lunes, marzo 28, 2016

TEATRO. Los dramáticos orígenes de las galaxias espirales. “La irresistible tentación de plagiarse a si mismo”

De Denise Despeyroux.
Con: Ester Bellver, Juan Ceacero, Cecilia Freire y Ascen López.
Actor de video: Pepe Viyuela.
Música: Luis Miguel Cobo
Dirección: Denise Despeyroux.
Madrid. Teatro María Guerrero, sala de la Princesa.



Juega aquí Denise Despeyroux, como sus mayores, Spregebuld, Daulte o Tolcachir, con el sempiterno tema de la desintegración de la identidad individual en el seno de la familia. Andrómeda vive su particular crisis de identidad cuando se ve obligada a suplantar a su hermana gemela, Luz, en la fiesta de cumpleaños de su madre. Luz, la ausente, es, al parecer un dechado de virtudes y perfecciones, en tanto que Andrómeda, la depositaria, por cierto, del último resto de cordura y de soporte económico que hace que su atípica familia mal que bien vaya tirando, se ha convertido en el patito feo. Por razones que no hacen al caso, esta vuelta simulada de la “hija pródiga” se prolonga más de lo debido y la situación estalla por los cuatro costados. La predilección -“ceguera”, más bien, en expresión popular- de la madre por la hermana ausente, que hasta ahora Andrómeda había sobrellevado con ejemplar entereza termina por hacérsele insoportable, cuando ya investida de la nueva identidad de su hermana, se convierte en blanco directo de las invectivas, descalificaciones y del menosprecio de su madre. Aún así, acepta el juego, quizá porque quiere descubrir lo que significa realmente ser querida. Desde su nuevo rol, asistirá sin embargo a un curioso fenómeno de transferencia o de reajuste de los afectos, a una inversión de filias y fobias, por la que Luz comienza a experimentar lo que significa ser rechazada mientras que la ausente, comienza a granjearse el aprecio y el respeto del resto de los miembros de la familia. Y es que como le espeta la madre a Luz en una ocasión: “Hecho de menos tenerte lejos, porque entonces estabas mucho más cerca”. ¿El final de este embrollo? Me lo reservo; solo diré que se produce tras un vuelo transoceánico con ribetes de viaje astral estimulado por los efectos de una poción alucinógena.

El derroche de ingenio verbal que exhibe la autora a lo largo de toda la obra, con la parodia hilarante de la jerga de los gurus, chamanes y embaucadores de nuevo cuño, sumos sacerdotes de una nueva trascendencia, o los destellos ocasionales de verdadera emoción, en el desvalimiento, la serenidad y la paz interior que transmite de Luz ante la inminencia de su muerte, o en el acendrado sentimiento y la ternura que muestran las cartas de Andrómeda a su hermana y que sabe sin respuesta, no consiguen ocultar el artificio unos personajes caricaturescos y una trama disparatada y que se enreda las más de las veces entre los pliegues del psicodrama -Lacan mediante-, urdida para dar cobertura a un mismo asunto que ya desarrolló la autora con mucha mayor hondura y perfección y con dos personajes idénticos, hasta en los nombres, en La realidad, pieza, esa sí originalísima tanto en su concepto como en su poética escénica que se estrenó en enero de 2013 en el Teatro Fernán Gómez.

Los actores salvan los muebles y asumen con entrega y solvencia su cometido en una labor de construcción de personaje que huye del realismo mimético; un acierto, a nuestro juicio, que los preserva de caer en el histrionismo. La obra se desarrolla a buen ritmo, desde el inicial ceremonial de “enconstelación”, que uno podría leer en clave de trabalenguas -“el cielo está enconstelado, quien lo desenconstelará, el desenconstelador que ... etc.”- pasando por los rituales de iniciación de Casandra hasta las baladas de pop lacaniano que entona con más entusiasmo que fortuna Oliver (bien la música de Luis Miguel Cobo), en una interminable sucesión de ocurrencias y situaciones delirantes que el público jalea con sus carcajadas y que agradeció con un cerrado aplauso final.

Gordon Craig.


No hay comentarios: