domingo, enero 22, 2017

TEATRO. Un busto al cuerpo.


de Ernesto Caballero.
Con: Carmen Machi, Susana Hernández, Raquel Cordero.
Iluminación: Miguel Angel Camacho.
Dirección: Ernesto Caballero.
Teatro Moderno, Guadalajara. Año 1999.



            Noche de estreno en el Teatro Moderno. No es para envanecerse, pero suena bien. Hay un público muy fiel en Guadalajara, heterogéneo, joven en su mayor parte, que acude con asiduidad al teatro y que se merece de vez en cuando alguna alegría, disfrutar del ritual, de la magia y del glamour que destila el acontecimiento siempre extraordinario de un estreno absoluto. El ronroneo de los más allegados: invitaciones, sonrisas, saludos, parabienes; nervios, carreras, conversaciones subidas de tono. Expectación entre los incondicionales y buen ambiente general, contacto casi físico del público en el exiguo vestíbulo del teatro, hecho a la medida, no obstante, de este íntimo ceremonial. Además Ernesto Caballero había despertado un gran interés. El que fue encasillado como "joven dramaturgo", (en los manuales de teatro de los noventa), ha pasado -sin dejar de ser joven- a la madurez artística y nos ha deparado en las dos últimas temporadas sendos éxitos de crítica y público que le afianzan como un autor consagrado y representativo de la escena teatral contemporánea. Nos referimos a ¡Santiago(de Cuba) y cierra España!, año 1998 y a María Sarmiento, obra que vimos aquí mismo, en el Moderno, con ocasión de la campaña de teatro de la Junta "Escenarios de Primavera-99" a mediados del año que ahora termina.

            Dos valores sobresalen, a mi juicio en este dramaturgo, su extraordinaria capacidad de penetración para comprender el mundo que le circunda y sus no menos sobresalientes dotes para la escritura. Escritor de singularísima inspiración, de verbo fácil  y de una vasta cultura literaria, Ernesto Caballero es capaz de cultivar los más variados registros y de ponerlos al servicio del agudo análisis de la realidad que reflejan sus obras. Ya sea la realidad histórica, como en ¡Santiago (de Cuba) y cierra España!, donde reproduce con igual maestría la jerga grandilocuente y huera del cacique de turno que el lenguaje  coloquial de unas mulatas mambises; ya sea la realidad artística, com en María Sarmiento, parodiando con singular finura el manantial claro y desgarrado del verbo lorquiano; ya sea la realidad social más rabiosamente actual, como hace en la obra que reseñamos, parodiando igual la petulante e inflada retórica posmoderna de nuestra clase profesoral que el solipsismo autista de nuestros adolescentes.

En Un busto al cuerpo trata de hincarle el diente a un problema que en la actualidad ha cobrado unas dimensiones insospechadas: la obsesión por la imagen corporal. Tres mujeres protagonizan la obra. Tres mujeres representantes de tres generaciones distintas: Cristina-madre, Cristina-hija y Cristina-amiga-común (en lo sucesivo CM, CH y CAC, para abreviar). CAC no sabe si quiere hacerse un implante para aumentar el volumen del busto. CM quiere impedírselo a toda costa en contra del criterio de CH quien es del parecer de que cada uno puede hacer con su cuerpo lo que le venga en gana. Este mínimo esquema de partida se va complicando con una serie interminable de peripecias que brinda a nuestras amigas la oportunidad de quererse, de odiarse, de soportarse, de ignorarse, de engañarse, de todo, menos de comunicarse, para terminar reconciliándose y, a lo que parece, reencontrarse con su feminidad perdida y ofrecérnosla  con un mohín de ingenua complicidad en forma de tentadora manzana. Tras la cara amable de la risa, descubrimos a tres seres de carne y hueso, tres mujeres de nuestro tiempo que buscan desesperadamente su identidad; cada una desde su posición social, de madre, de hija, de amiga; desde sus deseos, desde sus dudas, desde sus convicciones; luchando contra sus propias contradicciones, combatiendo como buenamente pueden contra la influencia letal de la TV ("que lobotomiza los cerebros de los teleadictos"), contra los convencionalismos sociales, las modas, el machismo, el feminismo, la disneymanía y sus modelos asexuados, contra la blandenguería , en fin, y el psicologismo de que están contaminadas nuestras relaciones sociales y paternofiliales. 

De estructura caleidoscópica, proteica, la obra se desarrolla mediante la yuxtaposición de cuadros sucesivos cuya juntura no siempre está garantizada, echándose de menos una trama mejor definida que anude los múltiples episodios y que haga avanzar la acción dramática en una dirección más definida. Con la comicidad sustentada en gran medida en la sutileza de los diálogos y en el ritmo trepidante con que se intercambian ideas, argumentos, impertinencias o pequeñas maldades, da la impresión, a veces, de que la búsqueda de la frase ingeniosa se convierte en un fin en sí mismo ahogando el flujo espontáneo de las emociones. Quizá una toma de distancia respecto a los acontecimientos narrados, sea imprescindible para conseguir el efecto artístico; quizá, digo, no se; una mediación temporal, o de cualquier otra naturaleza que ayude al autor a "enfriar" la relación con su referente cultural inmediato, a mirar desde una cierta perspectiva. La contrapartida, obviamente, son unos personajes, que bajo un aspecto caricaturesco, nos seducen, por su proximidad, por su ternura y calor humano.

Lo que vimos la otra noche en el Moderno todavía se parece más a un ensayo general que a un estreno. Aún no se ha dado con el tono justo de muchas réplicas; probablemente sea necesario un pequeño rodaje para contrastar la respuesta del público a los diversos estímulos y a la multitud de sutiles alusiones que la obra contiene para ajustar las pausas y acertar con el ritmo del espectáculo. El movimiento de los actores resulta a veces un tanto errático y no parece integrarse del todo con el espacio escénico. Es difícil integrar un lugar tan indefinido y polivalente, de funcionalidad innegable, por otra parte, -mobiliario de diseño: metacrilato herido por una luz fría y cambiante cuyos destellos contribuyen a materializar el espejismo y el vacío-. Las actrices salieron bien paradas del trance. Ya se sabe, la veteranía es un grado. Y van a dar mucho más juego en cuanto cojan el pulso a la obra. 

Gordon Craig.
 

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