martes, octubre 28, 2008

Unas palabras cariñosas desde el desierto Omaní. A proposito del derribo de la cúpula de la antigua cárcel de Carabanchel.

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Hace ya tiempo que no se lee Manolito Gafotas entre nosotros pero hay cosas que secan la memoria. Sobre todo cuándo hablamos del parque del ahorcado y el monolito a la represión que vigilaba tan fantasmagórico sitio literario (porque solo existió en la neuronas de Elvira Lindo).

Ruego un minuto de silencio para la muerte de la cúpula de la cárcel de Carabanchel.

El skyline de Aluche no será el mismo sin ese ovni de infancia y temor, de cemento y terror, cercano al cementerio de Carabanchel. Aun suena en mi cabeza la sirena de cambio de turno mientras jugaba a la pelota en la plazoleta. Plazoleta que despareció cuándo en mi colonia se construyo el aparcamiento. Cúpula que desaparece para construir más pisos. Ya no hay niños en la plazoleta, ni, separados por la vía del metro, antes línea 10 y línea 5 (ahora solo línea 5), presos en la cárcel. Pero siguen ahí los muertos del cementerio.

Las autoridades han pensado que Carabanchel necesita un lifting.

En mis instantáneas mentales sigue el recuerdo, suena la sirena.

Quién dijo que las cosas no cambian.

miércoles, octubre 15, 2008

TEATRO. EL RINCÓN DE GORDON CRAIG. Maniquís. "Ni sufrir ni gozar (...) perfección de la línea".

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De Ernesto Caballero.
Con: Carina Garantivá, Arantxa Martí, Julia Mopyano, Alexandra Nicod y Ainhoa Santamaría.
Dirección: Ernesto Caballero.
Madrid. Teatro Arenal. 14 de octubre de 2008.



Al presenciar este espectáculo de Ernesto Caballero se me viene a la cabeza un poema de Pedro Salinas -creo que de El contemplado-, que siempre me ha fascinado, porque proporciona una visión nítida y estremecedora del destino del hombre moderno que ha resultado profética. Está “ambientado” en Nueva York, la nueva Civitas Dei agustiniana, y con su habitual finura y elegancia el poeta va repasando en leves dísticos asonantados, diversos aspectos de la vida en la gran urbe allá por los años cincuenta, evocando las oficinas, los cines, los rascacielos, los crepúsculos y el apresurado y errático hormigueo de sus avenidas y bulevares; y casualmente, se detiene también en los escaparates de unos grandes almacenes donde:

Los maniquíes su lección ofrecen,
moral desde vitrinas;
ni sufrir ni gozar, ni bien ni mal,
perfección de la línea.


Parece que Ernesto Caballero hubiera percibido también esta desoladora metáfora de la deshumanización que representan estos maniquíes, pero antes de caer en una actitud contemplativa y pesimista ante tan irrevocable constatación opera un radical cambio de perspectiva insuflando en estas inexpresivas muñecas de cartón plastificado justamente el deseo de vivir, de gozar, de sufrir, de sentirse humanas, en definitiva, por unas horas, las que dura un viaje fantasmal, nocturno, por las restantes plantas deshabitadas de los grandes almacenes.

Tentado por la alegoría (véase, su reciente montaje Auto) y preocupado por los conflictos cercanos (como el culto a la belleza corporal en Un busto al cuerpo) escribe Ernesto Caballero una parábola cuyo sentido último se nos escapa, aunque se advierte una mirada nostálgica por el hombre (la mujer) adánico, candoroso, anterior a su expulsión del paraíso, así como una reflexión sobre la pesada carga de la consciencia, de la que quiere desprenderse a toda costa Mari Claire, incapaz de soportar su anonadante tiranía.

Una puesta en escena pulcra de José Luis Raymond y un espléndido trabajo corporal que confiere una extraña verosimilitud a la manera de moverse y comportarse de estas “princesas tetrapléjicas” como las denomina el vigilante nocturno, nos traslada a un universo hiperreal, como de pesadilla, aunque matizado por el tono humorístico general de la obra y la leve ironía con la que el autor fustiga nuestras veleidades consumistas; pero ya digo, en un tono nada hiriente, ingenuo, casi lírico que evidencian al niño grande que hay en el director de inolvidables trabajos recientes, como los Sainetes, de D. Ramón de la Cruz, o el inteligentísimo último montaje sobre textos de Mihura que ya hemos reseñado.

Gordon Craig.
14-X-2008
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Maniquís. Metropoli.

viernes, octubre 10, 2008

TEATRO. EL RINCON DE GORDON CRAIG. El enfermo imaginario. "Farsa bufonesca".

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de Molière.
Con: Fernando Aguado, Eva del Palacio, Ana Burrel, Alejandra Llorente, Malena Gutiérrez, Diego Morales, Félix Casales, Gabriel I. Sánchez, Jorge Basanta y otros.
Espacio escéncio, vestuario y ambientación: Miguel Brayda, Eva del Palacio y Fernando Aguado.
Versión y dirección: Eva del Palacio.
Alcalá de Henares. Corral de Comedias. 5 de octubre de 2008.



Molière fue un genial creador de tipos que han pasado a formar parte de la galería de personajes inmortales que integran nuestro acervo cultural, como el “tartufo” o el “avaro”. Los personajes de la obra que comentamos no alcanzan, quizá, el mismo grado de espesor psicológico que aquellos, pero le sirven a nuestro dramaturgo para llevar a cabo un incisivo análisis de ciertos vicios y costumbres reprobables de su tiempo que, con frecuencia, lo siguen siendo también del nuestro. En este caso le toca el turno a los hipocondríacos, representados en la figura del protagonista, Argán, un pobre diablo obsesionado por la enfermedad que no puede sustraerse a imaginar gravísimas dolencias detrás de los más mínimos cambios de humor o de la más ligera indisposición; pero además de hacer burla de los aprensivos, El enfermo imaginario es una inclemente invectiva contra los profesionales de la medicina que, ayunos de cualquier ciencia positiva, se aprovechan de sus pacientes envolviendo sus escasos conocimientos en una vacua jerigonza más propia de nigromantes que de los seguidores de Galeno.

Más que un satírico implacable o un torvo moralista al estilo de Fenelón, fue Molière un cómico extraordinario que puso su conocimiento profundo del alma humana y su dominio absoluto de los recursos del humor y de la carpintería teatral al servicio de una dramaturgia ingeniosa y divertida, hilarante a veces, a ratos descarada, pero nunca soez ni chocarrera. De ahí que sea muy difícil encontrar el punto de equilibrio, el tono adecuado de farsa bufonesca que impregna muchas de sus obras teatrales y de ésta en particular.

Visualmente, el montaje de Morboria es irreprochable y acorde con una plástica que es marca de la casa por lo se refiere a la escenografía al vestuario y la caracterización de los personajes, a los que convierten en auténticas figuras de retablo de marionetas. Otra cosa es que esa estilización de la forma, soberbia, como digo, que da lugar a vívidos cuadros de inspiración galante, se lleve luego hasta sus últimas consecuencias y se integre en un genuino proceso de construcción de personaje. Con frecuencia, pese a los esfuerzos de los actores, la máscara no se percibe como una emanación espontánea de la realidad esperpéntica de los personajes; además, aquí y allá escenas o situaciones hilarantes en sí mismas se corrompen contaminadas por innecesarias referencias a elementos socioculturales de un contexto histórico inmediato, como las alusiones al “morir de amor” de Camilo Sesto o al conocidísimo y manoseado concurso televisivo del Un, dos, tres.

Pese a todo, el espectáculo proporciona numerosos oportunidades para el regocijo y la carcajada que el público agradeció y premió con su aplauso.

Gordon Craig.
7-X-2008.

El enfermo imaginario. Metropoli.