jueves, febrero 09, 2017

TEATRO. Las brujas de Salem. "Fanatismo e intolerancia".

Autor: Arthur Miller. Adaptación de Eduardo Mendoza.
Con: Míriam Alamany, Nausicaa Bonnín, Marta Closas, Borja Espinosa, Miquel Gelabert, Núria G. i Llausí, José Hervás, Lluís Homar, Carles Martínez, Anna Moliner, Nora Navas, Albert Prat, Carme Sansa, Yolanda Sey y Joana Vilapuig.
Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan.
Dirección: Andrés Lima.
Madrid. Teatro Valle-Inclán. Hasta el 5 de marzo de 2017.



Las brujas de Salem, título de la traducción de la versión francesa que siguió Diego Hurtado para su publicación en la revista Primer Acto, en mayo de 1957 y que han mantenido otras versiones hasta la presente de Eduardo Mendoza, puede resultar más familiar o más fácilmente asimilable por el gran público por su carácter descriptivo, aunque creo que su traducción literal El crisol (“The crucible”, en el original) da cuenta de manera más certera del contenido nuclear de la pieza: la necesidad al parecer inherente a la naturaleza humana de enfrentarse a situaciones límite para revelar lo mejor de sí misma. Y es que al igual que los metales se purifican a alta temperatura en ese recipiente de material refractario que es el crisol, el ser humano requiere enfrentarse a circunstancias particularmente dramáticas para que aflore su heroísmo y se sienta capaz de defender sus principios y su dignidad aunque le vaya en ello la vida.

Como es sabido, el texto de Arthur Miller se inspira en los hechos que rodearon a la acusación y posterior juicio por brujería en el que fueron condenadas a la horca 19 mujeres en la pequeña aldea de Salem, actual condado de Massachusetts, en 1692. Aunque no está del todo aclarado el origen de la cadena de delaciones y el clima de histeria que se instaló entre la población, la obra toma como trasfondo las luchas entre las familias de colonos por la propiedad de la tierra, pero sobre todo, la situación límite a la que se ven abocados John Proctor o Rebecca Nurse, entre otros, viene motivada por la intransigencia y el fanatismo religioso de los integrantes de una pequeña comunidad regida por la observancia estricta de la moral puritana y el clima de terror que se instaura a partir de la sospecha inducida por el reverendo Parris de que algunos miembros de la comunidad han tenido trato con el diablo.

En efecto, un grupo de niñas han sido sorprendidas por el reverendo participando en un ceremonial “indecoroso”; entre ellas Betty su hija, que a la mañana siguiente presenta una extraña afección. Para salvaguardar su respetabilidad desliza la sospecha de que Betty esté bajo la influencia del maligno. Por otra parte, las niñas, para evitar ser castigadas por su ritual de la sangre deciden sumarse a esa tesis y no dudan en acusar a una compañera, la joven de color Tituba que, a su vez, presionada por el reverendo Hale, reclamado para practicar un exorcismo a Betty, confiesa la implicación de algún adulto. A partir de ahí, las envidias y los rencores soterrados empiezan a manifestares en forma de una cadena de denuncias y delaciones, que llega hasta los miembros más honorables de la comunidad, como la señora Rebecca Nurse, o los más díscolos, como el granjero John Proctor.

Se trata de un montaje riguroso que revela en todos sus términos esa peculiar atmósfera de amenaza, de persecución inquisitorial que el poder instaura para mantener el orden establecido, incluyendo una sobria escenografía de paneles móviles de listones de madera que delimitan un espacio simbólico de la opresión, cuyo perímetro se va cerrando en torno a las víctimas, primero como sala de audiencias y, finalmente, reconvertido en cadalso donde los reos van a ser ajusticiados. Un montaje sustentado en una soberbia versión de Eduardo Mendoza y José Luis López Muñoz y que dirige con acierto Andrés Lima, dosificando con tino los clímax y el movimiento escénico y alumbrando algunas escenas de singular belleza y dramatismo.

Particularmente sugerente es la breve escena inicial por el aura de misterio que instaura, desde el mismo comienzo de la obra, ese encuentro gozoso de los cuerpos de las adolescentes en un claro del bosque en medio de la noche alrededor de un fuego. Un poco más de artificio destila la escena del exorcismo de Betty a cargo de esa suerte de nigromante en que se transmuta el reverendo Hale (Carles Martínez); en cambio, tienen mayor empaque y consistencia las sucesivas etapas del proceso conducido por el gobernador Danforth (Lluís Homar), un implacable acusador aureolado de falsa mansedumbre e investido de la autoritas que le confiere ser el máximo guardián de la ortodoxia. El enfrentamiento final de Danforh y John Proctor es antológico.

Preparadas y ejecutadas con especial esmero, asimismo, parecen las escenas que protagonizan John y Elizabeth Proctor (Borja Espinosa y Nora Navas respectivamente) antes y después del procesamiento; ambos hacen una trabajo espléndido lleno de matices y de contención: los tímidos pero insistentes reproches de una dócil y abnegada Elisabeth ante el silencio obstinado de John que amenazan el frágil equilibrio y armonía conyugales mientras que como un vapor ponzoñoso les va envolviendo la sospecha y el temor a ser delatados por la pérfida Abigail; y luego, en su encuentro postrero, ante el terrible dilema al que se enfrentan, muestran su lucha denodada por mantener a flote su dignidad, su buen nombre y los pilares en los que se fundamenta su relación. ¡Ah! Y no querría olvidarme de Anna Moliner y de cómo modula los cambiantes estados de ánimo de la frágil y vulnerable Mary Warren, urgida por Proctor para que diga la verdad y señalada por el dedo acusador de Danforth.

Es cierto que Arthur Miller escribió esta pieza (de 1953) influido por el clima de miedo que se extendió en la sociedad americana años antes a consecuencia de las actuaciones del llamado Comité de Actividades Antiamericanas presidido por el senador McCarthy. Él mismo tuvo que ir a declarar ante el Comité. Pero no sé si ello autoriza a interpolar en el texto escenas ajenas a la obra original que refuercen un paralelismo entre dos situaciones que, para cualquier espectador avisado, ya resulta suficientemente evidente.

Gordon Craig.

Las brujas de Salem. CDN.

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