Con: Juan Cañas, Íñigo Echevarría, Daniel Rovalher, Álvaro Tato y Miguel Magdalena.
Dirección literaria: Álvaro Tato. Dirección musical: Miguel Magdalena.
Iluminación: Miguel Ángel Camacho.
Versión, composición musical y arreglos: Ron Lalá.
Compañía: Ron Lalá. Dirección: Yayo Cáceres.
Madrid. Teatro Pavón.
Siempre
he pensado que eran la familia y la escuela, por ese orden, los lugares
naturales para inculcar en el niño el gusto por la literatura y por el teatro
en particular. Cuando esas instancias han abdicado de esa tarea imprescindible
para garantizar la formación y la salud mental de nuestros adolescentes no está
de más que otras instituciones vengan a suplir esas carencias y a intentar
despertar ya sea tardíamente el interés por las mejores manifestaciones de
nuestro rico patrimonio cultural que, en la mayoría de los casos, está
constituido por obras de los autores denominados como “clásicos”. Demos la
bienvenida, pues, a esta iniciativa de la CNTC, un programa institucional que
bajo la denominación de “mi primer clásico” pretende familiarizar a los más
jóvenes con obras cimeras de nuestra literatura y a la vez captar espectadores
en un sector de la población cada vez más ausente de los escenarios.
Hacer
explícito el contexto en el que se enmarca el último montaje de Ron Lalá que
ahora se estrena en el teatro Pavón no constituye ningún tipo de justificación
o de reserva sobre la excelencia de un espectáculo que, aunque ocasionalmente
pueda tomarse algunas licencias con el texto original motivadas por la
pretensión divulgadora del trabajo, raramente cae en el tópico y nunca en la
vulgaridad, rescatando con bastante acierto no sólo muchos de los más conocidos
episodios de la novela cervantina sino gran parte de su carga de profundidad
ideológica, de su trasfondo ético y de su condición de sátira social, que se
hace más perceptible si cabe a través de veladas referencias a situaciones y
personajes de actualidad, que son celebradas con aplausos por los espectadores.
Otros hallazgos no menos estimables del montaje son la creación de un poema
marco de contenido ingenioso y sonoras rimas que aglutina en un todo unitario
los sucesivos episodios evocados; o la potenciación del perspectivismo de la
novela, mediante la inclusión del propio Cervantes escritor como personaje; o
la trasposición del Cura y del Barbero a distintos planos de la ficción y el
hacerles dialogar con el autor, discrepar incluso, al modo pirandeliano, de los
designios que éste tiene trazados para ellos. Los arreglos y las canciones
interpretadas en directo que hacen del espectáculo un auténtico musical son
otro de los aciertos, o el epílogo para “puristas” con el que concluye la obra;
y, desde luego, la creación magistral del personaje de don Quijote (portentoso
trabajo de Íñigo Echevarría), una de las mejores, si no la mejor plasmación
fisionómica del caballero andante que he visto últimamente: con su bigotillo
hirsuto, su perilla rala, su mirada escrutadora de orate, su permanente
expresión de asombro, tocado con la bacía de barbero es la réplica exacta de la
grotesca imagen del desmedrado y enjuto hidalgo manchego que nos imaginamos
acometiendo imposibles aventuras, haciendo penitencia en Sierra Morena o
firmando las misivas a Dulcinea con el extravagante apelativo de Caballero de
la Triste Figura.
Destacar
el trabajo de Íñigo Echeverría no significa en absoluto hacer de menos al resto
del elenco que se entrega con denuedo al empeño de parodiar a la legión de
personajes que secundan las locuras del ingenioso hidalgo. Daniel Rovalher, es
un chusco, incontinente y atolondrado Sancho Panza quizá más joven y menos
pánfilo y pueblerino del que guardamos en nuestro imaginario pero de no menor
bonhomía y simpleza. Respecto a los demás, sería imposible mencionar las
múltiples criaturas en las que se desdoblan mientras los sucesivos episodios se
desarrollan a un ritmo casi de vértigo. Particularmente felices son las
encarnaciones de Cide Hamete, del Bachiller Sansón Carrasco o del Caballero de
los Espejos que hace Álvaro Tato, o las del aguerrido Vizcaíno y el socarrón
Barbero a quienes da vida Miguel Magdalena.
Junto
a las burlas, diabluras y extravagancias, junto al humor rozagante que impregna
todo el montaje y que hace las delicias de los asistentes, encontramos cuadros
de gran belleza plástica, divertidas canciones y aquí y allá aflora como
manantial claro y cristalino la voz del Cervantes más humano y comprometido con
la causa de fe, de la justicia y de la libertad del individuo.
Gordon Craig.
En un lugar del Quijote. CNTC.
Gordon Craig.
En un lugar del Quijote. CNTC.
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