Dirección artística: Francesco Gandi y Davide Venturini.
Coreografía: Anna Balducci.
Diseño visual: Elsa Mersi. Diseño de sonido: Spartaco Cortesi.
Compañía: TPO en coproducción con Teatro Metastasio Stabile della Toscana.
Madrid. Teatro de la Abadía.
Como ya viene siendo habitual, la programación de La Abadía se
orienta durante estas fiestas navideñas hacia un público más joven dando
cabida en sus salas a obras que, sin merma de la calidad de los
espectáculos dirigidos a los espectadores adultos, salen al encuentro de
un público infantil y familiar con necesidades y apetencias
probablemente distintas, pero con no menor grado de exigencia artística
que los primeros. Espectáculos, cuya selección conlleva si cabe una
mayor responsabilidad de los programadores, porque, sin duda, del éxito o
del fracaso con el que el niño afronte esas primeras experiencias en el
mundo del teatro dependerá en gran medida el que se convierta en el
futuro en un buen aficionado y en un amante del arte de Talía. Tengo
para mí, después de haber asistido a la doblemente estimulante
experiencia del espectáculo y de las reacciones y de la implicación
-entusiasta- de los niños, que esta delicada e imaginativa propuesta ha
colmado las expectativas del publico infantil y ha pulsado la fibra
emotiva, la sensibilidad a flor de piel y la innata propensión a la
fantasía que anidan en los corazones y en las mentes de los más
pequeños.
Se trata de una poética e imaginativa fantasía de luz y color que
tiene como motivo el universo marino y submarino. La obra toma como
punto de partida el encuentro de un marinero solitario y una misteriosa
ninfa de las profundidades cuando éste extrae, adheridos a la cuerda que
sujeta el ancla de un imaginario navío diversos objetos entre los que
figura una especie de bola (¿perla?) dotada de poderes mágicos reclamada
por la ninfa. A partir de ahí, la obra se desarrolla como una sucesión
de cuadros evocadores de distintos motivos y ambientes marinos y de
animales subacuáticos como las olas en movimiento, la arena de la playa,
las tonalidades iridiscentes del agua al ser atravesadas por los rayos
del sol o peces y criaturas marinas de extraños poderes, como unas
caracolas a cuyo contacto la arena produce vistosos fenómenos
luminiscentes. Cuadros construidos en torno a un esbozo -mínimo, si es
que lo hay- de argumento que es apenas el pretexto para una sorprendente
exhibición de creatividad visual.
Sometidos al encantamiento y a la seducción de las imágenes
proyectadas y al influjo de la espléndida ambientación sonora los niños
apenas si necesitan un mínimo estímulo del marinero y maestro de
ceremonias para irrumpir en el escenario, embarcarse en una incierta
travesía de cuento o entregarse con fruición al juego de perseguir
burbujas, o estrellas marinas, de dibujar divertidos arabescos sobre la
arena mientras intentan zafarse de las olas. Y es que ahí radica a mi
juicio el principal atractivo de este trabajo de la compañía italiana,
el conseguir la participación de los pequeños y convertirlos en
protagonistas activos, junto a los dos actores, del espectáculo, para
disfrute y regocijo del resto.
Una muestra consumada, en fin, de dominio de los medios y sistemas
interactivos de generación de imágenes combinado con una sensibilidad
exquisita y una rara habilidad para conectar con las necesidades y los
gustos de los más pequeños. Todo un acierto para despertar en ellos el
gusto por el teatro.
Gordon Craig.
Teatro de la Abadía. Bleu!
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