De Ramón María
del Valle-Inclán.
Con: Fran Antón,
Ramón Barea,Esther Bellver, David Boceta, Javier Carramiñana, Bruno Ciordia,
Paco Déniz, Silvia Espigado, Marta Gómez, Carmen León, Toni Márquez, Mona
Martínez, Rebeca Matellán, Iñaki Rikarte, José Luis Sendarrubias, Edu Soto,
Janfri Topera, Alfonso Torregrosa, Yolanda Ulloa y Pepa Zaragoza.
Versión y
dirección: Ernesto Caballero.
Escenografía: José Luis Raimond.
Escenografía: José Luis Raimond.
Vestuario y
caracterización: Rosa García Andujar.
Madrid. Teatro Valle-Inclán.
Madrid. Teatro Valle-Inclán.
Las Comedias bárbaras (trilogía
que incluye Cara de Plata, Águila de Blasón y Romance de lobos) constituyen un
ciclo que dramatiza la tragedia de la familia Montenegro. La historia,
truculenta y cruel se centra en torno al Caballero Don Juan Manuel de
Montenegro, singular representante de la caduca y decadente aristocracia rural
y símbolo, con su comportamiento arrogante, violento y despótico, de todo un
mundo y un sistema de valores que ya ha comenzado a desmoronarse para ser
sustituido por otro donde la nobleza, la liberalidad, el heroísmo y el ideal de
libertad, se truecan en vileza, codicia y servidumbre.
El desarrollo de la acción dramática
atiende a un triple frente: el conflicto entre los representantes de los
intereses comunales y la familia de los Montenegro, desencadenado por la
negativa del mayorazgo a que las reses atraviesen sus tierras de camino a la
feria de Viana; el enfrentamiento del Abad de Lantañón con los Montenegro
suscitado al hacer Miguelito extensiva esta prohibición de tránsito por sus
predios al abad, que posteriormente se complica por la “custodia” de Sabelita,
sobrina del clérigo y ahijada de Don Juan Manuel; y por último, la disputa del
caballero con sus vástagos, con Cara de Plata a cuenta de Sabelita, de la que
el joven está enamorado y con el resto de sus hijos en razón de su desmedida
codicia.
El
montaje de Ernesto Caballero, apoyado en una sobria escenografía de José Luis
Raimond y en un atinado concepto del vestuario, del espacio y del movimiento
escénicos, reproduce con bastante acierto el entorno semisalvaje y brumoso de
la acción: una comarca poblada de aldeas perdidas sumidas en la miseria y en la
superstición; de templos abaciales regentados por clérigos corruptos y
sacrílegos, de sacristanes borrachines, de coimas, tullidos y mendigos de
iglesia; de naipes y aguardiente en las romerías; de conjuros y ritos
satánicos. Auque, quizá hay un fondo irreductible de misterio, rudeza y
primitivismo en los ambientes y personajes recreados que, en éste como en otros
montajes que hemos visto de esta obra, se niega a ser revelado. Y ello pese al
vigor de la prosa estetizante y acrisolada de Valle que esconde un inigualable
potencial dramático y cuyos destellos y reverberaciones permitirían por sí
solos trascender la Galicia profunda, rural, evocada en sus páginas y elevarla
a la categoría de espacio mítico y legendario.
El
trabajo de los actores, solvente en general, bascula entre el costumbrismo de
algunas escenas corales -en las que el vestuario y hasta la dicción exhiben un
marcado acento gallego- y el recio expresionismo de otras, convenientemente
aderezadas por efectos de sonido y por una iluminación tenebrista. Ramón Barea
es un Montenegro fiero, irascible bárbaro y montaraz; es difícil mostrar todos
los matices que incorpora a este complejísimo personaje que son muchos y de muy
variado tenor aunque quizá pulsa mejor la fibra del arrepentimiento y de la
expiación que las de la arrogancia, la lascivia, la irreverencia o la impiedad;
en su generosidad sincera para con los desvalidos y menesterosos, en su
furibundo alegato dirigido los incapaces de rebelarse contra su condición de
esclavos o en su vehemente deseo de reunirse con su esposa muerta es donde mejor
consigue movilizar las emociones del espectador. Sin ningún antagonista claro
que le dé la réplica, este papel lo ejercen alternativamente el Abad de
Lantañón (Alfonso Torregrosa), Sabelita (Rebeca Matellán), doña María de la
Soledad (Yolanda Ulloa), su criado Don Galán (Janfri Topera) o su hijo
Miguelito “Cara de Plata” (David Boceta). Respecto al Abad, apenas hace
ostensible la autoridad que le depara su estatus si no es por el trueno de su
voz y por ciertos ademanes grandilocuentes. Rebeca Matellán da vida a una
Sabelita cariñosa y complaciente; tras su aparente sumisión se esconde un
carácter noble y virtuoso. Yolanda Ulloa hace un trabajo espléndido en su papel
de doña María, enlutada y en hábito de monja es la viva imagen de la aflicción
de una esposa sometida a la tiranía de un bárbaro, su entereza, su ademán
altivo y la energía con la que se enfrenta su marido demuestran que no se ha
resignado a la indignidad. Janfri Topera hace de Don Galán un sátiro descarado
y lenguaraz, de carcajada fácil y de carácter jocundo. David Boceta es Cara de
Plata un imberbe e impetuoso mozalbete de aspecto chulesco que ha heredado de su padre su carácter
imperioso y enamoradizo. La lista se
haría interminable si mencionásemos a todos los actores que hacen como ya se ha
dicho, un trabajo meritorio. Recordemos a Edu Soto en
un desgreñado y enigmático Fuso Negro, émulo del Simón el Estagirita
buñueliano, aunque está lejos de ser ese fantoche espantable que pareciera
poseído por el Maligno y ante cuya presencia se santiguarían los lugareños y el buen trabajo de Esther Bellver en su papel de Pichona la Bisbisera, una resuelta y vivaracha
buscona con mando en plaza y de sobrados encantos, labia y desparpajo para
encandilar al más pintado, aunque sea éste un vástago aventajado del vinculero.
Gordon Craig.
No hay comentarios:
Publicar un comentario