lunes, marzo 25, 2013

TEATRO. El café. "Un espectáculo trasgresor y estimulante".


De Rainer Werner Fassbinder a partir de la obra de Carlo GoldoniLa Bottega da café.
Con: José Luis Alcobendas, Jesús Barranco, Miguel Cubero, Lino Ferreira, Daniel Moreno, Lidia otón, María Pastor y Lucía Quintana.
Dirección: Dan Jemmett.
Madrid. Teatro la Abadía.



Recuerdo un viejo axioma, no sé si del clásico libro sobre comentario de textos, de
los maestros Evaristo Correa y Lázaro Carreter, que rezaba del siguiente modo: “no utilizar
el texto como pretexto”, precaviéndonos, se supone, de los dislates a los que conduce
el exceso de subjetividad en los ejercicios de comentario y análisis textual. Parece ser
que el trabajo de adaptación de textos teatrales no se rige en absoluto por el mencionado
principio. Antes bien, la expresión “lectura contemporánea del texto”, de uso corriente
entre los dramaturgistas, ha venido amparando casi cualquier actuación sobre las obras
teatrales de un pasado más o menos remoto, desde drásticas amputaciones o añadidos hasta
caprichosos e injustificados ejercicios de corta-y-pega. Nadie había llegado, empero, tan
lejos como Fassbinder, allá por el año 68 del siglo pasado quien, según las referencias que
tenemos sometió a la obra de Goldoni a un verdadero tratamiento de electroshock.

Como haría poco después en Maquinahamlet un Heiner Müller en pleno proceso
de demolición de la forma dramática que él consideraba obsoleta, el jovencísimo e
impetuoso Fassbinder, se propuso, al parecer, destruir lo dramático desde el interior mismo
de la propia literatura dramática eligiendo como “pretexto”, si se me permite expresarlo
así, como cobaya para su experimento La Bottega da café de Carlo Goldoni, una típica
comedia dieciochesca de caracteres, reduciendo la trama y el conflicto psicológico a su
puro esqueleto y sometiendo a sus personajes y a su discurso a un violento proceso de
distorsión y fragmentación para ajustarlo a su idea de sátira socio-política.

La reposición de este montaje que ahora trae a La Abadía el director británico
Dan Jemmett parece recuperar no sólo el texto de Fassbinder sino gran parte de su
“partitura” escénica, a juzgar por lo escuálido de la trama, por la fragmentación de los
diálogos y por los criterios de actuación que ha impuesto a los actores, obligándolos a
un trabajo eminentemente físico establecido sobre las bases de una gestualidad bronca
y violentamente expresionista, trufada de poses grotescas, gritos, entonación enfática
y ademanes desaforados. En cualquier caso, cabría apostillar, no es tan importante la
fidelidad a un modelo como la coherencia interna de la propuesta, y ésta está garantizada
merced al riguroso trabajo de dirección y puesta en escena y al esforzado alarde actoral del
elenco en su conjunto

La crítica social de las costumbres y de la vida disipada de las clases pudientes de
la Venecia de la segunda mitad del siglo XVIII en la que se desarrollaba la obra originaria,
se transforma en la versión de Dan Jemmett en una despiadada y vitriólica sátira de nuestro
tiempo. Corruptos, depravados, adoradores del becerro de oro y esclavos de sus propias
mitologías los personajes de esta comedia, son capaces de traficar con cualquier cosa para
mantener sus adicciones y para satisfacer sus más inconfesables deseos libidinosos (como
el ludópata Eugenio que no vacila en prostituir a su mujer Vittoria con Pandolfo a cambio
del diez por cierto de las ganancias que éste viejo rijoso obtiene de su casa de juegos).

Sus taras y vicios son, probablemente, los de siempre, pero sin el manto protector de la
hipocresía y de las buenas maneras la visión de sus lacras resulta particularmente hiriente.

Con todo, lo más destacado del montaje a mi modo de entender tiene que
ver con la dinámica que se establece entre el escenario y el patio de butacas; estoy por
decir que la trama de El café, reducida a su mínimo esencial, “deconstruida”, desarticulada
en una rara combinatoria de pequeñas escenas no es sino un pretexto, como otro
cualquiera, sobre el que instaurar un juego tan sutil como arriesgado entre los actores y los
espectadores; un juego hecho de miradas, de interpelaciones (los actores no se dan la
réplica entre sí, sino que parecen dirigirse a espectadores concretos) de insufribles pausas
que acrecientan la tensión, la impaciencia y la incomodidad del público. Un juego que
tiene parte de provocación, pero también de invitación a reflexionar sobre la teatralidad
misma, sobre el proceso de actuación y sobre las trampas de la supuesta verdad del teatro.
El cambio de rol del Trápolo es a ese respecto bien elocuente, pues pasa de ser un
personaje más, el criado gracioso, el confidente, a desdoblarse convirtiéndose primero en
una especie de narrador, de intermediario que trata de explicar y justificar lo que pasa en
escena (por ejemplo cómo la reducción del acto segundo a medio minuto escaso de
proyección continua de las réplicas de los personajes sobre una pantalla se debe a la
necesidad de ajustar el presupuesto en tiempos de crisis) hasta transformarse, luego, en la
conciencia misma de los espectadores una conciencia que expresa en voz alta nuestras
sensaciones y nuestro cambiante estado de humor, que pasa de la expectación a la sorpresa,
de la contrariedad o la impaciencia a una admiración sincera.

Un espectáculo, en fin, controvertido, provocador que viene a animar la cartelera
madrileña y a dejar constancia una vez más de que no tenemos que tenerle miedo al riesgo
y a la experimentación; que lo que mata el teatro no es la crisis, sino la complacencia y el
recurso a los caminos trillados.

Gordon Craig.

El Café en el Teatro de la Abadía.

jueves, marzo 21, 2013

1000 razones para no dejar de leer. Entrevista en El País a Juan Mayorga.

<< […] No hay mayor posibilidad de combate que la que se produce contra uno mismo. Un conflicto existencial en el que defender decisiones que hemos tomado o no. Aclararse en las propias contradicciones. […]

[…] El teatro me enamoró. Me pareció el reino de la imaginación. Luego me hice espectador, recuerdo la excitación que aquello me producía… También escribía, y con el tiempo me dije: esto. El teatro. Para esto quiero escribir. […] >>


Entrevista en El País a Juan Mayorga.


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martes, marzo 12, 2013

1000 razones para no dejar de leer. Entrevista en El País a Antonio Muñoz Molina.

<< […] [En España] se junta la falta de crítica y la falta de lealtad. Por una parte falta la crítica verdadera y lúcida. Y por otra parte falta lealtad al sistema. Muchas personas, con voces muy visibles, han cooperado mucho en ese descrédito del sistema democrático. Y además, de una manera muy cínica, jugando con el prestigio gratuito del radicalismo. No solo no se recuerda el pasado reciente, sino que además se falsifica. El olvido lo que hace es favorecer la falsificación. […] >>


Entrevista en El País a Antonio Muñoz Molina.


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