De Juan Mayorga.
Con: Jesús Torres, Pablo Gómez-Pando, Viveka Rytzner e
Irene Serrano.
El Aedo teatro.
Dirección: Carlos Tuñón.
Madrid. Teatro Fernán Gómez. Centro cultural de la
Villa.
Con cientos de miles de refugiados
llamando a las puertas de una Europa paralizada e incapaz de encontrar una
solución unitaria y digna para una de las peores crisis humanitarias de su
historia, esta obra de Mayorga, que tiene como trasfondo el chantaje a un
inmigrante sin papeles por parte de un respetado miembro de su vecindario, se
beneficia, sin duda, de un plus de actualidad que no tenía en el momento de su
estreno por Juan Pastor en la Guindalera en diciembre de 2003. Sería engañoso,
no obstante, apelar a esa supuesta
“actualidad” del argumento como reclamo para atraer espectadores a este
nuevo montaje de Animales nocturnos que acaba de estrenar El Aedo
teatro en el Centro Cultural de la Villa, porque como ya escribimos en su
momento esta pieza inquietante y perturbadora va más allá de la mera glosa de
una de las muchas situaciones concretas de abuso ejercido sobre los inmigrantes
por parte de miembros conspicuos de las sociedades de acogida para abordar el
tema general de la violencia ejercida sobre los demás. Violencia que a veces se
presenta como el corolario del odio o del rechazo a lo desconocido, al distinto
-prefigurado aquí en la figura del inmigrante-, pero que otras veces es mero
fruto de nuestro egoísmo o de nuestra inseguridad. Violencia emparentada con
esa lucha de poder estrindberiana, que no necesariamente se manifiesta en forma
de maltrato físico sino bajo las formas más soterradas de dominación del otro
por medio de la manipulación del lenguaje, de la indiferencia o del
menosprecio.
El
Hombre bajo, es un anónimo funcionario y “modélico” conciudadano que ha
destruido su matrimonio vaciando literalmente su relación de pareja de
cualquier emoción o sentimiento de cariño. Prevaliéndose de su estatus y para
compensar su insignificancia y un profundo sentimiento de frustración decide
chantajear a su vecino, el Hombre alto, un inmigrante sin papeles. Bajo la
amenaza de delatarle a las autoridades obtiene de él pequeñas -sólo en
apariencia- contrapartidas, como por ejemplo que le acompañe a compartir su
soledad en el bar de la esquina o a dar un paseo por el zoológico. Pero esa
situación de dependencia, de humillación, que el Hombre alto trata de ocultar
su pareja, aflora inevitablemente cuando el Hombre bajo irrumpe en su casa con
la supuesta intención de arreglar una avería eléctrica y termina por corromper
la relación del Hombre alto con su propia pareja, una relación basada hasta el
momento en el amor, el respeto y la confianza mutua y en la esperanza
ilusionada en un futuro mejor.
Aunque
seguir a Mayorga en su periplo por los espacios cerrados de la opresión que se
camuflan en las más cotidianas situaciones de la convivencia vecinal y
doméstica no es tarea fácil, el entusiasmo puesto en el empeño por los
integrantes de esta joven compañía de teatro arroja resultados alentadores.
Para empezar por la escenografía, el concepto, la idea de “encerrar” a los
personajes en una gran caja como la que se emplea para el trasporte de animales
vivos, que luego se abre para mostrarnos a los protagonistas en la intimidad,
refuerza la atmósfera claustrofóbica, de soledad en la que viven y permite
ofrecer las acciones simultaneas en las que a veces se despliega el texto; en
ocasiones, sin embargo, se convierte en un estorbo para el desarrollo fluido de
la acción, cuando no en elemento redundante. Acertada parece la iluminación
tenebrista y el espacio sonoro que subraya los clímax y las transiciones. El
trabajo de los actores tiene también sus claroscuros. En particular, a Irene
Serrano creo que le cuesta, dar con el tono de su personaje, la Mujer baja; más
errático en los comienzos está convincente en una de las escenas finales, la de
su encuentro en el parque con el Hombre alto, que viene del rifirrafe que ha
tenido con su pareja en la residencia de ancianos. Hay un genuino momento de
comunicación sincera, de empatía entre ambos, quizá, el estímulo que necesita
para plantarle cara al marido en el cuadro siguiente, de nuevo con un
inesperado exceso de ímpetu. Respecto a Jesús Torres (el Hombre bajo) da
precisamente en esta escena la justa medida del carácter taimado de su
personaje, aguantando impertérrito la sarta de reproches de su mujer para
responderla, sin levantar la voz, lo ofendido que se siente y mostrarla, en el
colmo del cinismo, una libreta a modo de memorial de agravios en la que lleva
meticulosamente escrita la “lista de cosas que desearía hacer y que no puede
hacer con ella”. Esa mirada torva, fría, distante, calculadora, sucia, incluso,
esa mansedumbre en el trato, esa amabilidad impostada, son las que despliega a
lo largo de toda la obra y de las que se sirve para tejer la tela de araña en
la que atrapar a sus víctimas. Pablo Gómez-Pando y Viveka Rytzner dan vida a la
otra pareja, el Hombre alto y la Mujer alta. Gómez-Pando nos regala algunas
escenas espléndidas, como la ya citada en el parque o la escena siete cuando se
presenta su mujer en la residencia para reprocharle su cobardía y el haber
traicionado sus principios. Tras defender con vehemencia pero sin éxito sus
puntos de vista trasmite una dolorosa sensación de derrota. Viveka Ritzner
ilustra con bastante acierto a la joven confiada, vital, cariñosa y esperanzada
que representa la Mujer alta; el lado luminoso de la persona, la única reserva
de integridad y de dignidad en ese tétrico y desolado universo de secretos,
mentiras, renuncias y vejaciones poblado por los “animales nocturnos”.
Gordon Craig.
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