domingo, mayo 21, 2017

TEATRO. Hablando (Último aliento). "Los efectos degradantes y destructivos de la violencia".


Autora: Irma Correa.
Con: Lidia Navarro y Muriel Sánchez.
Músico: David Velasco
Escenografía: Elisa Sanz.
Espacio sonoro: Nacho Valcárcel.
Dirección: Ainhoa Amestoy.
Madrid. Teatro María Guerrero. Sala de la Princesa. Hasta el 7 de mayo de 2017.



De manera recurrente el tema del maltrato femenino se asoma a nuestros escenarios y a nuestras pantallas de cine o TV, aunque no con la seriedad, el rigor y la contundencia que requeriría un asunto que tiene tan dramáticas consecuencias para la integridad física y la dignidad de la mujer. Ante la pasividad y la incompetencia de las instituciones y sus vacuas apelaciones a la “tolerancia cero”, que a veces no pasan de ser un mero reclamo publicitario, nunca serán demasiadas las voces que se levanten para denunciar y combatir esta lacra social que nos denigra a todos como personas.

Recuerdo, para circunscribirme al ámbito del teatro, varias heroínas víctimas de alguna de las múltiples formas de violencia física o psicológica ejercidas sobre ellas por sus cónyuges. Por ejemplo a la ingenua y de escasas luces Rosi, de La noche que ilumina, de Paloma Pedrero (1995), o a la inane “Mujer baja” de Animales nocturnos, de Juan Mayorga (2003), a quien el egoísmo el desprecio y la indiferencia de su marido ha reducido a un verdadero despojo humano. Pero en la que hallo mayores concomitancias con la protagonista de la obra que nos ocupa es con María, ama de casa de mediana edad y sin recursos económicos de Defensa de dama, de Isabel Carmona y Joaquín Hinojosa (2002), que espera horrorizada e inerme, todavía víctima de las secuelas psíquicas de la brutal agresión de que fue objeto, el regreso inminente a casa de su marido tras varios años de condena por malos tratos.

La pieza de Irma Correa transmite esa misma y pavorosa sensación de angustia y desesperación en el que se halla sumida la protagonista al inicio del espectáculo, aunque en esta ocasión todavía no sepamos la causa. Los resortes que mueven la acción, presentada bajo el aspecto de un secuestro, proceden del intenso, aunque difuso, clima de amenaza que se cierne sobre las dos mujeres y que se traduce en miedo, nerviosismo y un comportamiento próximo a la histeria, sobre todo en la supuesta secuestradora. Y hará falta llegar casi hasta el desenlace para que se descubra el enigma. Descubrimiento, por cierto, que funciona como un potente foco a cuya nueva luz tenemos que reinterpretar todo el proceder y las actitudes de los personajes, confirmar algunas expectativas, rechazar otras, restableciendo, por así decir, con carácter retroactivo, el sentido último de muchas escenas de este verdadero “tour de forcé”, de esta lucha encarnizada de la protagonista con ella misma para encontrar una razón por la que justificar lo inevitable.

Dar más pistas sobre el argumento sería arruinar el suspense. Baste decir que se trata de un penetrante y doloroso ejercicio de introspección que deja al descubierto las profundas heridas y laceraciones que quedan como secuelas incurables en una mujer que ha pasado por la experiencia del maltrato, incluido el corolario de impotencia, decepciones e incomprensión de amigos, conocidos, jueces, forenses, policía,… . Y ambas actrices emocionan hasta las lágrimas en su interpretación de ese largo proceso que conduce desde el primer desaire a la primera amenaza, desde la fría indiferencia al insulto, al chantaje emocional o a la agresión física. Pasando por las fases de rebeldía, de afirmación de la personalidad, de los esfuerzos -vanos- de ahogar en alcohol las penas o de compensarlas con la dulzura de algunos buenos recuerdos. Muriel Sánchez representa quizá esa faceta de rebeldía, ese intento baldío, como digo, de mantenerse entera y dueña de la situación, y quizá, también, esa sensación de que puede capearse el temporal, incluso de cierta esperanza. Lidia Navarro, por el contrario da vida a una mujer derrotada, humillada, herida en lo más profundo, atenazada por el miedo y por la desesperación. Su proceder es errático, se mueve a impulsos de lo que le dicta su instinto de conservación, ha tomado una decisión inapelable y sólo busca una razón para ponerla en práctica.

Buena dirección de actores que saca lo mejor de dos actrices en estado de gracia, un espacio escénico claustrofóbico y una sugerente banda sonora, todos los elementos reman en la misma dirección para hacer de esta valiente denuncia una experiencia teatral realmente sobrecogedora.

Gordon Craig.

 Hablando (último aliento). CDN Teatro María Guerrero.

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