lunes, junio 28, 2010

TEATRO. El caballero de Olmedo. "Excesivo color local".


De Lope de Vega.
Con: Borja Zamorano, Rosa Manzano, Luis Miguel García, Verónica Ronda, Patricia del Amo, Rubén Pérez, Borja Gutiérrez-Semprún, Julio Lázaro y Jesús Peña.
Versión y Dirección: Fernando Urdiales.
X Festival “Clásicos en Alcalá”.
Alcalá de Henares. Teatro Salón Cervantes.



Es El caballero de Olmedo es una de las más conocidas y hermosas obras de Lope de Vega. Como es sabido, recrea un hecho real: la muerte de don Luis Vivero, caballero de Santiago a manos de Miguel Ruiz en una emboscada cuando volvía de las fiestas de Medina del Campo, hay quien dice que por odio de los Comuneros, ya que don Luis se había significado en la lucha contra ellos. Lope, al urdir el conflicto entre don Alonso y don Rodrigo, se fija sobre todo en la rivalidad amorosa (ambos pretenden a doña Inés) y en la hostilidad que tantas veces en la España profunda se profesan los habitantes de pueblos vecinos, odio irracional, atávico, espoleado, en este caso, por la envidia de don Rodrigo hacia don Alonso que termina de emponzoñar un carácter ya de por sí desabrido y rencoroso. Junto a ese conflicto principal, embellecido con elementos legendarios con los que la mentalidad popular enriqueció la leyenda y aderezado con elementos sobrenaturales (sueños, visiones, apariciones, ... ) Lope introduce un elemento un tanto espurio, la verdad, como es la presencia la alcahueta Fabia, personaje de clara inspiración celestinesca que pone sus artes demoníacas al servicio del deseo de don Alonso de conquistar a doña Inés y que colabora con Tello en la patraña de la repentina y fingida vocación religiosa de la dama para eludir su casamiento con don Rodrigo.



La versión de Fernando Urdiales dosifica de manera ponderada todos estos ingredientes potenciando el halo trágico y de misterio que tiene la pieza, pero el espectáculo en su conjunto, peca, a nuestro modesto entender, de un exceso de sabor local, con una escenografía, un vestuario (masculino, en particular, botas altas, zahones, montera, traje de luces, capas, muleta,..) y un iconografía que pivota obsesivamente en torno al mundo del toreo. Respecto al empleo de la guitarra española, la intención probablemente es buena, coadyuva a intensificar la tensión dramática de muchas escenas y es un elemento de primer orden como modo de expresión del sentir popular al que tan atento estaba Lope, pero las continuas entradas y salidas del guitarrista, fragmentan de alguna manera el desarrollo de la acción, introducen cortes artificiales en el fluir de los acontecimientos que en el texto dramático obedecen a una dinámica perfectamente establecida.

Quizá se deba a las condiciones del escenario, pero el hecho es que la delimitación del espacio en forma de coso, de tan reducidas dimensiones, y la presencia de todos los restantes elementos de escenografía, bancos, mesas, bahules, etc. dificulta la evolución de los actores por el espacio, resta verosimilitud a los apartes e impide que se desarrolle con la suficiente amplitud y holgura el movimiento escénico, vital en escenas de lucha, por ejemplo, o en la escena de la emboscada. La iluminación es, asimismo, un tanto errática e indiferenciada. Aunque, repito, quizá eso se deba a las condiciones del escenario.

Bueno es, en líneas generales, el trabajo de actuación de un elenco pletórico de facultades. El verso fluye diáfano y mesurado, con una entonación natural. Un tanto subidos de tono están Luis Miguel García (Tello) que en algunas escena roza la sobreactuación y Rosa Manzano, una vital y enérgica Fabia, más joven y lozana de lo esperado. Asaz enfático y vehemente, rozando el amaneramiento, está Borja Manzano en el, por otra parte, creíble papel de don Alonso; algo estático con su imponente presencia física y con su vozarrón de tenor esta Rubén Pérez (don Rodrigo). Acertada está Patricia del Amo en una simpática y dicharachera Leonor; y en fin, quien modula con más tino y contención las emociones y sus cambiantes estados de ánimo es Verónica Ronda una espléndida doña Inés, pícara, jovial, alegre y desenvuelta.

Gordon Craig.

Teatro Corsario.

miércoles, junio 16, 2010

TEATRO. Tambores en la noche. "La luna roja de la revolución".


De Bertolt Brecht.
Con: Paulo Freixinho, Pedro Almendra, Sara Carinhas, Jorge Mota, Emilia Silvestre, Fernando Moreira, Marta Freitas, Joana Manuel, Luis Araujo y otros.
Dirección y escenografía: Nuno Carinhas.
Madrid. Naves del Matadero. 12 de junio de 2010.


Sobre le telón de fondo de una revuelta armada de las que protagonizó en Alemania en 1919 el movimiento espartakista tras el asesinato de Rosa de Luxemburgo, teje Brecht esta ácida diatriba contra la corrupción. Con el ímpetu -y la inexperiencia- propio de los veinte años, bajo los efluvios de la poética expresionista de Büschner y de Wedkind arremete, asimismo, contra cualquier vestigio de retórica romántica mediante un lenguaje rotundo, descarnado y brutal del que se sirve para desenmascarar sin contemplaciones los ideales y mitos de la burguesía (la familia, la amistad, el heroísmo, etc.) pero también la supuesta inocencia de los más desfavorecidos, en su conjunto miembros de una clase explotada y embrutecida que ahogan sus penas en alcohol y se refugian en los brazos de las prostitutas.

La noche misma en que, presionada por sus padres, Anna accede al compromiso con su nuevo pretendiente, Friedrich Murk, aparece su antiguo novio, Andreas Klager, que había partido para la guerra justo hace cuatro años, y del que desde entonces no se tenía noticia. La inesperada aparición de Andree trastoca todos los planes de la familia y desencadena una acción que pronto abandona los límites espaciales de la residencia de los Balicke, para desplazarse a una ciudad sumida en el desorden y la anarquía de una revolución en ciernes. Durante el largo peregrinaje de los personajes por tabernas y clubes de alterne Brecht tiene la posibilidad de mostrarnos el extremo grado de ignorancia y embrutecimiento de las capas sociales más bajas, y el envilecimiento de los instalados, traficantes de armas y estraperlistas que se han enriquecido con el negocio de la guerra. Esa lucha despiadada por la supervivencia tiene su contrapunto en el camarero del bar Picadilly, que es como un anacronismo, el único romántico, alguien que cree en la revolución, frente al cinismo desencantado de Andreas, y cuyas palabras ponen la única nota de esperanza, o adquieren una tonalidad lírica, cuando, por ejemplo, describe a Anna en la lejanía diciendo de ella que “se la ve como una vela blanca, como una idea, como una última estrofa, como un cisne embriagado volando sobre las aguas.”

Del montaje, en su conjunto, cabe decir que es espléndido; en un espacio abierto y limitado por unos rudimentarios paneles moviles, -que luego serán espejos cóncavos y convexos, como los del callejón del Gato, que devolverán la imagen deformada de unos personajes de ademanes y aspecto grotesco-, con una enorme luna roja presidiendo la noche sangrienta, y con los tambores restallando junto a las descargas de las ametralladoras, todo coadyuva a crear un ambiente de irrealidad y de farsa violenta de recia impronta expresionista. El trabajo de los actores, es sin excepción, magnífico y consiguen traspasar la barrera del idioma encontrando ese “ritmo gestual” al que más tarde se referiría el propio Brecht, es decir, el acorde secreto que liga el ritmo del gesto con el ritmo del lenguaje. Hay, también una magnifica utilización de la iluminación, -con los proyectores a la vista del público- al servicio de esa atmósfera de irrealidad a la que aludimos arriba; y, desde luego, el espectáculo alcanza cotas difícilmente superables de virtuosismo en la instrumentación e interpretación de las canciones y recitativos que tanta importancia cobran en el teatro de Brecht.

La magia del circo, la decrépita atmósfera del cabaret y la denuncia descarnada de un orden social corrupto conviven en este espectáculo deslumbrante y de empuje arrollador de Nuno Carinhas poniendo de manifiesto el altísimo nivel artístico del Teatro Nacional de Sao Joao de Oporto.

Gordon Craig.

Tambores en la noche. Teatro Nacional de Sao Joao. Naves del Matadero.">

martes, junio 08, 2010

TEATRO. Susana en el agua y con la boca abierta. "Preguntas, preguntas, preguntas".


De Fernanda Orazi.
Con: Marianela Pensado y Mey-Ling Bisogno.
Dirección: Fernanda Orazi.
XXVII Festival de Otoño en primavera.
Madrid. Teatro Pradillo.

"I thought thy bride-bed to have deck’d (sweet maid)
And not have strew’d thy grave".

Hamlet, acto V. Shakespeare.

¿Es totalmente sincera la reina Gertrudis cuando pronuncia estás tremendas palabras mientras esparce flores sobre el cadáver insepulto de Ofelia?. Sinceras o no, enuncian por la violencia del oxímoron lo incomprensible de la tragedia de la inocente doncella, víctima de una concatenación fatal de causas y efectos, desencadenada, entre otras cosas, por el comportamiento indigno de la propia reina, que no había dudado en meter en su cama a su cuñado Claudio, cuando las sábanas aún conservaban el calor del cuerpo de su marido muerto.


La tragedia de Ofelia es su suicidio, precedido de su locura, precedida de su desafección amorosa y del dolor por la muerte de su queridísimo padre Polonio a manos precisamente del hombre al que ama. Pero a Fernanda Orazi, esta joven e inquisitiva dramaturga bonaerense no parecía bastarle con esta explicación o, en cualquier caso, se aprovecha del doloroso trance de esta heroína shakespiriana para proponer una indagación sobre las razones que pueden llevar a un ser humano a optar por su aniquilación.

Y lo que parece una conversación intrascendente de dos amigas que glosaran, para matar el tiempo, las siempre truculentas y espeluznantes circunstancias de las varias formas de quitarse la vida, se transforma sin que nos demos cuenta en una reflexión de hondo calado sobre las múltiples enfermedades de las sociedades de nuestro tiempo: la falta de amor, la soledad, el sufrimiento, la locura y la muerte. Con un discurso u tanto errático, jalonado de chanzas que aligeran la tensión dramática y de interludios musicales en los que la acción física sustituye a la palabra, dos espléndidas intérpretes, que dan vida a dos mujeres del montón, más cándida y crédula la primera, más escéptica, hasta nihilista, si se quiere, la segunda, se hacen preguntas y más preguntas sobre la muerte, preguntas que devienen una confesión personal de sus propios miedos, inseguridad y angustia.

Desde una perspectiva femenina -que no feminista-, lúcida, apasionada y plena de sentido común, ancladas en este presente nuestro carente de certezas, sus preguntas sobre la felicidad, sobre la existencia o sobre el sentido del tiempo nos resultan extrañamente familiares y próximas. Y a veces pensamos que los dos personajes no son sino el haz y el envés de una misma personalidad escindida que busca desesperadamente una identidad en la que reconocerse. Y percibimos en ellas, a ratos, el temblor y la desolación de los personajes de Sarah Kane, o el humor un tanto amargo y la retranca de los personajes de Campanella o de Tolcachir, y cómo no, la soledad, la impotencia y el absurdo de filiación beckettiana.

Gordon Craig.

Susana en el agua y con la boca abierta.