De Miguel de Cervantes. Versión de Luis
Alberto de Cuenca y Alicia Mariño.
Con:
Beatriz Argüello, Alberto Velasco, Chema Ruiz, Raúl Sanz, Carlos Lorenzo,
Alberto Jiménez, Markos Marín, Maru Valdivielso, Julia Piera, Críspulo Cabezas,
Mélida Molina y Miryam Gallego.
Diseño de
escenografía: Alessio Meloni.
Diseño de
vestuario: Almudena Huertas.
Diseño de
Iluminación: José Manuel Guerra.
Música y
espacio sonoro: Luis Cobo.
Dirección: Juan
Carlos Pérez de la Fuente.
Madrid. Teatro Español,
De fuentes mitad históricas mitad
legendarias La destrucción de Numancia se inspira en la resistencia
heroica de los defensores de la ciudad soriana de Numancia asediada por las
legiones romanas bajo el mando de Publio Cornelio Escipión Emiliano. Tras casi
trece meses de sitio, debilitados por el hambre y las enfermedades y tras dos
intentos infructuosos de negociar un acuerdo de paz honroso los numantinos
decidieron poner fin a la situación en el verano del 133 antes de Cristo
matando a sus hijos y a sus mujeres y suicidándose para no caer en manos de los
sitiadores.
Escrita en la treintena (hacia 1580),
cuando Miguel de Cervantes acababa de regresar del cautiverio de Argel, el
escritor distaba mucho del Cervantes decepcionado y escéptico de los Entremeses
o del Cervantes desencantado del Quijote; todavía alienta en él, quizá,
un sentimiento patriótico de orgullo por el Imperio y sus valores, que él mismo
había contribuido a defender como soldado, y ello le hace buscar en las gestas
del pasado los cimientos de la grandeza presente. La versión, -espléndida, por
otra parte-, mitiga, si puede decirse así, ese halo de fervor patriótico que
destila el texto original, por ejemplo, en la Jornada Primera, donde se modula
el tono excesivamente plañidero de la figura alegórica de “España” lamentándose
de las vejaciones de todos los pueblos invasores de la península hasta la fecha
y se contrarresta en parte la complacencia con la que se evoca el futuro
glorioso de España (la España imperial) en la profecía del padre “Duero”,
mencionando otros episodios menos honrosos de la historia patria, como la
Guerra Civil o la dictadura franquista,
a los que, obviamente, no alude el texto original.
Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño,
autores de la versión, mantienen, no obstante, intacto, el profundo espíritu
épico que impregna la obra, y que la emparenta, según algunos críticos
autorizados, con la tragedia griega; reducen a su mínima expresión la Jornada
Segunda, la más controvertida y clarifican los tres planos fundamentales del
desarrollo de la acción: el individual, centrado sobre todo en las figuras de
Lira, Leonelo y su amigo Leonicio; el colectivo, centrado en la solidaridad y
el heroismo del conjunto y el mítico/histórico; en este punto, siguiendo la
estela del montaje de Jean Louis Barrault los responsables del montaje
identifican las figuras alegóricas con los coros de la tragedia griega, como
por ejemplo en el final de la Jornada Tercera en el que el diálogo madre hijo se
trasforma y se pone en boca de un coro de mujeres demacradas de aspecto
fantasmal, con los pechos al aire y mesándose los cabellos mientras entonan una
quejumbrosa palinodia sobre los estragos
del hambre y las privaciones.
Juan Carlos Pérez de la Fuente, que
sobresale tanto en la dirección de actores como en el manejo de los símbolos y
de las alegorizaciones ha encontrado en este texto una magnífica oportunidad
para desplegar su talento y secundado por Alessio Meloni y Luis Miguel Cobo,
responsables de un espacio escénico y sonoro excepcionales, logra crear
imágenes de un extraordinario impacto visual y estético. Se trata de un montaje
redondo que peca, si acaso, de un exceso ocasional de efectismo, qué sé yo, por
ejemplo en la escena de Leonelo, colgado del muro, moribundo cuando regresa de
su incursión a por víveres en el campamento romano, o la de Lira, arrojándose
de la “torre/trapecio” en la escena final ante la mirada contrariada de
Escipión que ve como se esfuma ante sus narices la posibilidad de hacer un solo
prisionero para presentar al senado como botín de su pírrica victoria contra
los numantinos. Por lo general, el tono, aunque de extremo dramatismo, resulta
acorde con el horror que suponen las penurias del cerco y el final desastrado
de los sitiados.
Y es difícil destacar aspectos
concretos del montaje y del trabajo de los actores, que como digo, en general
se mantienen dentro de un elevado nivel de exigencia artística. No me resisto a
mencionar, empero, las conmovedoras escenas que protagonizan Lira (Miryam
Gallego) y Leonelo (Markos Marín) en su encuentro del final de la Jornada
Tercera o la del planto de Lira también ante el cuerpo exánime de Leonelo al
pie de la muralla de la Jornada Cuarta. La fuerza trágica de ambas escenas es
de una belleza arrebatadora. Y otro tanto cabe decir de la desesperación de
Teógenes (Alberto Jiménez) y su mujer (Mélida Molina) ante la perspectiva de
tener que dar muerte a sus propios hijos. Sobrecoge asimismo la tétrica figura
de “La Guerra” (Beatriz Argüello) arrastrando el carro de la muerte
-reconocible homenaje a la Madre Coraje de Brecht-, y toda la escena del parto
de “El Hambre” y “La Enfermedad”, dos abortos monstruosos cuyas muecas y
chillidos son la réplica siniestra y grotesca de estas dos secuelas terribles
de la guerra traídas al mundo con la ayuda del insolente y bárbaro
“Hombre-Partera” (Alberto Velasco). De hecho, ambos, Alberto Velasco y una
versátil Beatriz Argüello, dan vida múltiples personajes en un portentoso
trabajo de metamorfosis actoral acaparando un sin fin de figuras alegóricas a
cual de mayor mérito y complejidad.
Un trabajo en fin riguroso, inspirado y
lleno de aciertos. Un excepcional homenaje, dentro de la medianía de los actos
que se están celebrando en el cuatrocientos aniversario de la muerte del eximio
escritor que tanto luchó con sus escritos y con la fuerza de su brazo, por las
grandes causas de la civilización occidental: por el amor, por la dignidad, por
la libertad y por la solidaridad.
Gordon
Craig.
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