mas de que no se trata de formas viejas o nuevas; se trata de que el hombre escriba sin pensar en formas, de que escriba porque así le sale espontáneamente del alma”.
No quería que se perdiera la ocasión de poder compartir con vosotros este pequeño fragmento. Chejov, disfrazado de Treplev, se dirige a nosotros en primera persona y sin complejos, y nos lanza una carga de profundidad de gran calado: uno tiene que escribir porque lo más profundo de su ser se lo pide, y lo tiene que hacer dejando de lado las formas que coartan la libertad, y que a muchos les hace naufragar por no acomodarse a los cánones predominantes en ese momento.
Quizás Chejov, maestro del lenguaje y aprendiz de alquimista se anticipó muchos años a los creadores de los “blogs”. Este invento nació para que cada uno de nosotros pudiera expresarse sin más límites que los que uno quisiera imponerse a si mismo y dejando de lado lo complicado que era diseñar una página web para los que no nos interesaba el html. También, en cierta medida, el nacimiento del “blog” hizo posible que muchas personas pudieran comunicar, sacar de dentro todo lo que llevaban, porque así se lo pide su alma, enlazando con Treplev, y quizás esta fue la pequeña gran revolución cibernética y una de las causas del crecimiento exponencial del número de cuadernos de bitácora cada día.
Teatro La Guindalera.
En torno a la gaviota. Gordon Craig.
Tenía un mal recuerdo de la última vez que pude ver representada “la gaviota” de Antón Chejov. Se trató de una de esas experiencias que rompen la magia de la sala oscura y que hacen un mal favor al teatro. No voy a acordarme de su director ni del elenco de actores de aquella ocasión, sin embargo voy a olvidar todo aquello corriendo un tupido velo para intentar engañar a mi memoria de una vez por todas. A pesar de todo esto y mil y una reservas más, hace unas semanas me atreví de nuevo con la obra del ruso, esta vez de la mano del maestro Juan Pastor; y las cosas cambiaron.
Gordon Craig en estas mismas páginas ya dejó constancia del buen hacer de la gente de la Guindalera, y de este montaje extraordinario que rescató para mi, y para muchos otros espectadores, al gran Chejov y su Gaviota, una obra magnífica, un texto exquisito. Por lo tanto, os remito a las palabras de Craig, y os invitó a que os acerquéis a disfrutar de la magia del teatro en la sala La Guindalera.
En un momento dado, Treplev, uno de los protagonistas de La Gaviota, en medio de un discurso solitario, lanzó la siguiente reflexión en voz alta:
Treplev: ”[...] cada vez me convenzo mas de que no se trata de formas viejas o nuevas; se trata de que el hombre escriba sin pensar en formas, de que escriba porque así le sale espontáneamente del alma”.
No quería que se perdiera la ocasión de poder compartir con vosotros este pequeño fragmento. Chejov, disfrazado de Treplev, se dirige a nosotros en primera persona y sin complejos, y nos lanza una carga de profundidad de gran calado: uno tiene que escribir porque lo más profundo de su ser se lo pide, y lo tiene que hacer dejando de lado las formas que coartan la libertad, y que a muchos les hace naufragar por no acomodarse a los cánones predominantes en ese momento.
Quizás Chejov, maestro del lenguaje y aprendiz de alquimista se anticipó muchos años a los creadores de los “blogs”. Este invento nació para que cada uno de nosotros pudiera expresarse sin más límites que los que uno quisiera imponerse a si mismo y dejando de lado lo complicado que era diseñar una página web para los que no nos interesaba el html. También, en cierta medida, el nacimiento del “blog” hizo posible que muchas personas pudieran comunicar, sacar de dentro todo lo que llevaban, porque así se lo pide su alma, enlazando con Treplev, y quizás esta fue la pequeña gran revolución cibernética y una de las causas del crecimiento exponencial del número de cuadernos de bitácora cada día.
Teatro La Guindalera.
En torno a la gaviota. Gordon Craig.
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domingo, noviembre 18, 2007
TEATRO. Don Quixote. "Casi una road movie”.
De Miguel de Cervantes.
Adaptación de Pablo Ley y Colin Teevan.
Mom Producciones/West Yorkshire Playhouse. Dirección Josep Galindo.
Con: Tony Bell, Stephen Casey, Alasdair Craig, Andrew Dennis, Rachel Donovan, Greg Hicks. Alan McMahon Caitlin Mottram, Laura Power y Phoebe Soteriades
XXIV Festival de Otoño. Teatro de Madrid. 26 de mayo de 2007.
Si hace un par de años Boadella trasladaba la acción del Quijote a un “lugar de Manhattan”, ahora el espléndido elenco de la West Yorkshire Playhouse, comandados por Joseph Galindo y Pablo Ley devuelven a nuestro insigne caballero Don Quijote y a su inseparable escudero Sancho Panza al lugar natural que les corresponde, a las planicies del Campo de Montiel, a las breñas de Sierra Morena o a las playas de Barcelona, bien que convertidos ambos, al menos por lo que a la ambientación espaciotemporal se refiere, en dos autoestopistas que protagonizan una especie de alocada y delirante “road movie”, donde los caminos reales son desoladas autopistas, las ventas son moteles de carretera, las mozas de mesón se ha transformado en chicas de alterne, los arrieros en excursionistas en bici de montaña y las princesas encantadas en coristas de Music Hall.
Pese a tan drástica traslación de la acción a la actualidad, el montaje, nos parece, ha salvaguardado la antítesis entre ficción y realidad presentes en la novela porque la fértil imaginación de nuestro caballero se encarga de acomodar esta nueva realidad a sus deseos, resultando, si cabe, más anacrónicos su comportamiento y actitudes, más hiriente la parodia y más dramático el fracaso en sus reiterados intentos por transformar esa realidad y adecuarla a los cánones de la mentalidad caballeresca.
Se trata de una libérrima interpretación de los lugares, de los episodios y de los personajes de El Quijote; de una lectura personalísima del texto para cuya plasmación escénica se ha utilizado elementos expresivos propios del lenguaje del cine, del cabaret o del musical, que muestra no obstante una rara coherencia, fruto del perfecto ensamblaje y dosificación de dichos elementos, y de su supeditación a un objetivo primordial: dar soporte y cobertura a los más bellos pasajes del texto originario, que en la voz y el ademán de sus protagonistas traen hasta nosotros, sin desvirtuarla, la esencia del mensaje cervantino.
Rescatan para este fin los episodios más celebrados de la novela sin caer nunca en el tópico ni en la grandilocuente reverencia con que se suelen tratar este tipo de textos, desde el escrutinio de la biblioteca de don Quijote llevado a cabo por el Cura y el Barbero, hasta el famoso duelo (en una “disco” y por un quítame allá esas pajas) con el caballero de la Blanca Luna, y la rendición de nuestro héroe, y su promesa de volver a casa, pasando por las razones de la pastora Marcela, las visiones de la cueva de Montesinos o las chanzas y burlas de que son objeto nuestros héroes en casa de los duques a su paso por Barcelona.
El resultado es un espectáculo fresco y divertido, de ritmo trepidante y extraordinaria libertad compositiva, lleno de sorpresas y de invención, con su pizca de sarcasmo, a veces, aunque en general el humor es desenfadado y jovial. Un juego irreverente y trasgresor, de una desbordante fantasía en la iluminación, en los figurines o en los efectos especiales y con un riguroso y esforzado trabajo de los actores. Suena bien este innovador Don Quixote en el noble lenguaje de Shakespeare, y pasada la sorpresa inicial, uno llega a familiarizarse con los patrones de entonación y con la distinta cadencia de las frases y disfruta un rato largo fantaseando con la idea de un hidalgo trastornado merodeando por los intrincados bosques de Sherwood o peleándose con el mismísimo monstruo del lago Ness si fuera necesario para salvar de sus garras a la princesa Ginebra.
Gordon Craig.
29-X-2007.
lunes, noviembre 05, 2007
África en el recuerdo.
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Dentro de pocos días se van a cumplir tres años de la llegada a mi teléfono móvil de aquel SMS que me proponía sin tapujos y con una lascivia desvergonzada si quería viajar a África.
Recuerdo cuál era mi opinión respecto al continente negro antes de ese viaje. Podría utilizar muchos adjetivos para calificar a mi conciencia, pero con tan sólo uno bastará: indiferencia.
Mi vuelta a España fue dura y difícil. Desde el momento que volví a pisar Barajas fui consciente de que mi persona había cambiado, una careta, quizás una máscara de la propia cobardía y el miedo ante lo diferente y lo desconocido se había caído. Otra realidad, diferente a la que estamos acostumbrados a disfrutar cada día en nuestra cómoda cotidianidad, estaba dentro de mi. Cada poro de mi cuerpo se había impregnado de otra pátina, de otro soplo vital que aparte de convertirme en un espíritu un poco más libre, nunca más me permitiría volver a mirar con “indiferencia” a ningún rincón del planeta.
Mucha gente dice que cuando uno conoce África, cuando recorre sus senderos polvorientos o cuando pasea por sus caóticas y mal olientes ciudades, se enamora de ese continente tan cargado de contrastes y desigualdades. Y ese enamoramiento no es pasajero, como las golondrinas de Gustavo Adolfo Bécquer, siempre vuelve.
En esta ocasión, a modo de celebración de este tercer aniversario, y como dedicatoria para todos aquellos “keniatas” que sienten como la carne de gallina vuelve cada vez que oyen hablar de Voi, o de Mombasa, y para una amigo que tiene ante si la difícil decisión de decidir si se marcha de España o no por una larga temporada, van dedicados los siguientes dos breves apuntes, claros ejemplos de que África todavía sigue muy dentro de mi.
Ryszard Kapuszinski, durante su larga trayectoria como reportero recorrió medio mundo, y nos dejó una obra muy valiosa por muchos motivos, pero esencialmente porque consiguió tomar el pulso de las sociedades con las que convivió desde lo más profundo de si mismas, mezclándose con las gentes de la calle, alejándose de los ficticios y corruptos círculos del poder.
Ébano, es una de las obras más conocidas de Kapuszinski. El gran periodista polaco nos acerca a unas cuantas sociedades africanas, todas muy lejanas y desconocidas para nosotros, para contarnos a cara de perro, cómo se sobrevive allí, o para recordarnos cual es la historia de muchos de esos países que “nacieron” tras la desintegración del colonialismo europeo. Pero a parte de eso, Kapuszinski, nos acerca a la vida del africano, cómo vive, cómo se relaciona, porqué actúa de una manera u otra, es decir, nos muestra el lado humano de unas sociedades diferentes y desconcertantes para una mente occidental en muchos aspectos, pero también ricas y bellas, y rodeadas, incluso hoy en día, de nebulosas de misterio y leyenda.
Kapuszinski, capítulo a capítulo, salta de un país a otro, ora en la capital de Nigeria, Lagos, ora en Kampala, en Uganda, ora charla con un brujo en Ruanda, ora convive con una tribu en el corazón de Senegal. Y teniendo todavía en la memoria el estremecedor relato de la sangrante dictadura de Idi Amín en Uganda, que masacró a su propio pueblo sin ton ni son, viendo miles de enemigos dónde no los había, tan sólo para poder vencer a unos fantasmas que ahogaban el carisma de su persona, meses después me encuentro con la película de Kevin Maccdonald, “El último rey de Escocia”.
Kevin Macdonald nos ofrece un relato fascinante. Un joven médico escocés, sin un rumbo fijo y en busca de aventura se apunta a un viaje a Uganda para colaborar con un puesto médico en una aldea africana. Un encuentro fortuito con Idi Amín lo convierte en consejero del presidente, y de esta manera puede vivir en persona el complejo desarrollo de la figura de uno de los más sangrientos dictadores de África.
La película nos ofrece un relato muy real de lo que en muchos casos son algunos de los líderes africanos negros: unos ineptos que han llegado al poder ayudados por el ejército, pero sin embargo no preparados para asumir ese tipo de responsabilidades de gobierno, que en seguida desconfían de todo lo que se mueve, y tan sólo se rodean de los fieles de su tribu y de un sanguinario servicio de seguridad para mantenerse en lo más alto.
Macdonald, como Kapuszinski en muchas ocasiones, toma muy bien el pulso de la sociedad que intenta describir, la dictadura de Amín, y el metraje de su película avanza a la par que la figura del victorioso dictador cada vez va decayendo más y más, hasta que llega a su fin.
Dentro de pocos días se van a cumplir tres años de la llegada a mi teléfono móvil de aquel SMS que me proponía sin tapujos y con una lascivia desvergonzada si quería viajar a África.
Recuerdo cuál era mi opinión respecto al continente negro antes de ese viaje. Podría utilizar muchos adjetivos para calificar a mi conciencia, pero con tan sólo uno bastará: indiferencia.
Mi vuelta a España fue dura y difícil. Desde el momento que volví a pisar Barajas fui consciente de que mi persona había cambiado, una careta, quizás una máscara de la propia cobardía y el miedo ante lo diferente y lo desconocido se había caído. Otra realidad, diferente a la que estamos acostumbrados a disfrutar cada día en nuestra cómoda cotidianidad, estaba dentro de mi. Cada poro de mi cuerpo se había impregnado de otra pátina, de otro soplo vital que aparte de convertirme en un espíritu un poco más libre, nunca más me permitiría volver a mirar con “indiferencia” a ningún rincón del planeta.
Mucha gente dice que cuando uno conoce África, cuando recorre sus senderos polvorientos o cuando pasea por sus caóticas y mal olientes ciudades, se enamora de ese continente tan cargado de contrastes y desigualdades. Y ese enamoramiento no es pasajero, como las golondrinas de Gustavo Adolfo Bécquer, siempre vuelve.
En esta ocasión, a modo de celebración de este tercer aniversario, y como dedicatoria para todos aquellos “keniatas” que sienten como la carne de gallina vuelve cada vez que oyen hablar de Voi, o de Mombasa, y para una amigo que tiene ante si la difícil decisión de decidir si se marcha de España o no por una larga temporada, van dedicados los siguientes dos breves apuntes, claros ejemplos de que África todavía sigue muy dentro de mi.
Ryszard Kapuszinski, durante su larga trayectoria como reportero recorrió medio mundo, y nos dejó una obra muy valiosa por muchos motivos, pero esencialmente porque consiguió tomar el pulso de las sociedades con las que convivió desde lo más profundo de si mismas, mezclándose con las gentes de la calle, alejándose de los ficticios y corruptos círculos del poder.
Ébano, es una de las obras más conocidas de Kapuszinski. El gran periodista polaco nos acerca a unas cuantas sociedades africanas, todas muy lejanas y desconocidas para nosotros, para contarnos a cara de perro, cómo se sobrevive allí, o para recordarnos cual es la historia de muchos de esos países que “nacieron” tras la desintegración del colonialismo europeo. Pero a parte de eso, Kapuszinski, nos acerca a la vida del africano, cómo vive, cómo se relaciona, porqué actúa de una manera u otra, es decir, nos muestra el lado humano de unas sociedades diferentes y desconcertantes para una mente occidental en muchos aspectos, pero también ricas y bellas, y rodeadas, incluso hoy en día, de nebulosas de misterio y leyenda.
Kapuszinski, capítulo a capítulo, salta de un país a otro, ora en la capital de Nigeria, Lagos, ora en Kampala, en Uganda, ora charla con un brujo en Ruanda, ora convive con una tribu en el corazón de Senegal. Y teniendo todavía en la memoria el estremecedor relato de la sangrante dictadura de Idi Amín en Uganda, que masacró a su propio pueblo sin ton ni son, viendo miles de enemigos dónde no los había, tan sólo para poder vencer a unos fantasmas que ahogaban el carisma de su persona, meses después me encuentro con la película de Kevin Maccdonald, “El último rey de Escocia”.
Kevin Macdonald nos ofrece un relato fascinante. Un joven médico escocés, sin un rumbo fijo y en busca de aventura se apunta a un viaje a Uganda para colaborar con un puesto médico en una aldea africana. Un encuentro fortuito con Idi Amín lo convierte en consejero del presidente, y de esta manera puede vivir en persona el complejo desarrollo de la figura de uno de los más sangrientos dictadores de África.
La película nos ofrece un relato muy real de lo que en muchos casos son algunos de los líderes africanos negros: unos ineptos que han llegado al poder ayudados por el ejército, pero sin embargo no preparados para asumir ese tipo de responsabilidades de gobierno, que en seguida desconfían de todo lo que se mueve, y tan sólo se rodean de los fieles de su tribu y de un sanguinario servicio de seguridad para mantenerse en lo más alto.
Macdonald, como Kapuszinski en muchas ocasiones, toma muy bien el pulso de la sociedad que intenta describir, la dictadura de Amín, y el metraje de su película avanza a la par que la figura del victorioso dictador cada vez va decayendo más y más, hasta que llega a su fin.
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