miércoles, mayo 31, 2006

CINE. Hotel Rwanda., de Terry George.

Acercarse a una película como Hotel Rwanda era arriesgado, por un lado podías encontrarte con un documental que superara a la ficción, y por otro te podías topar con una ensalada sanguinolenta llena de cadáveres y cuerpos mutilados. Terry George supo calibrar muy bien estos dos puntos, contando con ellos previamente, y soslayándolos por completo para no ofrecernos un documental y para no caer en la tentación de crear un espectáculo muy violento y desagradable sobre el genocidio rwandés. El director británico quedó conmocionado con la historia de Paul Rusesabagina, el protagonista de la película, desde el primer día que la escuchó, y a partir de esa historia real quiso montar un film que fuera apto para el mayor número de espectadores posible, que muchas personas pudieran conocer que es lo que sucedió en Ruanda durante varios meses en 1994: un genocidio abismal.

Hotel Rwanda narra la historia de Paul Rusesabagina, gerente del hotel Mille Collines de Kigali, capital del país, que salvó más de 1200 vidas de tutsis atemorizados, refugiándolos en su hotel, durante las masacres llevadas a cabo por los hutus en 1994. La película sin embargo es mucho más que eso, sin caer en el sensacionalismo Terry George nos muestra la cara del horror desde las cuatro paredes del Hotel de Paul, y sólo nos muestra algunas escenas de la barbarie que se vive fuera cuando lo cree necesario, por ejemplo cuando el gerente del hotel tiene que salir a por alimentos y bebidas a unos almacenes cerca de Kigali: dramática y espeluznante es la escena en la que Paul y un trabajador del hotel regresan al recinto turístico por la carretera del río, que según el comerciante con el que han negociado la adquisición de vituallas, está despejada y en realidad no es así, esta toda cubierta de cadáveres mutilados.

Pero Hotel Ruanda no se queda ahí, la cinta muestra la evolución de su protagonista, con una magistral actuación de Don Cheadle, en el papel de Paul, desde su titubeante comienzo, hasta su firmeza final e inmensa humanidad preñada de inteligencia, mano izquierda y sentido común para poder salvar el máximo de vidas posibles. Terry George nos muestra a cara de perro la inmensidad de las grandes personas en circunstancias límite, sus sentimientos, qué pasa por su cabeza en voz alta cada segundo. En este contexto de emotividad sensorial no podemos olvidar la impactante escena en la que Paul ha preparado para su mujer, Tatiana (una magnífica Sophie Okonedo) una pequeña sorpresa en la azotea del hotel, una cervezas con el cielo estrellado en lo alto para celebrar que siguen vivos y están juntos. Se trata de una escena íntima, que da un giro vertiginoso cuando Paul le pide a su mujer que si el hotel es atacado por los hutus que coja a los niños y suba a la parte más alta del hotel y se suiciden, que es mejor esa muerte que la que les tiene reservado un machete.

La historia de Terry George, además de homenajear al heroico Paul Rusesabagina, de mostrarnos el horror de las matanzas de los hutus contra los tutsis, también nos presenta en bandeja de plata la hipocresía de los países occidentales durante el conflicto. Ninguna potencia occidental intervino en el conflicto, sólo enviaron un puñado de tropas para sacar de allí a sus ciudadanos, y la ONU, presidida por el cobarde y desacreditado Kofi Annan, africano, además de no pedir tropas de interposición urgente y ayuda humanitaria para los afectados, miró para otro lado y redujo las tropas de 1200 a 270.

Supongo que poco más me queda por decir, pero aún voy a añadir unas palabras finales del director de Hotel Ruanda para que cualquier persona de bien no necesite de una película para salir a la calle y exigir a sus gobernantes que en este tipo de conflictos hay que estar en primera línea, y que cada hora que pasa el número de víctimas aumenta de forma exponencial: “Diez años después, políticos de todas partes del mundo han ido en peregrinación a Ruanda para pedir perdón a los supervivientes y, una vez más los mismos políticos prometen “nunca más”, pero está volviendo a suceder en Sudán, o en el Congo, o en algún lugar olvidado de Dios donde la vida vale menos que el polvo que pisamos; lugares donde hombres y mujeres como Paul y Tatiana nos avergüenzan a todos con su decencia y su valentía.”

domingo, mayo 28, 2006

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Memorias de Adriano. “La revelación del hombre".

De Marguerite Youcernar. Adapatación de Jean Launay.
Con: José Sancho, Joan Boix, Lola Moltó, Juan Mandil, Juli Antoni García, Fran González y Ana Conca.
Dirección: Mauricio Scaparro.
Madrid. Teatro Albéniz, 20 de mayo de 2006.

En una frase lapidaria y, a todas luces excesiva, como muchas de la suyas al referirse a la personalidad literaria de Shakespeare, Harold Bloom atribuye al dramaturgo inglés nada más y nada menos que “la invención de lo humano”. Aún en su pretenciosidad, y descontando la evidente carga metafórica que encierra, la expresión de Bloom nos pone en la pista del significado profundo que tiene la ingente labor emprendida por Marguerite Youcernar al novelar la vida del Adriano: la búsqueda del Hombre. Seducida por la personalidad de este emperador romano del siglo segundo de nuestra era, a cuyo estudio dedicó largos años de su dilatada carrera de escritora, Marguerite Youcernar ha trazado un vívido y meditado retrato del jurisconsulto de origen español y de su época, en el que destaca la maestría con la que la autora ha sabido pulsar -como pocos lo habían hecho hasta ahora-, la fibra humana del personaje.

La sólida labor de documentación, la sagacidad de la mirada, la multiplicación de detalles ínfimos, cotidianos, tanto de la vida pública como de la vida privada del protagonista, (“varius multiplex multiformis”) y el acierto en la elección del punto de vista narrativo –la novela está escrita en primera persona y adopta la forma de una extensa carta-perorata dirigida a su joven amigo y pariente Marco Aurelio-, confieren a esta novela el valor de una auténtica revelación sobre la esencia de lo humano de unas proporciones difícilmente mensurables.

Hacer una versión teatral de una obra de tal naturaleza es una operación de alto riesgo que lleva forzosamente aparejadas una drástica selección de los contenidos y una adecuada traducción a la forma de expresión teatral. El balance no puede decirse que sea altamente satisfactorio, y es claro que lo que la adaptación gana en espectacularidad no acaba de compensar lo que pierde en exhaustividad. Los pasajes centrales del devenir de la vida del emperador se han respetado, potenciando en demasía algunos -como la afición al teatro y la formación teatral del protagonista- y dejando en su justo término otros, como su admiración por las costumbres de los bárbaros y por los rituales religiosos orientales, o su pasión por el joven amante Antínoo –reforzada por una espléndida coreografía y actuación de Joan Boix-, o su relación con el poder, con los placeres, con la belleza con la enfermedad y con la muerte.

La presencia física en escena de algunos personajes evocados por a imaginación y los recuerdos del Adriano, sin distorsionar el hilo de dichos recuerdos, elemento nuclear del montaje, ilumina algunos pasajes proporcionando un soporte visual que aligera la densidad de un monólogo que de otro modo se haría interminable, aunque José Sancho aguanta bien el tipo y modula con gran pericia las distintas fases o estadios de la vida del emperador que son objeto de su rememoración.

El montaje es sobrio, mesurado, como sugiere la dignidad del personaje y su carácter; confiere el protagonismo a la palabra como vehículo del sentimiento y de la idea. Constituye un estímulo para la reflexión, y nos traslada por espacio de una hora y media a un pasado ya casi remoto, que nos forjó como civilización y en el que nos gustaría que se mirara más a menudo nuestro presente menesteroso gobernado por figuras públicas de tan escaso fuste moral y de tan alarmante cortedad de miras.

Gordon Craig.
24-V-2006.

WHISPERS’ GALLERY. Basic_B, 2004.

64. El bosque animado.



jueves, mayo 25, 2006

MÚSICA. GLASSFLIPFLAP y dos.

Una vez que la música en directo te atrapa una vez y despierta hasta la última terminación nerviosa de tu cuerpo durante unas horas, en ese momento ya se convierte en algo sublime, en una especie de necesidad vital a la que no se puede renunciar, en un narcótico del cual no puedes prescindir nunca.

Las dos veladas de las que pudimos disfrutar los Brigatos en estas últimas semanas se pueden considerar droga dura: por un lado el cañero y a la vez nostálgico sonido de José Ignacio Lapido que aparte de los temas de su nueva andadura en solitario nos regalo algunos de los míticos temas de los irrepetibles 091 en la sala Moby Dick. Por otro lado en la antigua sala Arena, actualmente Heineken, pudimos degustar las armónicas y agridulces melodías de unos Lori Meyers que estrenaban sello discográfico y para celebrarlo ante un entusiasta público madrileño nos interpretaron algunas de sus nuevas canciones.

La noche de Lapido comenzó en ese nuevo templo de peregrinaje de los Brigatos, la Trébede, con unas buenas copas. Sorpresa tras sorpresa, fueron apareciendo pareja tras pareja, y yo de carabina hasta que como caído del cielo llegó FlyMancuso. El concierto estuvo a la altura de las expectativas creadas, y yo que nunca había asistido a un recital de Lapido, doy fe de ello. Lapido es todo fuerza e intensidad encima de un escenario, es uno de esos músicos que se crece sobre las tablas, su directo convierte a sus melodías en otra cosa, sus letras se vuelven más aguerridas, y el guitarreo del granadino y su banda te transportan a un estado sensorial fuera de lo normal. Los temas míticos, los de los históricos 091 convirtieron a la pequeña sala en una olla a presión que nadie sabía por dónde iba a estallar: nunca había visto de esa manera a Hannofer y a su inseparable JaviBroker. Cerró la noche un tema con la voz siempre cálida y amable de Kike González y las mil una vueltas al escenario de Lapido y los suyos jaleadas por un público entregado y exhausto pero que siempre pedía más y más. Lo que decía más arriba: droga dura.

La historia del concierto de Lori Meyers es diferente pero no por ello menos intensa y divertida. En esta ocasión la quedada inicial fue en el “self service”. Esta vez no hubo gabardina del inspector Cousteau, pero si americana de sindicalista brit: aparición estelar y esperada de un Chasky guerrero y con ganas de dar tralla a un FlyMancuso, cada vez más domesticado y está vez con correa a la moda hip hopera colgando de uno de los bolsillos de sus tejanos. Esta noche también contamos con la agradable y siempre bienvenida visita de FlyFriki, uno de los tíos que conozco que más sabe de música, junto al ayatola Hannofer. Lori tenían ganas a Madrid y venían a crecerse encima de un escenario. Por un lado su última velada madrileña fue un pequeño fiasco, aquella noche en La Riviera junto a Sidonie LHR y Budapest, dónde la Bala Perdida se hizo persona reconocible, encantadora y rezumando alegría y buen humor desde el primer momento. Y por otro lado el traumático paso de una compañía a otra de los Lori, un engorroso proceso cargado de burocracia y malos rollos que no conlleva más que sinsabores y cabreos. A lo que íbamos, los Lori empezaron con fuerza y nos regalaron un concierto memorable, preñado de los insuperables temas de su primerizo “Viaje de estudios” y con canciones, nuevas y no, de su último trabajo “El Hostal Pimodan”. Los conciertos de los Lori Meyers te ofrecen una descarga positiva de emociones y una buena dosis de buen rollo, es algo así como si su sonido directo te llegara dentro y excitara sin descanso esa zona sensitiva que produce satisfacción y alegría. Los granadinos siempre te dejan con ganas de más, ya nos pasó en más de una ocasión: Moby Dick, Contempopranea, etc y esta vez no podía ser de otra manera. Prometieron volver a Madrid pronto. Ya los esperamos ansiosos.

Y todo este aluvión de buenas vibraciones a unas semanas de que comience el verano y las noches eternas y mágicas de los festivales. ¡Hasta que el cuerpo aguante!

miércoles, mayo 24, 2006

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. 666 de Yllana.

[Nuestro querido Chasky me informó ayer entre unas copas que quería acercarse a ver la enésima reposición del espectáculo 666 de los corrosivos y geniales Yllana. Estas notas corresponden a la representación en el teatro Moderno de Guadalajara de hace unos años, pero seguro que te sirven para hacerte una idea de lo que te espera en la sala oscura. Va por usted caballero.]

"666" de YLLANA.
Con: Fidel Fernández, Raúl Cano,
Joe O' Curneen, Antonio de la Fuente.
Dirección: David Ottone.
Teatro Moderno. Guadalajara.

Se me escapan las razones por las que este espectáculo había despertado tanta expectación entre los aficionados de Guadalajara. Quizá por el éxito que cosechó el domingo pasado en Azuqueca, o quizá por el creciente interés que el teatro, en general, está despertando en unos sectores de público cada vez más amplios espoleados por las mayores cotas de calidad de las representaciones. El caso es que el ambiente era inmejorable, con las inmediaciones del Teatro Moderno atestadas de gente desde casi una hora antes de empezar la función intentando conseguir una entrada. Quienes habíamos tenido la ocasión de ver los anteriores montajes de Yllana: ¡Muu!, en el 92 y Glub, Glub aquí, en Guadalajara, ya casi hace tres años teníamos, en cambio, nuestras reservas ante las posibilidades de una fórmula tan ecléctica y exigente -teatro de humor sin palabras- como la que este grupo practica. Pues bien, tengo que confesar, nobleza obliga , que este montaje no sólo han desactivado cualquier género de reticencia por nuestra parte sino que genera nuevas y prometedoras expectativas.

Al igual que las obras anteriores, esta se articula como una sucesión de esketches. En esta ocasión el hilo conductor que unifica la obra es la pena de muerte. Los "protagonistas" son cuatro condenados a la pena capital recluídos en lo que parece ser el corredor de la muerte de una prisión norteamericana. La convivencia de los reclusos en estas condiciones extremas, las relaciones con sus guardianes y las infinitas variaciones de ejecución, a que son sometidos ofrecen a estos consumados artistas una inagotable cantera de situaciones a las que aplicar su humor ácido y cruel y tras las que se esconde una lúcida reflexión sobre uno de los horrores con los que el ser humano parece empeñado en convivir.

Cada cuadro de este truculento y demencial caleidoscopio goza de una gran autonomía. Todos llevan aparejados la amplificación y la distorsión de la realidad que es lo que produce el efecto de comicidad. Dislocación que puede llegar al exceso, a la desmesura, pero nunca a la caricatura huera y facilona. Se trata de escenas bufas, de pantomimas hirientes y burlescas, procaces casi siempre, que llegan con frecuencia a lo obsceno, pero nunca a la inmoralidad porque tras ellas late un profundo aliento de sinceridad, de comprensión por las debilidades, humanas.

Nunca mejor que en una obra de esta naturaleza se pone de manifiesto la tremenda energía liberadora del teatro. Nadie puede salir indemne de este torrencial aluvión de carcajadas. Nada que ver con las sincopadas ráfagas de sonrisitas histéricas enlatadas con que se salpimenta las gracias insulsas de las tópicas y aburridas series de la televisión. No nada de eso -Aún cuando el origen de la carcajada sea la puesta al desnudo del lado más oscuro y siniestro del ser humano, el desvelamiento de sus pulsiones más inconfesables; porque la risa disuelve las aristas y reabsorbe la dureza y la crueldad transformándolas en piedad . risa abierta, desinhibida, compartida, con los vecinos de asiento, con los de delante, con los detrás, con la sala entera entregada al unísono a la tarea de exorcizar nuestros propios demonios familiares.

Y todo sin que en el escenario se pronuncien más allá de diez palabras completas, o quizá por eso, porque sólo el lenguaje del cuerpo, el gesto, el ademán, la pose, el movimiento,(arropado por una serie de sonidos inarticulados y unas cuantas onomatopeyas) es capaz de alcanzar las zonas más recónditas de nuestra personalidad, el dominio de lo irracional,donde se inscriben los comportamientos y las actitudes satirizados.

La parodia y la provocación son los otros aditamentos importantes del espectáculo. La primera alcanza sus momentos estelares en el cuadro de la silla eléctrica en el de la guillotina o en la macabra escena de los ahorcados. La última llega en la escena final a su paroxismo cuando tras la ejecución, trasmutados los condenados en demonios sátiros deambulan por el patio de butacas en una ceremonia que recuerda a los rituales más ancestrales de las celebraciones dionisíacas.

El ritmo es trepidante. La variedad de registros de los actores parece no tener límite. Joe O´Curneen ofrece un contraste insuperable. Cada cuadro rivaliza con el anterior en riqueza de matices y en la cuidada selección de detalles. La iluminación y un elaborado espacio sonoro (música y efectos) juegan un papel nada desdeñable en la creación de los ambientes y como refuerzo a la labor actoral. El resultado es francamente bueno. El aplauso cerrado del fianl prueba que las expectativas que habían despertado no fueron defraudadas.

Gordon Craig.

lunes, mayo 22, 2006

sábado, mayo 20, 2006

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Cruel y tierno, "la túnica de Neso"

De Martin Crimp.
Con: Cisco Amado, Chusa Barbero, Daniel Bolorinos, Gonzalo Cunill, Judith Diakhate, Iñaki Font, Marvin Aniehboh, Diana Gascón,. Alvaro Lavín, Marta Poveda y Aitana Sánchez-Gijón.
Dirección: Javier García Yagüe.
Madrid. Teatro Valle-Inclán, 12 de mayo de 2006.


Hay que admitir la excepcional imaginación poética de los griegos y su capacidad para traducir en imágenes de indudable efectividad comunicativa los conflictos ancestrales que constituyen la esencia de la naturaleza humana y la fatalidad que gobierna el comportamiento de quienes se atreven perseguir sus deseos y a vivir arriesgadamente sus pasiones, aun cuando tales símbolos vengan codificados en una envoltura significante de la más absoluta cotidianidad; o quizá precisamente por eso. Piénsese en Sísifo, o en el “lecho de Procusto”, o en la terrible imagen del cuervo royendo permanentemente las entrañas al infausto Prometeo por el atrevimiento de haber robado el fuego de los dioses. Las Traquinias, obra en la que se inspira esta Cruel y tierno, que ahora comentamos, encierra una imagen del castigo no menos vívida y aterradora. Antes de morir a manos de Hércules, el centauro Neso deja preparada su venganza sugiriendo a Deyanira (esposa del héroe) que recoja su sangre y haga con ella un filtro de amor. Sabedora de que Hércules se ha enamorado de la esclava Iole, Deyanira es presa de los celos y decide enviar a su marido como regalo una túnica impregnada en la sangre de Neso, confiando en sus efectos mágicos para atraerle de nuevo al lecho conyugal; pero el resultado no es el esperado y Hércules muere entre terribles dolores sin poder llegar nunca a desasirse de la túnica ensangrentada portadora del maleficio.

En la versión de Martín Crimp la sangre es sustituida por una droga de diseño, paradójicamente denominada “Compasión”, cuyos supuestos efectos benéficos, inducir en el guerrero el deseo de abandonar el combate y reunirse con sus seres queridos, resultan ser también falsos, se trata más bien de un poderoso agente químico de efectos devastadores para el organismo. La acción y los personajes constituyen también una atinada transposición del mito al tiempo presente, transposición en la que no falta ni la fatalidad ni el halo trágico que rodea a los protagonistas, aunque ahora su final desastrado sea fruto de una concatenación de causas y efectos, de acciones y omisiones imputables en exclusiva a su responsabilidad personal. El General, un militar pagado de si mismo y obsesionado por erradicar el terrorismo de la faz de la tierra, va a ser víctima a un tiempo de la embriaguez de poder y de la traición de un gobierno que le apoya sólo mientras sirve a sus intereses, abandonándole a su suerte cuando ha caído en desgracia. Amelia sucumbirá ante la presión de los acontecimientos en la difícil encrucijada de esposa privada de la presencia del marido, mujer engañada por un amante despechado, despreciada y vejada por su propio hijo Daniel, quien le atribuye el envenenamiento del padre e intentando en vano asimilar la presencia en casa de la joven amante Laela, botín de guerra del General, y que tras las atrocidades de que ha sido testigo viene dispuesta a exigir las prerrogativas que le ofrece su nueva situación.

Pero los celos de Amelia, aun con ser el desencadenante de la tragedia, no constituyen sino un elemento más de ese duro y despiadado retrato de las relaciones de pareja que traza Martín Grimp: el amor, la sinceridad o la comprensión, han sido sustituidas por las infidelidad, por la traición y por la incomunicación, atributos de una sociedad corrompida e hipócrita que disfruta de las comodidades y privilegios que le proporciona su hegemonía política y económica y se escandaliza por la violencia desmedida con la que se reprime a quienes constituyen una amenaza para esa hegemonía. A la vez, pone al descubierto los horrores y la deshumanización a la que conduce la locura de la guerra, disfrazada aquí de lucha antiterrorista, las intrigas y añagazas del poder político y la idolatría de los medios de comunicación.

La labor de dirección es meritoria y desmenuza con acierto las complejas líneas de fuerza que vinculan a los personajes. Respecto a los actores, resuelven con solvencia y oficio su cometido, haciendo verosímil la atmósfera de vacío e incomunicación que impregna la acción y transmitiendo las altísimas cotas de tensión dramática en que se resuelven algunas escenas. En los dos primeros actos es Amelia (espléndida Aitana Sánchez-Gijón) quien polariza la acción, marcada por su complicidad con Adolfo, su tensa relación con Samuel, o los diversas fases de su sorda rivalidad con Laela; es ella también quien soporta entre aturdida e impotente la iracunda reacción de su hijo Daniel y su desprecio. En el tercer acto, es el General quien monopoliza la escena dando vida a un hombre maduro deteriorado prematuramente por efecto del veneno y enloquecido por el odio y por el rencor; su extremo grado de postración no impide que afloren todavía en sus movimientos y en sus palabras, cuando las convulsiones y los dolores no lo atenazan, una energía y una violencia inusitadas.

Un espectáculo, en fin, crudo, incisivo, a veces violento, ayuno de cualquier veleidad demagógica que analiza la frágil y enfermiza condición del hombre moderno.

Gordon Craig.
14-V-2006.

lunes, mayo 15, 2006

VIDA URBANA. Tarde de toros.

Tarde de toros. Sangre, calor y moscas. Isidrada en toda regla un 14 de mayo, víspera de la festividad del Santo Labrador. Y mientras el Lord sigue buscando a alguien que le acompañe a los toros y sobre todo que le pague la entrada y las cañas de después en los Timbales o en el Albero, el Ratoncito y un servidor ocupamos nuestras localidades en la Plaza de Toros de Madrid, después de unas cañas y un par de copazos en toda regla, ¡cómo Dios manda!

La nostalgia nubla mis ojos una vez más, o son los efluvios del alcohol o son los nubarrones traicioneros que nublan la tarde primaveral. Transcurrió todo en una jornada parecida a la de ayer pero en esta ocasión acompañado de dos mujeres de altura, dos señoritas andaluzas, dos soles morenos de alto voltaje, una a la diestra y otra a la siniestra. Recuerdo sus nervios y la emoción del principio, nada más entrar en la plaza, y sus inocentes lágrimas durante el paseíllo de cuadrillas. Tampoco podré olvidar aquella llamada de teléfono a la Andalucía natal para narrar entre sollozos de gozo que Las Ventas existen de verdad y que el ambiente que se palpa, que se siente en cada rincón de esta plaza es especial, inolvidable, cautivador.

Tarde, la nuestra, para olvidar entre marrajos pesados de Carriquiri, divisa que salió abucheada y humillada, cuyo mayoral tuvo que presenciar como se cortaba una oreja a un sobrero pequeño, ramplón y manso, pero combativo y peleón de Martín. No hubo deleite, no hubo más que pundonor testicular de un Ferrera que se dejó media tarde con un noblón segundo que no supo aprovechar y la otra media con un par de banderillas en todo lo alto que le valió una oreja del sobrero ya comentado. Víctor Puerto herido e Iván García anclado en un pasado glorioso de novillero que no consigue superar, completaban la terna de una tarde prescindible.

Las Ventas tienen un embrujo cegador, un sabor especial, y unas mujeres de bandera. Ayer no podía ser menos y las tres que nos precedían en la grada dejaban el pabellón bien alto una vez más. Altivas, orgullosas, hermosas y gráciles. En muchos momentos nuestro atención estaba más centrada en el vuelo de sus escotes que en el buen hacer y el pundonor de los matadores. Una verdadera pena que su prescindible compañía las hiciera declinar nuestra invitación de una noche inolvidable entre sudores, risas y alcohol en la eterna Madrid castiza.

Una cenita bañada de un sugerente zumo tropical y la estelar aparición del tatero del barrio sobre las diez de la noche que nos hizo agotar las últimas risas de la jornada todavía sentados ante una mesa, puso fin a una tarde de esas que convierten a la vida en un agradable paseo por lo cotidiano sin dejar de saborear cada segundo vital.

Dejé al Ratoncito en la puerta de su madriguera, pensativo, quizás buscando una luz en su laberinto particular, quizás con la mente perdida en Afinsa y Forum, esas inversiones malditas que estuvieron a punto de tentarnos... Alcohol, sudor, vida. La vida, ¡qué hermosa es la vida!

martes, mayo 09, 2006

TEATRO. EL RINCON DE GORDON CRAIG. La torna de la torna. "Ajuste de cuentas".

De Albert Boadella.
Con: Elies Barberá, Jaume Bernet, Marta Fernández, Josué Guasch, Marta ópez, Guillem Motos, Lluis Olivé Pau Sastre y Javier Villena.
Els Joglars. Dirección: Albert Boadella
Madrid. Teatro Bellas Artes. 23 de abril de 2006.

Parece que la nostalgia está marcando la cartelera madrileña esta primavera. Después del Informe para una academia, de José Luis Gómez, otro reestreno, veintiocho años después de aquel otoño de 1977 en que vio la luz por primera vez, de un espectáculo que habría de llevar ante un consejo de guerra y a prisión a sus artífices, los integrantes de la compañía catalana Els Joglars, con Boadella a la cabeza.

Y decimos reestreno, porque sólo ligeros añadios separan este montaje del legendario La torna, una sátira despiadada en el mismísimo inicio de la transición política contra los responsables de las ejecuciones sumarísmas de Puig Antich y Heinz Chez perpetradas en los estertores del régimen. Como él mismo ha confesado, lo que más llamó la atención del entonces joven Boadella, fue la muerte del segundo, un apátrida anónimo de quien nadie sabía nada y cuya ejecución se llevó a cabo como contrapartida (“torna”, en catalán) para simular que ambos eran delincuentes comunes y restar así, notoriedad a la muerte del militante del MIL Puig Antich.

La obra se desarrolla en la actualidad. Han pasado los años y el coronel Prieto, instructor del consejo de guerra, y otros compañeros de cuerpo son ya octogenarios, internos en una residencia para mayores. Convocados por la maltrecha memoria del coronel y estimulados quizá por los efectos del alcohol, los fantasmas de un pasado que se resiste a borrarse del todo van cobrando forma en su imaginación, concretándose en visiones que restituyen, recreadas sobre el escenario ante los ojos de los espectadores, los episodios que dramatizaba la obra original. El resultado es una sucesión de escenas en las que afloran los detalles esenciales de la detención del sospechoso, de los interrogatorios, de la vista, de la deliberación de los miembros del tribunal y de los horrores de la ejecución, anticipados en una hilarante y truculenta escena que revela la incapacidad y la impericia del verdugo.

El empleo de máscaras y una violenta desrealización en todo lo que concierne a la expresión corporal y a la impostación de las voces confieren al montaje un carácter farsesco de fuerte impronta expresionista; la obra adquiere los tintes un auténtico esperpento, un aquelarre de máscaras rodeando al protagonista, acusado y reo, único actor con la cara descubierta, que por su desconocimiento del idioma no sabe realmente a lo que se enfrenta hasta que no llega el momento de la verdad.

El humor, tópico a veces, incisivo en algunas ocasiones, más burdo y reiterativo en otras, no invalida la gravedad de la imputación: se estaba denunciando nada menos que un crimen de estado. Ello “explicaría”, dadas las circunstancias políticas de la época, la reacción visceral de los militares aludidos contra Els Joglars y el inicio de actuaciones que culminarían en su enjuiciamiento. Un agravio, del que parece querer resarcirse ahora Albert Boadella y que convertiría este montaje en un auténtico arreglo de cuentas con los militares. Al menos eso es lo que se desprende de la obsesión de coronel con los “titiriteros” -como él mismo los llama-, manifestada reiteradamente a lo largo de la obra en forma de insultos y amenazas a quienes hicieron burla y chanza de todo el aparato jurídico y militar y de su chapucera actuación en el proceso. Un momento crucial del montaje a este respecto tiene lugar al final de la obra, cuando un personaje se quita por primera vez la máscara y abandona su condición de fantoche o aparición para identificarse como uno de los actores de carne y hueso que en su día participaron en el montaje y echar en cara al iracundo coronel su conducta criminosa.

Gordon Craig.
24-IV-2006.

lunes, mayo 08, 2006

GlassFlipFlap.

Tras una dura semana de trabajo, por fin llegó un fin de semana sin currar. ¿Planes? Mil y uno. Improvisación.
Reencuentro con los amigos en La Trébede, templo indy desde el debut de DJ Coolchonero. Terraza al sol, y para empezar unos pelotos. Hannofer volcó su asiento nada más ver aparecer al Dr.Brigato. Llegada de Mancuso (te veo contento en Fly, se me cae la baba de verte así). Llegada de Fre y su leyenda. Aparición estelar del Inspector Costeau y su nueva gabardina, ¡brigatadaaaaaaaaaaaaaaa!
Sala Moby Dick: el Columpio Asesino y sus melodías instrumentales nos dejaron un poco fríos, también ayudó a ello un público apático y paleto, y como no, nuestro retraso habitual que no nos dejó entrar en calor lo suficiente. Glassflipflap!!!!!!!!!!!
Los Niños Mutantes, una de nuestras asignaturas pendientes, saltaron al escenario a las once pasadas. Estábamos expectantes por escuchar a los granadinos y la verdad es que nos defraudó un poco su concierto: fue un concierto breve y demasiado melódico, se echaron en falta algunas canciones más cañeras (por favor no más versiones de Roberto Carlos). Eso si, el himno, nuestro tema si sonó: “la canción alemana” atronó nuestros oídos durante unos eternos minutos con todo la fuerza de unos granadinos magistrales. Una vez más el público estuvo fuera de sitio, nadie se sabía una sola canción, y como siempre un grupo de glassflipflaps, los brigatos, animaron el cotarro.
Con unas cuantas copas más rodeados de buena música y entre risas y un plan de fuga perfectamente diseñado en ciernes, llegó tarde como siempre Cobito. ¿Cómo tendrá el pelo esta vez?, ¿vendrá disfrazado? Ese teléfono, ese teléfono, ¡qué tío raro más ocupado! Vacaciones: “pues lo mismo me paso por Melmac para visitar a la familia, con un buen cargamento de gatos”.
Bueno que nos vamos, que nos vamos. Esquina General Perón con ¿?????. Mil y una batallas: ese cerdito de Emilio, si, si el de la Honfría. Fre y Cobi, “nos dejas en Cibeles????”. Unos minutos más tarde: “venga va, si te descuidas nos dejas en Atocha”. Y a todo esto Mancuso sin para de hablar en todo el viaje. Cansino...