Adaptación de: Alejandro García Reidy, Rodrigo Arribas y Jesús Fuente.
Con: Pablo Vázquez, Javier Collado, Julio Hidalgo, Emilio Buale, Jorge Gurpegui, José Ramón Iglesias, Mario Vedoya, Jesús Teyssiere, Jesús Fuente, Alejandra Mayo, Lucía Quintana y Alicia Garau.
Escenografía: Karmen Abarca
Dirección: Rodrigo Arribas / Laurence Boswell
XV edición del Festival de las Artes Escénicas “Clásicos en Alcalá”. Teatro salón Cervantes.
Conviene de vez
en cuando volver a los textos clásicos para no perder las referencias y poder
enjuiciar con una cierta perspectiva el trabajo de los creadores noveles. El
Festival de las Artes Escénicas “Clásicos en Alcalá”, que cumple 15 años de
existencia, es una magnífica oportunidad para ello. Su variada oferta de
títulos y poéticas sirve, además, para llenar los huecos en la demanda que la
programación habitual no puede satisfacer y para completar el conocimiento que tenemos -siempre fragmentario
e incompleto- de nuestro rico patrimonio cultural. Mujeres y criados, la
obra que vimos anoche en el teatro salón Cervantes, colma por partida doble
estas expectativas, por cuanto se trata de un recentísimo hallazgo de una pieza
de la época de madurez de Lope que se consideraba perdida y que ha sido
rescatada para la escena merced a la labor investigadora del profesor Alejadro
García Reidy, que es, además, coautor de la adaptación.
Comedia
“urbana”, en palabras de García Reidy, la historia se desarrolla, en efecto, en
el Madrid del setecientos y retrata los profundos cambios sociales que estaba
gestándose entre las clases acomodadas de la época. Como en otras muchas
ocasiones en el teatro de Lope, el protagonismo de la obra se desplaza hacia el
universo femenino y son aquí las mujeres, en unión de los criados -segmento
todavía sometido de la sociedad, pero ya en claras vías de manumisión- quienes
llevan la voz cantante y quienes acaban al final alzándose con el santo y la
limosna. Huelga reproducir el argumento, baste decir que las hermanas Violante
y Luciana, hijas del anciano y cándido Florencio, han dado su amor en secreto a
Claridan y a Teodoro, camarero y secretario respectivamente del Conde Próspero,
y cómo a base de ingenio, sentido común y perseverancia consiguen defenderse
del “asedio” y de las acechanzas del poderoso e influyente conde (que pretende
a Luciana) y del doncel apalabrado por Florencio para casar a Violante, el
hacendado don Pedro, que resulta ser un petimetre de tres al cuarto pagado de
si mismo que pone a prueba la sagacidad y la paciencia de la dama en algunas de
las escenas más divertidas de la obra.
Salvadas las
escenas un tanto atropelladas del principio, con las rondas nocturnas de los
amantes por los predios de la casa de Violante y Luciana, y las tópicas
pendencias de galanes y criados rivalizando por mostrar su hombría y su
atrevimiento, la obra encarrila pronto hacia el desarrollo de los conflictos
esenciales entre las parejas, y uno no sabría que ponderar más, si la extraordinaria arquitectura teatral del
conjunto o el exquisito cuidado con el que están construidas las sucesivas
escenas, algunas, auténticos dechados de perfección formal, como las del
encuentro primero de Próspero con quien cree su “protegido”, don Pedro, y el
gracioso malentendido entre ambos; como la de las “licciones” de Violante a don Pedro sobre como profundizar en el aborrecimiento hacia las damas; o como la
del donoso escrutinio que hace Inés, la criada, para elegir entre sus dos
pretendientes, el fiero bravucón Martes
y el melindroso y marisabidilla Lope.
La dirección de escena, firmada por Rodrigo
Arribas y Laurence Boswell, ha sabido encontrar el tono justo para esta
exquisita, preciosista e hilarante comedia de enredo lopesca y responde en el ritmo y en la
caracterización de los personajes a esa pujanza y vitalidad juveniles que
destila la pieza. La escenografía sencilla y versátil de bastidores móviles (de
Karmen Abarca), la sobria elegancia de
un colorista vestuario tardodieciochesco y los ocasionales subrayados de música
entre cortesana y bufa que acompañan algunas escenas potencian, asimismo, el
tono frívolo y galante de la obra; tono sostenido por una forma especial de
decir el verso muy pegada a la expresividad del lenguaje coloquial y por el
juego de contrastes entre ese nivel coloquial y la solemnidad fatua de don
Pedro, la entonación impostada, pretenciosa, de Próspero o la lacrimosa de
Teodoro.
Todo
ello viene servido por un espléndido trabajo del elenco. Además del citado don
Pedro (Jesús Teyssiere), un engreído pisaverde, o de los criados, Martes (Jorge Gurpegui) y
Lope (José Ramón Iglesias), que parece salido de una obra de los hermanos
Álvarez Quintero, no está de más recordar la candidez de Florencio (Jesús
Fuente), la campechanía de Emiliano (el veterano Mario Vedoya) o la simpleza y
autosuficiencia del conde Próspero (Pablo Vázquez) un galán trasnochado y
petulante. Las féminas constituyen un verdadero trío de ases que derrochan
frescura y naturalidad. Alicia Garau hace una Inés servicial a cuyo gracejo une
el desparpajo y la desenvoltura. Alejandra Mayo, es la joven y enamoradiza Luciana, maestra ya en el arte de la
simulación; posee el suficiente ingenio para engañar a Próspero y la suficiente
perseverancia y determinación
para mantenerse fiel a los dictados de su corazón. Una espléndida Lucía
Quintana, en fin, da vida a la alegre y resuelta Violante; su carácter vivo y
afable rivaliza en gentileza y cortesía con el de su hermana Luciana pero tiene
unas dosis letales de guasa y de retranca.
Gordon Craig.
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