De David Ives.
Con: Clara Lago y Diego Martín.
Versión y dirección: David Serrano.
Madrid. Naves del Matadero.
La Venus de las pieles dramatiza las turbulentas relaciones de Severin von Kusiemski con Wanda von Dunajew relatadas por Leopold von Sacher-Masoch en su novela homónima y basadas en las propias experiencias del escritor con Fanny von Pistor en un balneario de los Cárpatos y con Aurora Rümelin, la mujer con la que posteriormente contrajo matrimonio.
La obra comienza cuando Diego, el director teatral que ha escrito precisamente una adaptación de esta obra, está a punto de terminar una agotadora jornada de casting en busca de una actriz para el papel protagonista en el montaje que está preparando. Mientras habla por teléfono con su prometida para darle cuenta de lo infructuoso de sus esfuerzos irrumpe como un ciclón en el set de ensayos Vanda, disculpándose por su retraso y echando pestes de la lluvia y del tráfico que la han impedido llegar a tiempo a la cita. Él intenta quitársela de encima pero ella insiste una y otra vez sirviéndose de todo los medios y argucias imaginables para convencerle de que le permita hacer una prueba, entusiasmada ante la estimulante perspectiva -según cree ella- de interpretar escenas de carácter sadomasoquista. Cuando éste, por fin, accede a sus deseos, halagado en su ego por los elogios de Vanda comprueba atónito como esta atolondrada e incontinente jovencita que el había menospreciado por ignorante esconde una actriz de verdadero talento.
A medida que avanza la “lectura” y el análisis de las diversas escenas -ella en el papel de Wanda y él dándole la réplica como Severine-, vemos cómo, progresivamente, se van invirtiendo los roles, ella cada vez más segura de sí misma, más dominante y él, más dubitativo y sometido, inerme ante la enérgica vitalidad y la resolución de su oponente. El plano real de la acción se va impregnado más y más del plano ficticio, como si los actores se fueran empapando de las vivencias de los personajes que representan en un peligroso juego de control y sumisión que culmina por revelar la verdadera personalidad de ambos y sus deseos más inconfesables.
En tanto reescritura, o por mejor decir, glosa, de la obra de Sacher-Masoch el texto trasmite esa tan lúcida como aterradora visión de los extremos de degradación a los que puede conducir en los casos límite la búsqueda del placer y la satisfacción de la sexualidad libre de ataduras morales; respeta asimismo los clarividentes juicios del autor acerca de la verdadera condición femenina cuando la mujer pueda mostrarse tal y como es y con total libertad (“Quiero ver qué mujer surgirá cuando llegue a ser ella misma un individuo” le espeta Wanda a Severin en una de sus acaloradas discusiones sobre la supeditación de la mujer al varón); pero el tono de la obra es completamente desenfadado y de una comicidad desbordante, que se evidencia sobre todo por el contraste de caracteres, un contraste, hay que apresurarse a decir que subraya acertadamente el director del espectáculo y que llevan a buen término en un espléndido trabajo los actores, la jovencísima Clara Lago y un experimentado Diego Martín. La primera presta su frágil complexión física a la impulsiva, extrovertida, sagaz y vehemente Vanda, reverso del reflexivo, perfeccionista y un tanto obsesivo Diego, incapaz, sin el empuje y la arrolladora personalidad de Vanda de recorrer el camino que le lleva a descubrir su yo más auténtico, su lado más oscuro. Y no sabría decir cuándo están mejor, cuándo es más vívida la identificación con sus personajes respectivos, si en los momentos dulces de máxima sintonía, cuando parecen almas afines, o en aquellos en que sus discrepancias con el texto o cuando se reprochan sus mentiras o su hipocresía o su cobardía les llevan a enfrentamientos de una virulencia extrema. Quizá destaca en Diego Martín su habilidad para reproducir el proceso de transformación de su personaje hasta alumbrar sus deseos reprimidos y su verdadera naturaleza masoquista y en Clara lago, sus repentinos cambios de rol y sus salidas de pata de banco que rompen los esquemas del meticuloso director sacándole de sus casillas y que provocan la hilaridad del público.
Gordon Craig.
La Venus de las pieles, en Las Naves del Matadero, Teatro Español.
miércoles, mayo 28, 2014
jueves, mayo 22, 2014
1000 razones para no dejar de leer. Javier Gomá: "Las novelas educan el corazón". Entrevista en Jot Down.
Richard Rorty dice que la literatura es más
importante que la filosofía porque cumple con mayor eficacia la que debería ser
misión de ambas, que para él es ampliar la imaginación moral de la gente.
No hay novela que de alguna forma no sea
ejemplar. Todas lo son porque proponen ejemplos positivos o negativos de
conducta que modelan y educan el corazón. [...] La novela produce en el lector una
empatía con los personajes y sus destinos: identificación, compasión,
indignación, protesta. Son ejemplos que, como antes comentábamos, hacen
accesible la verdad moral en acción.
Entrevista a Javier Gomá en Jot Down.
Lee aquí el artículo completo.
miércoles, mayo 14, 2014
1000 razones para no dejar de leer. Joseph Conrad. Crónica personal [Remembranzas].
<< [...] Fue entonces cuando por primera vez en mi vida se dirigió a mi
alguien en inglés - el idioma de mi secreta elección, de mi futuro,
de mis amistades más duraderas, de mis más hondos afectos, de horas de duro faenar, de horas de asueto y de horas solitarias, de los libros que
habría de leer, de los pensamientos que me embargaron, de las emociones
que recuerdo, ¡de mis mismísimos sueños! >>
Joseph Conrad. Crónica personal [Remembranzas]. Madrid: Trieste, 1990.
Joseph Conrad. Crónica personal [Remembranzas]. Madrid: Trieste, 1990.
martes, mayo 13, 2014
TEATRO. Sobre algunas especies en vías de extinción. En las entrañas del “Café Voltaire”.
De José Ricardo Morales.
Con: Lucía Barrado, Vicente Colomar, Julio Hidalgo, Sara Sánchez, Rosa Savoini y Suso Sudón
Escenografía: Silvia de Marta. Vestuario: Ana Rodrigo.
Música y espacio sonoro: Irma C. Álvarez y Pilar Onares.
Dirección: Aitana Galán.
Madrid. Teatro María Guerrero. Sala de la Princesa.
Sale uno de ver este espectáculo con un sabor agridulce: exultante y avergonzado a un tiempo. Complacido y feliz por haber participado en una intensa y estimulante experiencia teatral, que además salda una deuda impagable con nuestro mejor teatro del exilio; y al mismo tiempo, avergonzado de una intelectualidad desmemoriada que en connivencia con las ignaras elites políticas y su cohorte de “favoritos” que pastorean el presupuesto para cultura desde las instituciones han consentido que transcurran más de treinta años de democracia para rescatar del olvido a uno de estos autores que constituyen el eslabón perdido en la cadena evolutiva de una modernidad teatral inaugurada por Lorca o Valle y truncada por la guerra y por cuarenta años de dictadura. En fin, más vale tarde que nunca.
Sobre algunas especies en vías de extinción (segundo espectáculo del ciclo sobre el autor que organiza el Centro Dramático Nacional), es una pieza breve de difícil clasificación. Aunque relativamente reciente, dentro de una considerable y variada producción dramática iniciada -¡ahí es nada!- en el año 1936, esta obra está impregnada del mismo afán de experimentación que animó a los movimientos de la vanguardia teatral europea, a cuya honda influencia, durante los primeros años de su exilio en Chile, los años de su formación, no podría sustraerse un escritor tan lúcido y culto como José Ricardo Morales. En esa línea de ruptura con el realismo, la pieza pulveriza el llamado pacto ficcional, o por mejor decir, lo transforma en uno de sus centros de interés temático, convirtiendo la acción en un sutil juego metateatral; en otro orden de cosas, estamos ante una débil, casi inexistente trama argumental, y apenas si tienen desarrollo psicológico los personajes. Unos caracteres de inspiración pirandeliana que son alternativamente personajes y actores y cuyas intervenciones no son las réplicas habituales de un dialogo teatral con alternancia de dos o más interlocutores, sino que obedecen al ritmo de una narración coral trufada de interpelaciones directas al espectador, de digresiones eruditas o filosóficas, de reformulaciones y de glosas sobre el contenido mismo de esas intervenciones, para matizarlas, corregirlas o parodiarlas, siempre mediante una prosa deslumbrante, pródiga de efectos de sentido y de juegos verbales, pero a la vez extraordinariamente precisa en la formulación de conceptos. Una expresión, en fin, depurada, tras años de exilio, de elementos costumbristas y de color local, que exhala, empero, un raro aroma arcaizante. Una teatralidad ingeniosa y compleja, como vemos, que constituye todo un reto capaz de poner en apuros al director más sagaz y experimentado.
Pues bien, cabe decir que la responsable del montaje, Aitana Galán, servida por un elenco entusiasta y entregado ha hecho una soberbia trasposición escénica de este raro espécimen de teatro que apenas si había tenido oportunidad de confrontarse con el público. La puesta en escena, a medio camino entre la velada dadaísta, la performance o el espectáculo de variedades, parece emanada de las entrañas del mismísimo “Café Voltaire”. Las luces hirientes sobre el rutilante teloncillo de fondo, la música en vivo y las proyecciones dan al montaje un aire de cabaret, con sus cocottes incluídas, embutidas, eso sí, en un vestuario estrafalario y absurdo, de tocados pintorescos y tintes un tanto fúnebres como corresponde a la situación: el chusco y accidentado relato de la asistencia de los cuatro protagonistas a un sepelio que constituye el mínimo hilo argumental de la obra. Todo transpira un aire de fiesta, de juego, de provocación, donde la verbalización pausada, exquisita y cuidadísima hasta una cierta solemnidad vacua, contrasta con una gestualidad hiperbólica y carnavalesca. Y la sobreabundancia de signos visuales y de efectos sonoros como metáfora precisamente de la hipertecnificación que amenaza con deshumanizar al hombre. En fin, el espectáculo total como burla de todo acto social, literario, artístico mediatizado por la técnica y condenado a ser mera apariencia de la realidad, mientras como explica el viejo profesor Merenciano “la presencia del hombre y la directa inmediatez de sus acciones o de sus ideas -¿entre ellas la idea misma de teatro?- se encuentra e vías de extinción”.
Gordon Craig.
CDN. Sobre algunas especies en vias de extinción.
jueves, mayo 08, 2014
martes, mayo 06, 2014
1000 razones para no dejar de leer. Entrevista a James Salter.
<<—¿Para qué sirve la ficción?
—Una película no sirve para aprender a vivir, pero sí para aprender comportamientos. En una novela, en cambio, uno tiene la sensación de que ve lo que hay en el interior de las personas. Al final, creo que la ficción restaura tu confianza en la humanidad, te da la oportunidad de sentirte vivo e importante en el mundo. El placer que se extrae de la lectura puede ser extremadamente profundo. >>
Los restos del tiempo, entrevista a James Salter en El País.
Lee aquí el artículo completo.
—Una película no sirve para aprender a vivir, pero sí para aprender comportamientos. En una novela, en cambio, uno tiene la sensación de que ve lo que hay en el interior de las personas. Al final, creo que la ficción restaura tu confianza en la humanidad, te da la oportunidad de sentirte vivo e importante en el mundo. El placer que se extrae de la lectura puede ser extremadamente profundo. >>
Los restos del tiempo, entrevista a James Salter en El País.
Lee aquí el artículo completo.
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