lunes, noviembre 07, 2016

TEATRO. Escuadra hacia la muerte. "El pelotón de los condenados".



Autor: Alfonso Sastre.
Con: Jan Cornet, Iván Hermes, Carlos Martos, Agus Ruiz, Unax Ugalde y Julián Villagrán.
Escenografía: Paco Azorín.
Iluminación Pedro Yagüe.
Dirección: Paco Azorín.
Madrid. Teatro María Guerrero. 1 de noviembre de 2016.


Dotado de una inteligencia crítica y de un carácter polemista fuera de lo común Alfonso Sastre se ha mantenido siempre fiel a su compromiso ideológico, propugnando desde sus orígenes (el grupo “Arte nuevo” con Medardo Fraile, en 1945, o el “Teatro de Agitación Social”, con José María del Quito, en 1950) un teatro realista, social, humano y ético, un teatro político, en definitiva, emparentado con el “Teatro épico” de Bertolt Brecht.

Tras una breve etapa simbolista y de crisis existencial en la que escribe algunas obras breves como Uranio 235 o Cargamento de sueños -de la que vimos, por cierto, un espléndido montaje de José Luis Garci, en marzo pasado-, Sastre comienza lo que él llama su verdadero teatro, con Prólogo patético y Escuadra hacia la muerte, obra cuyo estreno en 1953 por un grupo de teatro universitario fue fulminantemente prohibida tras las tres primeras representaciones. Ahí comenzó su calvario con la censura y su marginación de los escenarios durante los largos años del Régimen. Como Max Aub y otros dramaturgos del exilio, o como el propio Buero Vallejo, esa maldición de la censura le ha perseguido durante toda su vida impidiendo que sus obras llegaran regularmente a los escenarios. No sé si este montaje de Escuadra hacia la muerte por parte del Centro Dramático Nacional satisface la deuda que la sociedad española –o, al menos, su entramado cultural institucional- tiene con el dramaturgo pero, en todo caso, mitiga el injusto trato dado a su copiosa producción dramática, sobre todo a las obras de su primera época, la más combativa.

En Escuadra hacia la muerte un destacamento cumple una misión en un puesto avanzado del frente en una supuesta tercera guerra mundial. Unos soldados se rebelan contra la autoridad del cabo del pelotón y le dan muerte. Luego, en la segunda parte se quedan a solas con su conciencia. Hay pues una clara alusión contra el autoritarismo, la violencia, la injusticia, que encarna el cabo Goban, contra el conformismo y la aceptación de la opresión encarnada por Javier y en alguna medida por Luis, el más joven del grupo. Y por último, se aborda el tema de la responsabilidad moral y colectiva de los actos cometidos; mientras Andrés y Adolfo no quiere asumir su responsabilidad Pedro decide finalmente entregarse, confesar el crimen y arrostrar las consecuencias.

En el montaje de Paco Azorín -responsable también de la versión y de la escenografía-, ese puesto avanzado es una suerte de bunker subterráneo, un recinto de reducidas dimensiones al que se accede por una trampilla que comunica con el exterior. Un espacio claustrofóbico, de atmósfera irrespirable, que coadyuva a intensificar las tensiones y conflictos desatados entre el autoritario cabo Goban y sus subordinados.

La ambientación, quizá en exceso futurista, de la pieza -aunque, en efecto, Sastre alude en su obra a que la acción se desarrolla en una hipotética tercera guerra mundial-, no es la única libertad que el director se toma con el texto. En un indisimulado homenaje a Bertolt Brecht, que seguramente no disgustará del todo a Sastre, Paco Azorín intercala entre cuadro y cuadro una especie de entreactos en los que los personajes recitan poemas satíricos o antibelicistas del dramaturgo alemán, como el dedicado "A los hombres del futuro” o la “Canción del autor dramático”. Sus referencias a los estragos de la guerra y a la situación de injusticia y opresión de las clases más desfavorecidas ayudan a contextualizar la acción a la vez que rompen momentáneamente el pacto ficcional produciendo en el espectador ese efecto de distanciamiento que quería Brecht.

La versión del original deriva en un exceso de esquematización de los personajes, un deseo de marcar los contrastes entre cada uno de ellos, como obedeciendo -de nuevo- a ese imperativo del didactismo brechtiano. No obstante la pieza tiene una reserva tan grande de dramatismo que permite que aflore la fibra humana de estos seres condenados de antemano a un destino trágico.

El trabajo de actuación es meritorio y solvente y depara momentos de gran intensidad emocional. El cabo Goban (Julián Villagrán) es el que arroja un perfil más sintético; intransigente y dogmático representa ese heroísmo trasnochado y esa mística de la muerte que Sastre denigra. En el extremo opuesto está Luis (Jan Cornet) es el mas desvalido y vulnerable, el más puro, en cierto sentido, puesto que no ha participado en el asesinato del cabo. Luego está el impulsivo Adolfo (Agus Ruiz), de carácter violento y atrabiliario es el menos predispuesto a soportar las humillaciones de Coban; respecto a Andrés (Iván Hermes) es un pobre diablo, borracho, pendenciero y sin principios, que prefiere la indignidad de dejarse hacer prisionero antes que arrostrar las consecuencias de sus actos. Quizá tienen mayores posibilidades de desarrollo como personajes Javier y Pedro, posibilidades que aprovechan Carlos Martos y Unax Ugalde en sus papeles respectivos. El primero representa las contradicciones del intelectual, las dudas, incluso la cobardía cuando se ve obligado a actuar, es el primero que se derrumba dejándose vencer por el miedo y por la desesperación. Respecto a Pedro, tras su aparente serenidad y entereza se esconde un alma torturada por el resentimiento que explota ocasionalmente con una inusitada virulencia.

“Si toda revolución es un hecho trágico, nos viene a decir Sastre, todo orden social injusto es asimismo una tragedia inaceptable”. Pues bien, con esta obra el autor pone al espectador ante el dilema de estas dos tragedias.

Gordon Craig.

Escuadra hacia la muerte. CDN. 

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