martes, diciembre 13, 2011

TEATRO. Macbeth. "Poética tenebrista".


De William Shakespeare.
Con: José Tomé, Pepa Pedroche, Óscar Sánchez Zafra, Javier Hernández-Simón, Tito Asorey, Belén de Santiago y Anabel Maurín.
Versión y dirección: Helena Pimenta.
Madrid. Teatros del Canal.


Cuanto más nos acercamos a las obras de Shakespeare, sobre todo a sus grandes tragedias, más se acrecienta en nosotros la deprimente sensación de que son inabarcables. El foso que separa la hondura humana y la complejidad psicológica de los personajes de sus obras de la materialización escénica de tal complejidad en montajes concretos se agranda cada día, por eso es de agradecer que alguien consiga tender un puente levadizo que una esas dos orillas, que comunique esas dos realidades. El esfuerzo es doblemente meritorio si, como es el caso de Ur Teatro, se hace desde la iniciativa privada; entonces ya estamos hablando de un doble salto mortal sin red y no queda sino quitarse el sobrero, o el cráneo, que diría Valle Inclán.

Luego está la cuestión de la oportunidad. Claro que el fatal itinerario del sanguinario Macbeth impulsado por su ambición desmedida nos concierne, Helena, porque Macbeth puede representar a un personaje individual, pero también es un símbolo, el símbolo de un monstruo, individual o colectivo (¿en qué estaría yo pensando cuando en repetidas ocasiones a lo largo de la representación creí entender País Vasco o Guipúzcoa cuando, obviamente, los personajes hablaban del usurpador del trono de Escocia?) que no desdeña ningún género de violencia por más abominable que parezca para conseguir sus fines, una pulsión de muerte y de destrucción, totalitaria, ante la que hay que estar siempre prevenido y sobre la que cualquier recordatorio es no sólo pertinente sino necesario.

Escribe Harold Bloom en La invención de lo humano, que esta pieza es la más “nocturna” de todas la de Shakespeare. Helena Pimenta también parece haberse dado cuenta de ello y adopta para su montaje una poética decididamente tenebrista, en la línea de Gutiérrez Solana o de los aguafuertes y las pinturas negras de Goya, sirviéndose para ello del claroscuro en la iluminación y de proyecciones en blanco y negro, excepcionalmente teñidas por el rojo de la sangre derramada. El recurso a los medios audiovisuales sustituye con ventaja a los decorados convencionales en la creación de esa atmósfera de pesadilla que impregna toda la historia y facilita la representación de las brujas o de los espectros de Duncan o de Banquo y sus hijos; tienen, asimismo, un papel multiplicador de los integrantes del coro -un recurso muy atinado, por cierto, que contribuye a dar al espectáculo un cierto aire operístico- resolviendo con pocos efectivos las escenas de masas, imposibles para una producción modesta, pero a veces se cae en la tentación de delegar en el universo virtual el protagonismo en la creación de imágenes que corresponden únicamente al potencial evocador de la palabra.

El trabajo de actuación y de dirección de actores es muy sólido y riguroso. El tempo, quizá algo rápido, nos impide disfrutar con calma la compleja evolución de las emociones; hay, en cambio, una rara coherencia entre le texto y la plástica del montaje, vestuario e iconografía incluidos, de una época indefinida de barbarie militarista que retrotrae a un imaginario ampliamente compartido por los espectadores. Pepa Pedroche es una espléndida lady Macbeth llena de energía y determinación, aparece poseída por la ambición desde que lee con avidez la misiva de su marido con la profecía de las brujas que espolea sus sueños de grandeza; expeditiva, malévola, distante, despierta nuestra conmiseración cuando aparece presa de la locura. Vibrante es la breve aparición de Lady MacDuff (Anabel Maurín) aterrorizada ante la inminencia de su trágico final a manos de los esbirros de Macbeth; ponderado es asimismo el trabajo de Óscar Sánchez en su doble cometido (Duncan/MacDuff) y el de Javier Hernández-Simón en el papel de Baquo a quienes prestan el continente solemne de la majestad, la mirada fiera del soldado o la desesperación y la rabia del marido y padre agraviados. José Tomé acomete el papel quizá más difícil de su carrera dando muestras de una notable madurez artística; recrea un Macbeth humano que transita desde la seguridad en sí mismo de un soldado fiero y leal, a las violentas emociones que lo trastornan tras mancharse las manos de sangre; un personaje dubitativo, presa del miedo, del desconcierto y de la confusión, sometido a cambios bruscos de humor, atenazado como está por los remordimientos y por las visiones del horror de las acciones criminales que ha cometido.

Gordon Craig.

Macbeth en los Teatros del Canal.

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