De Adam Rapp.
Con: Aura Garrido, Gonzalo de Santiago y Alejandro Botto.
Dirección: Marta Etura.
Madrid.
Teatro Español.
La obra tiene
un arranque fulgurante. En cuestión de segundos asistimos al repentino intento
de suicidio de Matt y a la irrupción en escena, inmediatamente después, de
Daniel y Christina en estado de máxima exaltación, -él en pleno subidón y ella
como flotando en una nube- y sin dar lugar a Matt para reponerse del fiasco y
reorganizar sus ideas. Es como una violenta sacudida que dispara nuestros
indicadores de alerta antes de que tengamos tiempo de encontrar una posición
cómoda en la butaca y de que nuestros ojos se acostumbren a la oscuridad de la
sala. A partir de ahí ya no podemos bajar la guardia, hasta que, acunados por
la voz profunda de Tom Waits que entona “Waltzing Matilda”, asistimos a la
caída del telón y podemos suspirar aliviados. Bueno, aliviados es un decir,
porque no es fácil sustraerse a esa suerte de conmoción que provoca en nuestro
ánimo una historia triste y desgarradora que pone en evidencia la inagotable
capacidad de los seres humanos de hacerse daño a sí mismos y a sus congéneres.
Se trata en
efecto del retrato descarnado de una relación de amor y amistad a tres bandas
que se inicia en una habitación de hotel de mala muerte en el “Barrio Rojo” de Amsterdam y termina un año después en el cuarto de Matt, en Nueva York, donde
éste intenta concluir su primera obra de teatro. Matt y Daniel son dos amigos,
antiguos compañeros de estudios en la universidad y Christina es una prostituta
joven y atractiva contratada ocasionalmente por Daniel con objeto de terminar
con el largo periodo de abstinencia de Matt y hacerle salir del estado de
postración en el que se halla desde que su antigua novia, Sara, le dejara
precisamente por Daniel. Pero este propósito inicial se trunca de inmediato.
Durante los prolegómenos del “servicio” para el que Christina ha sido
contratada -que Matt dilata con una insufrible cháchara para encubrir su
timidez y su repentino azoramiento-, caemos en la cuenta de que la historia
está a punto de repetirse: mientras que Matt está enamorándose de Christina
como un colegial, viendo en esta relación una oportunidad de salir del agujero,
ella apenas si puede ocultar su creciente atracción por Daniel, una atracción
que se convertirá en una auténtica fijación erótica enfermiza de funestas
consecuencias.
La adaptación de
Gonzalo Santiago sortea con eficacia las dificultades que siempre acarrea
trasponer a otra lengua el registro rabiosamente coloquial en el que se
expresan los personajes, siempre en un lenguaje directo, descarnado, sin
subterfugios ni paños calientes, un tanto brutal, a veces. Hay un acertado trabajo
de dirección de Marta Etura, que al parecer se estrena en estos menesteres. Y
hay un magnífico trabajo de actuación de conjunto. Sobre Gonzalo Santiago recae
la responsabilidad de dar vida al angustiado Matt, un joven débil e inestable
que no parece capaz de vencer su inseguridad ni de sobreponerse a su primer
fracaso sentimental; da el perfil de un ser torturado e indefenso blanco
permanente de las invectivas y del sarcasmo de Daniel y cuyo futuro fuera a
despejarse como por ensalmo ante la aparición providencial y luminosa de
Christina; no es fácil decir, en ocasiones, si la precipitación con la que dice
su papel es un mero ejercicio de memoria o una genuina traducción del estado de
atolondramiento y nerviosismo del personaje. Una jovencísima Aura Garrido
revela con acierto y hasta con brillantez el turbulento y enigmático mundo
interior de Christina y las trasformaciones que experimenta empujada por
circunstancias cambiantes. Puede aparentar alegría y despreocupación bajo el
disfraz de la frívola y encantadora Cristine, o convertirse en Ana,
despojándose de su actitud sumisa, de su risita ridícula y de los sonidos
guturales de su fingido acento francés con los que encubre su verdadera
personalidad. O puede mostrar las profundas heridas de la soledad, o la urgente
necesidad de comprensión y ayuda, o las brutales acometidas del deseo. Pero
quien destaca en la composición de su personaje es Alejandro Botto, a quien no
habíamos tenido la fortuna de haber visto antes sobre las tablas. Es un
auténtico ciclón y se enseñorea de la escena desde el momento en que aparece
completamente colgado y flanqueado por Cristine, a la que presenta a su amigo
entre procacidades y medias verdades como si fuera un trofeo de caza. Cínico,
malicioso, lenguaraz, no deja de pavonearse ante la chica ni de ponderar sus
gustos literarios y sus triunfos y hacer de menos a su amigo al que convierte
en objeto de su mordacidad y de su sarcasmo. Ni en los momentos en que uno y
otra están más necesitados de respeto y comprensión, dejara de mostrarse como
lo que es: un ser despreciable, chulesco, egoísta y depravado.
Gordon Craig.
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