jueves, mayo 30, 2013

TEATRO. Kaïros, sísifos y zombis. "Agujerear la realidad".

De Oskar Gómez Mata.
Con: María Danalet, Óscar Gómez Mata, Michèle Gurtner, Esperanza López, Olga Onrubia y Valerio Scamuffa.
Compagnie L’Alakran. Dirección: Oskar Gómez Mata.
XXX Festival de Otoño a Primavera. Madrid. Teatro Pradillo.



La obra arranca con una reflexión filosófica sobre el tiempo: la paradoja que encierra nuestra vida atrapada en el tiempo cronológico “en la línea vital de nacimiento-muerte”, actuando (“acaparando”) como si fuéramos a vivir eternamente mientras constatamos la futilidad de todos esos esfuerzos ante la perspectiva cierta de la aniquilación, de la muerte. La manera de escapar a este círculo es -se nos dice- el Kaïros una dimensión del tiempo que no tiene nada que ver con la noción lineal de Cronos, “el momento en que la oportunidad aparece y nos permite escapar a otro momento, vivir la profundidad del instante”. ¡Uf!

Pero tranquilos; el tono de leve ironía con el que están formuladas esas cogitaciones (u otras sobre el deseo, sobre la antiprosperidad, sobre realidades alternativas, ...) nos ponen en la pista de cómo deben ser interpretadas; no se trata de la pedante elucubración teórica de un filósofo, ni de la severa admonición del moralista, es sólo una manera de romper el hielo, de situarnos en “otra dimensión”, de instaurar la forma peculiar de comunicación con el espectador que es marca de la casa; una sorpresa más de las muchas que nos aguardan en un espectáculo que juega con la libre asociación de ideas y símbolos. Además, enseguida -con un cambio perceptible de registro, en el lenguaje de la “boutade” y de la provocación- prosigue el “orador” afirmando que somos zombis inconscientes e invitándonos a que nos convirtamos en zombis conscientes, a que “agujereemos la realidad”.

Pero la realidad es tozuda, correosa, resistente, difícil de horadar incluso para una mente tan perspicaz como la de Oskar Gómez Mata a quien le resulta difícil escapar a veces a la maraña de prejuicios, mitos e ideas preconcebidas que obstaculizan el discernimiento del común de los mortales y que los enajenan hasta el punto de dar por buenos los comportamientos y actitudes más aberrantes o a aceptar sin la mínima reserva las más flagrantes contradicciones. Su muy loable actitud beligerante contra los prejuicios de clase, de género, generacionales, o racistas, entre otros, que se muestra aquí y allá en esketches de innegable comicidad, se vuelve insufrible cuando el escenario se transforma en un púlpito, en el gabinete de psicoanalista, o peor aún, en el estrado de oradores de un mitin político. Tiene mucha más efectividad comunicativa la ingenuidad, lindante con el candor, de la entrevista de Michèle Gurtner al morenito maliense del “todo barato” que la extemporánea soflama antifranquista o contra la ley Wert con que nos obsequia Gómez Mata, en plan “enfant terrible” de la escena e investido de no se sabe qué extraña superioridad moral y contraviniendo la más elemental de las normas de la retórica de los sofistas, la que, al parecer encierra o sugiere la noción misma de Kaïros, la del instante idóneo para colocar un argumento.

Concebido como una performance, buscando permanentemente la implicación del público, al que se pide incluso que abandone la sala durante diez minutos para ejercitarse en el silencio (con instrucciones incluidas), el espectáculo discurre a buen ritmo, con altibajos, e intentando integrar no siempre con éxito elementos heteróclitos en escenas que a veces tienen la apariencia de improvisaciones, de acciones espontáneas propias de una velada dadaísta trufadas de interludios satíricos y miradas cómplices. El discurso de los actores-personajes, sus juicios e insinuaciones por lo general se mueve en una línea de ambigüedad calculada, que mantiene al espectador alerta y activo; perplejo a veces, divertido otras, complacido, contrariado y con signos de un cierto cansancio o aburrimiento ante escenas menos inspiradas o cuando el hilo conductor que ordena y articula el espectáculo se enreda o se pierde en entre digresiones y disquisiciones esotéricas.

Gordon Craig.

Kaïros, sísifos y zombis en el Teatro Pradillo.

miércoles, mayo 22, 2013

1000 razones para no dejar de leer. Renadío de Jean Giono.



[...] Nada más ponerse en marcha, ha habido que contar con el viento. Venía de cara y les sellaba la boca con una manaza tibia como para impedirles respirar. A Arsule el viento se le mete por la blusa como por su casa, Le resbale entre los pechos, desciende por su vientre como una mano, resbala entre los muslos, se los abarca, la refresca como un baño [...].

Renadío de Jean Giono.

viernes, mayo 17, 2013

TEATRO. La monja alferez. "Una mujer en los tercios de Felipe IV".



De Domingo Miras.

Con: Manu Báñez, Ramón Barea, Carmen Conesa, Nuria González, Mar del Hoyo, Kike Inchausti, Fernándo Jiménez, Cristina Marcos, José Luis Martínez, Daniel Muriel, Toño Pantaleón, Martiño Rivas y Ángel Ruiz.

Dirección: Juan Carlos Rubio.

Madrid. Teatro María Guerrero.
 

Escribe Juan Mayorga en “El dramaturgo como historiador” que el mejor teatro histórico es el que abre el pasado, pues “lo importante -dice, en relación a cómo inscribir el pasado en la obra teatral- no es lo que una determinada época sabía de sí misma, sino lo que aquella época aún no podía saber sobre sí y que sólo el tiempo ha revelado”. Esta certera afirmación sintetiza admirablemente en nuestra opinión el propósito que debió impulsar a Domingo Miras a la adaptación de las aventuras del singular personaje protagonista de la obra que comentamos, el de la rebelde y orgullosa Catalina de Erauso, que insatisfecha con el rol social al que su condición femenina la condenaba decidió hacerse pasar por hombre y abrazar el ejercicio de las armas, anticipando, quizá sin saberlo, un deseo de equiparación con el varón en derechos y libertades que sólo el tiempo ha venido a sancionar como una ambición legítima y perfectamente realizable. Por entonces, en los albores del siglo XVII en el que se desarrolla la acción, su caso era una excepción, “sólo un prodigio que está fuera del orden” (como le confiesa el Santo Padre a su secretario el cardenal Malonge después de la pintoresca audiencia en la que Doña Catalina acude a la Santa Sede para pedir -y obtener- dispensa para vestir con atuendo masculino), pero a nuestros ojos esa actitud de franca y abierta rebeldía contra el estatus quo (recuerdo ahora a la cervantina pastora Marcela, de la primera parte del Quijote) cobra una valiosa dimensión ejemplarizante.

            En el orden formal dos aspectos merecen ser destacados: la hábil e ingeniosa construcción dramática y el altísimo grado de elaboración del lenguaje (tomen buena nota señores guionistas de TV, sobre todo, ¡por Dios!, los de Águila roja”). La acción se estratifica en nueve cuadros, los siete centrales que reproducen episodios destacados de las aventuras de doña Catalina y el primero y el último, en el camarote del barco en que ésta se trasladará definitivamente a las Indias en pos de esa ansiada libertad, que sirven de marco para contextualizar al personaje y presentarle como autor del manuscrito que contiene el relato de su vida, objeto de la “representación”. Respecto al lenguaje, refleja perfectamente las convenciones sociales y cada personaje se sirve del registro más adecuado a su condición, llegando incluso a adaptarse, como en el caso de Catalina, a las diversas situaciones en las que se ve inmersa a lo largo de su azarosa vida; desde el tono amigable y cortés con su amigo Echazarreta, hasta el estilo más formal ante el Pontífice pasando por el bronco y desabrido argot tabernario de la soldadesca en los lances de juego y de armas.

La puesta en escena, servida por unas estupendas escenografía y diseño de iluminación (de Eduardo Moreno y de José Manuel Guerra respectivamente) hace justicia a la calidad del texto, potenciando mediante procedimientos paródicos y farsescos su aroma popular y el tono jocoso de comedia lopesca, y su ocasional barroquismo (como en la escena ya citada de la audiencia del Papa Urbano VIII a doña Catalina).

Juan Carlos Rubio consigue, a mi entender, sacar el máximo partido a una pieza, que pese a lo mencionado, no puede ocultar su carácter originario de relato legendario de aventuras, extrayendo la teatralidad de allí dónde se encuentra y llevándola con el concurso de los actores a su máximo punto de ebullición, como en la donjuanesca escena de la taberna del Cuzco, en la que don Alonso (Ángel Ruiz) relata sus peripecias con la justicia y la pendencia que se origina con “El Cid” (Cristina Marcos), o en la que socorre a María (Mar del Hoyo) librándola de las iras de su marido afrentado, o en la penúltima escena en la que confiesa atormentado ante el atónito cardenal de Guamanga (Ángel Ruiz) su verdadera condición feminil. Están asimismo en punto de sazón, la primera y última escenas en la que Catalina (Carmen Conesa) confiesa ante su inseparable Echazarreta (Ramón Barea) su cansancio de tantos lances y aventuras, pero también las dudas y la inseguridad de una conciencia atribulada.

Meritorio trabajo, en fin, y merecido homenaje que salda parcialmente una deuda de gratitud con uno de tantos dramaturgos de la generación de los 70 (Mediero, Romero Esteo, Ruibal, Riaza,...) tan injustamente olvidados, “silenciados” dice con razón Virtudes Serrano, en nuestros escenarios.

Gordon Craig.


jueves, mayo 09, 2013

TEATRO. Zoomwooz. Estimulante y emotiva experiencia de “Live-art”.



Idea y concepto de Karla Kracht y Andrés Beladíez.

Imágenes de Karla Kracht.

Dramaturgia de Andrés Beladíez.

Música de Make Gazine, Ilia Mayer, ABC 100.

Guadalajara. Espacio Karaba.




            En este paisaje desolado, un auténtico páramo desierto y sin vida, en que por desidia o por falta de estímulo languidece la creación teatral propia en la capital alcarreña, la aparición de un espectáculo como el que presentaron anteanoche en el espacio Karaba Andrés Beladíez y Karla Kracht constituye un verdadero acontecimiento y debiera llevarnos a pensar qué está pasando con la cultura en Guadalajara para que tengamos que tildar de excepcional a un evento que, en una comunidad con un mínimo de inquietudes artísticas y verdadero interés por el teatro debería de constituir parte de la normalidad cotidiana. Y cuando digo “inquietudes artísticas e interés por el teatro” no me refiero obviamente al cansino y reiterativo manoseo anual del don Juan Tenorio, ni a la proliferación de “belenes vivientes”, ni a otras múltiples y trasnochadas manifestaciones del folclore popular que están surgiendo como las setas en otoño por todos los rincones de la provincia cuando arrecian los calores de principio de primavera.


            Pero vayamos al espectáculo en cuestión. “Zoomwooz” es un montaje multidisplinar, una video performance -en palabras de los autores- que pone en juego simultáneamente múltiples lenguajes y medios de expresión: música, video, juegos de sombras, etc., sin excluir la palabra de un narrador, que interviene ocasionalmente como uno más del conjunto de elementos expresivos desjerarquizados, para configurar la atmósfera especial entre onírica y naíf que nos retrotrae al mundo del cómic, pero también al inquietante universo de la ciencia ficción –en ese indisimulado homenaje a los filmes de Larry Wachowski con el que se inicia la performance-. Porque en realidad se trata de una performance en toda regla por cuanto la mayor parte de la imágenes proyectadas sobre la pantalla del fondo se generan directamente por los ejecutantes, grabando con una minicámara una serie de figuras y objetos ad hoc (recortables y rótulos minúsculos de cartón preparados de antemano y dispersos sobre el suelo del escenario y sobre módulos auxiliares laterales) y mezclando tales imágenes con otras generadas por ordenador, todo ello en tiempo real. 


Somos, pues, testigos del proceso mismo de generación de un espacio virtual (cibernético) a partir de un espacio real, concreto, objetual, constituido por la materialidad de pequeños objetos y artefactos y por la presencia física de los manipuladores, e invitados a participar en una estimulante experiencia en un espacio-tiempo compartido por todos los presentes en la sala, espectadores y “actores”, premisa inexcusable para que podamos hablar de un espectáculo teatral “tout court”. Pero además, y esa creo que es una de las líneas fuerza de montaje, detrás de esta ceremonia de desenmascaramiento del simulacro, si se me permite decirlo así, hay una crítica al poder de manipulación de los media, una reflexión de fondo sobre como los medios de comunicación masivos están conformando una devaluada percepción de lo real, cómo mueven a la indiferencia sobre las informaciones que trasmiten (Lehmann), cómo erosionan el acto mismo de la comunicación directa, vis vis, con nuestro interlocutor (“Mírame fijamente, si mírame y dime que todo es diferente” exclama en un momento el narrador; y a renglón seguido: “hablemos de nosotros, de tú a tú, como si nunca hubiéramos estado solos”).


Pero por encima de todo, lo que puede leerse entre líneas es el desconcierto  (“¿Donde estoy? ¿Qué es esto? ¿Soy yo?”) el aturdimiento, el vértigo que producen las imágenes de la memoria (el oleaje de banderas victoriosas al viento, las soflamas enardecidas de los iluminados y visionarios, el estruendo de la maquinaria bélica, ...) superpuestas en abigarrado torbellino a las visiones de un presente caótico (“la vida se expande y huye despavorida en un concierto caótico de notas extraviadas”) entregado a la orgía del consumo y de un futuro sin esperanza. Y se escucha, además, bien perceptible, aunque tenue y apagado por el cansancio y por el hastío, un grito de rebeldía que enarbola el estandarte de la belleza y de la poesía llamando a combatir el miedo y a crear zonas de resistencia frente al conformismo y el desánimo, frente a la indiferencia y la barbarie. 

Gordon Craig.
 
Zoomwooz. 


viernes, mayo 03, 2013

TEATRO. Feelgood: "Un cadáver en el armario".




Con: Javier Márquez, Fran Perea, Ainoa Santamaría, Jorge Bosch, Jorge Usón y Manuela Velasco. Con la colaboración especial de Gloria Muñoz y Carlos Hipólito.

Dirección: Alberto Castrillo-Ferrer.

Madrid. Naves del Matadero.



            El teatro y su viejo e ineludible rol testimonial (no doctrinario, ¡ojo!), ahora más necesario que nunca cuando la sociedad española, desconcertada e inerme ante la magnitud de la crisis y ante la inanidad e irresolución de una casta política corrupta, atraviesa uno de los momentos más dramáticos de su historia reciente. El humor como vía de escape, como válvula reguladora de una tensión social que por momentos se acrecienta y amenaza con hacer explotar el sistema en mil pedazos llevándose por delante un proyecto de convivencia que hace, como quien dice, cuatro días parecía definitivamente asentado. Ambas cosas representa este montaje que ha estrenado hace ahora tres semanas “Entramados Teatro” en las Naves del Matadero.

            Se trata de una brillante farsa política desarrollada en vísperas de la clausura de un supuesto congreso del partido gobernante. En un ambiente de máxima tensión mediática y presión callejera en las inmediaciones del hotel donde se celebra la convención anual, mientras los asesores del presidente retocan ese discurso de clausura, el jefe de prensa descubre que su ex mujer, una periodista de investigación, está a punto de desvelar un escándalo que amenaza no sólo con empañar el éxito de esa jornada de clausura sino que pone en peligro la reelección del propio presidente para una segunda legislatura.

Para quien siga un poco el día a día de la política quizá la obra no descubra nada que no sepamos ya sobre el comportamiento de los aparatos de los partidos, sobre su secretismo, sus pretensiones de opacidad y de manipulación de la información; sobre sus métodos mafiosos de chantaje o compra de voluntades, sobre su idea de la política como marketing. Y sin embargo, ese conocimiento no merma en absoluto el impacto de la sátira, quizá debido a que el montaje ha conseguido acertar con el adecuado tono cómico-burlesco que el tema requería. Con una trama ajustadísima (Alistair Beaton conoce el terreno que pisa, no en vano el mismo fue durante un tiempo el redactor del los discursos de Gordon Brown) toda la pieza está construida en clave de comedia con tintes farsescos en la que se hace chanza de las debilidades de los personajes desenmascarando el lado más risible y más ridículo de unas prácticas que como he dicho tienen mucho de gansteriles. Y entre carcajada y carcajada una pregunta va adquiriendo tintes cada vez más sombríos e inquietantes: ¿hasta donde será capaz de llegar Edu, todopoderoso jefe de prensa del primer ministro para tapar un escándalo que amenaza con explotarle en las narices en el momento más inoportuno?

Pero si el texto es brillante e incisivo no lo son menos la dirección y la puesta en escena de Alberto Castrillo-Ferrer y el trabajo de los actores. Jorge Bosch hace un trabajo antológico en su parodia del inepto ministro de cuota, Max, blanco de todas las bofetadas; él y el pánfilo e infatuado Simón Pink (Jorge Usón) el guionista de televisión que aparece en el segundo acto para “colaborar” en la dramaturgia del discurso, nos dan verdaderos momentos de gloria. El resto están en su papel: la infatigable y neurótica Marta (Ainhoa Santamaría), el paciente e ingenioso “speechwriter” Alex (Javier Márquez); la obstinada y desconfiada Elisa (Manuela Velasco) o el factotum y temido jefe de gabinete Edu (FranPerea), manipulador, sin escrúpulos, rudo e inflexible en exceso quizá debiera cultivar un poco más la veta servil y hasta siniestra, a lo Bomarzo, del personaje. Huelga decir que Carlos Hipólito está magistral en su discurso final televisado, es el rostro relajado, amable, tras el que se oculta la impostura.

Gordon Craig.